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 Correos: El privilegio del Creador.- Carocha

030. Adolescentes y jóvenes
Carocha :

Queridos Orejas,

 

Las Memorias interiores de Mauriac tienen una historia sencilla, que es la de la vida de una persona que leía mucho y escribía maravillosamente bien, y que se relacionaba con Dios al modo del cura de Bernanos, con la convicción de que todo es Gracia. Mauriac cuenta muchas cosas, no de su vida, sino de los libros que leyó y que escribió para entender mejor esa gracia en su vida.

 

Vivía entre Paris y Malagar, en la provincia francesa, y a esa casa de  familia, a ese “grande corazón de piedra” en que pasaba parte del año, debe, según dice, mucho de lo que escribió. La deseaba siempre.

 

Algunas de las más conseguidas páginas de sus Memorias recuerdan los viajes que hacía desde y para Malagar. Son viajes curiosamente literarios: el paisaje que va corriendo es él de sus ideas a lo largo del tiempo. “Dime lo que lees, y te diré quien eres, eso es verdad, pero te conoceré mejor si me dices lo que relees”. Poco se ve desde la carretera: pero por detrás de aquel muro, lector, está el camino que lleva a la casa de un hombre que existió y pensó, y escribió, o de alguien que vive en un libro, y que le lleva a recordar una frase admirable, o una manera de pensar que permanecen, porque sirven.

 

En uno de esos viajes hacia Paris, cerca de Angoulême, recuerda una escena memorable de un libro de Balzac, ocurrida precisamente en ese lugar de la carretera. Es la historia de la corrupción de Lucien de Rubempré, que viajaba para Paris con la enorme esperanza de vivir su vida, y que encuentra en el coche un hombre, disfrazado de cura, con quien empieza una larga conversación, que le llevará a cambiar finalmente sus planes, y a seguir una vida distinta. Lucien no era tonto: era joven; el hombre no era joven: pero no tenía escrúpulos, y necesitaba a Lucien para sus planes.

 

La conversación es sobrecogedora, sobretodo porque es aparentemente muy cordial. Los argumentos de esta cantiga de persuasión son cosa muy vieja y horriblemente repelente para nosotros, que fuimos del opus y que, como Lucien, nos hemos dejado engañar, simplemente porque no teníamos experiencia de vida.

 

Vienen de la noche de los tiempos: el apelo lento y metódico, envolvente, (con aspectos imperdonables, pero muy reales, de sensualidad encapotada), a lo que de intocado tienen los muy jóvenes: porque era eso sobretodo lo que necesitaban: nuestra inocencia, nuestro instinto de confianza por usar. Fuimos materia-prima ideal para el hombre-nuevo que pretendía Escrivá: éramos inocentes,  y todo lo contrario de tontos, y por eso mismo les hemos abierto las puertas del alma y del corazón.

 

Es un tema muy viejo, pero no creo que Escrivá fuese de grandes lecturas (aunque Balzac, por ejemplo, sea sin duda un “clásico” :)) : por eso no conocía la verguenza de repetir errores satirizados por otros, y pensaba inventar modos de hacer a  medida que los iba necesitando.

 

Quería llegar aquí: Mauriac describe perfectamente lo que nos pasó a nosotros en el Opus Dei, cuando escribe que lo que le horroriza en esta escena de Balzac es la cruda posesión espiritual, que usurpa el privilegio del Creador sobre la criatura, y que es el crimen de los crímenes.

 

Un enorme abrazo,

Carocha




Publicado el Friday, 19 December 2008



 
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