Dop,

También a mi me martirizaba la culpa sobre el demonio de la doble vida. Han tenido que pasar unos años para darme cuenta de que, más que demonio, la doble vida fue la tabla de salvación, talvez un ángel bueno.

Los fieles, obedientes, muy entregados, absolutamente sinceros, no tienen doble vida. No pueden tenerla ni por propia iniciativa, ni por su consciencia y menos si sus directores saben o perciben algo al respecto.

La triste conclusión mía sobre este asunto es que los buenos no teniendo doble vida, tampoco tienen tabla de salvación. Los que tuvimos esa suerte fuimos los menos "buenos", los que talvez no merecíamos ese premio.

Mi doble vida vino de la profesión. Mis padres, la gente mayor del Opus Dei de la época, me inculcaron la necesidad de seguir una profesión y hacerlo bien; creo que para la medicina sí tuve vocación y de alguna manera me entregué más a los estudios que a la casa del OD. Luego vino la vida del hospital donde hice mis años de internado y residencia. Allí la doble vida era simplemente indispensable, era una condición impuesta por la vida, de la que sentía que no debía dar cuenta a los directores porque "no lo entenderían", por tanto me reservaba muchas cosas que no podía compartir.

Gracias a Dios tuve doble vida, no sé qué sería de mí ahora sin esa oportunidad.

Javo