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 Correos: Magisterio paralelo en el Opus Dei: relaciones entre A y N Testamentos.- Doserra

125. Iglesia y Opus Dei
Doserra :

Magisterio paralelo en el Opus Dei: sobre las relaciones entre Antiguo y Nuevo Testamentos - Doserra

 

Copio a continuación el guión n. 25 de la serie de guiones doctrinales de actualidad, sobre algunos errores en materia exegética.

 

El escrito es correcto, aunque resulta un tanto rancio, en cuanto recurre a textos magisteriales de hace siglos, y aunque remite a textos del Vaticano II, demuestra que no lo maneja como aquellos otros o al menos no quiere darle la relevancia de concilios anteriores.

 

Saludos cordiales,

 

Doserra

 

 

Ref. avH 10/70                               nº 25

 

SOBRE ALGUNAS INTERPRETACIONES ERRÓNEAS DE LA RELACIÓN ENTRE EL ANTIGUO Y EL NUEVO TESTAMENTO



1. Se está difundiendo una teoría que, aunque ordinariamente no se expone de forma precisa y expresa, pretende una involución materialista del Cristianismo, interpretando el Nuevo Testamento a la luz del Antiguo. Algunos incluso han intentado fundamentar eso de modo pretendidamente científico.

Ante lo evidente del carácter espiritual y trascendente de la enseñanza de Jesucristo –cfr. guión nº 24 de ref, avH 10/70-, y para justificar -contra el testimonio del Nuevo Testamento y contra veinte siglos de Tradición y de Magisterio- una politización de la misión de la Iglesia, se argumenta de un modo tan erróneo como hábil.

2. Es cierto, dicen, que Jesucristo insiste en lo que podríamos llamar el aspecto individual (responsabilidad personal, decisión de la propia conciencia, premio o castigo personal según las propias obras, etc), y en el aspecto eterno y trascendente de la fe. Sin embargo, hay que interpretar esas características de la predicación de Cristo de acuerdo con el contexto histórico en que Cristo se mueve: ese contexto sería el propio y característico del Antiguo Testamento (responsabilidad colectiva, determinismos sociales, premios o castigos a todo el pueblo, etc., junto a un aspecto temporal e intramundano de la salvación, de la fe, etc.). Así, la doctrina de Jesucristo se presenta simplemente como un correctivo a un acento excesivo de lo colectivo y temporal, pero de ningún modo como el sentido último y total de la Revelación y de la intervención salvífica de Dios.

 

3. Tan Palabra de Dios -afirman- es el Antiguo como el Nuevo Testamento. El error del Cristianismo, en estos veinte siglos, habría sido precisamente tomar como total y específico lo que era parcial y correctivo. De ahí -concluyen- las insuficiencias de la Iglesia en lo referente a la justicia social y a lo temporal. El marxismo -como una reacción justificada ante esa insuficiencia- habría venido a llenar esa laguna, y a recordar a los cristianos la necesidad de una síntesis (liberación del hombre total, redención histórica, etc.).

 

4.     Según ese planteamiento, y de acuerdo con la dialéctica hegeliana (y su utilización marxista), habría que ver en el Antiguo Testamento la tesis, en el Nuevo Testamento la antítesis, y en las actuales teologías (de la muerte de Dios, de la secularización, de la revolución, de la esperanza, etc.) la síntesis superadora del  aparente antagonismo entre el Antiguo y el Nuevo Testamento: el tercer evangelio, como algunos quieren llamar a esa nueva era de síntesis.

 

5.     La especiosidad de esa argumentación es manifiesta, pero procede de una cierta habilidad retórica, y puede confundir a conciencias menos formadas. De ahí que convenga hacer algunas consideraciones doctrinales pertinentes.

 

6.     En primer lugar, quien argumenta así se arroga la autoridad de colocarse por encima de la Sagrada Escritura y de la Tradición,  y del Magisterio y de la vida de la Iglesia y de veinte siglos (y en consecuencia, de la prometida asistencia del Espíritu Santo),  para someter esas fuentes de la Revelación y el órgano de su interpretación auténtica a la crítica racional.

Tal actitud es incompatible con la fe: Praeterea ad coercenda petulantia ingenia decernit, ut nemo, suae prudentiae innixus, in rebus fidei et morum, ad aedificationem doctrinae christianae pertinentium, sacram Scripturam ad suos sensus contorquens, contra eum sensum, quam tenuit et tenet sancta mater Ecclesia, cuius est iudicare de vero sensu et interpretatione Scripturarum sanctarum, aut etiam contra unanimem consensum Patrum ipsam Scripturam sacram interpretari audeat, etiamsi huiusmodi interpretationes nullo unquam tempore in lucem edendae forent (Conc. Trid. Sess. IV, Dz 786 (1507). Análoga definición se encuentra en: Pius IV, Professio fidei tridentina; Dz 995 (1683); Benedictus XIV, Professio fidei Orientalibus praescripta: Dz 1472 (2538); Conc. Vat. I, sess. III, Const. Dogm. Dei Filius, cap. 2; Dz 1788 (3007); Leo XIII, Enc. Providentissimus Deus: Dz 1942 (3281); etc.).

Además, la conclusión según la cual veinte siglos de Tradición y de Magisterio no han interpretado correctamente, o han olvidado por siglos, puntos fundamentales de la Revelación, es herética: Propositio, quae asserit, "postremis hisse saeculis sparsam esse generalem obscurationem super veritates gravioris momenti, spectantes ad religionem, et quae sunt basis fidei et moralis doctrinae Iesu Christi": haeretica (Pius VI, Const. Auctorem fidei: Dz 1501 (2601). Cfr. Conc. Vat. II, Const. Dei Verbum, n. 10).

 

7.     Por otra parte, aquella argumentación hace del Nuevo Testamento, no ya la plenitud de la Revelación, sino simplemente uno de sus momentos, históricamente condicionado e intrínsecamente necesitado de superación. Superación que sería dada hoy: sin que nos puedan decir exactamente por qué hoy, y sin que puedan decirnos tampoco si se trata ya de un estadio definitivo o simplemente de una fase más en la dialéctica de la historia. Todo esto es erróneo: Nulla enim nova revelatio publica expectanda est ante gloriosam manifestationem Domini Nostri Iesu Christi (Conc. Vat. II, Const. Dei Verbum, n. 4). Ya había sido condenada expresamente la siguiente proposición: Revelatio, obiectum fidei constituens, non fuit cum Apostolis completa (Decr. Lamentabili, 3-VII-1907: Dz 2021 [3421]. Cfr. también: Conc. Vat. II, Const. Dei Verbum, n. 10; Conc. Vat. I, sess. IV,  Const. dogm. Pastor aeternus: Dz 1836 [3070]).

 

8. En relación con el Antiguo Testamento, hay que decir además que no es verdad que la religión allí revelada sea preferentemente de orden temporal y terreno. Ciertamente hay una revelación creciente o progresiva, profundamente pedagógica, que va elevando a los creyentes a realidades cada vez más altas, trascendentes y eternas. Y hay también condescendencias divinas: ad duritiam, cordis vestri permisit (Mt 19, 8).

 

a) Cuando Dios establece la Alianza con Israel, manifiesta que quiere hacer de él un pueblo santo; et vos eritis mihi in regnum sacerdotale, et gens sancta (Ex 19. 6); es decir, una nación entresacada de las demás (cfr. Núm 23, 9), y reservada para lo trascendente (hay que tener en cuenta que el término bíblico santo tiene un origen etimológico que significa: separar del uso profano).

     Para eso, Dios exige de cada miembro del pueblo, y de éste en cuanto tal, fidelidad a sus preceptos: si ergo audieritis vocem meam, et custodieritis pactum (Ex 19, 4). Preceptos que comenzaban por los referentes a la relación directa de los hombres con Dios: Non habebis deos alienos coram me. Non assumes nomen Domini Dei tui in vanum (Ex 20, 3). Y, para que tuviesen presente que en primer lugar debían buscar a Dios y darle gloria, instituyó el sábado, prohibiendo el trabajo en el día séptimo para que fuese enteramente consagrado a dar culto a Dios (cfr. Ex 20, 8-11).

 

b) El pecado más grave, que Dios reprueba una y otra vez como raíz de todos los demás y como el más aborrecible, es un pecado de religión: la idolatría: quia dereliquerunt me, et sacrificaverunt diis alienis, irritantes me in cunctis operibus manuum suarum; et succendetur indignatio mea in loco hoc et non extinguetur (II Reg 229 16-28; cfr. Deut 32, 15-21; etc.).

Los resúmenes que se hacen en diversos lugares del Antiguo Testamento, de la historia de Israel, son muy significativos (cfr. p. e. Jue 2, 11-19), y no son más que el cumplimiento de las adver- tencias ya recibidas: Si dimiseritis Dominum et servieritis diis alienis, convertet se, et affliget vos, atque subvertet postquam praestiterit bona (Jos 24, 19-2l). Cfr. también: I Reg 14, 9-9; II Reg 21, 10-12; II Cr 24, 17-20; etc.

 

c)     Las grandes manifestaciones de la ira divina, y el constante clamor de los Profetas, se refieren precisamente al decaer de la fe hacia realidades terrenas y temporales, cuando los hombres apartan de Dios su corazón para ponerlo en bienes efímeros. Numquid vult Dominus holocausta et victimas, et non potius ut obediatur voci Domini? Melior est enim obedientia quam victimae (I Sam 15, 22): en estas palabras -los ejemplos podrían multiplicarse- se muestra con claridad cómo Dios pedía principalmente un culto espiritual y la obediencia a sus mandatos. Lavamini, mundi estote, auferte malum cogitationem vestrarum ab oculis meis; quiescite agere perversa, discite benefacere (Is 1, 16-17); Dios pide ante todo conversión del corazón, el sacrificio interior, la rectitud de pensamiento, antes y más que las obras exteriores.

     Dios maldice al hombre que pone su confianza en otro hombre o en algo caduco, alejándose de Dios: Maledictus homo gui confidit in homine et ponit in carnem brachium suum, et a Domine recedit cor eius (Jer 17, 5). Por el contrario, bendice al que confía en el Señor: Benedictus vir qui confidit in Domino, et erit Dominus fiducia eius (Jer 17, 7).

 

d) La enseñanza de los libros sapienciales y de los Salmos es constante acerca del verdadero bien que el hombre debe buscar y la caducidad de la vida y bienes terrenos: Deum time, et mandata eius observa; hoc est enim omnis homo (Eccl 12, 13); Mihi autem adhaerere Deo bonum est, ponere in Domino Deo spem meam (Ps 72, 28).

En este mismo sentido es especialmente impresionante la enseñanza del Eclesiastés: todas las cosas son vanidad (vanitas vanitatum et omnia vanitas: Eccl 1, 2) porque pasan y en ellas no está la felicidad; hay que aprovecharlas pero con moderación y según la voluntad de Yahvé (cfr. Eccl 11, 9). Y, en fin, el Libro de la Sabiduría, que considera necios y vanos a quienes quedándose en las criaturas no llegan al conocimiento y culto del Creador (cfr. Sap l3, l), enseña cuál es la perfecta justicia que es raíz de la inmortalidad: Nosse Te (Deum), consummata iustitia est; et scire iustitiam et virtutem tuam, radix est immortalitatis (Sap 15, 3). Mientras el Libro de Los Proverbios enseña también: Melius est parum cum timore Domini, quam thesauri magni et insatiabiles (Prov 15, 16). Etc.

 

9. De modo análogo, hay que negar que la moral, el premio y el castigo sean, en el A.T., de carácter principalmente colectivo.

 

a) Desde las primeras páginas de la Biblia se encuentran in numerables casos concretos en que se manifiesta el carácter personal de la moral, del premio y del castigo merecido. Así, por ejemplo, a Abraham le fue personalmente reputada su fe en justicia; Moisés mereció ser llamado el siervo fiel de la casa de Yahvé; de los explotadores, sólo los que confiaron en Dios -Josué y Caleb- merecieron entrar en la Tierra prometida (cfr. Núm 14, 30); Dios castigó la rebelión de Coré, Dathan y Abiron, muriendo sólo ellos y sus seguidores (cfr. Núm 16). Igualmente, de modo personal fue castigado el pecado que cometió Acam en la toma de Jericó (cfr. Jos. 7). Etc., etc.

 

b) Pero, además, ese carácter personal es afirmado de modo general y explícito: Dominus autem retribuet unicuique secundum iustitiam suam et fidem (I Sam 26, 23). Idea repetida muchas veces: anima quae peccaverit, ipsa morietur; filius non portabit iniquitatem patris; et pater non portabit iniquitatem filii; iustitia iusti super eum erit, et impietas impii erit super eum (Ez 18} 20). Cfr. también: Deut 24, 16; Lev 4, 1; II Reg 24, 16; etc.

 

c) En consecuencia, la suerte eterna merecida tiene el correspondiente carácter personal, y depende de la fidelidad a la vocación personal: Si, dicente me ad impium: morte morieris, non annuntiaveris ei, neque locutus fueris ut avertatur a via sua impia, et vivat, ipse impius in iniquitate sua morietur, sanguinem autem eius de manu tuam requiram. Si autem tu annuntiaveris impium, et ille non fuerit conversus ab impietate sua, et a via sua impia, ipse quidem in iniquitate sua morietur; tu autem animam tuam liberasti (Ez 3, 16-19). Cfr. también Dan 12, 2-3; etc.

 

10.     La religión, y en consecuencia la moral, revelada en el A.T. era trascendente y personal. Sin embargo, la incredulidad y dureza del Pueblo elegido la distorsionó, quedándose con frecuencia con trozos parciales de esa Revelación. Et lux in tenebris lucet, et tenebrae eam non comprehenderunt (Io 1, 4-5): en la expresión neotestamentaria de los reproches que los profetas ya dirigían al pueblo de Israel, por buscar más lo humano y temporal que lo divino y eterno.

 

11.     Por lo que se refiere a la relación entre el Antiguo y el Nuevo testamento, ha sido doctrina constante de los Padres, y enseñanza repetida por el Magisterio de la Iglesia, que -siendo Dios autor de ambos Testamentos- hay entre ellos una unidad, de modo que el Antiguo contiene en profecía y figura las realidades del Nuevo, a la luz del cual alcanza su plenitud de sentido: Deus igitur librorum utriusque Testamenti inspirator et auctor, ita sapienter disposuit ut Novum in Vetete lateret et in Novo Vetus pateret (cfr. S. Augustinus, PL 34, 263) (Conc. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, n. 16).

No es por tanto el Nuevo Testamento el que debe interpretarse a la luz o en función del Antiguo, sino al revés: libri Veteris Testamenti et ostendunt (Conc. Vat. II, Const. Dei Verbum, n. 16), Por eso, San Pablo dice a los corintios: Usque in hodiernum enim diem, idipsum velamen in lectione veteris testamenti manet non revelatum quoniam in Christo evacuatur, sed usque in hodiernutn diem cum legitur Moyses velamen positum est super cor eorum. Cum autem conversus fuerit ad Dominum auferetur velamen (II Cor 3. 14-16).

 

12. El N.T. no se opone al Antiguo, sino que lo cumple y lo supera: Nolite putare quoniam veni solvere legem, aut prophetas; non veni solvere sed adimplere (Mt 50 17). Y, a la vez, la Revelación en Cristo hace antigua la alianza anterior: Dicendo autem novum, veteravit prius. Quod autem antiquatur, et senescit, prope interitum est (Hebr 8, 13).

Y es tal la novedad sobrenatural de la Nueva Alianza, que San Pablo compara el A.T. con la esclava de Abraham, Agar, y a los que vivían en esa economía los llama hijos de la esclava; mientras que el N.T. es figurado por Sara, la mujer libre (cfr. Gal 4, 22-27). Y siendo hijos de la libre (cfr. Gal 4, 31), ya no estamos sujetos a la Ley (cfr. Gal 3, 25).

     Ya desde los primeros siglos del Cristianismo, los Apóstoles tuvieron que luchar contra las tendencias judaizantes que querían establecer una especie de compromiso o síntesis entre la salvación por la fe en Cristo y la ley antigua. Siguiendo en la alegoría de Agar y Sara, San Pablo afirma que no hay posible consorcio entre los hijos de la libre y los hijos de la esclava (cfr. Gal 4, 30 s.).

 

13. Todo esto es así, porque los dos Testamentos no son revelaciones que propiamente se complementen, sino más bien el Nuevo pone de manifiesto, de modo explícito, y contiene realmente lo que en el Antiguo estaba sólo figurado y anunciado. En consecuencia, sería erró- neo intentar aclarar las realidades neotestamentarias (por ej., los sacramentos) a la luz de lo que en el Antiguo no eran más que figuras proféticas (maná, cena pascual, circuncisión, etc.): Haec autem omnia in figura contingebant (I Cor 10, ll). Cfr. Lc 24, 44; Io 5, 39; I Cor 10, 4 y 6;. Hebr 10, 1; I Petr 1, 10; etc.

Volver hacia el A.T. sería volver a la servidumbre (Gal 5, l) y entonces Christus vobis nihil proderit (Gal 5, 2). También Gal 4, ll).

 

14. Para percibir esto es necesaria la fe, ya que el hombre animal no percibe las cosas de Dios (cfr. I Cor 2, 14). De ahí las ásperas reprensiones, por ejemplo, de San Pablo a los Gálatas (sic stulti estis), ya que habiendo por un tiempo percibido lo espiritual se habían dejado arrastrar de nuevo hacia lo carnal (cfr. Gal 3, 3); y de San Pedro, que compara a quienes vuelven a lo terreno y temporal -después de haber llegado a lo espiritual, eterno y plenamente trascendente- con el perro que vuelve a su vómito (cfr. II Petr 2, 20-22). Son palabras fuertes de la Escritura inspirada que tienen actualidad.

 

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Publicado el Monday, 14 April 2008



 
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