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 Correos: Libro 'olvidado' por el Opus Dei sobre Isidoro Zorzano (Cap. XII).- Brian

090. Espiritualidad y ascética
Brian :

POSICIONES Y ARTÍCULOS

PARA LA CAUSA DE BEATIFICACIÓN

Y CANONIZACIÓN DEL SIERVO DE DIOS

ISIDORO ZORZANO LEDESMA

DEL OPUS DEI

Por José Luis Muzquiz, sacerdote numerario del Opus Dei -1948-

 

XII.-FORTALEZA

 

 

169. La fortaleza del Siervo de Dios.-El Siervo de Dios fué durante toda su vida un ejemplo de heroísmo en su práctica de la virtud de la fortaleza. El Señor fué siempre su luz y su salvación y el protector de su vida. Y el Siervo de Dios no temió nada ni a nadie, fuera del pecado.

Desde la infancia y en su juventud fué heroico en sus virtudes, y supo, con fortaleza, llevar a cabo trabajos penosos y arduos por amor al Señor. Se venció con alegría al dejar a su familia y negarse a si mismo para seguir su vocación. Fuerte en el cumplimiento fiel de su entregamiento, vivió con extraordinaria perfección el espíritu de la Obra. Durante la guerra española superó con paciencia y alegría grandes dificultades y tribulaciones, aun con peligro de su vida. Y en la misma fortaleza perseveró hasta su muerte.

Todo lo cual será probado por testigos dignos de fe por haberlo visto, oído o leído, o que lo saben por ser cosa pública y notoria, los cuales indicarán, además, sus fuentes de información.

 

170.-Dominio de sí mismo.-El Siervo de Dios dominó los movimientos de la naturaleza de tal forma, que sus virtudes habían llegado a serle casi espontáneas, y las practicaba con alegría.

Pero no logró conseguir esto sin esfuerzo. Su carácter era fuerte ya desde su niñez. De genio recio, característico de la familia Zorzano, el Siervo de Dios supo desde los primeros años dominarse y no dejarse llevar por su temperamento: sabía ser dueño de sus actos y de sus palabras.

-107-

 

No se recuerda haberle visto enfadado ni tener riñas con sus compañeros. En clase, como Profesor, se veía, dicen sus alumnos, «la lucha de un carácter impulsivo y el control de la persona que no quiere excederse». Todos le tenían por «un hombre de mucha vida interior, pues se dominaba de un modo admirable».

Todo lo cual, etc...



 171. Igualdad de ánimo.-Por medio de una lucha continua y con la ayuda de la gracia divina, consiguió vencer y alcanzar la dulzura y mansedumbre que le fueron características durante toda su vida.

Así logró la igualdad de su carácter: siempre alegre, siempre lleno de paz, en apariencia ningún problema le preocupaba. Naturalmente, tenía las luchas que a todos se presentan. Pero era su interior tan sereno, tan igual, como consecuencia de su humildad y sencillez en su trato con el Señor, que puede afirmarse que el Siervo de Dios nunca dialogó con la tentación, presentárase como se presentara.

Esta igualdad de ánimo era independiente de su situación personal, de su estado anímico, de los acontecimientos exteriores, en medio de peligros propios o de los suyos, o en momentos de contradicción para la Obra. Perfectamente tranquilo en su aspecto exterior, su palabra sosegada, sin alteración ni precipitación alguna, jamás mostró impaciencia en medio de las luchas, contrariedades, persecuciones y trabajos que sufrió a lo largo de su vida. De su serena paz deducían cuantos le trataban la continua presencia de Dios que vivía.

Pero esta constancia de ánimo no era insensibilidad: le afectaban los acontecimientos, sentía alegría o tristeza, dolor con los dolores de los demás, preocupación por sus problemas e inquietudes, si bien nunca le quitaban la paz, porque, con la gracia de Dios y su esfuerzo, había logrado estar siempre sobre sí.

Todo lo cual, etc.

-108-

 

172.-En las tribulaciones-El Siervo de Dios estaba dotado de una exquisita sensibilidad. Por ello sentía vivamente los dolores y tribulaciones: hubo de sufrir verdaderas pruebas en su fortaleza heroica, pero jamás se le ció triste o abatido.

Demostró desde su juventud gran entereza de carácter ante las contrariedades, como en el caso de la quiebra del Banco del Río de la Plata, que supuso la ruina de la familia.

Las noticias de la muerte de sus dos hermanos le produjeron gran dolor, que, sin embargo, sobrellevó silenciosamente, no permitiéndose sino alabar a Dios. También 1e asaltaron duras pruebas en su trabajo profesional. Vivió de lleno y con entero espíritu sobrenatural las contrariedades que hubo de sufrir la Obra. Y no le faltaron durante su vida pruebas interiores, que el Siervo de Dios venció siempre sin alterarse, aunque le hiciesen sufrir. Las venció con su proverbial naturalidad, como sin darles importancia.

Soportó dolores y molestias físicas por amor de Dios, sin ponerlas de manifiesto, y sin que, en ocasiones, se enterasen los mismos que le rodeaban.

Todo lo cual, etc.

 

173. -En sus estudios.-El Siervo de Dios demostró asimismo su fortaleza heroica superando los obstáculos naturales que se le ofrecieron al principio en sus estudios. Desde niño, en el Colegio de los Hermanos Maristas de Logroño, estudiaba con una entereza y constancia extraordinarias para vencer la poca facilidad natural que en aquellos años tenía; nunca se desanimaba, sino que redoblaba sus esfuerzos sin importarle el cansancio ni lamentarse nunca. Siguió de la misma forma los estudios de Bachillerato, que comenzó contra la opinión de sus profesores y sin esperanza de que los pudiese terminar; pero lo consiguió

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gracias a su intensidad en el estudio y a su constancia en evitar cuanto pudiese apartarle de él. Ingresó después en la Escuela de Ingenieros Industriales, obteniendo durante su carrera buenas calificaciones, en gran parte debidas a su perseverancia y espíritu de trabajo.

Todo lo cual, etc.

 

174.-Audacia.-Otra prueba de la fortaleza del Siervo de Dios fué su audacia. Sabía lanzarse con decisión a sus empresas, porque miraba tan sólo la gloria de Dios y tenía la seguridad de que con- El estaba el triunfo. Escribía durante la guerra, en una carta de 26 de junio de 1937: «Tenemos que estar cada día más cerca de Dios y tenerle presente, para que de esta forma, en vez de ser dominados por el medio ambiente, seamos nosotros los que le transformemos dándole nuestro sello y características»; después, como por su cargo conocía como ninguno la falta de recursos humanos y las dificultades económicas de la Obra, acostumbraba a decir bromeando: «Si en vez de tratarse de la Obra se tratase de una empresa humana, yo, como administrador, debería estar abrumado». Semejante fué su conducta durante la guerra, época en que hubo de superar los innumerables peligros de la zona roja, cuando se trataba de asistir a la Santa Misa, de visitar a sus hermanos, de llevarles aliento y vibración o de procurarles medios materiales. «Yendo con Isidoro -dice uno de ellos- no había más que seguirle: sabía actuar con precisión y seguridad».

Todo lo cual, etc.

 

175. Fortaleza en seguir su vocación.-Mucho sintió el Siervo de Dios apartarse, para seguir su vocación, de su madre y hermanas, por quienes se había sacrificado durante muchos años; no obstante, jamás consideraciones de tipo afectivo enturbiaron su decisión, una vez que comprendió claramente la Voluntad divina.

Durante su estancia en Málaga, ya entregado al Señor,

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vivía su plan de vida con escrupulosa exactitud; fué siempre fiel al espíritu de la Obra, a pesar de encontrarse solo, sin ambiente propicio que le ayudara, y en momentos en que hacía falta mayor entereza para seguir la vocación por lo poco que externamente podía verse del Opus Dei. Cuando alguno de sus hermanos le visitaba, se daba cuenta, ante todo, de su íntima y total adhesión a la Obra, a la que se había entregado desde el primer momento sin vacilaciones. Entonces el tema preferente de sus conversaciones era siempre la Obra, el Fundador, su apostolado.

Supo vencer en todo momento las penalidades, las privaciones, sus grandes, dolores y enfermedades; y lo mismo sus pruebas morales, siguiendo la vocación a pesar de todas las circunstancias adversas y a pesar de las incomprensiones que, especialmente en los primeros años, tuvo que sufrir la Obra: jamás vaciló ni se quejó de nada. Su perseverancia en tales condiciones fué tan heroica que no se comprende sin una unión muy grande con el Señor.

Todo lo cual, etc.

 

176. Durante la guerra española.-Prueba de su fortaleza heroica fué su grandeza de ánimo para arrostrar los peligros. En servicio de sus hermanos quedó el Siervo de Dios en la zona roja, sin que le importasen el riesgo ni las molestias y sufrimientos que tenía que soportar. Había puesto su confianza en el Señor y no dudaba de que, a pesar de todas las dificultades y peligros, habían de salir adelante. «Fué entonces -escribe un socio de la Obra-cuando descubrí su gran fortaleza, al verle actuar con decisión y soltura en ayuda de sus hermanos, a pesar de su apariencia de timidez».

Tuvo que resistir fuertes presiones y arrostrar graves peligros para no colaborar con sus conocimientos técnicos en favor de quienes luchaban contra los intereses de Dios y de la Iglesia.

Fué en esta época un verdadero padre de todos los que estaban a su cargo, y soportó con paciencia extraordinaria

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molestias y penalidades, sin desanimarse nunca; sufriendo una y otra vez, sin alterarse, groserías e impertinencias de algunas personas a las que le fué preciso tratar para favorecer a sus hermanos.

Todo lo cual, etc.

 

177.-Dispuesto para todo sacrificio.-Toda su vida, y especialmente su enfermedad y su muerte, fué una prueba maravillosa de su fortaleza heroica. Sus mismos compañeros, cuando le veían enfermo ya y, a pesar de todo, dispuesto siempre a trabajar como el primero, se daban cuenta de que tan sólo una unión íntima con Dios podía proporcionarle fuerzas-para su sacrificio cotidiano.

Cuando aún no guardaba cama, mientras estaba sumido en la oración, se le oía pronunciar unas palabras apenas perceptibles: «Señor, yo estoy dispuesto». Y efectivamente, estaba dispuesto. Los que le visitaban en el Sanatorio, no podían por menos de recordar aquellas palabras.

Parecían escritas para el Siervo de Dios aquellas frases del Fundador: «Los que, dejando la acción para otros, oran y sufren, no brillarán aquí, pero ¡cómo lucirá su corona en el Reino de la Vida! ¡Bendito sea el "apostolado del sufrimiento"!».

Son palabras del Siervo de Dios en momentos de agonía: «Nuestra única obligación es cumplir el deber de cada instante. Mi único deber es sufrir por la Obra; no he de preocuparme por nada más. Sufro mucho. ¡Es estupendo ver lo que uno puede llegar a sufrir! A veces parece que ya no se puede sufrir más, pero el Señor aumenta las fuerzas... ¡Qué consuelo pensar que todo se aprovecha! Cuanto más larga sea la prueba, mejor. Así nos purifica más. Hemos de purificarnos por el dolor. ¡Bendito sea el dolor! Sólo por alcanzar esta paz en la última hora bien se puede hacer lo poco que por el Señor hacemos».

Todo lo cual, etc.

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178.-Fortaleza en su enfermedad (I).-En efecto, verdaderamente heroico fué el ánimo con que el Siervo de Dios soportó los padecimientos de su enfermedad. Sufría mucho, sin poder cambiar de postura, sin dormir, con dolores agudísimos que no se calmaban y que aumentaban a la hora de tomar alimento o de ponerle inyecciones. Y así, un día y otro, durante meses, en una larga agonía. Y el Siervo de Dios siempre jovial, alegre, edificando y animando a cuantos le rodeaban.

Jamás se le oyó quejarse de su enfermedad. Su ánimo y su alegría eran tan grandes, y superaba sus sufrimientos con tal fortaleza, que más que dolores parecía recibir consuelos gratísimos del Señor. De su enfermedad sólo comentaba que «era demasiado cómoda», porque otros hermanos tenían mucho más trabajo que él. Siempre se encontraba bien: «¿Qué tal, Isidoro?» «Muy bien.» «¿Qué tal has dormido?» «Dormir no tiene importancia». Y efectivamente, para él no la tenía, porque así, sin poder dormir a causa de los dolores y el agotamiento, podía hacer más actos de amor de Dios. A veces se le veía, recién salido de un ataque, jadeante, ahogándose, sudoroso, sin poder hablar, y con fuerzas tan sólo para mirar al Crucifijo... y sonreír muy débilmente.

Todo lo cual, etc.

 

179.-Fortaleza en su enfermedad (II).-En su enfermedad la hora de tomar alimento era verdaderamente heroica. Decía una vez a uno de sus hermanos que tenía que comer «mediante una fuerte labor de convencimiento». Y en uno de los momentos de mayor fatiga se volvió y dijo en voz baja: «Tengo que acordarme de muchas cosas para seguir comiendo».

No era difícil darse cuenta de que ofrecía al Señor el sufrimiento que le suponía cada cucharada, pues continuamente miraba al Crucifijo que tenía frente a él y esbozaba una ligera sonrisa. Nunca, sin embargo, hizo el menor comentario ni se quejaba de su régimen de comidas,

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ni pedía nada. Por el contrario, cuando se le ofrecía alguna cosa que pudiera suponerle un alivio en sus esfuerzos, decía que no, y al mismo tiempo prodigaba alabanzas al alimento que tomaba, a pesar de que suponía un verdadero tormento para él: «No, no, si esto es muy bueno». Asimismo se esforzaba en descansar lo menos posible entre cada dos cucharadas.

Todo lo cual, etc.

 

180.-Fortaleza en su enfermedad (III).-La monotonía de su vida de enfermo fué una de las mayores pruebas que hubo de soportar. Todos los días igual: las mismas comidas, los mismos sabores, el ahogo, la fatiga, la tos. Y así durante siete meses, sin demostrar nunca cansancio ni desmayo. «Cada vez que le veía -dice uno de sus hermanos- me daba la impresión que era el primer día que guardaba cama».

Cuando podía hablar, lo hacía con todos, con la misma paz y tranquilidad de espíritu que cuando estaba sano; era notable la perseverancia de su ánimo sincero y alegría íntima. Esta igualdad de ánimo, esta fortaleza en sus sufrimientos era lo que más fuertemente impresionaba a los que le visitaban, que salían siempre con la íntima convicción de que «allí había algo sobrenatural».

En una de las ocasiones de mayor angustia dijo al que le acompañaba, sin que apenas se le pudiese oír: «Siento que el Señor me llama por momentos». Y en seguida: «Saca fortaleza de mi muerte: perseverancia, perseverancia. Sed muy fieles al Padre y poned todo el amor en Dios y en la Obra; que no haya nada que nos ate a la tierra».

Todo lo cual, etc.

 

181.-Fortaleza en su enfermedad (IV).-Todos los que tuvieron ocasión de visitar al Siervo de Dios en su lecho de muerte, durante su enfermedad, coinciden en afirmar que la soportó con -Una paciencia verdaderamente heroica

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y excepcional. Una enfermera afirma que le edificaba esta paciencia ante los dolores espantosos que tenía que sufrir, y una de las religiosas que le atendieron dice que «le admiré su paciencia extraordinaria; jamás le oí una queja, ni cuando le asistía de día ni cuando le cuidaba de noche».

A causa de unas inyecciones mal puestas se le hinchó el brazo y hubo de estar muchos días con grandes dolores, aplicándosele fomentos de agua tan caliente que apenas se podían resistir; mas nunca se le oyó una queja contra el causante de la inflamación.

En sus terribles crisis de disnea únicamente conseguía alivio con una inyección calmante: «al preguntarle la Hermana -y es una de ellas la que lo cuenta- si quería que se la pusieran, invariablemente contestaba: "Lo que usted crea" o "lo que a usted le parezca", no exteriorizando nunca cuál era su deseo». «No manifestaba -sigue diciendo- el menor síntoma de ansiedad por recibir alivio de aquella angustia, que debía ser terrible, ya que a todas nosotras, acostumbradas a ver enfermos, nos sobrecogía; ni tampoco sorprendíamos en él nunca la menor impaciencia por tener que esperar o porque no hubiese lo que necesitaba».

Todo lo cual, etc.

 

182.-Edificó por su fortaleza.-El Siervo de Dios, con su ejemplo y con su palabra, edificó a cuantos le trataron y procuró inculcar esta misma fortaleza heroica en sus hermanos. Les insistía en que pusieran sus miradas únicamente en Dios y guardasen siempre absoluta fidelidad en su entregamiento y en su amor a la Obra, despreciando toda clase de obstáculos.

«Nunca tuve ocasión de decirle cosas que le pudiesen ayudar en su enfermedad -dice uno de sus hermanos-, sino que, por el contrario, era él quien me animaba». Esta impresión de fortaleza heroica fué apreciada por todos los que le trataron. También los extraños a la Obra salían

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edificados y más fuertes después de visitar al Siervo de Dios y en el Sanatorio dejó en todos imborrable recuerdo. A sus parientes les confortaba y les movía a ser fuertes su serenidad y alegría.

El doctor Serrano de Pablo, uno de los médicos que le asistieron, recuerda que, después de su diaria visita al Siervo de Dios, «que equivalía a una meditación», refería a otros pacientes los hechos que más le impresionaban de su fortaleza ante la muerte y el dolor, su extremada paciencia y su sonrisa perpetua. Y estos relatos servían a los otros enfermos para llevar con más resignación sus sufrimientos; «todos me preguntaban por Isidoro sin conocerle, e igualmente, Isidoro me preguntaba por ellos. Algunos, como un primo mío que tenía una cirrosis hepática incurable y murió cristianamente, fué impresionado de tal manera por la figura del Siervo de Dios y su conducta ante el sufrimiento, que entonces dió el primer paso para salir de su tibieza religiosa».

Todo lo cual será probado por testigos dignos de fe por haberlo visto, oído o leído, o que lo saben por ser cosa pública y notoria, los cuales indicarán, además, sus fuentes de información.

 

<<Capítulo XICapítulo XIII>>

 

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Publicado el Friday, 15 February 2008



 
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