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 Correos: Rosebud.- Trane

040. Después de marcharse
trane :

ROSEBUD

En  la  mí­tica  pelí­cula  de  Orson Welles "Ciudadano Kane", un periodista, representado  por  Joseph  Cotten,  trata  de  hallar  el significado de la enigmática  expresión  que  el  magnate  Kane pronuncia como última palabra antes de morir, mientras deja caer una bola de cristal de nieve artificial: "¡Rosebud!"

Para  averiguar el significado de esta palabra, el periodista encarnado por Cotten  rastrea  y reconstruye toda la biografí­a de Kane, desde su infancia modesta con sus padres, de la que es arrancado y puesto en un camino que le conducirá, por un lado, a un éxito mundano y profesional absoluto, pero por otro  lado,  a  la  soledad,  la  falacia  y  el  hartazgo  existencial más completos.

Al final, el periodista no logra averiguar el significado de "Rosebud", que Kane se lleva a la tumba.

Pero  en  la  última  imagen  de la pelí­cula, mientras unos empleados están arrojando  al  fuego  el  maremágnum  de trastos inservibles que el magnate habí­a  ido  acumulando  a  lo  largo  de toda su vida, el espectador ve que "Rosebud" es el nombre escrito en el trineo con el que Kane habí­a jugado de niño,  y  que  en  la pelí­cula se habí­a visto ya durante las imágenes de su infancia,  jugando  en  la  nieve,  precisamente  en  el  momento en que le comunican  que  tiene que abandonar a sus padres para marcharse a hacer sus estudios.

Muchos  años  más  tarde, en el instante de morir, el último pensamiento de Kane   recupera  aquel  momento,  hasta  entonces  perdido,  o  quizá  sólo secretamente  evocado,  en  que su vida fue obligada a emprender un giro de ciento  ochenta  grados,  poniéndose  rumbo  hacia  un  camino  equivocado.

"Rosebud" es el sí­mbolo de lo que la vida, cada una de nuestras vidas, pudo haber  sido  y  no  fue,  de  lo  que debió haber sido y no fue, porque una injerencia externa la encarriló por un camino que nos volvió nuestra propia vida extraña a nosotros mismos.

En  mi vida hubo también un Rosebud. Tení­a el pelo negro y ondulado, y unos ojos  negros  e  infinitos  que  en  ocasiones  cautivaban  mi alma como un invocador  pozo del olvido. Me gustaba mecerme en su voz grave y abarcante, que a veces todaví­a resuena, como un eco inesperado, por los pliegues de mi cerebro.

Jamás  me  crucifiqué  en  sus  labios. Ella quedó en mi pasado como un via crucis  inédito de caricias y cuerpos continuados, pendiente por siempre de haber sido recorrido; como un sacrificio abortado de jugos amargos y saliva dulce,  que en su tierna monstruosidad fetal fue más precioso que el ciento por uno y la vida eterna, y también más cristiano. Me faltó resolución para entender que Cristo me estaba esperando ahí­, en el cáliz de comunión de sus labios, y ella quedó en mi pasado como una eucaristí­a incelebrada de sangre de la que nunca bebí­.

"¡Rosebud!"

Hace de eso más de veinte años. Desde entonces he conocido mucha tristeza.

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Publicado el Monday, 28 May 2007



 
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