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ROSEBUD
En la mítica película de Orson Welles "Ciudadano Kane", un periodista, representado por Joseph Cotten, trata de hallar el significado de la enigmática expresión que el magnate Kane pronuncia como última palabra antes de morir, mientras deja caer una bola de cristal de nieve artificial: "¡Rosebud!"
Para averiguar el significado de esta palabra, el periodista encarnado por Cotten rastrea y reconstruye toda la biografía de Kane, desde su infancia modesta con sus padres, de la que es arrancado y puesto en un camino que le conducirá, por un lado, a un éxito mundano y profesional absoluto, pero por otro lado, a la soledad, la falacia y el hartazgo existencial más completos.
Al final, el periodista no logra averiguar el significado de "Rosebud", que Kane se lleva a la tumba.
Pero en la última imagen de la película, mientras unos empleados están arrojando al fuego el maremágnum de trastos inservibles que el magnate había ido acumulando a lo largo de toda su vida, el espectador ve que "Rosebud" es el nombre escrito en el trineo con el que Kane había jugado de niño, y que en la película se había visto ya durante las imágenes de su infancia, jugando en la nieve, precisamente en el momento en que le comunican que tiene que abandonar a sus padres para marcharse a hacer sus estudios.
Muchos años más tarde, en el instante de morir, el último pensamiento de Kane recupera aquel momento, hasta entonces perdido, o quizá sólo secretamente evocado, en que su vida fue obligada a emprender un giro de ciento ochenta grados, poniéndose rumbo hacia un camino equivocado.
"Rosebud" es el símbolo de lo que la vida, cada una de nuestras vidas, pudo haber sido y no fue, de lo que debió haber sido y no fue, porque una injerencia externa la encarriló por un camino que nos volvió nuestra propia vida extraña a nosotros mismos.
En mi vida hubo también un Rosebud. Tenía el pelo negro y ondulado, y unos ojos negros e infinitos que en ocasiones cautivaban mi alma como un invocador pozo del olvido. Me gustaba mecerme en su voz grave y abarcante, que a veces todavía resuena, como un eco inesperado, por los pliegues de mi cerebro.
Jamás me crucifiqué en sus labios. Ella quedó en mi pasado como un via crucis inédito de caricias y cuerpos continuados, pendiente por siempre de haber sido recorrido; como un sacrificio abortado de jugos amargos y saliva dulce, que en su tierna monstruosidad fetal fue más precioso que el ciento por uno y la vida eterna, y también más cristiano. Me faltó resolución para entender que Cristo me estaba esperando ahí, en el cáliz de comunión de sus labios, y ella quedó en mi pasado como una eucaristía incelebrada de sangre de la que nunca bebí.
"¡Rosebud!"
Hace de eso más de veinte años. Desde entonces he conocido mucha tristeza.
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Publicado el Monday, 28 May 2007
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