Retazos
de una sombra:
SEMPER OPUS DEI
KAISER, 12 de diciembre de 2004
"Y, un día, todos aquí en Opuslibros,
en nombre de la vocación en sentido amplio
a la santidad en medio del mundo, llegaremos a la
humilde conclusión de que todavía vivimos
bajo la sombra del opus dei. Peor: somos, nosotros, la sombra
de una instituición irreprochable... Una sombra que
se proyecta de la nada hacia la nada!". GP.
Yo le oí al Padre, hoy santo, decir aquello de ser
siempre Opus Dei. Y tengo para mí que no va a ser posible
dejarlo del todo por los siglos de los siglos. Mi presencia
aquí es una prueba de ello. Naturalmente, no lo estoy
viviendo ahora como entonces, pero el cómo yo lo viva
o lo deje de vivir no añade nada a la evidencia de
que el Opus Dei forma parte de mi vida y brota y me asalta
y aparece y desaparece, pero siempre está ahí,
lo alcancen mis sentidos o duerma mi conciencia el sueño
más profundo.
Este verano, en el curso de una visita de varios días
a la casa de campo de un familiar al que hace tiempo que no
veía, éste me reveló que mi mujer le
había dicho que se enamoró de mí sin
verme, tan sólo oyéndome hablar. Efectivamente,
ocurrió dos años exactos después de mi
salida. Hube de realizar unos trámites de mi departamento
en el rectorado de mi universidad y me dirigí al edificio
central, donde se me indicó una puerta, tras de la
que había un pasillo al que daban otras dos puertas.
Pregunté en la más próxima, de donde
fui reexpedido a la siguiente, que estaba abierta. Y allá
estaba ella. He de pensar que lo que me oyó decir ante
la funcionaria del despacho correspondiente a la primera puerta
fue algo con un grado de intensidad semejante a "¿el
vicerrectorado de extensión universitaria, por favor?"
Y, ante una emocionante respuesta tal que "la puerta
de al lado", esta irresistible dúplica: "Muchas
gracias, señorita". Ésto y no más
es lo que debió oir antes de que se recortara mi impredecible
silueta en el marco de su puerta. ¿Cómo lo dije?
¿Qué suerte de entonación acompañó
mis palabras? ¿De dónde sacó ella entonces
la conclusión -a todas luces acertada- de que yo tenía
que ver con aquello mismo que ella había dejado poco
tiempo antes? Porque, amigos, resultó que ella había
sido supernumeraria. Cosa que no supe de inmediato, porque
entonces se limitó a atenderme sin dar muestra de nada
especial, salvo -eso sí- que me atendió de forma
más pausada de lo usual, cosa que yo atribuí
al hecho de que no se trataba de una ventanilla, instrumento
predilecto de tortura de los funcionarios hacia los pobrecitos
alumnos, penenes y demás especies menores de la fauna
universitaria, ni se ventilaba un asunto de mi insignificante
interés particular, sino de índole institucional.
Lo que vino después (varios meses después) no
es materia de esta página, salvo en lo relativo a que
no es preciso explicarse nada ni entender nada entre nosotros,
que no se explique con un simple gesto o se entienda con un
expresivo silencio.
Hace algunos años, recorriendo yo una provincia, alejada
de mi actividad habitual, en un coche oficial, me espeta a
bocajarro mi acompañante, adversario político,
al que me acababan de presentar, en un tono mitad misterioso
y mitad amenazante: "yo sé muchas cosas de tí".
"¿Ah, sí?", respondí yo secamente,
sin pretender con ello -inútilmente, como se verá-
darle pie a que se explayara, pero dejando claro, a la vez,
que nada temía de él. Entonces no tenía
ni la menor idea de a qué se estaba refiriendo. Desde
luego, no era un frase usual para pasar el rato. Y la sonrisa
que esbozó a continuación anunciaba que la mecha
venía cargada: "Tú eres del Opus".
El coche transitaba por un paraje desolado en un atardecer
espeso. Era tarde plomiza aquella. Y el calor reventaba los
cuerpos y las almas en la inmisericorde llanura. El aire nos
alcanzaba a ráfagas como de parabellum. Sorprendí
la mirada del chófer por el retrovisor, pero la desvió
al instante, no sé si por piedad o en complicidad con
el otro. La frase quedó allí, flotando en medio
de la espesura canicular del habitáculo, como una inmanencia
inesperada e incómoda... SEMPER OPUS DEI. Casi diez
años después. A cientos de kilómetros.
Un desconocido... ¿Qué importaba que ya no lo
fuera o que no lo hubiera sido nunca? ¿Importa más
que cualquiera lo tenga como cierto o que yo tenga la plena
conciencia de no serlo? ¿Y cuánto de plena es
esa conciencia? ¿Lo sabe alguien mejor que yo? ¿Qué
le importa a nadie que yo crea saberlo? Lo que le importa
es que lo sabe. Inútil rebatirle: "nunca lo reconocéis".
Hace unos días, en una reunión familar, una
de mis muchas primas hermanas me toma del brazo y me hace
un aparte. He pitado, me dice escuetamente. No entendí
nada. No la relacionaba con el Opus Dei ni de lejos. De suyo
siempre fue reservada. Pero en esa ocasión se explayó
bien conmigo. Yo me limité a escucharla. No hice nada
que pudiera interpretarse ni como sorpresa, ni alegría,
ni estupefacción. No daré más detalles.
Días después, me habló de problemas de
Fe. Me contuve para no influirle. Si ella no hubiera sido
mujer, no me habría contenido. En Casa pude tener todos
los problemas que imaginarse puedan, pero si hubiera tenido
el más mínimo problema de Fe, no me habría
considerado ya en Casa. Aun así, sigue. Y, primera
consecuencia del cambio de "estado" de mi prima:
se acabó el correo electrónico. Yo tengo respeto.
Guardo discreción. Eludo entrometerme. Pero para ellos
soy malo. Y, digo yo, que éso -lo de que alguien o
algo, objetivamente inocuo, pueda alcanzar la condición
de malo- empieza ya a ser tan frecuente y generalizado, que
habrá de entenderse consustancial a las cosas que conciernen
al universo del Opus Dei.
Anoche hablaba con mi madre por teléfono. Como estaba
siendo algo seco, me disculpé. "Es que estoy leyendo
la página de opuslibros". Le expliqué...
Ella aguarda un instante y me pregunta bajando el tono, con
esa singularidad que mi madre sabe darle a las inflexiones
para significar en qué clave está hablando:
"¿Por qué te fuiste?". A más
de treinta años ya. He de volver a explicar, como si
del día de mi regreso a casa se tratara. Como si hiciera
dos horas que hubiera dejado el cilicio en la bolsita de papel.
Como si los ecos del último rosario rezado "en
familia" permanecieran frescos en mis oídos. Como
si no hubiera pasado una vida. Como si diera igual que mil
vidas pasaran.
Años atrás, una mañana en la facultad,
alguien que conozco de vista me avisa: "El Padre está
en T. P.". Pies para qué os quiero. Corro a cambiarme.
Corro a su encuentro. Corro, corro, corro. Llego al fin. Nunca
antes había estado en aquel centro. No sabría
ahora describirlo. Toda mi atención era para él.
Y allí estaba. De pie, en el centro de una amplia estancia,
rodeado de hermanos sentados por todas partes. Los más,
en el suelo. Contestaba preguntas. La costumbre era presentarlas
antes a los directores. O que fueran ellos los que te las
dieran. Y digo la costumbre por decir lo que se decía,
porque -evidentemente- no era una costumbre tener la oportunidad
de verse con el Padre así, de sopetón y a media
mañana. La tertulia bien podía estar terminando
cuando llegué. No cabía un alfiler. Poco a poco
fui deslizando los pies entre la gente con la esperanza de
que alguien hiciera un hueco y pudiera sentarme. Nadie se
movía. Nadie me veía. Ni yo a ellos. De repente
me vi en el centro de la sala, de pie frente al Padre que
se callaba y me miraba. Y me retuvo la mirada y se callaba
y me miraba. Y -¡vaya si yo sabía que aquello
no se podía hacer!-, pero lo hice. Le pregunté:
"Padre, ¿qué nos dice a los que nos vamos
del centro de estudios?" Recordaréis la de indicaciones
que se nos dieron de que al Padre no le gustaban ni pizca
las preguntitas aquellas de "Padre, díganos algo
a los liliputienses", o "Padre, unas palabras para
los arrendadores de fincas urbanas"... Además,
sin consultarla ni nada. Así, de sopetón. Y
de pie. Casi a solas él y yo por encima de nuestras
rodilllas. Me contestó muy pausadamente. Y he de decir
que sentí que sabía por qué le hacía
esa pregunta y que lo de salir del centro de estudios era
exactamente eso, salir. Me habló de dar testimonio.
No hace falta que concrete lo que dijo exactamente. Lo que
dijo, y a él mismo, lo tengo aquí delante. Vaya
donde vaya. Haga lo que haga. No me habló de fidelidad,
ni de cumplir las normas. Ni de todo el complejo entramado
de cumpli-mientos. Fue al grano. "Da testimonio".
Felices Pascuas a todos bajo la sombra.
Kaiser.
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