"¿QUÉ
ES LO QUE HAS VENIDO A HACER AQUÍ?"
Entrevista con Luis C., ex numerario brasileño
Recibido el 6 de diciembre de 2003
-¿Cómo entró usted en la Obra?
Luís C.: Como en el caso de muchos otros, no fui yo
quien llamó a las puertas de esa secta (cf. Roger Ikor,"
Les sectes, état d'urgence", Albin Michel, París,
1995) para pedir mi admisión, pero, tal vez por haber
encontrado un lugar agradable y con personas de buen nivel,
comprometidas con el catolicismo, creí que ese era
mi lugar. Sería ingenuo pensar que yo, a los 14 años,
tuviera noción de elección o capacidad de asumir
el compromiso "vocacional" que me fue impuesto:
de lo que esa "vocación" pudiera suponer
en mi vida. Entré en la Obra en 1967, cuando estaba
cursando el 1° año colegial, en el Colegio Fernão
Días en Pinos. Un compañero de clase me invitó
a asistir a charlas en el centro Gabriel de los Santos (en
la época, la única casa de la Obra en Brasil).
Seguí el camino usual de las "vocaciones"
del Opus Dei: meditaciones, conversaciones con el sacerdote,
retiro espiritual de 3 días etc., hasta la propuesta
(en verdad, irrecusable: "en nombre de Dios") de
que yo perteneciera al Opus Dei. Cursé Derecho en la
PUC-SP y fui uno de los mejores alumnos, pero siempre fui
estimulado por el director del Centro a no trabajar como jurista,
ya que "tenemos algo diferente reservado para usted".
Aún así, recién licenciado, en 1975,
estando como sub-director del centro del Itaim, conseguí
un buen trabajo en la firma Price-Waterhouse.
Después de algunos meses en ese trabajo, fui llamado
para conversar con D. Xavier Ayala, entonces Consejero (autoridad
máxima) de la Obra en Brasil. En esa conversación,
él me propuso (aunque las propuestas y las sugerencias,
en la Obra, son órdenes), -diciendo que se trataba
de un deseo del Presidente General (en aquella época
la Obra no era una Prelatura)-, que fuese a estudiar teología
en Roma, en Cavabianca, al Seminario Internacional del Opus
Dei. En aquella ocasión (y hasta hoy...) no sé
el porqué de ese "deseo". Nunca me lo aclararon.
Sea como sea, era un mandato de la Obra, y la Obra como era
de Dios (pensaba yo en aquella época), era razón
suficiente para abandonar una brillante carrera o lo que fuera.
-¿Como fue su estancia en el Seminario de la Obra
en Roma?
Luís C.: Cuando comuniqué a la empresa que
rescindía mi contrato, los directores de la Price se
quedaron perplejos, pues el empleo era óptimo y no
entendían la razón de mi salida (aun así
dejaron la puerta abierta, por si yo reconsideraba mi decisión).
Nada más llegar a Roma (octubre de 1975), ya en la
primera conversación semanal de dirección espiritual,
el director (Victor Cano, mexicano) me dejó perplejo
con la insólita (y profética...) interpelación:
"¿Que es lo que has venido a hacer aquí?"
Hoy, pasados tantos años, a propósito de esa
pregunta, me acuerdo de un chiste que me contó un psicólogo:
"En una playa llena de gente, por el altavoz anuncian:
'Atención, Sr. Manuel, su esposa se está ahogando...'
Desesperado, un bañista se tira al mar y cuando ya
no hace pie en el agua, se cuestiona: 'Rayos! Si yo no soy
casado, no sé nadar y no me llamo Manuel, ¿qué
es lo que estoy haciendo aquí?'"
De hecho, la impresión que tengo es que la inmensa
mayoría de los que fuimos a Cavabianca no teníamos
la menor idea del porqué habíamos sido enviados
allí. Teóricamente, estábamos cumpliendo
una importante misión para la Obra, llenos de buenas
intenciones, como "instrumentos de unidad" para
aprender y en el futuro, transmitir a los demás todo
que aprenderíamos en el "corazón de la
Obra", junto al Padre. La verdad es que yo no estaba
preparado (y pienso que tampoco lo estaban ninguno de los
que fueron mandados a Cavabianca) para la realidad del Colegio
Romano.
Y la realidad era brutal. Había una exigencia absurda
de cumplimiento de "encargos", que se asemeja a
una verdadera "servidumbre humana": puedo asegurar
que el conocido libro de Carmen Tapia, "Tras
el Umbral, una Vida en el Opus Dei", no exagera
nada cuando habla de ello.
En nuestro caso, dedicábamos, por ejemplo, 4 horas
por día, a lijar rejas o a pintar la parte inferior
e invisible de las puertas y otras innecesarias obsesiones,
cuyo único objetivo, parece, era la de mantenernos
ocupados y "recios".
Fui testigo también de otros planteamientos absurdos
(también relatados por Tapia): no podíamos visitar
Roma y cualquier salida, hasta la más trivial como
la de ir a cortarse el pelo, debía hacerse acompañado
por otro numerario. Por eso, habiendo pasado casi dos años
en Roma no aprendí nada de italiano (excepto por los
15 minutos del telegiornale), pues en el Colegio Romano sólo
se hablaba en español y no teníamos ningún
contacto con el mundo fuera de los muros de aquella prisión.
Nuestros pasaportes estaban confiscados, nos era impedida
cualquier comunicación telefónica con la familia,
amigos o quienquiera que fuera; toda nuestra correspondencia
era censurada, todas las visitas prohibidas.
Hoy, haciendo una retrospectiva de aquella realidad tenebrosa,
me viene a la memoria un comentario del actual Vicario General
del Opus Dei en Brasil, D. Vicente Ancona López, que
también pasó 5 años en el Colegio Romano
y que un día me confesó: "Mira, Luís,
si yo no hubiera sido del Opus Dei, yo habría sido
de la TFP!"
-¿Cómo fue su vuelta a Brasil?
Luís C.: Así como fui invitado a ir, fui invitado
a volver: sin ninguna explicación. Excepto la de que
debería tratarme de problemas psíquicos. Yo
no tengo conciencia de haberlos tenido.
-¿Cómo fue su salida de la Obra?
Luís C.: Fue bastante traumática. Porque el
"tratamiento" indicado por el Opus Dei no fue aceptado
por mi familia: ellos temían por mi salud mental, especialmente
por el uso de métodos medievales utilizados por los
médicos psiquiatras ligados al Opus. Debo declarar
también que mi integridad se debe a la intervención
de mi madre y al auxilio que ella me dio en esos momentos
difíciles. Como es tristemente habitual, el Opus Dei
se desentiende de cualquier tipo de responsabilidad/ayuda
para con las vidas que él mismo destruye.
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