HABLAR
BIEN DE LA OBRA: ¿POR QUÉ NO?
E.B.E., 4 de marzo de 2005
Este es un foro de testimonios y reflexiones sobre la Opus
Dei, pero particularmente sobre aquello que la Obra no quiere
hablar públicamente ni deja que sus miembros hablen
entre sí. Aquí se elabora la crítica
y autocrítica que la Obra impide que suceda dentro
de sus paredes. Difícilmente, entonces, este sea un
foro donde esa institución reciba alabanzas.
Los mismos actuales miembros de la Obra podrían contribuir
en este foro, pero tenemos experiencia de su resistencia a
hacerlo.
Muchas pueden ser las razones por las cuales no se hable
positivamente de la Obra. El odio por ejemplo.
Pero creo que hay una, en particular, más importante
que todas las demás, y desde luego, más legítima...
Se trata de un temor justificado, y es, que un día
la Obra -en su afán, ampliamente testimoniado, de borrar
y reelaborar su pasado- «cambie su imagen» y borre
todo lo sucedido como si no hubiera pasado nunca nada. Esa
imagen sólo la puede cambiar en nosotros, que somos
el testimonio vivo de que la Obra no es una incondicional
fuente de bondad.
***
Lo primero que hay que lograr es que «la autoridad
competente» «encierre a la Obra», no que
la deje actuar libremente, al menos mientras no esté
«claro» todo su pasado «oscuro», el
cual testimoniamos. Primero tiene que quedar claro todo el
mal que hace y ha hecho, y luego se podrá hablar de
lo bueno que ha hecho.
Hablar «bien» de la Obra puede tener como intención
«matizar» los relatos y la imagen «demasiado
negativa» de la Obra.
A veces puede parecer que «es todo malo» lo que
aquí se relata y en realidad es probablemente así:
pues lo que se relata es lo malo.
Pues el mal que produce la Obra no se puede matizar. Matizar
equivaldría a quitarle importancia a todo el mal que
la Obra hace.
Mientras no haya juicios, mientras no quede clara la dimensión
del daño que la Obra causa, hablar «bien»
de ella es peligroso, es contribuir a la construcción
de su propia impunidad, más aún si quienes hablan
bien de ella son los mismos damnificados.
Esto no quita la necesidad de precisión a la hora
de señalar ese mal: el caso concreto de incluir a todos
los miembros de la Obra como si fueran una única persona.
Esta diferencia es fundamental: una cosa son los miembros
sin responsabilidad de gobierno y otra son los que dirigen
y diseñan las medidas de gobierno. Esta diferencia
es necesaria para ser precisos, pero no implica «hablar
bien», al contrario, implica señalar mejor aún
dónde está el origen del mal que produce la
Obra.
***
Todavía no hemos ahondado en el significado y el alcance
del daño que la Obra provoca. No, no hemos llegado
al fondo aún. Si esto fuera así, pocas razones
de existir tendría OpusLibros (además de las
funciones de solidaridad, ayuda, que resumió muy poéticamente
Jacinto
hace unos días).
Y pensar «en subir a la superficie» para «matizar»
con el sol y el cielo que la Obra puede contener, no tiene
mucho sentido, al menos desde esta perspectiva, de aclarar
cuál es el perjuicio que la Obra produce.
Puede suceder que las personas que la hayan pasado menos
mal, tiendan, con más facilidad, a hablar bien de la
Obra. Y a la inversa. Lo importante aquí no es lograr
«un equilibrio» sino descubrir hasta dónde
llega el mal que produce la Obra. Esa es la «objetividad»
que necesitamos para conocer la «verdad».
¿Pero la verdad no se completa de lo bueno y lo malo?
Lo que no puede suceder es que lo bueno sea una justificación
de lo malo. La verdad no es «un equilibrio» entre
lo bueno y lo malo.
Todo lo «bueno» de la Obra no nos dice nada acerca
de lo malo de la Obra, al contrario, tiende a camuflarlo,
a encubrirlo. Lo bueno de la Obra «no nos sirve»
para entender el daño que produce. Al contrario, confunde
más.
Y quienes sufrimos menos deberíamos interesarnos por
quienes sufrieron más y no, contrariamente, intentar
«equilibrar» la imagen negativa de la Obra. Se
trata de una solidaridad para con quien más ha sufrido
y ver hasta dónde llega la profundidad del daño
cometido, que también supone la percepción subjetiva
el daño psicológico- de quien sufre el
«daño objetivo».
Ciertamente sería más agradable «quemar»
los recuerdos negativos del pasado y quedarnos sólo
con los buenos recuerdos. Pero eso sólo lo podremos
hacer una vez que quede en claro ese pasado, una vez que la
Obra sea juzgada por sus actos inmorales. Mientras esto no
suceda, nos estamos perjudicando y no estamos siendo solidarios,
además. Nos perjudicamos porque el pasado que quemamos
está sólo «en nuestras mentes»,
porque la Obra «como pasado» sigue viva circulando
libremente. Esa «quema del pasado» es un autoengaño
y lo será mientras la Obra conserve su impunidad.
***
La Opus Dei, corporativamente, tiene una personalidad compulsiva:
seguirá produciendo daño mientras no la frene
alguien, en particular, «la autoridad competente».
Y mientras esto no suceda, que los mismos damnificados hablen
bien de ella, es peligrosísimo. Ayuda al olvido de
«lo malo» y argumenta en favor de la libertad
del «violador», en este caso, del violador de
la intimidad de las personas, del violador de la confianza
que las personas depositaron en la Obra, etc. La figura del
violador es fuerte, pero la Obra comparte esas características
en cuanto a su compulsividad a cometer el mal -repite siempre
las mismas conductas-, en cuanto al daño que produce
-ataca lo más intimo de las personas-, en cuanto a
su apariencia -parece la persona «más buena del
mundo» y nadie puede creer que «sea cierto»
lo que se dice de ella- lo cual hace más peligrosa
aún su peligrosidad, porque su apariencia externa es
la de pura bondad.
Mientras «su encierro» en alguna «cárcel»
no esté asegurado, hablar «bien» de la
Obra por nuestra parte- no tiene sentido, porque no
es «oportuno». No se trata de la «verdad»
en el sentido filosófico. Se trata de «oportunidad»
en el sentido moral.
En su sentido más profundo, para llegar a la verdad
de lo sucedido, es importante el sentido de la oportunidad.
Porque si con el afán de «la verdad» uno
termina contribuyendo a tapar el «pasado malo»,
no se contribuye en nada a la verdad.
Que la «imparcialidad» quede para los historiadores
sobre la Obra, para los «científicos del pasado».
Para nosotros, los testigos del mal que produjo y produce
la Obra, lo importante es señalar el mal que hace la
Obra, que no tiene ninguna justificación.
Por eso, porque no tiene justificación posible, es
importante, y moralmente necesario, plantear ese mal «aislado
de todo bien».
Pues comenzar a «hablar bien» de la Obra puede
-y la Obra lo usará así- implicar una especie
de «justificación» o de intento de «equilibrar
el barco», lo cual es siniestro.
Y la Obra, porque es compulsiva, obsesiva y va sólo
a lo suyo, tomará esa oportunidad para hacer del pasado
un olvido absoluto.
No es «necesario» hablar «también
de lo bueno» de la Obra en estos momentos. ¿Para
qué? ¿Cuál sería el sentido? Esta
es la pregunta. Y la respuesta debe satisfacer la demanda
moral de justicia y verdad sobre los daños producidos
por la Obra.
No se trata de ocultar ninguna verdad: se trata de que no
quede oculto el mal que la Obra hace y ha hecho, al contrario,
que salga a la luz en toda su dimensión.
Sin duda es necesario no exagerar y que el odio no lleve
a deformar el recuerdo de lo sucedido. Es necesario ser lo
más preciso posible para saber lo que pasó en
verdad. Pero la exageración no se evita recordando
«lo bueno» sino profundizando más sobre
lo doloroso.
Cada uno puede recordar aquí su pasado con más
o menos alegría, haciendo un balance más o menos
positivo. Pero no creo que tengamos el «deber moral»
de «equilibrar» lo malo de la Obra con elementos
«buenos» que haya que atribuirle.
Una vez que quede claro todo el mal que ha hecho, no tengo
problemas de comenzar a hablar de lo bueno de la Obra y de
mis propios recuerdos positivos, que los hay y muchos. Pero
mientras eso no suceda, creo que, simplemente, no es oportuno.
Saludos,
E.B.E.
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