UN
EX-NUMERARIO BRASILEÑO
EU, 23 de enero de 2005
En
portugués
Fui miembro del Opus Dei de 1981 a 1998 en la ciudad de São
Paulo, Brasil. Era numerario. Estoy intentando no afectarme
con lo que estoy escribiendo. Pero basta mirar el tiempo invertido
en esa experiencia para ver que pasé MUCHOS años
envuelto en eso. Y eso es fuerte: de los 16 a los 34. Mi juventud
entera...)
Estoy escribiendo porque me doy cuenta de que ahora consigo
hablar del tema. Después de 7 años. Ahora que
tengo 40. Hace 7 años sueño casi todos los días
con mis tiempos allá. Escribo porque quiero hacer lo
que todos los que escriben intentan: curarme a través
de esta catarsis...
Hace 7 años simplemente dejé el centro donde
vivía y nunca más me vi capaz de leer, contactar,
ni hablar siquiera sobre aquellos tiempos, excepto con mi
esposa. Ahora me doy a mi mismo el derecho de hablar sobre
el tema pero sólo una vez.
Me gustaría mucho identificarme y hablar con nombres.
Pero algo me lo está me impidiendo. El hecho es que
a los 16 años entré en la Obra. A los 17 fui
a vivir en el Centro de Estudios (porque ya era universitario).
Mi padre se opuso y estaba recién recuperado de su
segunda operación de corazón. Cuando me fui,
nunca volvió a ser el mismo. Mi hermano siguió
mi ejemplo y salió de casa para vivir su vida. Y el
equilibrio inestable de mi familia se quebró para siempre.
Mi hermana más pequeña creció sin hermanos
a su alrededor.
Mis dos años en Sumaré fueron horribles para
mí, pues me sentía solo. Todo era frío.
Me acuerdo del día en que un sacerdote que vivía
allí me sugirió que me abrigase porque estaba
lívido.
Fui enviado a un centro para jóvenes en la misma ciudad.
Deseaba profundamente ir a otra ciudad, pero era una persona
insegura y tristona. Así que estuve durante 9 años
en ese centro. Pasé de ser el muchacho recién
llegado del Centro de Estudios, al más mayor que tenía
que dar ejemplo. Tuve derecho hasta a una habitación
individual. Pero nunca tuve la oportunidad de ir a otra ciudad,
de ser de alguna forma tenido en cuenta (reconocido).
Más tarde, me enviaron a un centro de gente mayor.
Ahí yo era el más joven. Toda la vivacidad,
vibración y variedad de las personas jóvenes
(adoraba hacer viajes para acampar, caminar en el campo, etc.)
fueron sustituidas por un ambiente de poca convivencia, de
personas medio pasadas. Y de gente rara. También,
muchas veces me sentí bien ayudando otras personas,
me gustaban mucho las idas a aquella escuela de Pedreira,
en el suburbio de la ciudad. En fin, al llegar a un nuevo
centro, en el año de 94, estaba deprimido, triste,
sintiendo que mi vida no tenía mucho sentido. Pero
nunca me permití pensar en la posibilidad de salir
del Opus Dei.
En abril de 94 murió mi padre. En enero me había
cambiado al nuevo centro. Exactamente cuando comenzaba a sentirme
con un mínimo de libertad interior para permitirme
sentimientos verdaderos con relación a él, él
murió. Del corazón. El viernes me había
telefoneado a la empresa y yo le corté, diciendo que
después le llamaría porque estaba ocupado. El
domingo, a la tarde, me llamó el vecino de mis padres
para avisarme. Y yo no había vuelto a ponerme en contacto
con mi padre.
En junio empecé a comentar a los directores del centro
que no conseguía cumplir bien mis obligaciones, las
normas de piedad. Después de algún tiempo, me
diagnosticaron una depresión (quien hablaba conmigo
era médico). Por primera vez encontré la oportunidad
de prestar atención a mis necesidades: tomaba Prozac
y comencé a sentir cosas extrañas. Una especie
de falta de ganas para cumplir mis obligaciones y, al mismo
tiempo, una necesidad de ocuparme de mí mismo. Me acuerdo
que todo comenzó durante la Copa del Mundo. Mi única
motivación estaba en el trabajo. El resto, se mezclaba
en una gran nube gris.
Fui promovido, viajé a Europa para hacer un curso
de inglés. Había aprendido a conducir un coche
hacía poco.
¡Continué tomando fármacos en 94, 95
y 96 y 97! Cuando mi mujer me conoció, algún
tiempo después de salir del Opus Dei, aún tenía
fármacos en mí mundo-inventado, porque el médico
(director) había diagnosticado (juntamente con otro
médico español de la Clínica de Navarra)
que debía tener alguna inestabilidad causada por algún
proceso químico. Me habían dado fármacos
que toman personas con epilepsia.
En diciembre de 1996 fui dimitido de mi trabajo: era visto
como una persona rara y difícil. Después de
tres meses, aparecieron dos oportunidades de empleo. Después
de consultar al director, me decidí por su orientación,
por la oportunidad más interesante: aquella que me
llevaría a viajar varias veces a otro estado.
Durante aquel periodo, recomencé, a los 33 años,
a tener poluciones nocturnas y mis sueños se poblaban
de imágenes sensuales. Como tenía que viajar
varias veces a otro estado, la primera vez me quedé
en un centro, después en un hotel 5 estrellas, junto
con mis compañeros de trabajo. En el tercer viaje,
ya me quedé sin muchos remordimientos en un hotel,
porque lo había hecho anteriormente. Así continué
hasta septiembre. Durante ese periodo, tenía enormes
dificultades para cumplir las normas de piedad. Cuando estaba
en el centro, asistía a misa pero no me confesaba ni
comulgaba.
Algo me sucedía y no conseguía saber lo que
era. Mis dificultades en conectarme de nuevo en aquello que
había sido mi vida durante la fase más adulta,
me sorprendía. Pero aquellas personas aún era
mi familia. En el centro donde vivía, había
una persona con una depresión tan profunda, que se
había vuelto un gordo simpático, pero bastante
ajeno al mundo, no lo bastante para sentir una profunda gratitud
y fidelidad al Opus Dei. A mí me gustaba, porque era
simple. Había otras personas que me gustaba más
o menos.
Creo que mis sentimientos, al no cumplir con las obligaciones,
al ver un programa en la tele del hotel que era erótico,
en fin... al hacer las cosas que me daban la gana... eran
como un niño travieso que, simplemente, no conseguía
controlarse.
Volví de un viaje en septiembre. Me acuerdo que llegué
a la hora de la tertulia de después de la cena en la
que todos charlaban. Antes de cenar yo, el director me llamó
a su habitación y me dijo que, después de discutir
el tema con el director general del Opus Dei en Brasil, habían
decidido dispensarme de la vida de familia. Estaba
causando escándalo al numerario con depresión.
Mi reacción fue muy visceral. Estoy haciendo un esfuerzo
para poder oír mis sentimientos, respetarlos: es raro,
porque parece que estoy aprendiendo a hablar algún
idioma desconocido que es al mismo tiempo familiar.
En aquel preciso momento, la única cosa que pude hacer
después de oír que tenía hasta sábado
(era jueves por la noche) para irme (¿¡para dónde,
si había pasado mi vida entera esquivándome
de mi familia?!), fue simplemente responder que había
entendido. Salí de la habitación con pasos torpes
y un frío intenso dentro de mí.
Estaba simplemente pasmado. En la hora en que más
necesitaba de ayuda, que pedía ayuda con mis propios
actos, era liberado de la vida en familia. ¿Y
para donde iría, después de tantos años
lejos de mi familia? Me sentí profundamente rechazado.
No conseguía pensar en nada a no ser en reunir mis
cosas e irme inmediatamente. He ideé un plan.
El día siguiente, pedí un coche prestado en
la empresa (me lo habían ofrecido un día antes),
llegué al centro a la noche, cuando ya dormían,
teniendo cuidado de dejar el vehículo en un aparcamiento.
Antes de acostarme, junté todas mis cosas, aquellas
que podía cargar. Me levanté a las 5 de la mañana,
llevé para bajo mis cosas, traje el coche del aparcamiento
y me fui.
Me sentía en llena estepa siberiana. Pero sólo
una cosa estaba clara: si aquello no suponía una
alegría y una tristeza para ellos, no lo sería
para mí. Sólo eso. Sin teorías, sin justificaciones
o explicaciones.
La primera noche fue lo más terrible. Me hospedé
en un hotel de viernes a sábado. El sábado por
la noche, fui a casa de mi hermana, muy lejos de la ciudad.
El lunes por la mañana, a 220 km por hora, fui al trabajo
y conseguí que me enviaran a otro estado. Una secuencia
de hechos me colocaron en Estados Unidos una semana después,
por un periodo de 1 mes. A continuación, fui invitado
a trabajar en otro estado y mi vida tomó su rumbo.
Nunca hablé a mi familia de que me había ido.
Como dije, he soñado con mis tiempos allí casi
todos los días. Siempre quise que mi desarrollo profesional
no tuviera ninguna vinculación con el Opus Dei. De
ahí que, ni necesité alejarme de personas en
mi día a día. Como odiaba cierto lenguaje interno,
las jergas y el espíritu de grupito, no fue difícil
purgar mi vocabulario de los términos poco usuales
que usábamos dentro. Fui a misa por un tiempo, cada
vez con menos frecuencia. Actualmente, simplemente existo,
sin existencialismo. Aguardo el momento en que esté
dispuesto a lidiar con mi espiritualidad de nuevo.
¿Qué es lo que quiero? Simplemente deseo vivir
y ser feliz. Dije, al comienzo, que éste sería
mi único escrito. Pero, al escribir este relato, me
he dado cuenta de que voy a necesitar expresarme algunas veces
más, hasta que está cerca de separar esta piel
que todavía está presa en mí. Querría
ser feliz, vivir mi vida. Y es eso lo que estoy intentando.
Aprendiendo sentimientos que no experimenté, conviviendo
con personas que no se permitía conocer, disfrutando
de ellas, disfrutando de mí.
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