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LA CONTRADICCION DE ESCRIVÁ

Enviado por F.J. el 20 de agosto de 2003

 

Me parece que Escrivá es un personaje muy difícil de analizar y por consiguiente su obra, que no es otra cosa, a mi juicio, que el resultado de lo que creyó, pensó y dictó.

Hace ya algunos años, mientras aún estaba en el Opus, comencé algunos análisis por mi cuenta que posteriormente abandoné al encontrarme solo y aislado después de mi salida, pensando que no interesaban a nadie salvo a mí, pero también por las dificultades que me sobrepasaron ampliamente. Actualmente estoy planteándome retomarlos, por si a alguien más capacitado que yo le puede sugerir alguna línea de estudio fructífera, a la vista de esta magnífica Web, y en especial después de leer mensajes como el de nuestra amiga Flavia del 10-7-2003 que, entre otras cosas, decía: “A mí me gustaría llegar, si no a la verdad completa sí a la mayor claridad, y para eso hay que pensar y analizar, ni simplificar ni disgregar perpetuamente en anécdota”, y acaba su escrito diciendo: “Los ex miembros podemos dar muchas respuestas... si queremos”.

Por si te sirve, ahí va un resumen de las reflexiones, a modo de ensayo, que hice en su día sobre lo que preguntas:

Vaya por delante que tengo la persuasión de que Escrivá no era un malvado, que en conciencia no pretendía engañar a nadie, que realmente creía en lo que decía, y que a pesar de sus defectos no discuto su santidad. Sin embargo, como bien sabemos, el obrar en conciencia exime de culpa moral pero no garantiza que los pensamientos y actos se correspondan con la realidad o la verdad y, consecuentemente, puede ser perfectamente compatible ser un santo y, a la vez, cometer grandes tropelías. Precisamente la crítica, comenzando por la de uno mismo, puede ser el agente moderador de la limitación humana, y además permite intentar explicar las contradicciones, aunque no siempre se tenga éxito.

A mi modo de ver, Escrivá fue un maestro en el dudoso arte de la confusión entre aquellos viejos términos que se nos enseñaban: conciencia recta / conciencia cierta, y es muy posible que los niveles más profundos de su conciencia, a los que, con toda probabilidad, no podía acceder, le provocaran frecuentes sentimientos de culpabilidad, que le conducían a proclamarse pecador con verdadera convicción.

Escrivá debió ser soberbio y vanidoso, y posiblemente su lucha por ser humilde haya tenido su peso en los procesos de beatificación / canonización. Pero la lucha no es triunfo necesariamente, y mucho menos en la humildad. Zaherirse con sus autoflajelantes epítetos revelaría lo del refrán: “dime de lo que presumes y te diré de lo que careces”.

Pero como todo lo de este hombre es complicado, entre otras muchas cosas por su retórica equívoca, no me parece suficiente el refrán y creo que hay que recurrir a lo que quizá Escrivá ya descubrió en su adolescencia: la instrumentalización, esto es: utilizar algo o a alguien como instrumento para conseguir un fin. A mi juicio se trata de un aspecto de capital importancia a la hora de intentar entender al fundador y a su fundación, y merecedor, por si solo, de un estudio profundo.

Pienso que, bajo su óptica peculiar, ser un instrumento inepto y sordo en las manos de Dios para fundar el Opus Dei, de ninguna manera podía ser un menosprecio o ninguneo de sí mismo, sino todo lo contrario; baste recordar que en otras ocasiones decía cosas como: "¡en mi vida he conocido a muchos papas pero ¿a fundadores...?!". Podría haber dicho perfectamente que el era un instrumento en las manos de Dios y punto, pero lo que decía de más este hombre no solía ser gratuito, porque con su retórica persuasiva e instrumentalizadora rentabilizaba aparentes obviedades. En este caso, desde su punto de vista, era obvio que, no solo él, sino cualquier ser humano es inepto y sordo sirviendo a Dios, y esto conduce a otro refrán: “En el país de los ciegos el tuerto es el rey”.

Sin embargo, para sus incondicionales, incapaces de pensar en segundas intenciones y menos aún en terceras, que no por escapar, posiblemente, al análisis del propio Escrivá, dejaban de actuar sobre su voluntad, el mensaje simple que percibían era el de un hombre humilde que tenía el valor de declarar su pequeñez, y ello estimulaba aún más su alabanza y veneración. Quizá no se pueda llegar a saber todo lo que pensaba y sentía Escrivá sobre esas posibles intenciones distintas de la de su profesión de humildad, pero si se pueden valorar las ventajas, nada desdeñables, de haber añadido esos epítetos:

1.- Subrayaban el origen divino de su obra sacralizándola, por haber salido tan estupenda contando Dios únicamente con un instrumento inepto y sordo como Escrivá.

2.- De paso también él quedaba sacralizado, legitimando aún más su papel de mediador entre Dios y sus correligionarios, en especial aquellos que no creyeran literalmente sus autodescalificaciones. Los problemas de conciencia los tendría bien resueltos mediante el famoso mecanismo de la rectificación de intención: vería necesaria la sacralización de la fundación y exaltación del fundador, pero declinaría ambas cosas sobre su persona.

3.- Tales epítetos conjuraban eficazmente cualquier pretensión que surgiera en el presente o en el futuro de modificar sustancialmente su obra porque, si Dios había contado con alguien tan inepto y sordo, estaba claro que era divina, y entonces ¿quién podía atreverse a enmendar a Dios?. Si hubiera dado a entender que su obra era más bien humana, siempre habría alguien que se creyera más listo y con mejor oído que Escrivá.

4.- Finalmente, si las cosas no salían tan bien como él esperaba, los epítetos serían una buena excusa para justificar los descalabros, porque siempre se podría decir que reconoció humildemente sus limitaciones.

Si estas explicaciones las hubiera pensado fríamente nuestro hombre, parece que su santidad podría quedar en entredicho. Pero no, es casi seguro que en Escrivá, como ser humano que era, era perfectamente posible proceder así, pero sin percatarse de todos y cada uno de los pensamientos y sentimientos implicados, sino solo de los aspectos que juzgaba positivos. De todas formas, el “tufillo” de vanidad y soberbia que de vez en cuando percibiría, justifica bastante bien que insistiera tanto en proclamarse pecador.

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