CÓMO
LA OBRA HACE SUFRIR A LAS FAMILIAS
MARYPT, marzo de 2005
El texto original
en portugués
-Dedicatoria
I. El sufrimiento de las
familias
II. La contradicción en
las relaciones entre hermanos de sangre que pertenecen
a la Obra
III. Familias, numerarias y directoras
IV. Familias, supernumerarias y directoras
Dedicatoria del texto
Recientemente surgieron diversos testimonios que me llevan
a volver a escribir en la web sobre mi experiencia de supernumeraria
en el Opus Dei:
· Antes de nada, el diálogo que mantengo
por email con Jacinto Choza constituye para mi una oportunidad
muy especial de reflejar y profundizar los grandes temas
de mi vida;
· Después, el hecho de, a través de
opuslibros, haberme reencontrado con una antigua
amiga que vive en otro país y que dejó la
Obra después de mucho sufrimiento;
· Por fin, la toma de conciencia de que me ayuda
continuar ligada a la web, a pesar de sentir, sin ninguna
duda, que todos los defectos que encuentro en la Obra en
nada afectan a mi fe cristiana, a mi amor a la Iglesia y
al Papa, que se mantienen intactos dentro de mí (ver
texto de 26 de enero de 2005)
Así, quería dedicar este texto a mis amigos
Jacinto Choza y Tlin.
Y, al escribir, acompaño hoy, día 25 de febrero,
el sufrimiento de nuestro querido Papa Juan Pablo II,
internado en la Clínica Gemelli. Mi pensamiento y mi
corazón están dirigidos a ese hospital de Roma,
para la persona de Karol Woytila, don maravilloso que Dios
dio a su Iglesia, hace casi tres décadas. Que la protección
de María, Nuestra Madre, acompañe al Santo Padre,
que a Ella le confió siempre su vida.
I- El sufrimiento de las familias.
1.En muchos testimonios de numerarias y numerarios se hace
referencia al sufrimiento que el alejamiento de las familias
causò a los padres y hermanos. Quería aquí
referirme a ese sufrimiento pero en la perspectiva de la
familia que es abandonada. En verdad viví intensamente
esa situación a causa de mi hermana numeraria y asistí
a lo que le pasó a otras muchas familias en las que
pitaron uno o más hijos como numerarios.
Fueron años muy difíciles... Había muchos
adolescentes y jóvenes como yo que frecuentábamos
los clubes de la Obra que se destinaban a estudiantes de enseñanza
secundaria, de los 10 años a los 17. Nos gustaba el
ambiente que encontrábamos allí, en especial
el hecho de cantar y tocar la guitarra a todas horas. Y nos
gustaban las excursiones que se hacían, las convivencias
fuera de la ciudad, la atención de las monitoras
mayores......
Y, poco a poco, íbamos siendo pescadas
en esa red... Par mí, comenzó con una amiga
de la infancia que después de haber cumplido 14 años
se volvió un poco extraña, porque ya no hablaba
libremente con nosotros, ni se reía o hacía
bromas; pasaba el tiempo en ir al club, pero no se quedaba
en la zona de las actividades, traspasaba las puertas prohibidas.
Dejó de acompañarnos a los encuentros fuera
del centro, casi no la encontrábamos en casa de sus
padres y sabíamos que estos estaban enfadados por las
actitudes que ella tenía: rechazaba ir a fiestas de
aniversarios, a visitar a sus tíos y abuelos, a acompañar
a sus padres en las fiestas, etc.
Esta amiga a la que llamaré Margarita
fue la primera de muchas que perdí... hasta hoy, pues
continúa en la Obra y, aunque conversamos de vez en
cuando, nunca más volvimos a tener la intimidad de
nuestra infancia.
Después llegó el año en el que también
yo y muchas de mis amigas y compañeras de colegio que
íbamos al club cumplimos los 14 años; aquellas
que se hicieron supernumerarias continuaron siendo amigas
unas de otras. Pero las que pitaron de numerarias pasaron
para el lado de allá: siempre vestidas
de modo muy formal, siempre detrás de las directoras
y de las numeráis mayores, siempre ocupadas con cosas
del centro, siempre sin tiempo para estudiar juntas, festejar
un aniversario, ir al cine..... Allí iban casi todos
los días al centro: por la mañana muy temprano,
antes de las clases, para asistir a la misa y a la meditación;
por la tarde para hacer encargos materiales, como encerar
los bancos del oratorio o arreglar los armarios de productos
de limpieza... No sé cuándo estudiaban o hacían
cualquier otra cosa normal para los 15 ó
16 años que tenían.
Y, de repente, saltaba un escándalo en alguna familia:
¡Isabel o Rita o Francisca les decían a sus padres
que se iban a vivir al club! A los padres les entraba el pánico:
¿Vivir en el club? Pero ¿con quién y
por qué? Y sólo en ese momento
surgía la revelación: padre, madre, es que yo
pertenezco al Opus Dei y me comprometí a dedicarme
a Dios (a través de la Obra) para siempre. ¡
El padre gritando! ¡ La madre llorando! ¡Los hermanos
asustados!
2. Asistí a esto en mi propia familia porque mi hermana
más joven fue pescada tan pronto que tuvo
que esperar casi un año para llegar a los catorce años
y medio y poder pitar. Su vida se desarrolló
del siguiente modo:
· A los 10 años estaba comenzando la enseñanza
secundaria y empezó a ir por el club;
· A los 11/12 años, como ya era muy alta
de estatura, la dejaron pasar al grupo de las que tenían
13/14 años y pasó a recibir la formación
religiosa como si tuviese dos años más de
los que en realidad tenía;
· Hizo su primer retiro anual (de silencio absoluto)
con 12 años;
· Y con 13 hizo su segundo retiro anual y pasó
a tener un retiro mensual y círculos de San Rafael;
· A los 14 años recién cumplidos participó
en el viaje a Roma en Pascua y la llevaron a la tertulia
con el Padre para personas de Casa porque ya estaba muy
encajada;
· El día en que hizo los 14 años y
medio, allá fue para el centro muy de mañana.....
y listo, se comprometió a una vida de dedicación
plena como numeraria del Opus Dei, ¡¡¡después
de este recorrido de tan grande maduración!!!
De la familia, sólo yo sabía lo que pasaba.
¿Pero qué podía hacer si yo misma era
supernumeraria y poco más sabía yo que ella?
Mis padres vivían en una inocencia total considerando
que sólo estábamos recibiendo en el club de
la Obra una formación cristiana que completaba aquello
que vivíamos en casa...
Cuando, a los dieciséis años, mi hermana les
dijo a nuestros padres que quería irse a vivir al centro,
el mundo se desplomó. ¿Cómo
era posible que hubiese asumido compromisos serios sin el
conocimiento de sus padres? ¿Cómo pretendía,
siendo menor de edad, abandonar la casa de sus padres?¿Cómo
pensaba que se iba a mantener si no tenía ningunos
ingresos? ¿ O qué iba a hacer con sus estudios
si aun no había terminado la enseñanza secundaria?
¡ Un sinnúmero de angustias brotaban de los corazones
de unos padres dedicados!
3. Al contrario de muchos otros padres que acabaron por ceder,
nuestros padres, o mejor, nuestra madre, ¡no cedió!
Comenzó un nuevo calvario:
· Discusiones diarias con mi hermana, con muchos
llantos por todas partes;
· Idas de nuestra madre para hablar con la directora
del centro, con la responsable de la asesoría y hasta
con el consiliario regional. Mis padres removieron todas
las aguas, incluyendo las de los medios eclesiásticos.
Sacerdotes diocesanos y hasta algunos obispos asistían
impotentes a las quejas de decenas de padres que sentían
que sus hijos estaban siendo raptados por una secta.
Las situaciones eran tanto más dolorosas cuanto que
pasaban en el seno de familias tradicionalmente católicas
que, en su mayoría, verían con buenos ojos que
surgieran vocaciones especiales en sus hijos.
Pero no de esta forma: a escondidas de los padres y manipulando
las mentes simples de adolescentes de 12, 13, 14 ó
15 años, para asumir compromisos para los cuales no
estaban mínimamente preparadas ( ¡y de los cuales
tenían un conocimiento muy limitado!)
4. Fueron años muy difíciles, llenos de contradicciones
dentro de las familias: a veces uno de los hijos se dedicaba
al Opus Dei, mientras otros se apartaban totalmente de la
práctica religiosa y se metían en aventuras.
Personalmente también sufrí y lloré
muchísimo, porque quería ayudar a que las dos
partes (padres y hermana) se entendiesen. Encontraba que mis
padres tenían toda la razón en cuanto a la necesidad
de mi hermana de crecer y sólo después tomar
decisiones tan drásticas. Más bien sabía
que la tenían enganchada por todos lados
en una red apretadísima: aquella que pasa por el control
de la mente y de la conciencia humanas. Ella continuaba físicamente
con nosotros, pero era sólo una apariencia, porque
en su interior ya no era parte de la familia...
Años después, cuando ella estaba en la mitad
de sus estudios universitarios, mis padres aceptaron por fin
que fuese a vivir a un centro de la Obra (que entonces ya
era Centro de Estudios). Para nosotros, hermanos, acabó
por ser un cierto alivio. Por lo menos disminuyeron las escenas
de discusiones, porque viviendo en nuestra casa
ya no quería acompañar a la familia en nada:
en las fiestas, en los fines de semana... ¡Todo el tiempo,
anhelos y dedicación pertenecían hacía
mucho tiempo al Opus Dei!
Sentí siempre que perdí a mi hermana
el día que ella pitó. Nunca más volvió
a ser la misma. Y tengo una tristeza profunda por el hecho
de no haber sido posible que ella creciese y se desenvolviese
por sí misma, sin la presión continua de la
Obra.
Después en la vida adulta, los conflictos con la familia
se fueron atenuando, pero quedó siempre un dolor y
una interrogación: ¿ Por qué tendría
que ser así? ¿Qué derecho tenía
la Obra de captar tan pronto (en la práctica
a partir de los 12 años) a mi hermana y de bloquear
la natural evolución de una adolescente que no tuvo
adolescencia, de una joven que no tuvo juventud... Mirando
ahora hacia atrás, con la perspectiva que me da la
experiencia de la vida y, sobre todo, la experiencia de madre,
puedo afirmar que la Obra forzó a mi hermana a pasar
directamente de la infancia a la edad adulta.
5. Los hechos secundarios negativos fueron inmensos en términos
sociológicos. Los clubes de la Obra dejaron
de ser vistos como un lugar normal de formación de
la juventud y se ganaron una fama terrible en los medios católicos,
pasando muchas familias a apartar a sus hijos de sus actividades.
Se verificó otro fenómeno curioso: en una familia
de varios hermanos (tres, cinco, siete) podía pitar
el primero y, eventualmente, el segundo; pero, a partir de
ahí, ¡los demás huían de la Obra
con el recelo de ser captados como los hermanos!
Todavía hoy es muy elevado el número de familias
en que se dio esta división pro y contra la Obra. División
que a la vuelta de diez, veinte o más años,
aún no está curada.....
Algunos de esos numerarios y numerarias tan jóvenes
no permanecieron en la Obra mucho tiempo; creo, sin embargo,
que la mayoría continúa en el O.D. Algunos fueron
enviados a países distantes ( fundamentalmente africanos)
para comenzar la labor; otros fueron ordenados
sacerdotes......
Pero siempre se mantuvo la separación de la Obra con
relación al resto de la Iglesia, al común
de los creyentes de las parroquias, de las actividades socio-caritativas,
etc. No es exageración afirmar que donde la Obra
se encuentra presente, hay siempre división en la Iglesia.
II La contradicción
en las relaciones entre hermanos de sangre que
pertenecen a la Obra
1. No sé si este tema ha sido tratado tratado ya alguna
vez en la web: el tipo de relaciones que se establecen entre
hermanos "de sangre" que simultáneamente
pertenecen a la Obra, como sucedió conmigo y con mi
hermana.
Claro que no se pueden hacer generalizaciones a todos los
casos a partir de mi experiencia personal; pero pienso que
deben existir bastantes semejanzas.
- Sobre todo, esas semejanzas son el resultado de la vigencia
de la regla de que no haya comunicación íntima
entre los miembros de la Obra (tan bien explicada en el
reciente escrito
de Elías);
- Esta regla también se aplica a las personas que
son parientes entre sí, volviéndose las relaciones
entre ellas algo extrañas y superficiales;
- En la práctica se tiende a fingir que no nos conocemos
tan bien como de hecho nos conocemos; que no tenemos una
historia común que de hecho tenemos:
- Esto es lo que sucedía cuando estábamos
juntas en un ambiente de la Obra; pero sucedía también
a la inversa: estando juntas en un ambiente familiar. Ahí
parece que podríamos ser más naturales, más
"nosotras mismas"; pero sólo hasta cierto
punto, porque nos sentíamos como que nos vigilábamos
la una a la otra. Por lo menos, yo me sentía vigilada
por mi hermana: ¿habré dicho alguna cosa inconveniente?
¿Será que se estará fijando si yo tengo
un perfil correcto en cuanto miembro del Opus Dei?
2. Todo eso quita naturalidad y espontaneidad. Somos doblemente
hermanas, pero no se sabe cuál de los dos tipos de
fraternidad debe prevalecer, porque las reglas son diferentes
para la fraternidad natural y para la fraternidad espiritual.
Era todavía más complejo: realmente, para mi
hermana numeraria, la "fraternidad espiritual" debía
prevalecer; para mí, la fraternidad natural más
que prevalecer, era la única que yo sabía vivir
con mi hermana...
Pero, como para vivir una relación son necesarias
dos personas que sintonicen en la misma onda, entonces -como
he escrito anteriormente-, en la práctica yo había
perdido a mi hermana desde el día que pitó.
3. Las circunstancias de la vida se encargaron de confirmar
esta percepción, a veces de manera muy dolorosa: en
casi todos los momentos importantes de mi vida personal, tuve
que soportar alguna "espina" clavada por mi hermana.
En la ceremonia de final de mi curso, no pudo estar presente
porque estaba muy ocupada con cualquier cosa de la Obra; en
el día en que mi familia y la familia de mi novio se
conocieron, ella estaba a pocos kilómetros de distancia,
pero no podía interrumpir el curso anual para reunirse
con nosotros; en una fiesta para la que le pedí prestada
una prenda porque no la conseguía encontrar en las
tiendas y la necesitaba, me dijo -después de consultar
a la directora- que no podía prestármela "porque
nada de lo tenía le pertenecía", etc. etc.
También me dijo, tuvo el cuidado de recordarme que
-siendo yo también de la Obra-, debía comprender
mejor que nadie las características específicas
de su vocación y ser la primera en no ocasionar problemas.
Y yo procuraba hacerlo, pero muchas veces, dolida hasta lo
más profundo de mí misma, porque el "desprendimiento"
que mi hermana tenía que vivir en relación con
la familia de sangre, se convertía en comportamientos
de total insensibilidad. Lo más cruel de esos comportamientos
fue el hecho de, con ocasión del nacimiento de mi primer
hijo -y viviendo en la misma ciudad-, fue la única
persona próxima que no fue a visitarme a la clínica;
con el siguiente agravante: me telefoneó, me dijo que
había pasado cerca pero que no había tenido
tiempo para entrar y que iría a mi casa cuando pudiese...
¡Lo que sucedió casi dos semanas después!.
Mi tristeza fue muy grande: ¡¿cómo era
posible que mi propia hermana no percibiera que yo estaba
viviendo uno de los momentos más importantes de la
vida, el nacimiento de mi primer hijo?! ¡¿Y que
apareciera en casa como si se tratara sólo de ver la
nueva decoración del salón o unas fotografías
de un viaje?!
Ah! Y además, se suponía que yo pondría
"buena cara" y no mostrase a mi marido y, sobre
todo a nuestros padres, mi decepción.
Con el paso del tiempo, le perdoné esta inconcebible
actitud, no porque se hubiera arrepentido, sino porque me
di cuenta tristemente, de que se había vuelto incapaz
de entender ¡los sentimientos más naturales de
las personas!
4. Muchas veces me preocupé, y continuo preocupándome,
cómo puede mi hermana hacer "labor de S. Gabriel",
atender a supernumerarias casadas y con hijos, darles consejos
de vida espiritual e indicaciones de todo tipo... ¡si
ella no entiende la vida familiar de los propios hermanos!
En las reuniones de familia eran frecuentes las discusiones
a propósito de múltiples temas, de más
o menos importancia:
- Poder o no frecuentar la playa "x";
- Poder o no poder ver tal película o tal libro;
- Etc., etc.
Se volvía ridículo porque -siendo yo y la mayoría
de los miembros de nuestra familia católicos coherentes
con la fe cristiana- la defensa de la ortodoxia hecha por
ella sonaba a falso, a que no tenía experiencia real
de la vida, sino que repetía fórmulas que aprendía
en la vida de inmersión que llevaba en la Obra.
Muchas veces pensaba para mí: ¿cuándo
comenzará a pensar con su propia cabeza?
5. Paradójicamente, parecía que las mayores
discusiones se daban precisamente conmigo. Pienso que la justificación
residía en el hecho de, en el fondo, creer que yo debía
de ser la última persona que podía discrepar
de su opinión dogmática incluso cuando los temas
de conversación incidían en el matrimonio, hijos,
educación...
No se piense que discutíamos cuestiones complejas
como el divorcio, el control de la natalidad o afines. ¡Nada
de eso! Apenas surgía, por ejemplo, una conversación
en la que se hablaba de una persona conocida que tenía
dificultades para quedarse embarazada. Si yo decía:
-Pues, tener el primer hijo con más de 40 años
no es fácil, se corren más riesgos...
Tenía como respuesta de mi hermana:
- ¿Qué riesgos?
Yo le explicaba:
-Bueno, como debes saber, hay más riesgos para
la madre y sobretodo riesgos de tener una criatura deficiente.
Surgía la respuesta radical de "doña verdad":
-No veo cuál es el problema; si la madre muere,
¡va directa al cielo pues muere por una causa noble!;
y si el hijo nace deficiente, ¡se debe aceptar como
una bendición de Dios!
En ese momento, yo perdía la paciencia y le decía:
esos son principios morales abstractos; no resuelven en
nada el sufrimiento concreto de las personas. Si me sucediese
algo así (tener un hijo deficiente) le pediría
a Dios que me ayudase a aceptar la situación. ¡Pero
tú no puedes siquiera imaginar el dolor de los padres
de un hijo deficiente!
En fin, en lugar de una hermana, tenía una ¡¡¡"cartilla
moral ambulante!!!
6. Curiosamente, después de dejar yo la Obra, se volvió
más comprensiva y tolerante, Parece que empezó
a mirarme como su hermana "de carne y hueso" y no
como una "hermana espiritual" como los demás
miembros de la Obra.
Es cierto que también, con el paso de los años,
se acercó más a la familia "de sangre":
padres, hermanos, sobrinos, tíos y otros parientes.
Pero para eso fue decisivo que -por motivos profesionales-,
continuara viviendo en la misma ciudad. Muchas otras familias
con hijos numerarios/as no tuvieron la misma suerte: los hijos
e hijas fueron enviados a otras ciudades y a otros países;
y entonces, todos los motivos son buenos
para no
visitar a la familia; o, lo que es peor, para no estar
disponible para ver a la familia que se desplazó a
propósito para verles. Son innumerables los relatos
de sufrimiento de padres de amigas mías. Un caso real:
"fuimos a Castelgandolfo para podernos ver después
de dos años que está en el Colegio Romano y
sólo "la dejaron libre" el tiempo suficiente
para comer con nosotros. Después, ¡regresamos
a Roma y nos volvimos a Portugal!"
Este conflicto acerca del tiempo que los numerarios/numerarias
disponen para dedicar a sus familias es uno de los principales
motivos de conflicto que permanece a lo largo de años
y años:
- Al respecto de la noche y el día de Navidad;
- A propósito del día del Padre que se celebra
entre nosotros... no el día de S. José, o
sea, el 19 de marzo;
- En los días de los cumpleaños de los padres;
Y claro, los conflictos causados por el rechazo a participar
en las fiestas de familia: sobre todo, en las bodas, fiestas
"peligrosísimas" donde la vocación
al celibato puede ser fuertemente debilitada sólo por
mirar a unos novios encantados el uno con el otro. Pero también
los simples bautizos de los sobrinos o la conmemoración
de un evento académico, o... ¡cualquier otra
circunstancia "normal" de una familia "normal"
de personas "normales" que viven en un "mundo
normal"!
Por encima de todo, lo que -hasta hoy- todavía no
he conseguido aceptar, no han sido tanto las decisiones de
mi hermana de no estar presente, o de ser la última
en llegar y la primera en irse... Lo que más
me duele, es la actitud de distanciamiento, de frialdad, con
que eso se hace. No conozco ninguna otra entidad que no sea
el Opus Dei, que haga como que sus miembros se comporten para
con sus propias familias en una paradoja afectiva: nos hacen
siempre un enorme favor en participar en nuestros eventos
familiares, por lo que les debemos estar muy agradecidos,
porque por su actitud, muestran que no nos echan de menos;
somos nosotros, pobres de espíritu, los que les echamos
de menos. Este patrón se repite con una semejanza
que asusta, de familia en familia.
Naturalmente que, después de tantos años, ya
no es a mi hermana a la que culpabilizo, sino a la Obra: ¿qué
esfuerzo no habrá tenido que hacer mi hermana para
adquirir ese "caparazón" de indiferencia
que no le permite mostrar sus sentimientos? ¿Qué
técnicas de "vaciamiento de mente y de corazón"
habrá utilizado la Obra para que alguien que nació
y vivió en el seno de una familia maravillosa, se comporte
como una "persona extraña" que viene de visita?
7. Cuando supo que yo no iba a renovar mi pertenencia a la
Obra en un 19 de marzo ya lejano... mi hermana, por primera
vez en muchos años, mostró sus sentimientos
de gran tristeza y decepción. ¡Ella lloró
por ese motivo y yo lloré por ella! Y sufrí
por saber que no era posible que entendiese que mi decisión
fue tomada con toda la libertad y serenidad, siguiendo mi
conciencia ¡y apoyándome en la fuerza de la fe
en Dios!
Y, al sentir un enorme alivio por dejar el Opus Dei, tuve
que soportar de nuevo esta "espina": ¡la incomprensión
de mi hermana! Al mismo tiempo que estaba segura de haber
tomado la decisión correcta, me revolvía una
vez más contra la institución que -no se limitaba
a "robarme" una hermana antes de haber terminado
su infancia- además le había hecho tal "lavado
de cerebro" que, genuinamente, ella consideraba que salir
de la Obra era un acto gravísimo... ¡¡aún
más grave que perder la fe!! Y así, la misma
institución, me "robó" nuevamente
el afecto de mi hermana.
Con tiempo, con paciencia, con oración confiada a Dios
que puede curar todos los corazones heridos... nuestras relaciones
fraternas están mejorando. Tengo la esperanza de que
llegará el día en que el Opus Dei dejará
de ser un obstáculo entre nosotras y volveremos a ser
sólo nosotras mismas, juntas, delante de Dios, nuestro
Padre!.
III - Familias, numerarias y directoras
1. Las familias donde existe una numeraria (lo mismo
sucederá en las familias de numerarios), tienen que
aprender a vivir "para bien o para mal" con la presencia
oculta pero continua de las "directoras de esa numeraria".
Si la numeraria todavía es muy joven y vive en casa
de los padres, la interferencia en la vida familiar de, por
lo menos una directora, es diaria, porque la joven numeraria
tendrá que "consultar", esto es, tendrás
que pedir autorización por todo y por nada;
- La familia va a pasar el fin de semana al campo; la numeraria
telefonea al centro para preguntar qué debe hacer;
invariablemente la respuesta será que se debe quedar
en la ciudad para participar en alguna actividad de formación
o de apostolado;
- La numeraria les dice a los padres que no piensa acompañarlos,
intentando mostrar que se trata de su propia voluntad. Los
padres contrariados, insisten y la hija admite que "ha
optado" por hacer lo que la directora le ha indicado;
o sea, que es está "controlada a distancia";
- Durante los días de diario, las cosas no son muy
diferentes: cuando terminan las clases, la numeraria va
al centro de la Obra; telefonea desde allí para decir
que se queda a cenar. Cuando el padre llega a casa se pone
hecho una "furia" y va a recogerla en el coche
"porque no son horas para que ande sola en los transportes
públicos";
- Ya en casa, la hija promete que no sucederá lo
mismo al día siguiente;
- Al día siguiente se queda en casa, pero con el
encargo de hablar a todas las amigas para que vayan a la
meditación del próximo sábado; entonces
ocupa el teléfono de la casa e intenta hablar sin
que los padres y hermanos se den cuenta de que va a "abrasar"
a las amigas para que acudan a las actividades de la Obra;
- Cuando acaba de las llamadas, es la directora del centro
la que le telefonea a ella para decirle que el día
siguiente no debe faltar a la meditación porque ese
día es fiesta de la Obra;
- Para cumplir el mandato, la joven numeraria tiene que
levantarse dos horas antes de lo habitual y salir de casa
casi a escondidas; después de la meditación
y de la misa, se irá a clase, con mucho sueño...
- Los padres, en casa, intentan adivinar a qué hora
se habrá ido y se preocupan con la falta de descanso
y con la "exageración" de toda una vida;
Y esto sucede durante un mes, dos meses, doce meses, hasta
que un día, finalmente, se va a vivir a un centro.
2. Ahora la numeraria ya está "del lado
de allá". Para verla, la familia tiene que contar
nuevamente con la omnipresencia de las directora, La hija
dijo que iría a comer con sus padres y hermanos el
domingo; la madre ha telefoneado tres veces para saber cuál
es la respuesta; le contesta simplemente: "tengo que
ver"; lo que significa, "tengo que consultar con
la directora", lo que es igual a "tengo que pedir
autorización".
Finalmente, el sábado por la noche, la joven numeraria
telefonea para decir que, al final, no podrá ir a casa...
Los padres no se conforman y vuelven a insistir el domingo
por la mañana, exigiendo hablar por teléfono
con la directora. La directora acepta "dialogar"
y, después de un diálogo bien amargo, acaba
por "autorizar" a la numeraria a que vaya a comer
a casa de los padres.
Al ir a comer, la numeraria aprovecha para pedir dinero para
pagar el curso anual (el coste se aproxima al de un hotel).
Los padres responden negativamente porque ella se fue de casa
contra la voluntad de ellos; los ánimos se exaltan,
la hija empieza a llorar en cuanto los hermanos pequeños
se asustan por el hecho de de que la hermana "está
haciendo daño a mamá" y "ya no quiere
vivir en casa". Esto se repite casi todas las semanas,
casi todos los meses, hasta que la numeraria consigue su autonomía
económica.
3. En ese momento, finalizados los estudios universitarios
y el centro de estudios, las directoras deciden enviarla a
otra ciudad. La numeraria se lo comunica a los padres, los
que le preguntan cómo va a sobrevivir en esa nueva
ciudad; ella responde que va a dar clases de secundaria...
Los padres se quedan espantados, porque la hija siempre les
había dicho que no quería ser profesora. La
numeraria les dice que ha cambiado de ideas (léase,
"las directoras le dijeron que debía hacerlo porque
así entraría en contacto con chicas jóvenes
con las que podría hacer apostolado"). Pero nunca
dará a entender que la indicación fue exterior
a su voluntad. La numeraria debe hacer suyas las instrucciones
de la directora, de tal modo que pasa a ser un "alter
ego" de la directora.
4. Una vez lejos de la familia, será todavía
más difícil conseguir que vuelva a casa de los
padres. Estará siempre ocupadísima; y las vacaciones
las utilizará para el curso anual en una de las casas
de retiros de la Obra.
Con suerte, cuando viaje de un sitio a otro, podrá
ver a los padres durante unas breves horas. Con suerte, eso
podrá suceder una vez al año... Mientras, escribirá
una carta de vez en cuando y, al principio, sólo hablará
por teléfono sin son los padres los que telefonean...
"porque la Obra es una familia numerosa y pobre"
y por eso no se usa el teléfono... Esta regla podrá
ser hoy un poco menos rígida pero, básicamente,
continua en vigor, ya que si se hacen las cuentas, telefonear
a los padres cuesta más que una carta, un sobre o un
sello de correo...
Los padre se van conformando... Cuando toman la iniciativa
de telefonear, siempre corren algún riesgo: del otro
lado responden cortésmente que la hija está
"ocupada en una reunión"; dos horas después,
responden que está cenando y no se le puede interrumpir.
Entonces, el padre pierde la paciencia y exige hablar con
la directora del centro a la que le recuerda su derecho a
hablar con su hija ¡cuando lo crea conveniente!
Al apercibirse de la "oposición que los padres
hacen a la Obra", la directora del nuevo centro va cediendo
un poco y dejando que la numeraria se levante de la tertulia
o que se retrase en el examen de conciencia en el oratorio.
5. A veces surgen situaciones especiales en la vida
de una numeraria o en la de su familia. Entonces aumentan
también las intromisiones de las directoras. Relato
algunos casos a los que asistí personalmente:
-Una numeraria tuvo que ser internada con urgencia en un
hospital y someterse a una operación muy delicada;
la directora del centro se responsabilizó de todo
y fue dando información a los padres. Estos, lógicamente,
estaban muy preocupados y querían hablar personalmente
con el médico, pero nunca lo consiguieron porque
la directora se encargaba de impedirlo... Como estaba permitido
que se quedara alguien a dormir en el hospital, la pobre
madre intentó por todos los medios quedarse ella
a acompañar a su hija. La directora le dijo que sí,
pero sólo la primera noche. Después serían
sus hermanas de la Obra quienes la acompañarían...
El problema es que estas "hermanas espirituales"
apenas una conocía a la numeraria hacía más
de un año; las otras eran casi desconocidas para
la numeraria, la cual, estando sufriendo muchísimo,
acabó por pedir que dejasen a su madre que se quedara
con ella todas las noches...
-Otra numeraria portuguesa estuvo tres años en el
Colegio Romano de Santa María cerca de Roma, sin
nunca ir a Portugal o haber estado con la familia "de
sangre". El día que regresó a su país,
estaban en el aeropuerto muchos familiares, pero también
una directora regional y otra del centro donde iba a vivir...
Cuál no sería mi asombro, al ver que las dos
directoras "se tiraron" a los brazos de la numeraria
en cuanto llegó a la sala de desembarque, dejando
a los padres en segundo plano, quedando a la espera
Y, después de haber cumplimentado a toda la gente,
la numeraria se fue al centro y los padres a su propia casa.
Por fin, después de tres años, les dejaron
estar con su hija 10 minutos ¡y rodeados de personas
de la obra!
6. Por eso no es de extrañar que uno de los
más antiguos supernumerarios portugueses (ya fallecido)
-con varios hijos numerarios- le hiciera la confidencia a
mi padre del que era amigo, que: "El Opus Dei es una
cosa muy buena, pero, en cuanto padres, ¡nos da cada
disgusto...!". Se refería en concreto al hecho
de que, en el día de su jubilación académica,
una de las hijas numerarias se había desplazado a la
ciudad donde él vivía, pero no había
tenido disponibilidad para comparecer en el homenaje de su
jubilación... mientras que mi padre para estar presente,
sólo como amigo, hizo a propósito un largo viaje.
IV - Familias, supernumerarias y directoras
1. La diferencia de los directores en la vida de las
familias de las supernumerarias (y naturalmente, de los supernumerarios)
es generalmente menor que en la de los numerarios/as. Pero
puede asumir también formas muy incómodas
y perjudiciales.
En realidad, si la supernumeraria está casada, el
lazo de dependencia que tiene en relación a las directoras
del centro de S. Gabriel, es, en particular, con la persona
con quien hace la charla fraterna, que estará siempre
presente en la vida de esa familia. Unas veces de manera más
discreta, otras de manera más patente. Es lo que sucede,
por ejemplo, cuando nos toca en suerte una directora
que telefonea, día sí, día no, para dar
avisos y concretar los encuentros. Las reacciones del marido
y de los hijos pueden ser bastante fuertes: ¡¿Otra
vez fulanita?! ¡Nunca te deja en paz!...
2. Pero sería muy injusta si no señalase
un aspecto muy positivo de la disponibilidad de las directoras
para atender a las supernumerarias casadas y con familia:
el apoyo de tipo psicológico que esa atención
puede dar. En efecto, las charlas fraternas tienden a tratar
un poco de todo: de las preocupaciones con el marido y los
hijos, las dificultades en el trabajo, de las limitaciones
económicas, etc. Por experiencia propia debo decir
que tener a alguien que nos escucha regularmente con paciencia
y buena voluntad, puede constituir una ayuda preciosa y ayudar
a resolver muchos problemas.
Este es uno de los aspectos en el que la Obra más
me ayudó a lo largo de los años.
Es evidente que como también me sucedió
alguna vez- si la directora era una persona dura, severa e
inflexible, puede hacer que el tiempo de la confidencia se
transforme en una pequeña tortura, en la que somos
interrogadas sobre lo que cumplimos y dejamos de cumplir...
Pero este estilo fue para mí una excepción.
La generalidad de las numerarias que me atendieron se empeñaron
en ayudarme a mantener una vida cristiana en medio de las
muchas ocupaciones de la vida profesional y familiar. Debo
resaltar que durante algún tiempo fui atendida por
una agregada, la cual se mostró todavía más
comprensiva en relación a mis problemas que las numerarias.
3. Si yo no hubiera conocido opuslibros,
no tendría mucho más que decir. Pero aquí
en la web, descubrí algo que ignoraba totalmente: que
el contenido de las confidencias es habitualmente transmitido
a las personas del consejo local y ¡a las directoras
de las que dependen los centros! Tal como muchos otros
antes de mí, me quedé escandalizada e indignada
al conocer este hecho.
Entonces las cosas que, durante años y años,
yo conté a la directora (o al sacerdote en la dirección
espiritual), convencidísima de que estaba haciéndolo
en completa confidencialidad, ¿pueden haber sido divulgadas
a no sé cuántas personas más? ¡Nunca,
nadie de la Obra me informó de esta práctica!
4. La violación de la confidencia es, en sí
misma, ¡gravísima!
En relación a mí concretamente, me preocupa
poco lo que puedan haber divulgado, porque, como
he explicado mis charlas giraban en torno a mis ocupaciones
familiares y profesionales y en la dificultad de conciliar
todo eso con la vida de piedad. Sinceramente, espero que todas
las personas que hayan sabido de mi vida hayan quedado edificadas
con la dedicación de una madre de familia a sus hijos
pequeños, a su marido y a su profesión. Considero
que mi vida es prácticamente un libro abierto.
El único misterio era mi pertenencia al
Opus Dei, ¡y eso ya terminó!
5. ¡Nada de esto, sin embargo, disculpa que
se violen las confidencias de las conciencias ajenas! Si,
en mi caso personal, no me parece que pueda haber tenido consecuencias
graves, ¡¿quién sabe lo que, con el paso
del tiempo, podría haber ocurrido?! Por ejemplo,
si en vez de hijos muy pequeños, yo ya tuviese hijos
adolescentes o adultos y hablase en la charla de cuestiones
relativas a su vida, ¿con qué derecho podrían
esas informaciones ser utilizadas de persona en persona y
eventualmente utilizadas por la Obra en su provecho?
Lo mismo se puede decir en relación a asuntos concernientes
a otras personas de la familia (marido, hermanos, padres,
etc.), a otras personas conocidas (amigos, colegas, vecinos),
a asuntos de trabajo ¡y a un sin número de temas!
No puedo tener la certeza de que este tipo de utilización
abusiva no haya sucedido con algo que yo haya contado a título
confidencial... No puedo estar segura de que no hayan hecho
alguna de las famosas fichas informativas con
datos que, de manera totalmente ilegítima, hayan recogido
de mis charlas.
6. Me asalta el deseo de exigir al gobierno regional de
la Obra que me revele y entregue todo aquello que pueda tener
archivado sobre mí o sobre asuntos que
yo haya referido a lo largo de más de veinte años,
¡desde mi adolescencia!
Pero creo que sería una lucha perdida... Prefiero
confiar en la intuición que me dice que para las cúpulas
de la institución, mi persona y mi actuación,
tuvieron siempre una reducidísima importancia.
V Qué pena que las familias no puedan aprovechar
apenas las dimensiones positivas de la Obra (continuará)
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