LA
BARCA DEL OPUS DEI
E.B.E., 11 de diciembre de 2003
Siempre me impresionó una frase tantas veces repetida:
«el daño a la Obra», para referirse a todas
las personas que no hablaban bien del Opus Dei. Lo contrario
era impensable: «el daño de la Obra». La
víctima era siempre la Obra, como entidad abstracta
y divina al mismo tiempo.
En su momento, tomé nota de dos textos que me sorprendieron.
Mucho más ahora, desde afuera.
El primero tiene que ver con el origen del daño que
las personas sufren dentro de la Obra; el segundo, con el
daño que continúan padeciendo una vez ya fuera
de la Obra.
El primero es del mismo fundador y creo que resume de qué
trata el Opus Dei, en última instancia, una vez que
ya se está adentro y ha pasado el tiempo. No digo en
primera instancia sino en última. Y para llegar a la
última, habrán de pasar muchos años.
Se trata de toda una meditación -aunque sólo
conozco fragmentos- que no tiene desperdicio: "Vivir
para la gloria de Dios", de fecha 21-I-1954. Y dice...
«Hijo mío, convéncete de ahora para
siempre, convéncete de que salir de la barca es la
muerte. Y de que, para estar en la barca, se necesita rendir
el juicio. Es necesaria una honda labor de humildad: entregarse,
quemarse, hacerse holocausto» (citado en Meditaciones,
IV, pág. 84 y ss. 1987). Estas palabras lo resumen
todo de una manera extraordinaria. No hay en ellas términos
medios.
Es el famoso holocausto del yo, que tanto se predicaba y
se predica. Por si quedaran dudas: «si te sales de
la barca, caerás entre las olas del mar, iras a la
muerte, perecerás anegado en el océano, y dejarás
de estar con Cristo». Y agrega, a modo de contratuerca:
"compañía que voluntariamente aceptaste"
(por lo cual, implícitamente está diciendo:
eres culpable si decides irte). Es la santa coacción
puesta en práctica en la predicación y evidenciada
particularmente por el modo de involucrar en su razonamiento
la libertad ajena en un que voluntariamente aceptaste fatalmente
irrevocable e inapelable. Por eso concluye con un consejo-advertencia
categórico: convéncete para siempre.
No parece un texto hermético: la «doctrina»
es clara. Existe una sola barca... y no es precisamente la
de Pedro.
La barca es un concepto ambiguo -como tantas cosas en la
Obra- y además transitivo -camaléonico-, porque
en esa meditación, primero habla de «la barca
de cada uno» para aclarar a continuación que
«tu barca no vale». Por eso, «hemos subido
a la barca de Pedro con Cristo, a esta barca de la Iglesia
(...) que ninguna tormenta puede hacer naufragar». Aunque,
a poco de avanzar, aclara que «has subido a la barca,
a esta barca del Opus Dei...».
La barca no era la Iglesia. Era la Obra. Y las palabras,
del fundador, no las del Evangelio.
Una cosa que siempre me llamó la atención fue
la tipografía de los textos internos: la letra del
fundador siempre en negrita cursiva. El resto del texto siempre
con un tipo de letra que destacara menos, aún fueran
palabras de un Padre de la Iglesia o del Evangelio mismo.
Visualmente, sin decirlo sin ponerlo por escrito-, la
idea era la misma: la Obra está por encima de la Iglesia
y las palabras del fundador por encima de todas las demás.
El de la barca es un ejemplo de manipulación de los
sentidos y los significados en la formación que se
imparte en la Obra.
«Puedes moverte con libertad dentro de la barca»,
para luego finalizar más adelante, diciendo que «dentro
de la barca no se puede hacer lo que nos venga en gana».
Conceder sin ceder, con ánimo de recuperar, podría
concluirse, parafraseando al mismo fundador.
«...Con originalidad, con iniciativa, con espontaneidad,
poner todas las energías de la inteligencia y de la
voluntad en lo que se nos manda, para ejecutar todo lo que
se manda y sólo lo que se manda. Otra cosa sería
anárquica» (De nuestro Padre, Carta 6-V-1945,
n. 39, citado en Meditaciones II, pág 166, 1987). Quien
se tome en serio estas palabras terminará destruido
psicológicamente. Y hay muchos a quienes su sentido
de fidelidad les lleva justamente a autodestruirse, a hacerse
holocausto, como indicaba el fundador.
No se trata de textos secretos: son del libro Meditaciones
que leíamos todas las mañanas en la oración.
El de la barca es un texto que no resiste el menor análisis
de un psicólogo o de un lingüista. Teológicamente,
el fundador está afirmando que quien se va de la Obra
queda fuera de la Iglesia y está condenado.
No tiene márgenes para la interpretación ambigua
o poética. Y más aún cuando queda confirmado
por las prácticas de gobierno.
El fundador no quiso decir eso, argumentarán muchos.
¿Y por qué lo dijo, entonces? Claramente se
trata de algo literalmente fuerte que luego se puede suavizar
resignificándolo, dándole un contenido espiritual
a modo de exhortación a perseverar. Pero el sentido
literal no hay modo de borrarlo.
Lo que dijo lo dijo porque quería realmente decirlo.
Y es lo que repiten, ya no sólo literalmente sino además
con vehemencia, los mismos directores cada vez que alguien
desea salir de «la barca» por su propia decisión.
Lo poético es simplemente una búsqueda de encubrir
lo que las palabras significan «en última instancia»,
o sea, cuando la institución se muestra tal cual es.
Y sin embargo, pese a lo dicho, textos como los de la barca
resistían nuestro análisis. Es más: abrazábamos
esta enseñanza como venida de Dios. Afuera la muerte,
adentro el sometimiento (gustoso y alegre, faltaría
agregar). Esas eran las dos únicas opciones, que se
ponían de manifiesto especialmente en los momentos
de crisis, donde los directores nos preguntaban como en Matrix:
¿la píldora azul o la roja? ¿la condena
eterna o el sometimiento? Diariamente abundaban las sonrisas,
a modo de vegetación exuberante que tapaba las verdaderas
angustias y crisis.
Creo que la re-lectura crítica de este tipo de textos
es necesaria y sanadora a la vez, revierte todo un proceso
de deformación de la conciencia. Hay una pregunta que
queda sin respuesta: ¿por qué es así
de retorcido y enmarañado el Opus Dei?
El otro texto es de una carta escrita por Don Alvaro en marzo
de 1992 a quien se le ha iniciado en estos días
su proceso hacia los altares- debido a la beatificación
del fundador. Es una carta que, leída críticamente,
resulta muy impactante. Sentencia y evita todo diálogo,
especialmente cuando se refiere a los que cuestionan al Opus
Dei, hayan pertenecido o no. De autocrítica seria,
ni hablar.
Habiendo visto la repercusión de OpusLibros, es muy
chocante que en esa carta se diga que son «unos pocos
-aunque procuren provocar mucho ruido-» los que
critican a la Obra. Ciertamente, OpusLibros es diez años
posterior a esa carta, pero también es cierto que "como
tal" OpusLibros ya "existía" hace muchas
décadas atrás.
«¿A qué nos ha de conducir la calumnia
de esos desaprensivos?», se preguntaba Don Alvaro.
«Se aferran a su prejuicio y se obstinan en no salir
de ahí, hagamos lo que hagamos», continuaba.
Veo mi caso y tantos otros que conozco. Me quedo sin palabras,
especialmente cuando leo y releo lo de «hagamos lo
que hagamos».
«
Notamos como un desgarrón en el alma
si alguien no persevera en la vocación. Nos hace sufrir,
pero no tambalear. El mismo Jesucristo experimentó
la amargura de la traición de Judas». Mediante
esta asociación de ideas inocentísima, queda
claro en qué categoría es clasificada la persona
que decide salir de la barca de la Obra: si logra sobrevivir
a la maldición que le echó el fundador en su
momento las aguas del océano- vivirá estigmatizada
al igual que un condenado Judas. Cómo es compatible
esto con que las puertas del Opus Dei están abiertas
de par en par para salir, no lo sé.
«No hay que extrañarse si les irrita nuestro
afán de vivir plenamente la vocación cristiana
en medio del mundo. (...) les inquieta que seamos felices
sin vivir como ellos», se lee finalmente. Así,
con esta «lógica» tan peculiar, es imposible
un diálogo o llegar a un entendimiento.
«Hay otros que causan aún más pena:
unos pocos que volvieron la cara atrás después
de haber puesto la mano en el arado y han caído en
la ceguera.» Tal vez lo diría por el libro
de María
Angustias y el de Carmen
Tapia.
Sin embargo, hoy con la existencia de Internet, sabemos finalmente
que no son «unos pocos» sino más bien «demasiados»
y que quien dio vuelta su rostro fue el mismo Opus Dei, negándose
a mirarlos de frente y descalificando personalmente a todo
aquél que no piense «como está mandado».
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