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OPUS DEI: ¿un CAMINO a ninguna parte?

¿Alguien sabe qué es el Opus Dei?
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¿ALGUIEN SABE QUÉ ES EL OPUS DEI?

Autor: Satur

1. -Recuerdo que... (27-9-2003)
2. -Yuri Borev compara... (5-10-2003)
3. -Viene jugosa... (12-10-2003)
4. -Cuando me entregué... (19-10-2003)
5. -Uno de los asuntos... (26-10-2003)
6. -Pido perdón... (31-10-2003)
7. -Morirse en el Opus Dei... (15-11-2003)
8. -Dos temas... (23-11-2003)
9. -Viajo bastante... (30-11-2003)
10. -La formación que se da... (6-12-2003)
11. -El hijo mío que no hace apostolado... (14-12-2003)
12. -Sobre el sigilo sacramental... (21-12-2003)
13. -Termino de leer... (28-12-2003)
14. -Un día me encontré raro... (4-1-2004)
15. -Vaya por delante... (13-1-2004)
16. -Llama la atención... (21-1-2004)
17. -La prelatura, dicen... (26-1-2004)
18. -Entiendo que el tema que vamos a tratar... (2-2-2004)
y 19. -Lo que no sabe el Opus Dei de sí mismo... (8-2-2004) FIN

 

Recuerdo, hace años, que coincidí con Pedro Lombardía -personaje extraordinario, numerario y canonista de prestigio mundial. Falleció hace unos años. Comentaba, con una seguridad pasmosa, que en el Vaticano saber, lo que se dice saber, qué era el opus dei, no lo sabía nadie, excepto -y lo matizaba- Monseñor Deskur (un obispo polaco amigo del Papa). Nadie más, ni siquiera el Santo Padre, que se fiaba de los consejos de su gente, aunque le costaba entender qué era eso del opus dei. Y añadía: y en el opus dei también son muy pocos los que lo entienden... Álvaro del Portillo y alguno más.

Estos comentarios no los hizo en un aparte, sino que los manifestó en una tertulia sin ningún tipo de reparo que, por otra parte, no tenía para nada.

Me chocó, pero el tiempo en la obra -27 años- me hizo ver la verdad de esas consideraciones. No dejaba de sorprenderme que todo dependía de quién tuvieras como director para que la vida fuera de un modo o de otro. Y no sólo en eso que Ruiz Retegui, acertadamente, distingue entre Lo Teologal y lo Institucional, sino que observabas actuaciones muy arbitrarias, absurdas e incoherentes en nombre de no se sabe qué criterio personal. La web está repleta de anécdotas en ese sentido.

Quizás muchos de los que salen con necesidad de ayuda médica, después de años de depresión, sea motivada por esas faltas de coherencia. Es muy duro tomarse en serio todo lo que te dicen, intentar vivir los criterios y normas buscando la santidad, y descubrir que muchos, directores incluidos, hacen lo que quieren pateándose criterios sin crearse problemas de ningún tipo. Porque hay gente, bastantes, que sí se toman en serio lo que les aconsejan, y decubrir que el tiempo de la noche es un cuento chino para bastantes, que en los cursos anuales hay peña que tiene planes extraordinarios dificilmente compatibles con el desprendimiento, que para algunos la vara de medir es distinta, que se mira para otro lado, que dan la callada por respuesta cuando requieres una explicación a esas incoherencia.

Yo he de reconocer que, visto lo visto, me acomodé a esos que tiran por la calle de en medio, y poco a poco me hice nada escrupuloso con cumplimientos e incumplimientos. Quizás esa actitud, en parte inconsciente (se nace así), me salvó de depresiones y angustias innecesarias. Pero me entristecía escuchar en la charla personas que iban a por todas y que el tiempo las hacía deslizarse por caminos de angustias, ansiedades y escrupulos por auténticas tonterías que uno no podía decir que eran tonterías.

Por ejemplo, consultar un libro que estaba clasificado con un 5, y decirle que era un 5 y el tipo a callar y a obedecer, cuando sabías que lo habían leído tres en la casa (yo incluido: "Los Pilares de la Tierra"...); o que sufría porque no vivía el tiempo de la tarde, cuando sabías que media casa se estaba pegando una siesta de pijama y orinal (yo incluido) -en el opus dei los numerarios no pueden echar la siesta. O el que sufría porque no tenía agua bendita -en la obra se rocía con unas gotas de agua bendita la cama antes de acostarse- y te despertaba a las una de la madrugada como si le fuera la vida en ello, pidiéndote si tenías agua bendita (que no tenía, por cierto; no por nada... pereza). O aquel que se atormentaba porque como no podía ver los partidos de futbol los domingos por la TV se iba a un bar a verlos... ¡criatura!

En fin, se podrían contar tantas historias, tan pintorescas y ricas como cada una de las personas.

Como ese director de una delegación que dando una charla a vocaciones recientes, animándoles a ser sinceros, va y suelta: "y si te gustan los hombres, por ejemplo el director de tu casa, o un residente, pues vas a la charla y se lo dices : me gustas". ¡La que armó el tío: nos salieron del armario unos cuantos!... desconocimiento total de qué es un adolescente y de la naturaleza humana. Ser director, cuando uno es un ingenuo, un infantil y un inmaduro, es muy, pero que muy peligroso. Aunque lleve alzacuellos.

Por eso pregunto,¿de verdad alguien sabe lo que es el opus dei?. Yo creo que no.


Yuri Borev compara la historia de la URSS con un tren en marcha, y me recordó -aunque todas las comparaciones son odiosas- con la vida de muchos en el opus dei.

"El tren se dirige hacia un futuro luminoso. Lo conduce Lenin. De pronto: stop; se han acabado las vías. Lenin apela a la gente pidiendo que trabaje horas extras los sábados; se colocan más vías y el tren puede continuar su viaje. Después se pone a conducirlo Stalin. Y también se acaban las vías. Stalin manda fusilar a la mitad de los pasajeros y revisores, y obliga a colocar vías nuevas. El tren se pone en marcha. Jruschov sustituye a Stalin, y cuando se acaban las vías ordena desmontar las que el tren ha dejado atrás y colocarlas delante de la locomotora. Jruschov es sustituido por Breznev; cuando vuelven a acabar las vías dispone que se corran las cortinas de las ventanillas y que se balanceen los vagones de tal manera que los pasajeros crean que el tren continúa en marcha..."

Me ha llamado la atención lo de "se acaban las vías". Con frecuencia en el opus dei, en la vida de cada uno del opus dei, o en la de cada centro, se acaban las vías y, con frecuencia también, y dependiendo de qué directores tienes, qué ambiente te rodea, o qué edad tienes, las soluciones son más o menos parecidas a la historia que relata Borev. No sabes qué suerte te caerá, pero sí que lo único importante son "las vías" y, en el peor de los casos, que "parezca que viajas", aunque sea un engaño, aunque te dejes engañar. Los directores de las delegaciones son los que se dedican, fundamentalmente, a poner vías, o a correr cortinas y balancear el vagón desde fuera.

Los criterios están muy claros, y las normas, y las costumbres, pero cada uno, con el tiempo, sospecha que algo no funciona. Poco a poco, percibes que los problemas personales se acortezan, cada uno los suyos, y que son lo menos importante en el opus dei. Lo fundamental es que el tren siga su vía, o que parezca que sigue su vía; pero en el vagón los pasajeros hablan entre ellos, se conocen y, aunque está prohíbida la confidencia fuera de ámbito de la dirección espiritual, la gente sospecha que algo no funciona. Sobretodo en esos vagones que son los centros de mayores donde, entre cortinas cerradas, las cosas son muy difíciles de simular: sacerdotes mayores con serias dudas sobre los modos de dirección espiritual que llevan los laicos, depresivos que hacen de su capa un sayo, bajo excusas de enfermedad, numerarios a su bola y que cuando están en el vagón hacen como que traquetea el tren (sabiendo que no se mueve...) demasiadas mentiras, y demasiadas maneras diferentes de solucionar problemas lejos de las personas. El problema es el opus dei, no las personas.

Y encuentras que hay tantos opus dei como directores, como sacerdotes y como personas, cada uno fundador del suyo, de su opus; están los que son más legales, más caraduras, más obsesivos, más permisivos, más estrictos, más interesados, más no sé como... Y con el tiempo cada uno lo manifiesta a su manera. Está el que va a la delegación de vez en cuando, cuando le da el puntazo, y monta un pollo porque "el opus dei no es así"; y el que te salta un día en la tertulia con que "el opus dei no es asá"; y el que te pílla en la habitación y te dice "que el opus dei es lo que yo te diga".

Unos entienden la pobreza de un modo, del suyo; otros no creen en el proselitismo; el de acá no quiere dar ya más charlas, ni atender más medios de formación "porque el opus dei no es así"; el de acullá te predica un retiro gritando que "el opus dei no es lo que os creéis: el opus dei es lo que yo os voy a decir ahora...": y el hombre, 75 años, te cuenta unos ejemplos de pobreza de cuando la mili se hacía con lanza.

Recuerdo en un curso anual estar viendo la película "La Princesa Prometida". Desenfadada, divertida e ingenua. Hay un momento en que se va a casar la Princesa con el rey; en la escena se ve a los contrayentes de espaldas, mirando el altar, y el obispo que les va a casar también de espaldas. El obispo se gira - la cara del prelado ya indica que la cosa se pone guapa- y después de mirarles en silencio les dice con voz de gangoso: "El Badibodio ez un dueño dentro de odro dueño" (el matrimonio es un sueño dentro de otro sueño). Estallamos a reir todos en la sala de estar y, en estas estábamos, cuando se oye, como un relámpago, como Moises al ver al pueblo idólatra, como la ira de Yhavé, a un sacerdote de la convivencia " ¡¡¡Esto es grotesco, grotesco!!! ¡¡¡¿Cómo podemos ver burlarse de un obispo y, encima, reírnos y aplaudir?. ¡¡¡Esto no es el opus deiiiiii!!!..." Y se marchó dando un portazo y un último ¡¡¡GROTESCO!!!.

Pues eso: ¿alguien sabe qué es el opus dei?.


¡Viene jugosa la correspondencia esta semana!. Quien más quien menos se apuntó al bombardeo. Y se pone de manifiesto la teoría que sostengo: nadie sabe qué es el opus dei. Ya podemos querer ir al "Kit" (?) de la cuestión, o pretender racionalizar la institución a base de Shakespeare, Santo Tomás, Lampedusa, Lutero, Herman Hesse; Tarzán de los monos o Napoleón en minifalda... Nada, nos quedamos donde estábamos. Quizás en Austria- Hungría, Jose Carlos, las cosas sean de otro modo y la peña no echa broncas (me cuesta creerlo): conocí a un director mayor de Austria-Hungría que nos metió un paquete en un UNIV que ardía el misterio. Otra cosa es que la sociedad austríaca no entiende ciertos modos y hay que adaptarse si quieres sobrevivir. Pero el tema sigue sobre el tapete: ¿qué es el opus dei?. Cada uno tiene su biografía, sus historias... y coinciden en bastates cosas, pero no terminamos de focalizar.

Tengo para mi que por un lado va la teoría, que es fascinante, y por otro la vida, que es tan miserable, o fantástica, como la de cada cual. Ocurre que ser del opus da un cierto caché, charme, un sentido de exclusividad, de ser elegido: os prometo la salvación si perseverais (¿alguien da más?); hagas lo que hagas está salvado a condición de que palmes en el opus dei: el mejor sitio para vivir, el mejor sitio para morir (y en eso tienen razón: viven como rajás del Bramaputra in the Sunhine). "Nadie te va a querer como te queremos en Casa" (no es un anuncio de "Casa de Pensions"- ¿hablamos?; que conste).

Por ejemplo, los criterios para vivir la pobreza son muy prácticos, y un buen termómetro para hacer examen: no tener nada como propio, no tener nada superfluo, no quejarse cuando falte lo necesario... pero la primera que se los patea es la propia obra; que un supernumerario le pida el coche a un numerario y verá lo que le responde; que hagan hoy mismo la prueba, que se presente en el centro y pida un coche para llevar a su familia de excursión -¡vamos de paseoooo, pípípí, en un coche nuevooo,pípípí!... pero al revés, o viceversa, como si dijeramos, sí: el numerario llama al supernumerario le pide la Vuyaguer y a aflojar, colegui, que es por el bien de la prelatura. O sea, que no tienen nada como propio: ¡narices!. Y el que dice un coche dice un ordenador, o pan.

Conviene mirar la habitación, armarios incluidos,de los centrose mayores y ver la de cantidad de cosas superfluas, no necesarias, y la cantidad de cosas que tienen como propias: no habrá fotos de su familia -no se puede, es un apego, familiosis y tal- pero ¡jolines con la pobreza!: ¡¡¡amo esa pobreza!!!. "Esa que no grita¡¡¡soy pobre!!!"

Y lo de no quejarse cuando falte lo necesario, eso ya es de traca. Si yo he visto tres numerarios llegar a un curso anual desde Valencia a Barcelona, bajar del coche, ver la casa de convivencias, meterse en el coche, y salir zingados a Valencia con un mosqueo planetario porque la casa era cutre... ¿Cutre 'Mas del Bosch'?: lo que pasa es que las critaturas -treinta tacos de media- querían un cinco estrellas. Y eso que no faltaba lo necesario: su habitación, su comedor chachi, su piscina, su ambiente delicatesen, su paisaje espectacular... ¡Ay, pero los baños eran comunes!: criaturas. También los directores... mira que no poner baño completo en cada habitación.Tiranos, agarrados, garrapos.

O aquel delegado del Padre que tenía que visitar a un obispo y le llevaba en coche el de san Miguel de una delegación. Al ver el coche, un coche normal, de esos de cuatro ruedas, puertas y volante, le dice, "¿en eso vamos?; ¿no hay nada mejor?". El otro, perplejo, le dice que hay uno en el garaje un poco mejor, pero como había prisa pensó coger ése. Contestación del baranda: pues voy en taxi; soy el delegado del Padre. ¡Hala, chúpate esa!. Y allí tienes al de san Miguel (no el de las cervezas,¿eh?, el otro) bajando a toda pastilla a por el coche "ofisial" .O sea, que no se quejan cuando falta lo necesario. En bici te hacía ir yo, para que sepas lo que es bueno.

Respecto al asunto del sigilo sacramental lamento decir que sí se lo patean (por supuesto no todos). Que da igual los subterfufios morales y legales que se usen para que la conciencia quede tranquila por parte del sacerdote, o de los directores, pero se lo patean. Recuerda un poco a las pijoterías legales que los fariseos usaban para cumplir el sabat o no: pura chorrez. El tema, como apuntaba uno, está no en la palabra "sacramental", sino en la palabra "sigilo".

Pero eso, otro día.


Cuando me entregué al opus dei tenía quince años y no pensé en nada más que en dar mi vida entera. Estaba dispuesto a hacer lo que se me pidiera; lo que fuera. Jamás me planteé si era o no del espíritu, si era absurdo, o si iba en contra de la naturaleza de las cosas. Y no era el único. Allá van unas perlas.

Recién pitados nos enviaron a una convivencia de vocaciones recientes donde asistían adscritos de toda la delegación. Allí nos congregamos cuatro días una panda de chavales de edades comprendidas entre catorce y dieciocho años. Los adscritos mayores, para los que estábamos recién pitados, nos parecían "Sotanillos pata negra", y de sus labios, en las tertulias piratas, salían gran parte de las anécdotas que la tradición oral del opus transmitía. Pero también servían esas tertulias para inventar normas y costumbres a costa de la bisoñez e ingenuidad de la peña recién pitada. Colaba todo.

Una noche de tertulia uno de esos viejos gatos, compinchado con otros, nos comentó: mañana es "viernes de Espinas". Nosotros, llevados por la curiosidad de conocer nuevas costumbres, preguntamos "¿viernes de espinas? ¿qué es eso de viernes de Espinas?". Nos miraron así, como el que ha metido la pata: "Bueno, si nos os lo han dicho aún, tranquilos... ya os lo comentarán. En la Obra se va por un plano inclinado y es mejor que os lo comente el director". Y se miraban como el que ha metido la pata.

Nosotros, venga, a preguntar. "¿Qué es eso del Viernes de Espinas". Y ellos que nada, que ya nos lo dirían. Y nosotros a dar la barrila, "venga, contadnos de qué va...". Y muy serio va y suelta: "es una costumbre de casa; los primeros viernes de mes, recordando los sufrimientos de Jesús en la Pasión, y la Coronación de Espinas, hay costumbre de darse cabezazos en la pared rezando jaculatorias.

Nos miramos estupefactos. ¿Cabezazos en la pared?..." Claro, como las disciplinas los sábados que te das en el culete rezando una oración a la Virgen, pues lo mismo pero dándote cabezazos en la pared!". Preguntamos, "pero, ¿cuantos cabezazos?". Contestación: los que tu amor te dicte.

Llegó la noche. Y en esto que escucho en la pared golpes, pum, pum, pum. Y yo pensé "jolines, "Viernes de Espinas". Y nada, me pongo a mirar la pared y, motivado por el de la habitación de al lado (que, por supuesto, pegaba con el puño) , cierro los ojos y pienso "Jesus, te amo" y ¡¡¡patapóm!!! me zorriostro un cabezazo contra la pared que vi a Poncio Pilato vestido de Primera Comunión. Como lo cuento. Y pensé "joé con el Viernes de espinas". Y me fui a la cama hecho fosfatina. Y el de al lado seguía, ¡pum!, ¡pum!, ¡pum!. Y yo avergonzado de mi falta de amor.

Al día siguiente, en el desayuno, se me sentaron al lado los viejos gatos y me preguntaron... Las risas se oyeron en Sebastopol. Y es que uno estaba dispuesto a todo.

En otra convivencia nos explicaron que si habíamos observado que muchos numerarios mayores cojeaban un poco (todo vino porque había uno mayor atendiendo la convivencia que andaba un poco raro). Les dijimos que sí, que ahora que lo dices, pues sí. Y van y sueltan: es que cuando haces la fidelidad para que no te cueste la Santa Pureza te hacen una operación y te castran, lo que pasa es que los primeros, como no había dinero, pues lo hacían más rudimentario.

Nos quedamos blancos. Pues bien; de cinco adscritos que estábamos sólo uno, ¡uno! (es fiscal actualmente), se fue al director y le dijo nerviosísimo "ponme un super delante de numerario porque a mí no me capa nadie". A los demás nos pareció fantástica la idea: "¡claro, así no nos cuesta la Pureza!, ¡¡¡buena idea!!!.

Con esto lo único que quiero decir es que a esas edades te entregas y tragas con todo, entusiamado, ilusionado, con ganas de cambiar el mundo, ingenuo, recién estrenada la vida. Después, años después, descubres que ese amor no cambia nada, que te amoldas, que nada es como te explicaron, y buscas el amor dentro de ti, si aún te queda algo, y vuelves a sembrar, otra vez, igual de ingénuo, igual de alegre... Y vuelves a estrenar la vida, el amor y la entrega a los cuarente y pico. Feliz de poder volver a empezar. Al menos a uno le pasó eso.

Por cierto, ¿alguien sabe qué es el opus dei?


Uno de los asuntos que más me llamó la atención al vivir en un centro de mayores fue la cantidad de gruñones que convivían por metro cuadrado. Se ha tratado mucho en los escritos sobre el alto número de depresivos, y es cierto, pero el de gruñones y cascarrabias es muy superior. Y es que la suma de actos perfectos no hacen un hombre prefecto; no lo olvidemos. Se puede ofrecer el día besando el suelo, rezar miles de jaculatorias, hacer media hora de oración por la mañana y por la tarde, asistir o celebrar la Santa Misa, ofrecer el trabajo, rezar el Ángelus, las tres partes del Rosario, poner la sal de la mortificación en todas las comidas, leer a diario diez minutos de lectura espiritual y cinco del Evangelio, ponerse dos horas el cilicio, mirar con devoción las imágenes de la Virgen, saludar al Custodio del centro al entrar en casa, saludar y despedirse del Santísimo, rezar las tres avemarías antes de acostarse, rociar con unas gotitas de agua bendita la cama. Se puede hacer todo eso y más: ser un tipo capaz de recordar que los lunes hay que tratar a los Ángeles custodios, los martes al Espíritu Santo, los miércoles a San José, los jueves la Eucaristía, los viernes la Pasión, los sábados a Nuestra Señora, los domingos laTrinidad, y sembrar de jaculatorias el tiempo de la tarde y de la noche; se puede rezar el trium Puerorum, el salmo II, el símbolo Quicumque, el Adoro te devote, el Acordaos y el Jesusito de mi vida, eres Niño como yo, el trisagio Ángelico... hasta dar consejos santos en la direccón espiritual tipo “deja obrar al Espíritu Santo en tu alma”. Se puede, en fin, flagelarse el culete los sábados en plan marcando el compás, no merendar, dormir sin almohada, asistir a un círculo, dar otro, hacer apostolado en plan "esa chica es míaaaa, sólo sólo míaaaaa"... Todo eso y más, y ser un perfecto gruñón, un cascarrabias de tomo y lomo. Alguien absolutamente insoportable, histérico, lejano a los intereses de los demás, acortezado en su mal carácter, engreído, agrio, avinagrado y, con frecuencia, solitario, incapaz de dar cariño y, lo que es peor, de recibirlo.

Suelen tener entre cuarenta y cinco y setenta tacos, biografías donde en su tiempo fueron alguien, o así lo creen ellos: o vivieron con el Fundador, o tuvieron encargos de gobierno, o fueron profesionalmente unos top ten del patín de la baraja. Lo saben todo del opus, los demás no saben nada, no se enteran. Montan pollos de vez en cuando en el centro, en la delegación o en el Vaticano (si pudieran); si son sacerdotes aprovechan la mesa de meditaciones para endilgarte un paquetón del universo mundo contra todos o contra alguien en concreto. Son, la verdad, inaguantables; ya se sabe que si rascas en un gruñón hay una persona que no se gusta nada, un tipo que merece compasión.

Unas de cascarrabias.

Yo estaba en mi habitación; la una y media del mediodía. De repente, como un rayo, escucho la voz atronadora de un sacerdote de sesenta años en medio del pasillo gritándole al mundo, (me recordó los gritos de mi madre la primera vez que me vio saltando con mis zapatillas de deporte sobre su maravillosa cama de matrimonio que estrenaba una colcha inmaculada, limpísima, hecha a mano primorosamente por mi abuela,): ¡¡¡ESTO NO ES EL OPUS DEIIII!!, ¡¡¡ESTO NO ES EL OPUS DEIIIIII!!!”. Me quedé quieto, haciéndome el muerto, “este se ha vuelto loco” (lo imaginaba agitando un cuchillo y buscando una pieza por la casa). Nada, yo quieto. El cura seguía: “¡¡¡ESTO NO ES EL OPUS DEIIIII!!!”. Bien, allí no salía nadie a socorrer a Cruella de Ville así que decidí atenderle. Abrí la puerta y me lo encuentro en pijama (estaba con gripe, el cura, no yo), despeinado, mirándome como Moisés al ver al pueblo hebreo adorando al becerro. Y, hala, a gritarme a mi: ¡¡¡ESTO NO ES EL OPUS DEIIII!!!, ¡¡¡PRIMERO DIOS; LUEGO LAS PERSONAS; LUEGO LAS COSASAAAAAS!!!”. Y yo, “pero, ¿qué le pasa?”. Contestación: ¿QUÉ ME PASA?, ¿QUÉ ME PASA?, ¡¡¡PRIMERO DIOS; DESPUÉS LAS PERSONAS; LUEGO LAS COSAAAAAS!”. “Vale, ya le he oído, coñoooo, ya le he oído, pero ¿qué le pasa?” –respondo fuera de mi-. “¡¡¡PUES QUE ES LA HORA DE COMER, ESTOY ENFERMO, Y NO ME HABÉIS TRAÍDO LA COMIDA!!!”. -Pero si es la una y media y la administración saca la comida a las dos y media. Falta una hora, le digo.

Se queda callado, en silencio, mirando al suelo, los ojos perdidos, como observando una ameba en la baldosa, y sin más se mete en la habitación dando un portazo. ¿Pidió disculpas?; pa tu morro las disculpas.

La verdad es que éste las montaba de Fredy Kruguer. Un día viendo una película de nazis uno comentó “joé, que mal lo han pasado esos tíos (se refería a los judíos)”. Y va Kruguer, el sacerdote, se levanta y empieza a gritar que Felipe González está haciendo cosas peores porque es un abortista, un asesino como Hitler, y que mucha pena con los judíos, y mucho tolerar y tragar con los socialistas y comunistas... Y allí estábamos diez tipos escuchando en la oscuridad de la sala de estar, mientras seguía proyectándose la penícula, esperando que se le pasara el ataque. Acabó y, como era habitual, se largó dando un portazo: ¡cómo le gustaban los portazos!. Ahora que pienso en él me viene, instintivamente, ¡POUM!, ¡POUM!,¡ PATAPOUM! (hala, a portazo limpio).

Con esta clase de gente la delegación tiene un problema “Houston” porque después de años en el opus son criaturas incompatibles con casi todos los centros de la ciudad: en tal sitio hay dos gruñones más, en tal otro hay otros tres cascarrabias, en aquel estuvo viviendo hace dos años y dejó al director oliendo pegamento, al secretario con la mano en el pecho hablando de la batalla de Waterloo y, lo que es peor, nadie aparecía a la hora de comer, así que la pobre numeraria auxiliar, pensando que era por su culpa, andaba leyendo “Alégrate de tu propia fealdad”. Al final, pagan, como casi siempre, justos por pecadores: mantenemos a los gruñones y cambiamos a la peña.

Hay un tipo de cascarrabias que suele tener pedales apocalípticos; les encanta saber cosas del fin del mundo, de los mensajes de la Virgen aquí y allá (sitios realmente extraños tipo “Revelaciones de Midjokovo Fasso” y cosas así). Detrás de textos del Papa adivinan complejas claves sobre la próxima caída del Universo Todo... Entre ellos, los gruñones apocalípticos, suelen tener confidencias en cursos anuales, convivencias, etc. Hubo una época que se les reconocía porque en su habitación tenían el Evangelio de la Valltorta – L`Ûomo Dio: siete tomos de un espesor como la nariz de Cyrano que trataban de la vida que Jesús le reveló a María de Valltorta. Luego resultó que el libro se calificó con un 6 y la tribu del 666 anduvo un poco de capa caída; pero, nada, estos remontan enseguida; son como el corcho, no se hunden nunca. En un centro viví con dos de ellos y recuerdo en una tertulia que trataron del próximo Fin de los Tiempos Mortales. Se basaban en un texto de Juan Pablo II. Se me ocurrió decir que no lo veía así, pues si el Papa supiera que el Fin está por llegar, no entendía el porqué de su afán misionero, de su mensaje positivo... Bueno, que defendí la tesis contraria. Y, en esto, que se levanta uno y me expeta señalándome con el dedo: ¡¡¡PUES, SI CREES ESO, HAZLE UNA CORRECCIÓN FRATERNA A LA VIRGEN!!. No pensemos que hablamos de un chico joven, fogoso, un yogurín, no, no: el tipo tenía sesenta tacos y muchos crustáceos en el casco. Lo miré alucinado, ¿corrección fraterna?, ¿a la Virgen?... ”¿Que dices?- le contesté. “¡¡¡QUE SÍ; QUE SÍ; QUE LE HAGAS UNA CORRECCIÓN FRATERNA A LA VIRGEN; QUE ES LA QUE DICE QUE HABRÁ FIN DEL MUNDO!!!, ¿¡¡¡ TE ENTERAAAAAS!!!.

Éste no daba portazos; éste se levantaba, te señalaba con el índice, te gritaba, agarraba el cojín del sillón, y lo aplastaba de nuevo contra él sillón, mientras se sentaba casi simultáneamente sobre él. Rarísima habilidad, de muy difícil ejecución, que a mí me tenía admirado porque por más que lo intenté siempre caía sobre uno de los brazos del sillón dejándome el culete moñigo total. No me duelen prendas reconocerlo: en eso el tío era fashion.


Pido perdón por escribir de mí; creo que es mejor tocando el tema que se toca, como se verá...

Cuando me hice del opus, mi amor por Dios y por la obra era absoluto. Vivía con la lírica de las más clásicas canciones ya que, por ese ideal, estaba dispuesto a escalar las más altas montañas, a cruzar desiertos, a sembrar el mundo de “te quieros”, a darle la vuelta como un calcetín.

En muy poco tiempo, esa es la verdad, las contradicciones de mi propia naturaleza indicaban, aconsejaban y señalaban claramente que ese no era mi camino. Mis sentimientos y mi corazón eran grandes, pero la realidad de este cuerpo que llaman Satur era muy diferente. Tiraba a golfete con demasiada frecuencia. San Pablo escribe sobre “el aguijón de la canne y de quién le liberaría de ese cuelpo de muelte”; bueno, pues lo mío no era un aguijón, lo mío era el cuerno de un Rinoceronte Blanco, y mi cuelpo era de muerte mortal.

Digo que “aconsejaba y señalaba que ese no era mi camino”; cualquiera, con sentido común y buscando mi bien, me hubiera animado a volver a empezar en otro tipo de entrega... cualquiera menos el opus dei, que motiva como el entrenador de aquel boxeador sonado, que estaba recibiendo mangazos en una velada hasta en el velo del paladar, y en cada asalto le gritaba “¡venga, es tuyo,!, ¡ya lo tienes!”. Y en el decimocuarto asalto el boxeador, absolutamente noqueado, mira a su “coach” y le dice “macho, si dengo al otdro condra las cuerdas, vigílame al adbitro que me eztá dando máz que a un zello”... Así fueron pasando los años: entre aventuras que eran paréntesis de cuentas pendientes y asuntos de los que mejor no hablar, y una vida aparentemente entregada a las labores. Daba el pego, esa es la verdad. Y los directores, que sabían de mis contradicciones, al no ser escandalosas, tragaban, disculpaban y miraban para otro lado. Todo consiste en no preguntar demasiado, y en no contar demasiado.

De vez en cuando, el buen chico que tenemos dentro hablaba y destapaba toda esa miseria con ánimo contrito y pensando que le dirían “anda, déjalo, esto no es lo tuyo”, pero that if you want rice, Catharine (que si quieres arroz, Catalina). ”¡Ánimo, que puedes, vuelve a empezar, acuérdate del “te basta mi Gracia”!. Y, venga, a empezar de nuevo. No quiero dar muchas pistas, pero yo he estado en más ciudades y centros que Marco Polo, y todo por el dichoso “volver a empezar”. Y, efectivamente, volvía a empezar, pero en el peor de los sentidos. La obra no me echaba por varias razones: porque me pitaban a saco, porque no era escandaloso en mis historias, y porque si me iba sería un cantazo para ellos. Y punto pelota.

Me convertí, y era consciente de ello, en un fariseo: uno de esos tipos que salen en el Evangelio; mucha filactelia, mucha norma, mucho poner fardos que yo no llevaba en la espalda de otros, mucho rollito ascético, mucha autosuficiencia, vida regalada, gestos de paz y serenidad, vivir del cuento, despreciar al pesado, al humilde, al depresivo, buscar la consideración. Un fariseo como los del Evangelio, esos que Jesús les metía unos paquetes que dan miedo; los que si estaban libres de pecado que tiraran la primera piedra... y es que debían de ser más salidos que un balcón. Pues eso. Y puedo asegurar que ser fariseo no me hacía ninguna gracia. Imaginaba el Día de mi Muerte en la puertas del cielo, mientras abajo se celebraba un funeral en mi honor en la Catedral, a tope de peña llorando por lo majete y santo que había sido, con carta del Prelado y todo, los directores de la delegación y todos mis hermanos y hermanas de la opus alabando mi pretendida santidad, el órgano tocando canciones de casa -¡adelante, sin miedo, no miréis atrás, con los ojos en el capitaaaaaaaaan...!-; y arriba, mirándome, San Pedro, con unas barbas blancas, escrudiñando el libro de mi vida y moviendo la mano derecha de arriba abajo diciendo “¡¡¡machoooooo, la que te va a caer!!!”; anda, espera en esa nube de allá y deja tus cosas en ella, el mechero también: no lo necesitarás”.

Así que un día decidí cortar por lo sano y volver a empezar de nuevo, pero esta vez de verdad, fuera del opus; en mi nuevo destino había vuelto a las andadas y no estaba para más zaranjazas. Sabía lo que me aconsejarían, como así ocurrió: Satur, contigo no hay que poner tierra por medio, hay que poner un océano, ¿quieres volver a empezar en algún país de Sudamérica?. No invento. ¡Jolines, me veía con ochenta años, después de haber pasado por Argentina, Colombia y Venezuela, haciendo la labor en Alaska de Abajo y escapándome a visitar a una esquimala, la bella Mitoka Tokiski, a rozarnos las narices en un Iglú, por ejemplo. Y contesté que no, que nanay, que naranjas de la China, na, na, na, que iba a intentarlo, con la gracia de Dios, pero en una nueva senda. Estos del opus eran capaces de meterme en el Soyuz XXII, con dos austronautas (por supuesto, hombres), para hacer la labor en Marte. ¡El primero de Marte!, hala, con cruz de piedra y todo (de piedra porque allí no hay madera; no sé si pillan la gracia, “palo – madera- piedra”,¿pillan?)).

Entonces cambiaron las tornas, y el director de la delegación de turno, tan considerado y misericordioso minutos antes, tan solícito (me pagaban el viaje al otro Continente), me profetizó las peores enfermedades del cuerpo y del espíritu en mi vida mortal fuera del opus: las plagas de Egipto, al lado de sus pérfidas profecías, eran como cachetes que da una novicia de las Hermanas de La Caridad a los leprositos que no quieren aprender el Padrenuestro en la catequesis (niño malo, ¡pim! – collejita). “Satur, te veo dentro de unos años alcoholizado, en la barra de un Puti Club, solo, avergonzado de ti mismo...”. No es textual. Es el principio textual de varias conversaciones, a cada cual más tenebrosa y apocalíptica.

En fin, volví a empezar. Y, ¿saben?, no tengo nada que ver con ese otro Satur. Nada. ¡¡¡No necesito ir a Alaska!!!, ¡¡¡bieeeen!!!. Estoy felizmente casado con una mujer que me ha hecho comprender que soy el tipo más inútil de mi Autonomía. Soy fiel, y eso me alegra; de hecho, todavía no me he acostumbrado a darme cuenta de que lo soy, y aún me admira, como un milagro.

¿Y este capítulo qué tiene que ver con que si alguien sabe qué es el opus dei?; pues mucho. Lo que brevemente he narrado en estas líneas le sucede a unos cuantos bastantes algunos numerarios y agregados de la prelatura. Que no les pase nada, y que les pille en el amor. No es fácil.

¿Alguien sabe qué es el opus dei?. Sigo en que no lo sabe nadie. Mala señal esa de andar con aclaraciones, especificaciones, distinciones, excepciones y mil teorías para llegar donde estábamos. Yo no he visto nada más sencillo, hermoso y atractivo que los Evangelios. Y no he visto nada más complicado que algunas instituciones de la Iglesia, el opus incluido.

Y, Jose Carlos, lamento decirte que, por más que quieras aclarar las cosas, es llamativo, el rastro de dolor, que es falta de Amor, que deja el opus en las lindes de su camino en miles de personas. No es un problema de países, de centros, ni de personas; es un asunto del opus.

Por ejemplo, son muchos los criterios que tienen categoría de normas. Son tantos que aburre especificarlos porque abarcan la totalidad de vida, costumbres y modos de obrar de numerarios y agregados, y algún supernumerario. Y la gente no los ve como algo tonto, la peña obedece.

No dices toda la verdad, Jose Carlos, cuando afirmas que la aplicación de esos criterios dependen del buen sentir de cada director. Tú sabes que no; porque el criterio existe, y está escrito, y el director de turno lo único que hace es aplicarlo... o hacerse el tonto, si es listo. En mi último curso anual, el primer día, aparecieron varios numeratas con pantalones cortos, de esos de media caña, pijillos y tal, en plan Coronel Tapioca. Al día siguiente el consejo local se reunió en plan "Houston tenemos un problema", y a la hora, ¡pimba!, criterio que te crío: sólo se puede llevar pantalón corto en las excursiones. Conste que yo nos los llevaba- la primera vez que mi mujer vio mis piennas me preguntó " Nunca me hablaste de que hubieses tenido un accidente, ¿dónde fue?". -"Son de nacimiento", le contesté.

Bueno, pues ahí tienes a cinco tipos, alguno profesor del IESE, yendo a comprar ropita al pueblo. Y allí no protestó nadie. Y entiendo que no se lleven en Misa, incluso en el comedor -aunque no era administración ordinaria (bueno, sí que lo era, pero "ordinaria"), pero ya en el día a día...

Explico lo de "ordinaria". El caso es que el curso anual era en una EFA y servían la comida unas señoras del pueblo vecino que sabían del opus lo mismo que yo de la influencia de la piel de cabra en los tambores africanos en el siglo XII. Y la primera noche salen a servir con una bata blanca, pero... ¡¡¡HORROR!!!, la bata transparentaba la ropa interior de las señoras. Poco por arriba, algo por abajo. Hay que decir, en defensa de las señoras, que todas ellas, si su pandero fuese una tostada, habría que untar la mantequilla con un remo -y lo digo sin faltar. Quiero decir que tampoco era para tanto. Por lo demás, allí todo el mundo comía, charlaba y reía sin darle más importancia al tema. ¿Todos?. No; el Ojo que todo lo mira sufría viendo a las walkirias contorneándose por el comedor. Venga, consejo local urgente: "a las señoras se les insinúa la ropa interior". Falta de tono. Esto hay que cortarlo. Pregunta del millón: ¿cómo se dice eso a unas señoras?, ¿quién se lo dice?. El cura; que traspase los tres mil kilómetros y que hable con ellas.

En fin... el sacerdote no era muy diplomático que dijéramos, así que lo dijo directamente, en vena, sin anestesia, y las señoras lo tomaron por lo peor, y le montaron un pollo al presbítero que todavía debe de tener pesadillas (¡pero usted quién se ha creído que semos!, ¡ nosotras semos gente personas!)... así que anduvimos el resto del curso anual a fritangas, y ellas con una bata azul oscura y un morro de aquí al jueves de la semana que viene.


Morirse en el opus dei es algo asombroso, un pasmo. Viví muy de cerca tres- tres tipos magníficos-; muy de cerca. Y nunca logré acostumbrarme a comprobar qué rápido se olvida al sujeto paciente. Lo de "el muerto al hoyo y el vivo al bollo", allí se lleva al ciento por ciento. Eso sí, como todo está escrito, reglado y protocolado, se viven todos los criterios que hay sobre el asunto: la mortaja de sábana (pobreza y tal), las veintintantas Misas si eres numerario o agregado, o diecitantantas si eres supernumerario, o siete si eres cooperador, o tres (o las que sean) si es pariente de uno de la obra, o una si eres el portero de la finca. También quién es el centro que se encarga de visitar periodicamente el panteón y tenerlo limpín y tal. Los criterios y costumbres llegan hasta eso y más, como VIM limpiahogar.

Si, por ejemplo, el moribundo escribe al Padre -cosa habitual si es una enfermedad (si es un accidente es difícil que pueda escribirle)-, el Padre le contesta, y esa carta de contestación sólo se la puede leer al enfermo el director de la delegación. Presencié una tarde como llegó el director de la delegación de turno, acompañado de el de San Miguel (no el de las cervezas, el otro, el de la delegación), y me sacan de la habitación del Hospital y le lee la carta y, al poco, sale el pobre hombre, el director de la delegación, llorando. Y se va.

Pensé que había sido por el contenido de la carta, pero narices. Resulta que el moribundo se sabía la costumbre, aparte de que con el director no se llevaba muy bien que dijéramos, y al terminar de leérsela le dice: vale, ya has cumplido lo que dice de Spíritu en el apartado tal, punto cual, y ahora márchate. Lo has hecho muy bien. Muy bien vocalizado.

El otro intentó demostrarle de que no, de que también le quería, pero, claro, no había aparecido por allí en un mes y medio desde que le dianosticaron la enfermedad, y no es fácil pacificar ánimos en una hora.

Anécdota.

Hubo un accidente de tráfico donde murieron dos numerarios, y un tercero salió gravemente herido. Consternación. El director de la delegación fue a visitar al accidentado para ver como estaba y, de paso, saber las circunstancias del accidente, y los últimos segundos de aquellos muchachos.

"Recuerdas qué hacíais"? - preguntaba. "Pues, nada, hablar"- contestaba el otro. "Pero, íbais rezando el Rosario, o lo habíais rezado antes... o, o haciendo alguna norma?". "No, no; íbamos hablando". "Y, oye, en el momento del accidente, ¿qué se dijo?, ¿os disteis cuenta de la situación" -preguntó buscando, quizás, algún apunte espiritual en aquellas últimos sgundos de aquellos fieles de la Prelatura. "Sí, sí - contesta el accidentado- cuando íbamos a dárnosla (el golpe) fulanito grito "¡¡¡que nos fooollaaaaaaaaaan!!!", y nos estrellamos". El director cerró los ojos, musitó una jaculatoria, y se marchó en silencio.

Una vez que te has muerto se celebra como lo que es la muerte, una buena amiga, ¡¡¡otro en el Cielo!!!, ¡¡¡¡BIEEEEEEN!!!. Hombre, no digo que se celebre en plan ¡alabí, alabá, alabín bom bam, fulanito, fulanito nadie más!, pero le falta un pelo.

Hace poco asistí a un velatorio en un centro de la otra sección -o sea, que me hice yo solito tres mil kilómetros en nada, y no lo dije al Marca- y aquello era un festival de alegría desconcertante. El que me acompañaba, compañero de trabajo de ella, me comentó "pero, ¿ésta gente no llora?, ¿no vivía aquí?... ¡si estoy yo más apenado que ellas!". Le dije que para qué contárselo, que no lo entendería, ellos le llaman FE, otros le llamamos falta de corazón, o no: es lo que se supone debe hacer una persona del opus dei que dice tener FE.

Una vez enterrado, al día siguiente, si no la noche misma del entierro, con el cuerpo del cadáver aún caliente, la vida sigue como si nada. Risas, gestiones y al poco tiempo el difunto está en la memoria de alguno: del que ocupe su habitación, y repose en su cama, y lleve sus ropas.

Soy consciente de que exagero... pero no mucho, no mucho.


Dos temas que me agobiaban

Cuando estuve de director en un centro había dos temas que me agobiaban especialmente: la visita del director de san Rafael, y la visita del director de san Miguel (no el de las cervezas, ¿eh?). El primero se presentaba con más frecuencia y su sola presencia era señal de una cosa: reunión del consejo local y repaso a la lista de pitables. Los de San Rafael son tipos absolutamente inasequibles al desaliento: se repiten más que el avemaría de Bisbal.

-Venga, muchachos, la lista. A ver quién puede pitar.

La lista consiste en nombres y más nombres de los cuales solo los cinco primeros son reales, el resto son de esos que se citan en el examen del círculo breve: “¿he hecho apostolado, o me engaño con petardos que equivalen a no cumplirlo?”, (bueno, no es textual, pero va por allí). Y es el caso que nacen de tertulias con el de san Rafael, o sin él, donde a la peña se le anima a que ponga un amigo en la lista. Como muchos no tienen amigo pitable, pues se lo inventan para salir del paso. “A ver, yo tengo un compañero de colegio que es muy majo, saca buenas notas y a veces dice jaculatorias porque un día dijo en clase “Dios mío, me han pillado”, estaba copiando y, no creas, no se cortó un pelo”.

-¡Fantástico!, ¿cómo se llama?.
-Luis Mernabo
-Luis ¿qué?.
-Mernabo.
-Venga, Luis Mernabo; ¡a encomendar y a apretar al Señor para que pite pronto!... Oye, ¿cuándo crees que puede pitar?
-No sé, mañana le invito a la meditación y ya te digo.

Total, que llega el de San Rafael con el consejo local y dice “ a ver, la lista”. Saca él la suya, y el director la del centro. El de san Rafel tiene la guía de Nueva York de Arriba en listas. “Oye, estáis un poco parados y prudentes y hay que encomendar más y pedirle a los de casa que hagan mortificaciones extraordinarias. Se acerca el 2 de octubre y hay que darle una alegría al Padre...” Lo del 2 de octubre es lo de menos porque en el opus hay fiestas por un tubo, cuando no es el 2 de octubre es el 14 de febrero, o el 26 de junio, o cualquiera de las fiestas de la Virgen, o de los Apóstoles, de Jesucristo (Sumo Sacerdote, Sagrado Corazón, Cristo Rey...) o del Espíritu Santo, o de la Santísima Trinidad, o de los intercesores, o es el cumpleaños del Padre, o la primera Comunión de San Josemaría, o el aniversario del fallecimiento de Tía Carmen, o la Erección de la Obra en Prelatura, o la muerte del Abuelo, o de la Abuela, o la Ordenación de los Tres Primeros, o el patrón del pueblo del Consiliario. En el opus dei se podría cantar perfectamente lo de “¡¡¡Esta noche hay una...fiesta; vamos todos a la ...fiesta...!!!” o la de “fiesta, qué fantástica, fantástica la fiesta...” Y, claro, cada fiesta su pitable.

-¿ Cómo está Zutanín?- pregunta Sanra.
-Bueno, aunque en la 1ª evaluación suspendió siete, más las dos que le quedan del curso pasado, la verdad es que en la interevaluación –la interevaluación es un ente de razón que usa mucho Fomento- ha suspendido sólo dos.
-Pues, venga, a encomedar todos y que escriba el 2.
-Hombre, es que, además tiene problemas de pureza.
-¡Cómo, aún sigue con eso!. ¿Cada cuanto tiene caídas?
-Pues, más o menos, la frecuencia de un mono
-Bueno, pues está mejorando, antes era la de un oso. ¿Hace cuánto que no tiene una caída?
-Creo que una semana.
-¡Pero si eso ya es virtud!. Nada, que escriba, ya veréis como la gracia lo puede todo. ¡¡¡Que os veo muy prudentes!!! A encomendar, y a hacer mortificaciones y le arrancamos esta vocación al Señor. Otro... Luis Mernabo; éste, qué tal.
-Hombre, va tiraaaando, le falta encajaaaaar, le estamos conocieeeeendo, parece majeeeeeete...

Lo de encomendar es algo muy usual en el opus. “Encomienda”, “te encomiendo”, “vale, encomendamos”. En dirección algo habitual era que llamaran a la puerta para despedirse y aparecía una cabecita, o un cabezón, y te decía ” me voy a hablar con un tío, encomienda”, y tú, levantando el dedo gordo, “venga, encomiendo”. O venía uno de un examen “ encomienda, tío, que no sé cómo me ha ido”. Y uno, guiñando el ojo “ok; encomiendo”. Si algo no funciona, pues nada “tranqui, colegí, encomienda”. “Te estamos encomendando, a ver qué haces”. “Encomienda a mi padre que le operan de cataratas”; gesto de complicidad y “de acuerdo, encomiendo”.

Se me quedó grabado a fuego, de hecho, o de facto, si tengo un hijo le llamaré Encomiendo, y así si conoce el opus dei se ahorra la historia “Encomendar a Encomiendo que él también nos encomienda “.

El de San Miguel ya impone más respeto porque cuando viene la peña supone que o hay cambios, o se va encerrar a charlar con algunos cuantos, o cae paquetín. El de San Miguel, en general, sabe que desprende un cierto aire de Mr Confidencyal, todos saben que sabe, juega con las cartas marcadas, impone. Conocí uno que le encantaba, de regreso ya en la delegación, enviar un papel numerado –de esos que hay que leer de rodillas y no interpretar- que te solía dejar descolocado y atónito.

Una vez se quedó a dormir, era un centro de provincias, y al día siguiente asistió a la Santa Misa. La administración asistía desde la sacristía, si a esas cuatro paredes se le podía llamar sacristía. El caso era que la puerta de la sacristía la tenían tan bien limpina y barnizada que reflejaba pálidamente –la palabra exacta no es “reflejaba”, quizás sería “se adivinaba”, “se intuía”- la figura de las tres auxiliares como espectros en la oscuridad. El notas debió de pensar “¡ojo, hay vistas a la administración!”. No dijo ni Pamplona, pero al regresar llega la notita diciendo que hay que cambiar de puerta de la sacristía, pues la actual refleja los cuerpos de la numerarias y también quitar la cruz de palo, de la misma madera que la puerta, pues ésta debe de ser “sin brillo”, como dice nuestro santo fundador en Camino” y, de paso, te casca una referencia al de Spíritu, por si teníamos alguna duda, como los Panchos. El problema es que la puerta del oratorio también era de esa madera. O sea, que en veinte años de vida de ese centro nadie pilla las vistas -¡mira que paso gente por allí!- y llega MC Giber y nos hace cambiar dos puertas y la cruz de palo a un centro que éramos más pobres que las ratas; sólo diré que La Misa del Gallo la hacíamos con Avecrem.

Éste era la berza. Pero un día cobró de lo lindo...

En aquella delegación tuvimos la visita del Don Álvaro y hubieron varias tertulias multitudinarias. En una de ellas, a la hora del Ángelus, Don Álvaro se equivocó y repitió dos veces la misma estrofa “El Ángel del Señor anunció a María”; alguien le corrigió y Don Álvaro paró la oración se disculpó y comentó algo así como “ya véis, hijos míos, yo también me despisto, y se me va la cabeza, y es bonito pedir perdón y volver a empezar”, algo así (no es textual). Y siguió con el Ángelus.

Tres meses más tarde estábamos de curso anual y nos proyectan esa penícula y, ¡oh sorpresa, oh, el Ángelus sale enterito, sin fallo del Padre, retocado y bien retocado, tanto, que si no fuiste testigo de la tertulia, no te enteras. Pasa la noche y llega la meditación de la mañana; la predicaba uno de esos sacerdotes que aún quedan en la obra que no hay quien pueda con él. Un Mihura de sesenta tacos y crustáceos en el casco. Y va el tío y a gritos y en vena dice:

“¿QUIÉN NOS QUIERE CAMBIAR AL PADRE?, ¿POR QUÉ NO NOS DEJÁIS VER CÓMO SE EQUIVOCA Y PIDE PERDÓN?, ¿QUIÉNES SOIS VOSOTROS, LOS ACARTONADOS, LOS IMPECABLES, LOS PERFECTOS, PARA IMPEDIRNOS VER UNA PERSONA CON SUS SENTIMIENTOS, SU CANSANCIO, SUS DESPISTES?. ¡¡¡DEJADNOS VER AL PADRE CON SUS DEFECTOS!!!, ¡¡¡DEJADNOS QUERERLE ASÍ!!!... ¡¡¡SI ALGUIEN AQUÍ PUEDE HACER ALGO, POR FAVOR, POR FAVOR, QUE LO HAGA YA!!! ¡¡¡ESTÁIS MATANDO EL OPUS DEIII!!!

Así media hora, sin cortarse un pelo. Tampoco es textual, pero casi casi. Y allí estaban el de San Miguel de la delegación y el de la Comisión, rojicos como un tomate, corridos de vergüenza. Y los demás pensando “ vaya paqueteeeeee les está cayendo, que arreen”.


Viajo bastante, y acostumbro a escuchar música mientras devoro kilómetros. ¡Me chifla la música!. Me gusta todo, desde la música del Telediario de la primera hasta el coro de las A.A.I.A. (Ancianas de Aspecto Inmensamente Ascético) de la parroquia de la Iglesia del Beato Anselmo Polanco, agustino, que cantan un Tantum Ergo con letra propia "Tanto negroo no quereeemos, veneremos a san Lui-i-i-s, los antiguos documentos, no queremos destrui-ir...". En mi familia de sangre, cuando vivía en casa de mis padres (dos frases muy de los años del reverso tenebroso) se cantaba a todas horas, todos los estilos, viniera o no a cuento. Después , en la obra de Dios, sobretodo en los primeros años, cantar era una terapia de desfase y desfogue del personal llegando, en algunos casos, a la histeria colectiva y al paroxismo del poseído de Gerasa.

No olvidaré jamás una convivencia en El Poblado con gente de todas las regiones. Cienes de chicos jóvenes nos congregamos en el inmenso y frío comedor para un show interautonómico. En nuestra ingenuidad, preguntamos al grupo de andaluces la diferencia que había entre las saetas, las sevillanas, el cante y cómo se vivía eso de la Semana Santa allí. Y los tíos, sin cortarse un pelo, se empeñaron en demostrarlo de un modo gráfico, en vivo. Y allí mismo se sube uno a una mesa y escenifica al Nazareno con la cruz acuestas, y otro se sube a otra mesa y representa a la Virgen; no contentos con eso, se forman dos corros, unos llevando en andas al Señor, y otros a la Señora, y la peña, venga, a cantar saetas, y a echar piropos a la Virgen, y a gritar "¡Macarenaaaaa, guapa!"... aquello terminó a las tantas del alba entre rumbas, habaneras, sevillanas y jotas, algo difícil de explicar. El alcohol en aquella época -todavía no se había dictado la ley Seca por Don Álvaro- se tomaba con manguera, y producía auténticos delirios y expansiones de tipo ascético y apostólico del grado treinta y tres según la escala de Richer.

Hubo un tiempo que el alcoholismo en numerarios y, sobretodo, agregados preocupaba a los directores. No era de extrañar. Recuerdo los aperitivos de los domingos antes de la ley seca, y no hablemos de los días de fiesta A: los cebollones te dejaban como un mosquito lobotomizado. Fácilmente te echabas al coleto dos o tres cubatas, o Martinis, o Finos, despuésssss, en la comida, dos vasossss de buen tinto, cuando no eran tressss, en los postressss dos copitassss de cava y, en la tertulia dos copazossss de coñac Etiqueta Negra acompañados de un buen puro. Y, claro, luego ibas a la Bendición zombi total, andando todos como la muñecas de Famosa dirigéndose al Portal. Y a eso se le añadía el incienso, el Tibi Lausssss, Tibi Gloria... ¡Sanctusssss, sanctusssss, sanctussss, dominussss deusssss exercitusssss...!, que duraba más que la mili del que hace el anuncio de “vuelve a casa por Navidad”.

Yo entonces tenía dieciséis años y la ley seca se promulgó cuatro o cinco años más tarde con la divina excusa de que “el novio ya no está con nosotros”. Añoro a San Josemaría, qué leches, con él la vida era una fiesta espirituosa, sí señor. Pero se nos fue el novio y allí nos quedamos enganchados a la barra fija un buen número de invitados a la boda.

De alguna fiesta A vendría el sacerdote aquel que fue a predicar una meditación e impartir una Bendición por la tarde a un centro de nuestras hermanas. La verdad es que el cura tenía fama de equivocarse más que el Custodio de los Kennedy. Ya se sabe que en verano los sacerdotes de la obra de Dios debajo de la sotana llevan pantalones cortos, o un bañador bermuda, por eso de el calor y tal. Y estaba el hombre dando la meditación balanceándose sobre las dos patas de la silla, como si fuera una pequeña mecedora. Y en esto, derrepenete, depronoto, ¡¡¡patapám, pim, pam!!!, se cae hacia atrás, dando en el vuelo una patada a la mesa –la lamparita a tomar viento, el crucifijo surcando el espacio en plan gimnasta olímpico y la mesa a la primera fila del oratorio, y el tío repantingado en el suelo, abierta la sotana al Polo Norte, y enseñando sus pedazo de pielnas peludas como un orangután. Aquello, según contó él, se volvió un auténtico gallinero de gritos, risas, y no aplaudieron de milagro. El tipo se levantó y se marchó , eso sí, sin perder la dignidad, tieso como un torero.

Puedo dar el nombre del sacerdote, pero no lo haré por respeto a su condición de gafe. En concreto, tenía el dedo índice gafado y todo lo que señalaba con él, impepinablemente, o se averiaba definitivamente, o se deterioraba en poco tiempo, o se mustiaba, o le salían hongos. Su record (no lo ví pero me lo contó uno que vivió con él muchos años): señaló una avioneta que sobrevolaba la casa de retiros diciendo "mira que avioneta más curiosa". Al día siguiente leyeron en el periódico que una avioneta se había estrellado en las cercanías de la casa... ¡la que señaló!. Y, claro, tengo miedo de que no se meta en Orejas y señale el ordenador con el índice diciendo "Satuuuur", y, hala, a cascarla.

Como aquel otro, vendría de una fiesta super A que, en el ofertorio, cuando se gira para decir eso de “orad hermanos para que este sacrificio...” nota, perplejo y alucinado, que se le están cayendo los pantalones. De momento, sólo lo notaba él, pero poco después lo advertirían nuestras hermanas cuando vieran salir debajo del alba un pantalón con cinturón y todo. Así que, ni corto ni perezoso suelta un “¡¡¡fuera todas!!!”. La peña se le queda observando como Juana de Arco mirando un mechero. El cura insiste a la directora “¡¡¡he dicho que fuera todas!!!”. Y, nada, la directora, convencida de que el tipo está como una regadera, indica que, venga, fuera todas. Y, ya sólo en el oratorio, dando saltitos, se va a la sacristía, arregla el desaguisado y abre la puerta con un “adelante, sigamos”.

Esto, que puede parecer falso, es verdad. Palabrita de Niño Jesús. Lo que ya no estoy seguro es de que todos esos fallos sean frutos de la vid.

Pero, bueno, yo quería tratar de canciones y me sale un tema que no tiene ni piesssss ni cabezasssss.

Seguiremos


La formación que se da en la “aopus” sobre las canciones es realmente pasmosa. No todo se puede cantar y, en caso de que la canción fuese muy pegadiza y tuviera alguna frase digamos que poco conveniente –por decir algo-, pues se le daba una nueva versión y palante. Lo de poco conveniente iba por sensibilidades.

En un UNIV presentamos una canción para cantar en la tertulia con Juan Pablo II. Nos citaron a una hora en un club de bachilleres de Roma y allá fuimos con nuestras guitarras. Nos recibieron cuatro cracks de Cavabianca, y otro hipercrarck de Villa Tévere, encargados de elegir los que actuarían y de filtrar el tono de las actuaciones. Con nosotros estaban otros grupos: los de la tuna, unos andaluces, un japonudo y otro de Villanueva del Jalón que tocaban el violón y el triángulo, unos italianos que cantaban una de San Remo y, además, le regalaban al Santo Padre un cuadro de la Virgen de Chestojova pintado con la boca por un sordomudo vasco-siciliano, un palestino y un israelita que recitaban una poesía sobre la paz y el amor vedadedo cogidos de la mano y con los trajes regionales de Burkina Fasso... En fin, todo tipo de peña dispuesta a lo que fuera para estar cerca del Papa y tener tus minutos de gloria.

Nos mandaron a freír espárragos a la mayoría –como siempre los criterios de selección no quedaron muy claro: nunca entenderé por qué salió allí una señora en evidente estado de descomposición, estoy seguro que conoció el Mar Muerto cuando estaba enfermo, cantando una ranchera al estilo Chavela Vargas que, cuantri menos, adelantó y aceleró la mala salud del santo Padre. Pero así es la vida; siempre hubo clases. Total que en aquella reunión el de Villa Tévere, un italiano con apellido más que mafioso, va y le dice a la tuna “el Canta y no llores quitarlo del repertorio”. Los de la tuna se miraron entre sí perplejos, “pero, si al Papa le chifla” –contestaron. “Que no se canta” –insiste Il Censore. “Pero si es el Papa es el primero en gritar lo de Ay,ay,ay,ay, canta y no llores...”, responden los de la tuna. Il Campeone, muy serio, les muestra la letra de la canción y con el dedo índice señalando una frase del texto, y dando golpecitos en el libreto, añade:

“¿ y esto de “ese lunar que tienes cielito lindo junto a tu boca, no se lo des a nadie, cielito lindo QUE A MI ME TOCA?". Nada, que no se canta”.

Allí nos miramos todos con los ojos desorbitados, la tuna, el japonudo, nosotros y hasta la foto de tía Carmen que había en la salita. No podíamos creer que ese tipo creyera que la peña, mientras cantaba el Canta y no llores en el Cortile –ellas en un rectángulo, nosotros en otro, con un pasillo en medio de unos cinco metros de ancho- estuviéramos mirándonos pícaramente, arqueándonos las cejas con simpático requerimiento, y cantando a gritos “... junto a tu bocaaaa, no se lo des a nadie, cielito lindo que a mi me tocaaaa”. Y el Papa mirándonos y pensando “estos están peor que el moñigo de Anasagasti al amanecer despertar”.

La primera canción que canté en el centro de estudios, con emoción no disimulada, fue “Eva María”, la del bikini de rayas. ¡Zumba!, corrección fraterna tipo A. Al poco me cayó otra por cantar con unción no contenida “ El gato que está triste y azul”, podía despertar ansias afectivas o recuerdos del pasado en mis hermanos –y yo me preguntaba quién coño echaría de menos a su gato para no poder cantar ese pedazo de melodía en el centro de estudios. También fue prohibida “Yo tengo una bolita que me sube y me baja” por zafia. El “Triquitriquitriquiiiiii, mon amour” de Demis Roussos directamente al Indice con un 7. Fue retocada el “Quiéreme mucho”, en la parte que dice “yo con tus besos y tus caricias mis sufrimientos acallaré” se cantaba “yo con tus gestos y tus palabras...”, y asín hasta el infinito y más allá.

Apareció un tipo en el centro de estudios, uno de esos que pitó en no se qué club y que estudiaba en el instituto “Palomino Mernabo” y, la verdad, se enteraba de más bien poco. En la primera Misa del curso anual se presentó con unas Adidas Nazareno, las xanclas de toda la vida, con el detalle piadoso de llevar calcetines. Las xanclas en Misa le duraron un día. El chico cantaba muy bien, y su especialidad era imitar cantantes italianos de voz afónica y roncosa. Uno de ellos era Richard Cocciante. Total, que el tío se lanza en un show que se celebraba junto a un curso anual de mayores que también asistían, a cantar, sin anestesia, directamente en vena, la de Cocciante que dice “y ahora que estás aquí, desnúdate...¡¡¡ pobre diablo, QUÉ PEEEEENA ME DAS!!!”. El chaval estaba que se salía dando gritos y contorneándose representando un cabreo del 33. El director no daba crédito a lo que oía y miraba al subdirector de grupo tal que Mesala antes de la carrera a Ben Hur. No sé qué fue de aquel joven, quizás ahora es un Oreja, porque nunca más volví a verlo.

Anecdotón.

Trabajaba en un colegio dando clases a niños de primaria y, en mi centro, había cantidad de discos singles y LP de vinilo que no se usaban para nada, así que pensé en regalarlos a las criaturas, pura motivación, como premio por trabajos, etc. Tuve un éxito increíble; los niños se pegaban por un disco que, habitualmente, los dedicaba con una frase en plan “con cariño y paz eterna” y mi firma. Como disponía de cienes de ellos, algunos repetían y, entonces, le decía al niño “este para papá”, o “éste para mamá”, o “éste para la abuela”, frase cariñosa y firma. Hasta allí todo bien.

Un día un niño Chuki me dice que ya tiene muchos discos y yo le digo “nada, nada, éste para tu hermana, a ver, ¿cómo se llama tu hermana?”. “Gloria”, contesta el muñeco. “Pues, venga: para Gloria, allí es donde me gustaría estar yo, con amor esta canción” Y mi firma. Juro por Manitú que no sabía ni el título de la canción, ni que la tal Gloria era numeraria y subdirectora de un centro de esa ciudad. Pasa el tiempo y en la charla me dice el director.

- Oye, ¿conoces a una tal Gloria?
- ¿Gloria?... Ni faba.
- ¿Cómo que ni faba si le has dedicado un disco?
- ¿Yo un disco?... Pues, tío, que no me acuerdo.
- ¿Y esto? –Y me pone el disco encima de la mesa.
- ¡Joé, pues sí!. Pero te cuento, aquí hay un error.

Título de la canción, era un single de un cantante mexicano: "De piedra ha de ser la cama". ¡Hala, chúpate esa!, para arreglar más el asunto. Y es que la tal Gloria tuvo serios problemas, al parecer, de tipo afectivo -sentimental- erótico por culpa del mexicano de los cojones, de Chuki, y de mis gracietas. Sé que ya no es numeraria, está felizmente casada y creo que su cama es Pikolín Springwall. Quede claro.

Y termino homenajeando a una supernumeraria, antes agregada, que en una reunión de padres del colegio me suelta muy enfadada y acalorada: “¿Y a usted le parece bonito enseñar canciones pornográficas a los niños?”

- ¿Pornoqué?- tartamudeé.
- Sí, sí, por-no-grá-fi-cas.
- Pues, no sé de qué me habla. Si no se explica mejor...

La peña estaba expectante con el asunto de las canciones porno.

- Hombre, ¿no querrá que la cante aquí?. ¡Qué poca vergüenza, y qué caradura!

La verdad que yo estaba rojo como un tomate rojo porque no sabía de qué me estaba hablando Morticia.

- Sí , sí- me dice- la del FO-LLA-JE.
- ¿La del follaje?. Pero si es un clásico infantil, señora mía de mi vida y de mi corazón. Es un canon infantil tradicional que, probablemente compuso una Madre Clarisa de Cotatuero y que dice “En un lejano bosque ya canta el cucú, oculto en el follaje al búho contestó: cucú, le llamó, cucú le llamó, cucúcucucú cucú”.

Pues si eso pasa en el árbol verde de una supernumeraria, en el seco ¿qué se hará?


El hijo mío que no hace apostolado está muerto, y yo a los cadáveres los entierro piadosamente (San Josemaría Escrivá de Balaguer y Albás).

Hacer apostolado en el opus es lo fundamental. Toda la formación, desde el inicio va encaminada a hacer auténticos apóstoles Pata Negra hasta crear una segunda naturaleza, un cuerpo de élite que sólo piensa en que pite gente a troche y moche. Contri más, mejor, sean como sean, sirvan o no, porque la idea es que los que queden quedarán y las hojas caídas por el tiempo, bien caídas están. Tipos que van en plan “Born to Kill”.

Se empieza, por ejemplo, jugando al “apostolín” un juego que inventó un paisano y que consistía en obtener puntos por amigos que se llevaban al centro: 1 si iba a una merienda, o a un partido, o a ver una peli; dos puntos si iba a estudiar; tres si asistía a una meditación; cuatro si hablaba con el cura; cinco si asistía a un círculo... puntuaba también las visitas de pobres, el curso de retiro y las convivencias; si iba a Misa al centro, entonces, ya era profusión planetaria de puntos. Si pitaba te caía el gordo. Un crack. Incluso te invitaban a comer en el centro. El juego servía para entender qué es eso del apostolado.

Después, ya en el centro de estudios, el juego se complicaba más. Había que saber muy bien cuales eran las condiciones para que un colegí tuviera vocación de numerario: virtud, carácter, talento y posición. Resumido es que seas un tío recio-machote, dócil, majete, empollón y con buena familia. Si es MUY BUENA la familia, suple todo lo demás. Al Señor se le arrancan las vocaciones a base de mortificaciones extraordinarias y de dar la barrila al candidato. Si no quiere, es buena señal, adelante; si está acojonadete, mejor, eso es que Dios se le está metiendo en su alma. Nada les turba, nada les espanta. Es como ese que va con la cara echa un desastre, llena de sangre, y se encuentra con un amigo que, asustado, le pregunta “pero, chico, ¿qué te ha pasado?”. Y le contesta: ”¿sabes al final de la calle que hay un cartel que pone “SE TRASPASA”?... ¡pues no se traspasa!”. Pues eso: los chicos de Josemaría se lo llevan todo. Navega, velero mío, sin temor ...

En el centro de estudios se solían hacer campañas apostólicas motivadas por un chute psicofónico de los directores de la delegación y que venían arengadas con mandatos imperativos de Cristo: Fuego he venido a traer a la Tierra. Recuerdo una que se trataba de hablar de Dios a mil tíos de la calle en una semana. Tenían que ser nuevos, nada de payasetes, o de peña encajada. Tocaba en el reparto a unos quince por barba, aunque siempre hay alguno que quince le parecían pocos y rompían la capa del ozono apostólico proselitista: como esos que en Misa cuando dice el cura “daos fraternalmente la paz” se ponen como locos a sacudirla a todos los bancos, desde le primero hasta el último, pasando por el monaguillo, la coral y el sacerdote. Hay quien piensa que es señal de inteligencia eso de dar la paz; contri más paces repartes más tonto eres.

Se colocó un cartel con el número 1.000 en la sala de estar y, venga, a la calle, a por el sarraceno. Yo, que venía de otra ciudad y apenas conocía gente, me planté en la entrada del metro en plan “Cuarenta hemos entrado, cuarenta coronas te pedimos”; pero al quinto tío que le pregunté “oye, ¿tú crees en Dios?”, y observar la reacción de la gente, muy lejos de la conversión, y muy cerca de que me dieran un bofetón que vería a Don Juan Jimenez Vargas y Tío Santiago vestidos de Primera Comunión, me dio un yuyu, un no se qué de estar haciendo el gilipollas... que decidí deambular por las calles, como un gato sin dueño hasta que se hiciera hora de cenar. Al llegar al centro el subdirector de turno, un auténtico perro de presa inasequible al desaliento, me pidió cuenta de las gestiones para rellenar en una ficha: nombre, dirección, estudios, teléfono.

Me avergüenza reconocer que jamás he mentido tanto como esa semana, incluso le cogí gustillo al asunto, y rellené 25 fichas como 25 soles: Luis Mernabo , Carlos Botieso, Alfredo Próstratos... y así hasta 25. No fui el único, me consta. Llegamos a mil y lo celebramos, era la Inmaculada, con una supercena, tertulia musical y dos películas de Don Álvaro seguidas. ¡Ole!.

El UNIV era el doctorado en Proselitismo y Altas Presiones. Asistí a unos cuantos bastantes y aquello era ir a saco de verdad. Nada más montar en el autobús, ¡cañaaaaa!. Los chóferes normalmente ya estaban amaestrados y sabían que también a ellos se les repartía sesión espirituosa, aunque algún viejo zorro decía “prefiero ir con vosotros, porque el chófer ideal de las chicas tendría que ser ciego, mudo y de doscientos setenta y tres años de edad”. No le faltaba razón. A los diez primeros kilómetros del largo viaje el cura de turno –los sacerdotes del UNIV eran lo más selecto y granado de la delegación, killers totales, Viernes 13 the return- se amarraba al micro, daba tres golpecitos –TOC;TOC;TOC- “A ver, comenzamos la meditación...”. Y te enchufaba una de vocación directamente en vena que hasta el espejo retrovisor se planteaba si de verdad estaba realizando lo que Dios le pedía en ese momento.

El UNIV da para muchos capítulos. Allí no se escapaba ni Mac Gyber. Y si algún chaval se cambiaba de autobús huyendo del amigo psicoproselitista, no pasaba nada, aparecía otro y otro y otro, como el conejo de Duracel. Y cuando parecía que ya no había nada que hacer, ¡patapúm!, un Cavabianco que le torra. Y tertulias, y tertulias piratas, y más meditaciones, y vas a visitar Roma con un guía y, mira que casualidad, es supernumerario croata, y te endilga otra de vocación aprovechando que te explica la Capilla Sixtina, o la Columnata dil Pepino, o il Fontanone de María Fontaneda. Y a la cripta a saludar a nuestro amadísimo fundador. Y, ¿al día siguiente?, otra vez a la cripta, a estar un rato con nuestro amadísimo fundador; al tercer día, venga, vamos a Vila Tévere y hacemos la oración en la cripta, con nuestro amadísimo fundador, ¿te parece? (y el otro, como Alejandro Sanz “ bueeeno, veeeenga, vaaaale”). ¿Y el jueves santo?, ¡qué suerte, nos han invitado a los oficios en Vila Tévere, junto a los restos de nuestro amadísimo fundador. El viernes tertulia con el Padre -¡¡¡BIEEEEEEEEEN!!!- y después, si podemos, pasamos con el autobús por Vila Tévere, a ver si podemos entrar en la Cripta y estamos un rato con nuestro santo fundador (qué casualidad, siempre se podía). El sábado, ¡carambola!, hay tertulia del Padre sólo para los de casa, pero si quieres puedes venir y te cuelo. Y el Padre, “ya sé que aquí os habéis colado unos pocos... pillines, mentirosotes”. Termina la tertulia y, hala, a Vila Tévere, a dar gracias a nuestro amadísimo fundador por tu vocación y escribes la carta. Y, por fin, el domingo. Tertulia con el Santo Padre, y de paso que nos vamos, nos despedimos de nuestro santo fundador en la cripta.

A mi no me extraña que hubiese gente que saliera confundida. Recuerdo un japonudo que en medio de la Plaza de San Pedro, esperando a entrar para estar con el Papa, dirigiéndose a la tuna desde lo alto de una farola gritó: ¡¡¡QUE CANTE LA TUMBAAAAA!!!. Y es que el tío ya no distinguía tuna de tumba ni ná de ná.

Al Regreso del UNIV, de los pitados a base de tomaquetomaytomaque- tomaytomaquetomayté, en unos pocos días, no quedaba ni rastro de ellos. Búscalos... aunque seguro que en la cripta no están.


Se ha tratado en varias correspondencias de si en el opus de Dios se rompe el sigilo sacramental, el secreto de oficio, o el no guardar la debida discreción en asuntos de conciencia que se conocen por razón del cargo, encargo, o por ser sacerdote. Es muy fuerte afirmar que sí siempre, pero lo cierto es que los modos de encauzar la dirección espiritual en la Prelatura llevan a que se lesione con demasiada frecuencia estos temas. Mi experiencia dice que sí, aunque puedo estar más equivocado que la paloma de Serrat.

Resulta muy difícil guardar y proteger la intimidad de las personas porque la formación lo impide y, en algunos casos, lo anima; hasta tal punto es así que, con frecuencia, muchos directores, subdirectores y secretarios son nombrados en edades pipiolas, sin ninguna experiencia, sin poso, sin auténtica vida interior, sin formación específica, pensando que el director del centro que le han asignado –otro pipiolo que lleva dos o tres años de dirección de almas- le irá formando. Y lo que hacen todos es copiar, imitar y calcar los consejos locales que asistieron por primera vez. Si tuviste la suerte de estar con personas sensatas, pues muy bien, pero si no...

Yo me enteré a los treinta años, siendo director de un centro, de que había asuntos que no podían hablarse en el consejo local. Y gracias a una Comisión de Servicio donde un señor muy mayor de Roma, este no era Sotanillo Pata Negra este puro Paúles, asistió a nuestro consejo local y que se quedó cazando moscas cuando empezamos a hablar del personal del centro. Nos paró en seco, miró al de San Miguel, y dijo “¿pero esto qué es?, ¿así habláis de la gente?”. Le contestamos que sí, que eso no era nada, que ya vería cuando llegáramos a fulanito y zutanito: de traca. Y le anunció al de San Miguel: “esto está pasando en demasiados centros; toma nota”. En fin, seguimos el consejo local, pero ya en otro plan: zutanín es muy majo, lucha, se esfuerza, ama el espíritu de Casa, lo que pasa es que tiene dificultades en algunas virtudes.

Poco tiempo después llegó una nota de la delegación sobre el modo de tratar en los consejos locales ciertos temas, y de qué criterios seguir cuando se reciben confidencias digamos que extraordinarias; en ningún caso se aconsejaba el silencio total, sino que se compartiría criterio o con el sacerdote, o con el director del centro. Surgió efecto unos meses, pero se volvió a las andadas, porque es muy difícil que la burra no vuelva al trigo.

Si ya de recién pitado te forman para que juzgues intenciones, observes actitudes interiores, interpretes gestos; y un día te viene el director en la charla y te anima -que tiene narices el asunto por lo que supone de violentar una conciencia, un carácter y una libertad- a que le hagas a Menganas una corrección fraterna sobre tal asunto. Corrección fraterna que, por supuesto, tú no habías caído, y que el otro, el director, con la información que posee por el cargo, te endilga para que le resuelvas la papeleta y, lo que es peor, poder decirle al corregido, “ ¿lo ves?, hasta tus hermanos se dan cuenta”. Si eso no es cobardía, animar a la delación, fomentar el cotilleo aldeano, que baje Encarnita Ortega y me lo diga.

Sé de alguno que como era muy tímido y no le hacía una corrección fraterna ni a la campanilla del comedor (por cierto, quise imponer la costumbre de la campanilla en mi casa –le da un aire de distinción a la mesa- y mi mujer me dijo cosas que la pluma no puede ni debe expresar), y el director crackcatacrack de turno le indicaba correcciones fraternas a destajo para que las hiciera a otros. El pobre lo pasaba fatal, no dormía la noche anterior, sufría de palpitaciones, conatos de diarrea... y un día el tímido se destapó, hizo ¡fú!, como los gatos, y hasta hoy.

Los informes de personas que se envían a la delegación son la cosa más versallesca, complicada y estereotipada que se ha visto. Allí todos copian modelos archivados y tiran de “copiar y pegar”. Más encorsetados que el wonderbrá. Es difícil que en los informes se lesione nada; yo creo que imposible. Porque si pilla alguien un informe, alucina. Yo creo que no se entera, si pudiera acceder a él, ni el propio interesado. En un sobre se envía la propuesta y el informe del candidato a lo que sea -oblación, fidelidad, etc-, de un modo tan potito, tan genérico, tan para todos igual, que no hay manera de saber si habla de Satur, de Juan Brouenauer, de Pedro Picapiedra o del profeta Jodías. Si hay alguna virtud que no vive bien se pone una referencia que se envía en sobre aparte. Pero la referencia nos lleva a un plan de formación que indica de modo muy ambiguo que é lo que é de lo que le pasa al tipo. Pues que no chuta en castidad (cfr. B-10,III 28) por ejemplo. ¿Y eso qué significa?: ¿es zoófilo, quizás?, ¿tiene problemas personales, de algún modo?, ¿mira los anuncios de ropa interior de Telva, de hito en hito?.

No, en los informes no se lesiona el sigilo, ni el secreto de oficio

Donde se lesiona, patea, se exprime y machaca, es en los centros, en las convivencias y cursos anuales, sobretodo cuando alguno está en crisis o tiene algún problema. Y sin mala voluntad. Siempre se hizo así, así lo quiere Dios porque así lo vio nuestro santo y amadísimo Fundador el 2 de octubre de 1928. Y ya es clásico, que si uno se confiesa con el sacerdote de falta grave y el sacerdote observa que su director no sabe nada –porque en los consejos locales se habla de las personas-, pues aguanta una semana; pero si a la semana siguiente vuelve a confesarse, y se repite la historia de comprobar que el director ignora la situación del señor, a la tercera confesión le dice que debe decírselo al director, y se lo pone de penitencia, o no le imparte la absolución. Auténtico. Pero si el tipo, digamos que tiene un carácter difícil de dominar, insiste en no decir nada al director, el sacerdote, si es discreto, le dirá al director a solas “pregúntale a fulanín por tal cosa”. Y punto, entendidos. Y si el sacerdote es un Chico del Maíz, lo suelta en el consejo local sin problemas. Y eso no se entiende como romper el sigilo sacramental.

En el curso anual los directores saben todo de todos; pero como cada uno, al cabo de los años, ha sido director y dirigido de un buen racimo de convivencias, pues allí conoces la vida y milagros de todos: en virtudes, en vida de familia, en profesión, en situaciones personales, económicas, filias y fobias.Y vale todo porque es por el bien de la almas que, dicho sea de paso, es una pasión dominante en el opus de Dios. En la última convivencia de supernumerarios que fui a una tertulia de invitado ocurrió algo realmente impactante. El director, un Smidt Matrix que ponía la gallina de piel, me dijo que los chicos, -eran jóvenes-, no acababan de entender la entrega, y que parecían de una cofradía más que del opus. Y me comentó que diez de ellos, diez, se habían escapado la noche anterior de farra y marcha, habían regresado a las seis de la mañana, y estaba el ambiente algo tenso. Pero esa no era la verdad, como supe poco después, pues él les dio permiso. Y lo peor: alguien del grupo de urcos que fueron de marcha le consultó al dire una corrección fraterna porque uno, en la discoteca, había bebido el mediterráneo en copas, se había puesto a ligar con una como un desaforado, bailó con la woman in love de un modo desinhibido total, y le parecía que eso no era propio del espíritu de casa. Y el dire va y le dice que no se la haga. Y el hipercrack de director llama A LA MADRE DE LA NOVIA DE ÉSE SUPERNUMERARIO y le cuenta lo que hay, que su futuro es un pendón de tres pares de narices, que con el tiempo le darán el premio “El Preñón de Gibraltar”.

¿Se armó una gorda?. Pues gordísima; la futura suegra supernumeraria, la novia supernumeraria, el pobre supernumerario alucinado cuando regresa a su ciudad y advierte que todo se ha roto y no sabe por qué y, lo que es peor, lo suyo lo sabía hasta el último adscrito de Manila de Abajo... ¿Sucedió algo?. Nada. Ahora siguen juntos; el tío tragó -mira que lloró, y se indignó ante la injusticia- y no mandó a freír monas al opus dei, al dire, y Bruno Buozzi todo. Y es que eso es una plaza de mercadillo, alcahuetería pura, chismorreo. Todo por el bien de las almas: con la excusa de si dejarías que alguien muy querido se tirara por la ventana qué harías; pues lo mismo. Vale todo: Dios está con nosotros.

Si a eso le añadimos los que están un poco tocados del ala, con la azotea de mudanzas y una mala leche como los orcos de Saurón, que por una tontería te cuentan la vida del que les lleva a mal traer, pues no lo arregla ni Rita la churrera. No es lugar, pero en mis últimos años en el reverso tenebroso varios sacerdotes me contaron cosas muy graves de terceras personas, conocidas en confesión. Y al marchar yo, de mí mismo, y a personas muy cercanas y queridas, también se usó del sigilo sacramental, pero en otro sentido: un sacerdote, que jamás hablé con él, ni en confesión, buscaba encontrar entre sus supernumerarias si éste que firma le había dado un repasín (cfr B-10. III, 28) a alguna, como si dijéramos. ¿Quién le contó al presbítero mi vida?: buen título para una película.

¡Ay, el susurro de ciertas confesiones qué ruido y qué daño hace!.


Termino de leer un texto que me ha dejado confuso: resulta que los diez mandamientos que Dios le dio a Charlton Heston escritos en las tablas no son los diez que nosotros, los católicos, creemos y se nos ha enseñado desde la niñez. Parece que judíos y protestantes en su enumeración de las leyes incluyen, de acuerdo con el texto bíblico de Éxodo 20, el mandato de prohibir hacer imágenes-ídolos, mientras que la iglesia católica suprime este mandamiento y para que le salgan las cuentas, desdobló el mandamiento que prohíbe los actos impuros en actos y pensamientos. En fin, a la cama no te irás sin saber una cosa más.

Y al hilo de este fascinante dato erudito me vino a la memoria la devoción, la veneración, la dulía, la adoración, que en el opus de la prelatura de Dios se le debe a la figura de San Josemaría Escrivá de Balaguer y Albás. Vamos que si Moisés viera como tratan en la opus al susodicho reflota Altos Hornos y funde becerros de oro a saco para hacérselos beber a la peña de la obra de Adonays, Yahwé (Yahvé, tú nunca me has querido ya lo sé... que cantaba Julio Iglesias). Escrivá es un auténtico ídolo y, como a tal, se le idolatra hasta el paroxismo, hasta la exaltación extrema de todos los sentimientos y pasiones que habitan en el interior de la humana persona. No hay ni la sombra de una duda sobre sus cualidades humanas, morales, afectivas, espirituales, psicometafísicas, místicochiripitiflaúticas y melífluas.

En él se congregaban todas las santidades posibles que caber pudieran en el alma de cualquier ser de la Creación. Las abarcaba todas en su sencillez y humildad. Era taumaturgo, leía las conciencias y veía los corazones, poseía el don de profecía, incluso le fue dado conocer la fecha de su muerte (lo que pasa es que como ofreció su vida por la Iglesia, pues Dios se la aceptó y, claro, se le adelantó unos años la parva y le pilló a pie cambiado). Las imágenes de la Virgen le sonreían, los Niños Jesuses tornaban a la vida para ser acunados por él, su ángel de la guardia le daba golpecitos en el costado para despertarle, incluso palmadas de coleguí de buen rollito diciéndole “ ¡hasta luego, burrito sarnoso!”, extraños personajes se cruzaban en su vida con paquetes llenos de billetes justo en el momento que no tenía un duro para pagar Villa Tevere, Jesucristo mismo le importunaba cuando leía el periódico y le tenía que decir “¡Déjame, por favor!!” (Escrivá a Jesucristo). ¿Con la Virgen?, Lourdes, Fátima, Garabandal y El Palmar juntas era un chute de gominolas al lado de su trato con la Señora. Lucifer le andaba también buscándole las cosquillas y manipulaba ascensores para que se diera un meco al abrir la puerta y no encontrar la cabina que, curiosamente, no estaba en el piso llamado... Toda su vida era un prodigio de hechos extraordinarios: Escriveitor. No anduvo encima de las aguas porque no le dio la gana, una razón muy sobrenatural, por cierto. Cuando fue a Torreciudad y se descalzó para ir de Romería desde el crucero al Santuario más de uno pensó “¿a que ahora el tío se pone a andar por encima de las aguas del pantano y nos monta aquí una de mucho miedo?”.

Se enfadaba siempre en su humildad, presumía de doctorados en su humildad, en su humildad demandó unmarquesado que no le pertenecía y en su humildad lo hacía todo. Él era LA HUMILDAD. Si afirmó alguna vez que las monjas eran tontas, o bobas, en realidad lo decía en su humildad, a ver si nos enteramos. Y es que Dios le hizo blando y dulce como la miel de la Alcarria y, claro, se deshacía, como testimonia Don Manuel Mindán Manero.

En la prelatura su figura es indiscutida, tóquese el aspecto que se toque. Como arquitecto, un crack; como legislador, otro crack; como pedagogo, más crack; como escritor, crackísimo; como teólogo hipercrack. Si se sentó en una sillón, se coloca un cartelico que dice “ aquí se sentó nuestro amadísimo fundador el día tal” (creo que en latín: ¡mira que habré visto cartelicos de esos y no recordar el texto!), si se cortaba el pelo, se guardaba el mechoncín de las chollas que le habían cortado y ,venga, cartelito que te crío “vello capilar de nuestro amadísimo fundador cortado el tal del cual”; si se cortaba al afeitarse y empapaba la gotita de sangre en un algodón, se recogía y cartelico al canto “gota de globulín rojo de nuestro amadísimo fundador recogida el tal del cual”; si comía una aceituna y dejaba el huesín chupadete en el plato, se guardaba celosamente y...¡pues sí, otro cartelín!: hueso que requetechupó en su venerable boca nuestro amadísimo fundador el tal del cual” . Bueno, esto último, la verdad, me lo he inventado.

Y eso se llama reliquias. Hay millones de ellas, de todo tipo y condición: ropa –pañuelos, jerseys, camisas, alzacuellos... miembros del cuerpo todo, desde cabellos, hasta pestañas, uñas, dientes... cosas varias como mecheros, bolígrafos, postales, relojes, agendas, muebles...¡¡¡ Todo un mundo de reliquias: ven a la semana fantástica de Reliquias en El Corte Inglés!!!

A mi mujer le comenté esa idea una mañana, pensaba que podía hacerle ver quien soy y valorarme más: “oye, ¿por qué no pones cartelicos en los sitios que habitualmente uso para cuando me muera?”. “¿Lo cualo?” –contestó. Y le expliqué lo de Escrivá y que pensaba que era una buena idea “ Satur se sentó en este inodoro innumerables veces el tal del cual”, por ejemplo. Y mi señora me dijo cosas, otra vez, que la pluma no debe ni puede expresar.

En algunos la idolatría por san Josemaría llega al delirio tremendo. Hay quien ha hecho su tesis doctoral sobre los años de adolescencia del santo en Logroño. Escuchar a aquel hombre era realmente de volar sobre el nido del cúco: ¿iban o venían las huellas que Josemaría encontró sobre la nieve?, si iban... ¿a dónde iban?, y si volvían, ¿de dónde volvían?. ¿La nieve era en polvo?. El carmelita en cuestión... ¿cómo se llamaba?, ¿a qué dedicaba el tiempo libre?, ¿era Logroñés genuino, o pertenecía a alguna Comunidad histórica?. ¿Qué desayunó aquella mañana Josemaría?, ¿por qué salió a la calle a esa hora si tendría que estar en el colegio?; si era porque había pegado una nevada del treinta y tres, ¿qué encargo le dio su madre, la abuela, para que tuviera que salir con ese frío?, ¿comprar una caja de cerillas, o una de fósforos, o era de mixtos? El abuelo... ¿qué recorrido hacía desde su casa hasta la tienda donde trabajaba?, ¿siempre era igual?, ¿daba de comer a las palomas en ese paseo o, por el contrario, las ignoraba? Cuando falleció el abuelo, ¿cómo fue Josemaría de Zaragoza a Logroño?, ¿en qué tren?, ¿en qué vagón?, ¿en qué asiento?... ¡¡¡cartelico al asiento, hay que buscarlo como sea!!!.

Inclusivamente, hay quien ha propuesto muy seriamente, y con entusiasmo – envió la idea a Villa Tévere después de visitar Los Ángeles y toparse con Spielberg en el pasillo de una universidad durante un minuto (a consecuencia del mismo hizo Encuentros en la Tercera Fase), el realizar una película comercial sobre la vida de San Chema, sin reparar en gastos, producción a tuti plein, fool total. Desarrollaba la idea en su chute explicando que la vida de nuestro amadísimo fundador era riquísima en matices: aventuras, amor, soledad, guerra, persecuciones, milagros... misteriosas huellas en la nieve, paso de los Pirineos, la persecución de los buenos, premonición de la muerte de un ser siniestro en Burgos... El tipo era crítico de cine (profesión que gusta mucho a numerarios y agregados), y afirmaba –aquí el chute ya era con pértiga-, que podía contactar con Steven Spielberg y sugerirle la idea con un guión, aprobado por los directores, para que se embarcara en la posible producción y dirección del flim; si se hizo “el Señor de La Salle” con gran éxito, ¿porqué no “El Marqués de Peralta?”. El escrito está dormido, como el Anillo en manos de Gollum, pero todo se andará. Me veo a Pacino haciendo de San Josemaría, Emilio Aragón de Don Álvaro, Marlon Brandon de jesuita malo, el padre Vergés, Ana Obregón de Tía Carmen, Gerard Depardieau , el Abuelo y Mariano Ozores de Don Javier.

Digo, por dar ideas.


Un día me encontré raro, no coincidía por dentro, ni por fuera, conmigo mismo. No era quién sabía debía de ser. Me parecía que vivía fuera de mi naturaleza; Satur estaba muy lejos de Satur: deteriorado y roto. Me había convertido, después de 27 años en el opus, en un esclavo de un papel en la comedia social de la prelatura. Estaba como ausente de mi propia existencia; de repente caes en la cuenta de que te estás engañando y, lo que es peor, engañas a los demás, y que ese engaño impregna todas las relaciones, incluso las más íntimas. La gente, tus hermanos, los cooperadores y amigos, no son rostros, sino máscaras de teatro que se intercambian promesas, gestos cariñosos, consuelos de elegidos e iniciados en la superficialidad de palabras mil veces dichas, frases hechas, tics de grupo, consejos acortezados... En todo ello se podía mezclar la emoción como en el teatro, o en el cine, pero esta emoción no tocaba el fondo solitario del alma, de la mía; esa emoción estaba ligada a una imagen, no a una realidad; nacía de una representación, no de una presencia. Y me parecía que toda aquella peña, yo incluido, se sentían en sus almas tan pobres que lo que más temían era su propia desnudez. Preferíamos intercambiarnos falsas riquezas antes que unir nuestra verdadera indigencia. Me había convertido en un hipócrita.

Te obligabas a hacer la charla y contar tus confidencias de un modo absurdo, difícil, sin vida. Ése que me escuchaba no era un amigo, ni siquiera un hermano: era un burócrata, un funcionario acostumbrado a representar lo que se espera de su cargo y condición. Incluso en aquellos primeros años de entrega, cuando uno vivía una sinceridad salvaje, con frecuencia patológica (forzada la intimidad hasta límites peligrosos), incluso entonces sentías ese desasosiego interior que produce lo artificial. Y cuando era yo quien escuchaba, quien atendía, a pesar de buscar lo mejor para esa persona, ¡ay!, con cuanta frecuencia todo era la costumbre de un horario, las frases hechas del sistema, los gestos que sabía debía de hacer y los consejos políticamente correctos que asentar en esa alma. No había vida. Observaba que bastantes de esas biografías que me rodeaban o acompañaban, la mía incluida, se sostenían sobre creencias que andaban muy lejos de la libertad, del amor, de la madurez. Preferíamos vivir en los criterios, las consignas, las normas, la seguridad de que me lo den todo hecho. Todos sabemos que las religiones no salvan al hombre, por muy perfectas y normativizadas que se presenten. Es Jesucristo... pero fácilmente caemos en la tentación de abrazarnos a instituciones que prometen la salvación con sólo permanecer fieles a ellas. Nos convertimos en autómatas que incluso están dispuestos a reprimir la biología más elemental –sentir, tocar, amar, reír, llorar- para entregarse con risueña insensatez a un destino gregario; con el cebo de una promesa de santidad segura a base de frases millones de veces repetidas que atornillan la conciencia, con chutes semanales de medios de formación personales y colectivos, de retiros mensuales y convivencias, con la corrección fraterna, que narcotizan el sentido crítico noble y responsable y que generan adicciones personales al grupo y peleles de tomo y lomo. Se prefiere vivir una vida vicaria, encerrada en una cámara de asepsia y autismo con ese mundo que se dice amar, pero en que queda excluida, en esa cámara, cualquier germen de humanidad, porque se es clasista y elitista.

Para volver a vivir con los demás sin máscaras ni maquillajes debía primero coincidir conmigo mismo, es decir, desembarazar al alma del yo y a la persona del personaje. Darme y enseñarme al mundo, al mío, tal como soy, dar sin saber que doy –todo lo contrario de lo que hacía en la opus, que te das sabiendo qué das-. Deponer todas las armas y todas las máscaras, andar sin esos movimientos de defensa y ataque que hacen de la vocación, del amor, un juego lleno de reglas, normas, criterios donde se refleja una perfección tan absurda como estéril. Gracias a Dios, prefiero unos instantes de verdadera comunión, lo que dura una mirada, uno sólo de esos minutos divinos que despojan al alma de todo lo que no es ella misma, a vivir en la fantasía narcotizada que, con sus intercambios de falsa moneda, no conducen más que a la unión de dos sombras, o al narcisismo de la santidad. Muchas veces deseamos tanto escapar de la soledad, buscamos la seguridad de un modo tan compulsivo, que olvidamos las dos cosas imprescindibles: la pureza del amor y el respeto de la libertad entre los que se aman.

Precisamente ninguna de estas dos cosas existían en mi vida en el opus. Mi amor no era puro; quizás ya no quedaba ni amor. Hay ciertos sentimientos que se le parecen, pero no los llamo amor (hace tiempo que esos sentimientos no me engañan). ¿Respeto a la libertad entre los que se aman?; en el opus dei no saben qué significa la palabra libertad. Se habla mucho de ella, pero desconocen totalmente de qué trata. Es muy difícil ser libre cuando ya de pequeño te enseñan a que cuentes todo con una sinceridad salvaje en una confidencia semanal donde obligan el temario, se te impone: Fe, Pureza, Vocación; cumplimiento de las normas una a una –con hojita incluída para que no olvides ni una; apostolado -con repaso de la lista de amigos-, trabajo, mortificación -con su lista de pequeños sacrificios-, amor al Padre, devoción a San Josemaría... ¡un mundo!. Y te enseñan, lo repiten hasta la saciedad, que si uno en la charla no habla de pureza, malo. Mala señal. No decían “si uno no habla de Fe, malo”, o “si uno no habla de apostolado, malo”, lo que se recalcaba era la Pureza: si no se habla de Pureza, malo, es que hay algo seguro. Y así te veías a contar una cantidad de tonterías, algunas rayaban la patología freudiana más profunda, por contar “algo”. El que conoce sabe de qué hablo.

La sinceridad, la de verdad, no tiene cabida. Si dices que estás en crisis te dan la vara de tal manera que prefieres callar y marchar cuanto antes; no buscan tu bien, no te escuchan. El director de turno, aunque sepa que lo mejor es aconsejar otro camino, se resiste a ser consecuente porque sabe que eso no lo puede decidir él: lo decide la prelatura a través de un Spíritu codificado donde no caben biografías personales, diálogos tranquilos; no entiende que la vida es argumental, lo que supone variaciones, etapas, y posibles cambios buscando lo mejor en el otro; no escucha, porque no le cabe en la cabeza, que esa imagen de continuidad buscando su propia vocación (a veces más sensata y “ pequeña” que la de darle la vuelta al mundo como un calcetín) en cualquier persona es esencial. La vida se detiene, tiene pausas, remansos, vuelve a empezar una vez y otra en circunstancias distintas, después de que se han operado cambios que quedan incorporados a lo anterior. Por mucho que se insista en la continuidad, en la fidelidad a cualquier precio, no está reñida con el cambio permanente en el que se vuelve a empezar una y otra vez. Se puede ser fiel a uno mismo dejando la senda del opus dei. Y más cuando él no quiere oír: sólo quiere el número, la cantidad, la perseverancia autómata. Como esas personas posesivas que sacrifican su vida a una mujer, a un esposo o a un amante, con el que no han tenido más intercambios interiores que los que podía haber tenido con un animal, o con la muñeca que tuvieron de pequeñas. Y lo más grotesco es que los desdichados que son el objeto anónimo de ese entregamiento falso se creen escogidos, especialmente preferidos y queridos por sí mismos. Como esa gallina amorosamente encorvada sobre unos caracoles –de noche le robaron las crías que guardaba con cariño- supliendo y prodigando en su instinto ciego e irresistible el mismo amor, idénticos cuidados. El objeto no tiene importancia, el intercambio no es necesario. La gallina, cerrada sobre sí misma y radicalmente incapaz de elección y de comunión, se aferra a cualquier objeto para satisfacer su necesidad.

Y encuentras actitudes que te duelen. Mucho.

Conozco una supernumeraria que tuvo el mismo año dos hechos. La muerte repentina de una hija numeraria –falleció mientras dormía a los treinta años-, y la marcha del opus de un hijo numerario. Todavía hoy, cuando habla de estos temas dice, sin rubor alguno, “me dolió mucho más que mi hijo abandonara el opus dei que la muerte de mi hija”. Si eso no es fanatismo, que venga Chichinabo y me lo diga.

Una hermana mía, numeraria, rezó y pidió al Señor –sabiendo que me estaba planteando dejar el opus- que me muriera antes de abandonar el opus. Dios no la escuchó. Gratias, tibi Deus, gratias tibi!.

No son anécdotas aisladas. Se pueden contar a patadas. Esto se enseña: se anima a la gente a rezar para pedir la muerte antes de fallar en tu vocación. Cuando estás bien, pues no pasa nada, lo pides encantado. ¡Ay, cuándo estás mal!: se sufre, y se sufre mucho. ¿Quién causa ese dolor, eso desquiciamientos?..

- ¿Oiga, es la opus de dios de la prelatura?
- Sí, aquí es. ¡¡¡PAX!!!
- In aeternum, forever. Oiga, que me gustaría de saber porqué producen de dolor y de desquiciamiento con ciertos consejos sobre de que si te vas eres un desgraciado y de que no te querrá naidie como nosotros y de que el infienno está lleno de bocas cerradas y gente que se ha ido.
- ¡¡¡PAX!!!
- Sí, vale, Pax: pero que me gustaría de saberlo.
- ¡¡¡PAX!!!
- Ya, Pax, ok, Pax: pero que de porqué.
- .....................................................

No sabe. No contesta.


Vaya por delante que no pongo en duda el juicio de la Iglesia sobre la santidad de san Josemaría Escrivá de Balaguer y Albás. Como tampoco tengo ninguna duda sobre la futura santidad de Kiko Argüello, de Luigi Guissiani, de Chiara Lubich, de la Madre Trinidad de la Santa Madre Iglesia, de Jean Vanier, de Don Esteban Gobbi, de la hermana Glenda, y tantos y tantos más; inclusivamente de mí mismo, arropado, impulsado y celebrado por los millones de Orejas que ya en vida me tratan como a un santo. Prometo enviar mechoncetes de pelo, o trocitos de chollas, a todo aquel que me lo pida. A la Piedra no le he comentado nada de esto, pero algo sospecha: ayer me vio colocando cuatro pelillos en una bolsita de plástico y me dijo ¿a quién pido hora al Doctor Enrique Rojas o al Doctor Mengele?.

Nos preguntaba José Carlos qué nos diría San Chema –no me separéis la Che de la Ma- cuando nos lo encontráramos en el Cielo. A mi, la verdad, no me importa cruzarme con él siempre que él esté en su nube, con sus alitas, con su arpa y su coronita, y yo en la mía. ¿Qué el tiene un arpa más chula que la mía?, pues vale. Pero cada uno en su nube. Además, pienso que en el Cielo nos vamos a encontrar gente que nos va a dejar muy, pero que muy sorprendidos. Mal que les pese a algunos.

Se extendió una especie de milagro por los centros de la obra de Adonays, a la muerte de Dolores Ibarruri, La Pasionaria. Y es que, -se decía-, la Jefa de Servicio del Hospital donde falleció era numeraria –biógrafa de San Josemaría para más señas-, y que convenció a aquella "Roja" que animaba a las tropas republicanas a dejar embarazadas a todas las monjas que se encontraran por su camino, para que se arrepintiera de sus pecados y se convirtiera antes de morir. Y se comentaba que así fue; apareció un sacerdote que la confesó, le impartió la Unción y la Comunión. Bien, así me lo contaron, y me lo creí. Y lo iba contando por charlas, convivencias, retiros, como cuento yo las cosas, o sea, que parecía que yo mismo estaba de monaguillo de las ceremonias de conversión de La Pasionaria. En todas, repito, en todas las charlas, los culos se removían en los asientos, la gente carraspeaba, extraños movimientos de tensión se advertían, sobretodo en supernumerarios, numerarios y agregados de cierta edad (esos de “a mi derecha, la pared”), y no faltaba quien al terminar la charla venía escandalizado porque “ésa” se había salvado.

Todos tranquilos. Coincidí con la Jefa de Servicio en la presentación del libro sobre San Chema y le pregunté si era verdad la anécdota. Me contestó que sí era vedad que La Pasionaria había fallecido ingresada en su servicio, que también lo era que ella le atendió en su enfermedad... pero eso de que se hubiera convertido, que un jamón con chorreras, que no murió cantando “los curas y las monjas, ¡¡¡no nos moverán!!!...” porque estaba afónica que si nooooo.

Me voy del asunto –me he divertido-, que diría Santa Teresa. Para mi hay comportamientos en vida de Josemaría que, contri menos, me parecen sospechosos de “puntazos”, pero puntazos de tomo y lomo. Unos dirán que eso es santidad –santidad que, por cierto, él renegaba-, por no ser la ordinaria, la de la prosa diaria. “Me basta los milagros del Evangelio”, afirmaba. ¡Jospa!, menos mal que le bastaban sólo los del Evangelio porque si no nos monta una pirotecnia de milagros en vida de aúpa. Pero luego, aparte de los cienes y cienes de hechos extraordinarios que jalonaron su vida, tiene los puntazos. Por ejemplo, cuando un día escuchó una blasfemia, se arrodilla delante del blasfemo y con la lengua escribe en el suelo el nombre de Jesús. Muy bien, eso es santidad para la peña, pero si lo hago yo estoy como un cencerro. ¡Jolines, sólo de pensarlo, y que la Piedra me vea arrodillado y con la lengua escribiendo en el suelo me están entrando sudores fríos! Y sin que me vea la Piedra; me ve cualquiera, del opus también, y pensaría “¡pobre Satur, está como una regadera!”.

Voy a la calle con mi madre, siendo numerario, a visitar a mi tía Domitila y le digo a mi mamá que vaya delante porque la gente puede pensar que...

-¿Pensar, qué, Satur?.
-Que no eres mi madre
-¿Qué no soy tu madre?... ¿y qué soy hijo?
-Bueno, pueden pensar, como eres tan joven, y tienes tan buen aspecto, AÚN, pues que eres mi amiga o algo asín.

Y mi madre me pega un meco que me deja más confundido que Nestor Kirchner en un laberinto de espejos.

Como si un día me insulta un tipo con el mono de trabajo todo encalado y llego yo y me abrazo a él, me restriego en él, me licúo en él en plan festivo - ¡ojo, en medio de la calle! (si no era en un tranvía)-, y la basca piensa “éste tío es un santo”. No; lo que piensa es “este tío está fundido en negro”.

No sé, quizás lo juzgo poco sobrenaturalmente.

Pero los puntazos los tenía. Hay una penícula de una tertulia en Venezuela con numerarios y agregados de la Región. Asistieron del orden de varias decenas. Poquitos. Y, supongo, allí se conocerían todos. Es una que le pregunta un agregado con diabetes sobre su enfermedad. Bueno, pues allí le da un puntazo, coge un pedal contra un tío que sólo le faltó decir el nombre, y el sujeto paciente –nunca mejor dicho- estaba allí. Y todos sabían de quién hablaba: “que si hay alguno que se cree que porque gana dinero le vamos a aguantar, que lo tiene claro, que mucho morro si vas de especial...”. Por supuesto, no es textual, pero el que haya visto el flim lo recordará. Esa película se proyectó en todos los cursos anuales y convivencias de la Tierra hasta que, así me lo contaron, el personaje que había sido puesto de chúpate dómine debió de decir que ya valía. Que ahora fueran a por otro.

En fin, me vienen tantos y tantos puntazos...

También es cierto que de ese hombre se conoce toda su vida y, claro, es más fácil dar en diana. En el fondo era como cualquiera de nosotros, y nada de lo humano le era ajeno, que diría San Ignacio de Loyola de Palacios. Tenía sus vanidades tontas, sus puntazos, sus maneras de buscar cariño y reconocimiento, sus soledades neuróticas, sus obsesiones, sus filias y sus fobias. Y no todo era en él santidad.

Cuando lo vea en la nube se lo digo. “Oye, si me dejas tu arpa, te invito a mi nube y charlamos, ¿vale?”. Y me dirá que sí, seguro Él mismo decía “ si tú al llegar a casa de tus padres no haces más que decir que la obra es fenomenal, que los numerarios son fantásticos, que todo lo bueno que haces es gracias al opus de Dios, que Monseñor es el rien de rien... pues me lo harías odioso y no querría ni oír hablar de ellos” (no es textual). Y de eso le hablaría también, de la brasa que están dando con el “amadísimo fundador”.

Hablando del Cielo. Le preguntaron a Ratzinger, Pepe para los amigos, que cuantos caminos había para llegar al Cielo, y contestó levantando el dedo índice y moviéndolo de adelante a detrás: “tantos como personas; cada hombre es un camino para llegar a Dios”. A ver si os enteráis.

Y para José Carlos, con amor. Cuantas veces me he visto calumniado, herido o difamado por gente que no esperaba, repito en mi interior la metáfora que Papini (no me estoy cachondeando del Papa) escribió en la Exposición Universal: "Venturosos los que se ven asaltados por los mosquitos, pues gracias a ello un poco de su sangre perezosa volará por los aires sobre sus alas ligeras".


Llama la atención las correspondencias recibidas por fieles de la prelatura en Orejas porque ni siquiera entre ellos están de acuerdo en qué es el opus dei. En una cosa sí que coinciden: en todas siempre se hace referencia al “ os encomiendo”,”rezo por vosotros”, en fin, que son gente muy piadosa. Puede haber en esas frases un cierto sentido de “tipo que hace de puente entre Dios y nosotros”. Un Pontífice. Alguien elegido por Dios, y que es escuchado especialmente. Un ropaje farisaico de filactelias y de tribus levíticas que son los poseedores de los oídos y el corazón de Dios. Dicen “rezo por ti” del mismo modo que pueden decir “ te voy a ayudar a que las cosas te vayan bien, pecador inmundo, alma descarrilada, perdido, macarra”. No me fío de esos hombres que presumen de rezar por algo o por alguien, que usan la oración más como un recurso lingüístico hecho costumbre que como algo interior.

En mis años en la opus de Dios me recuerdo diciendo eso de “te encomiendo” a troche y moche. Y, lo que es peor, el afirmar en conversaciones con otras personas “ esto que te voy a decir lo he llevado a la oración”, “te lo digo en la Presencia de Dios”... era como si uno tuviera una gracia muy especial, un don extraordinario: el ver a Dios, hablarle, y escuchar su Palabra. Hay que estar muy ciego para no darse cuenta de la suficiencia interior que muestra uno cuando se abroga la voluntad de Dios en las almas porque, dice, lo ha llevado a la oración.

¿Qué oración es esa?. Todavía conservo en las mejillas dos ronchas rosas de apoyar los nudillos de las manos en la cara y los codos en las piernas durante 27 años de oraciones de la mañana somnolientas y nebulosas. Y una moradura en el brazo producida por el prelatureitor de turno que te daba un toque, cuando no te zarandeaba, para que despertaras. El celo de la casa de Dios le consumía. Y uno, cabreado por haberle despertado y con unas legañas que le llegaban hasta el Misal Iberoamericano le decía “¡paisa, tío, que no dormía, que estaba rezando!” Basta mirar muchos bancos de oratorio de centros y comprobar la cantidad de muescas producidas por las dentaduras de unos y otros al resbalar las manos de las caras y zorrostriarse contra la madera del reclinatorio. Estos ojos que se comerán los gusanos han visto a uno que ayudaba a Misa dirigirse en el lavatorio de manos al sacerdote con el jarroncete en una mano, el paño en el brazo y SIN la vasija donde derramar el agua. Y el cura poner los dedetes para que el otro los humedeciera. Los dos más dormidos que Lázaro. Y echar el agua entre los dedos, caer al suelo cual cascada alegre y saltarina, limpiarse el sacerdote con ceremoniosa unción, inclinación de cabeza del monaguillo, y a seguir...¡¡¡ y nadie nos dimos cuenta!. Estábamos amorcillados de sueño... Y, luego, “mira, esto que te voy a decir lo he llevado a la oración”. Ya.

Las oraciones de la tarde en los cursos anuales, paseando entre los jardines, estirado en el césped, sentado en un banco a la sombra de un platanero o al borde de la piscina remojándote los petetes. O las oraciones en el coche, mirando el paisaje, escuchando la cinta de turno “En el taller de José”... y uno allá, con la mirada perdida donde parece que se junta el horizonte pensando en porqué los cepillos de dientes no se llaman cepollos de dientes, tiene más sentido, digo yo. Y, luego: “mira, he llevado a la oración lo que te he dicho...” rezar no es difícil, pero eso de tener vida interior, y ser otro Cristo -¡el mismo Cristo- y andar de santo chachi, cuidadín.

Por eso creo que no hay que ir por la vida diciéndole al mundo todo que rezo por él, y que soy un buen chico. Hace dos años que me negué a ser ídolo de nadie, a ser un referente de nada, un intermediario de medio pelo, a detestar mayúsculas que llevan a la sin razón y al fanatismo, a preferir ser admirado que querido, a ser otro Cristo, a dejar de andar dando lecciones y comenzar a aprenderlas como un torpe alumno balbuceante y con serios problemas de lateralidad, dixlesias, pelín de retraso mental y algo lerdo. Es una opinión.

Me comentaba hace unos día un ex supernumerario, la verdad es que nadie entendió como pudo pitar ese hombre, que le habían aconsejado que dejara la obra. Andaba con la herida abierta, y dudo que algún día cierre, porque el mismo sacerdote que le había insistido para que pitara, citándole la voluntad de Dios, el que lo había llevado a la oración y lo veía claro ( el sacerdote), el mismo, dos años después, le dice que “ha llevado la oración lo que le va decir” y es que a tomal viento. Que eso no es lo suyo. ¡Hombreeee, eso no se hace. A ver, si lo has llevado a la oración un año, y Dios te dice que sí, y dos años después te dice que no, ¿paisa, tronco?. En fin, allá lo dejé, con sus sesenta y cuatro tacos y que le echan de la prelatura.

Pero vale todo. Recuerdo que al morir, aunque nuestro padre no murió, nuestro amadísimo padre se fue al cielo, se contaban muchas historias de apariciones suyas aquí y allá. Luego no las vi escritas en ningún sitio, pero se contaba que el espectro de San Chema las montaba de yupiyayayupiyupiya, yupiyayayupiyupiyaaaaa. Una era que una supernumeraria con un niño de dos años tenía que ir a Misa, pero le agobiaba dejar al crío solo. Normal. Pero la tronqui, encomienda la custodia a nuestro queridísimo fundador y, como San isidro, se va a Misa. A la vuelta el niño está cenado, limpín y acostado. La madre alucina “¡¡¡Ahívaaaaaaa, tócate el pirindolo, ¿eto qué é lo qué é!!!!!”, exclama. Y le pregunta al niño que con su dedito le señala la estampa de Josemaría y le dice que ha estado con él y tal, y que le ha hecho la cena, y le ha bañado y han cantado “pito pa que pites túuuuuuuuú”.

Si cuela eso, ya cuela todo.

Aunque esto que he escrito no lo he llevado a la oración. Que conste.


La prelatura, dicen, ha clarificado mucho nuestra condición de hombres de la calle. Y lo escriben convencidos: somos hombres de la calle sin votos, ni promesas. Nosotros nos comprometemos a vivir las virtudes cristianas por nuestra honradez de cristianos. Y voy yo, y me lo creo. Y resulta que como tengo un compromiso de vivir el celibato, por ejemplo, si tuviera la desgracia de cometer una falta grave sobre el particular y no tuviera más narices que confesarme con un sacerdote que no fuera de la prelatura, me dicen que debo advertirle que tengo un compromiso de vivir el celibato carapato, pero para no dañar la imagen de la obra –sería una injusticia que ese pobre sacerdote dedujera por la culpa de uno la de toda la opus de Dios, tan maja y perfecta ella-, pues no tiene porqué aclarar su pertenencia a la prelatura. Triple salto mortal con tirabuzón y barroquismo planetario. O sea, he de aclarar que tengo un compromiso, pero ni mú de que pertenezco a la obra del Omnipotente.

Y, en una casuística digna de la Thorá de Caifás, del libro de estilo de Anás, aclaran. ”Si uno va a una casa de latrocinio y tiene una caída con una geisha, debe de confesarse normal, como cualquier tipo, porque no hay compromiso sobre la castidad, no debe de especificar su pertenencia a la obra o de haber adquirido un compromiso". Vale. Pero, si uno sale con una compañera de trabajo todos los días a tomar café con churros y, encima, le acompaña a casa, y se ve que está apegadete, el pobrín, aunque no hubiera caída grave en materia de castidad, entonces... entonces, sí debe aclarar que tiene un compromiso de celibato y que se lo está pateando. Lo mismo con el compromiso de vivir la pobreza, o el de velar por la unidad de la obra, o el de consultar libros.

- Avemaría purísima.
- Sin pecado concebida. ¿Qué tienes higo bío?.
- Pues que estoy saliendo con una chica.
- ¿yyyyyyy...?
- Pues eso, que estoy saliendo con una chica y no debería de salir.
- Pero, a ver, tú ¿de qué te confiesas, higo bío?.
- De salir con una compañera de trabajo, le acompaño a la puerta de su casa algún día y nos tomamos un café con churros en una cafetería, aunque eso no siempre.
- ¡¡¡Halaaaaaaa, qué fueeeerte!!!. ¿Y qué pasa con la chica, eh?
- ¿Con la chica?, nada.
- Pero eso no es de pecado de suyo. Salir con una mujer, además un tipo tan bien plantado como usted, es muy normal. Debe encontrar una chica que le ame y sea la madre de sus higos.
- Pero es que tengo un compromiso.
- ¿Un voto?.
- ¡¡¡¡¡¡¡ NOOOOOOOOOO!!!!!¡¡¡NOOOOOOOOOOOOOOOO!!! Nada de votos, un compromiso.
- Un compromiso, un compromiso, pero usted se confiesa como que es algo que pesa sobre su conciencia y que a nadie normal le arguye de pecado, ¿eeehhh?.. .como si fuese un voto.
- ¡¡¡Que NOOOOOOOOOO!!!, ¡¡¡mire que soy de agobio fácil y me cabreo, eh?!!!, ¡nada de votos!, es un compromiso que me hice a mí mismo. Nada, que me dio por allí un día y dije “voy a comprometerme en vivir el celibato carapato”. Soy así de piadoso. Es de origen, como si dijéramos.
- Pero, ¿usted pertenece a alguna institución?.
- No, no, es algo mío. Un chute, como si dijéramos.
- Pues nada, de penitencia te vas al Cotolengo y que te ingresen. ¿Valeee?.
- Vale.

Una de las charlas más complicadas de dar era sobre qué hacer y decir, como comportarse, si uno tenía la desgracia de cometer un acto en contra de los compromisos adquiridos y tenía la necesidad, y no quedaba más remedio, que confesarse con un sacerdote que no fuera “buen pastor” para nosotros. Muy de la calle, muy normal, muy de tío corriente.

Es, quizás, parte de esa estructura de pecado: el decir cómo debo comportarme, qué debo decir, qué debo callar para que la obra quede siempre muy bien. Negar la libertad de confesarme con quien quiera, libertad que defiende la Iglesia, y dudar, de que otros guarden el sigilo sacramental -¿se llevarían una mala imagen de los demás fieles de la prelatura?... y, ¿qué pasa?, ¿que el sacerdote va a salir del confesionario y se va largar a la sacristía diciendo “¡¡¡ joéééé con los del opus, vaya pájaros!!!?, pues no lo veo, porque también se llevarían una mala imagen de los que no son fieles de la prelatura; ¿o no está escrito que la confesión está hecha para los pecados mortales y que “conviene” decir también los veniales?. Y todos sabemos la materia de los pecados mortales. Y dudar de la madurez y sensatez de un sacerdote, sea diocesano o Capuchino Remangado y Descalzo, y de la eficacia del sacramento, añadiendo un peso en la conciencia del penitente me parece, contri menos, un pasote. Grave asunto.

Una anécdota, aunque no tiene nada que ver con el asunto que se ha tratado, pero asín echamos unas risas un lunes de lluvia... Bueno, no tiene que ver, y sí tiene que ver, porque en la obra, como todo está reglado, escrito y perfectamente claro, pues nadie piensa por sí mismo y, claro, se obedece y a veces pasa lo que pasa. Me lo contó un sacerdote testigo del hecho. Como me lo contó, lo cuento.

Al parecer, le explicaron a una numeraria auxiliar que se estrenaba en las lides del servicio en mesa en una casa de mayores cómo debía realizar la tarea.

- Mira, Conchita -le explicó la administradora-, cuando oigas la campanita sales al comedor. Primero sirves al director, es el que tiene la campanita a su lado, después al sacerdote, es el que lleva una sotana negra, y luego a los demás comensales, son los que están sentados alrededor de la mesa. Atiende bien; se sirve por la izquierda de cada comensal, con la bandeja también sobre tu mano izquierda, y la mano derecha en la espalda. ¿OK?, entendidos.

- Sí, señorita. Y, además, encomendando.
- ¡Muy bien, Concha, encomendando!. A ver, repite.
- Se sirve por la izquierda de cada señorito, con la bandeja también en la mano izquierda, y la mano derecha en la espalda. Y encomendando.
- Muy bien, Concha... y encomendando a cada uno, ¿vale?.
- Vale, encomiendo.
- Yo también encomiendo.

Total, suena la campanilla,¡¡¡piticlín, piticlín!, y sale la auxiliar más contentina que ná, y algo nerviosa (era la primera vez). Se planta al lado del director y recuerda los pasos: a su izquierda, con la sopera en la mano izquierda... ¿y la derecha?, pues en la espalda... ¡¡¡¡PERO LE PONE LA MANO EN LA ESPALDA DEL DIRECTOR!!!, en plan “paisa, colegui, ponte un buen cazo, machote, que esto está chachi”. Como lo cuento. Al tipo le dio un escalofrío racoide que parecía Juana de Arco mirando un mechero. No reaccionó. Se sirvió una cucharadita de sopa y decidió que siguiera turno. Al cura.

Llega al cura y lo mismo, por la izquierda, con la sopera en la mano izquierda, y la derecha, ¡patapám!, a la espalda del cura. La peña, que ya estaba a la guay de lo que pasaba, se echa a reír, el cura da un salto, como si le hubiesen servido una pitón vivita y coleando, y le dice a la auxiliar.

-¿Pero esto que é de lo que é?, ¿qué pasa aquí?.

Y la pobre salió en retirada a la cocina. Se oyeron gritos, lloros desconsolados, ayes de dolor y vergüenza... y al poco, sonó el timbre de comunicación. De vuelta, el director, dijo que todos fuera del comedor porque la administración dejaría la mesa ya servida.

Nunca más se supo de Concha.

Continuación

 

 

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OPUS DEI: ¿un CAMINO a ninguna parte?