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CORRESPONDENCIA
Miércoles, 25 de Abril de 2018
La repesca de los ex.- Jiménez
El comunicado difundido en los centros del Opus Dei que nos cuenta Septiembre sobre el acercamiento de la institución a los ex me trae a la memoria dos sucesos.
Corría el año 2006 cuando recibo una curiosa llamada al teléfono fijo de casa de mis padres. Era Pepe (nombre supuesto), un agregado unos 10 años mayor que yo con el que compartí algunos años de mi estancia en la Obra. Pepe era conocido de mi padre, motivo por el que me lo había tropezado en alguna ocasión.
- Qué bueno que hayas contestado tú, Jiménez, pues contigo quería hablar, me dijo muy jovial.
- ¿Conmigo?, respondí extrañado, pues mi relación con él no pasaba de un mero saludo.
- Sí, verás. Es que estamos de repesca -literalmente así me lo dijo- y quería invitarte al retiro espiritual que hemos organizado para ex el día tal en tal sitio (un colegio de Fomento).
Poco me faltó para enviar al bueno de Pepe a la “megda”. Le dije de todo menos bonito. O sea, que habían transcurrido más de 20 años desde que dejé la Obra; tiempo en el que no había recibido una sola llamada telefónica de nadie del centro; había sido ninguneado, olvidado, apartado como si para ellos nunca hubiera existido; y ahora enviaban a Pepe, muy bien tipo pero al que siempre consideré de inteligencia limitada, a invitarme a la “repesca”. En realidad para el Opus Dei mi persona –como todas, me temo- no pasaba de ser un número, alguien a quien invitar. Una posibilidad de poder engrosar sus filas de cooperadores o, en el mejor de los casos, de supernumerarios y con ello sus recursos económicos. Pero mi vida, mis sentimientos y mis necesidades les seguían importando un pepino. La Obra, como ayer, seguía a lo suyo.
Cuando me pasó el cabreo por la llamada sonreí. En el fondo el mensaje de Pepe evidenciaba que las cosas dentro no funcionaban. Muy mal tenían que andar de gente cuando intentaban echar mano de aquellos a los que años antes habían despreciado. En los 80, como viví directamente, la Obra marchaba a toda máquina. Los pitajes se multiplicaban y los directores seguían la consigna fundacional de cerrar las puertas a todo aquel que optaba por marcharse. Cero contacto, cero trato con los ex, a quienes se encargaban de despedir fríamente insinuándoles, en una sublime muestra de caridad, tristezas terrenas y dudas sobre su salvación. Quién les iba a decir que apenas dos décadas después y ante la desbandada general (de mi “promoción” de unos 35 no quedó dentro ni uno)se verían obligados a echar mano de esos mismos “infelices”. Repescar, en palabras de Pepe. Era, sin duda, la necesidad la que obligaba a semejante humillación.
Si esto que he relatado fue curioso, lo que cuento a continuación me provocó una indignación cósmica cuando me lo contó el protagonista pasivo del hecho: Hará cosa de dos años, 2016, el exagregado David –mi amigo- recibe una llamada en su teléfono móvil. Es Antonio (ambos nombres son ficticios), un numerario con el que no hablaba desde finales de los 80, cuando David fue invitado a dejar la Obra. David tenía en gran estima a Antonio, que fue su director espiritual prácticamente los cinco años en que permaneció dentro.
Antonio comienza la conversación diciendo que quiere quedar a hablar con él. A David, ingenuamente, le haría ilusión volver a ver a Antonio después de tantos años para recordar viejos tiempos y darle un abrazo. Sin embargo los derroteros de la conversación dan un giro inesperado cuando Antonio insinúa que el motivo de la llamada es para pedir dinero para la Obra. David está en el desempleo, prácticamente vive con lo que le ayudan unos amigos y así se lo hace saber a Antonio. ¿Y qué hace éste cuando lo oye? Cuelga el teléfono prácticamente sin despedirse. Ni cita para conversar ni gaitas. David no le interesa si no puede sacarle dinero. En realidad lo único que buscaba era el dinero de David. ¿Para qué perder el tiempo?
Aparte del vómito al que mueve este comportamiento miserable, la cosa da que pensar. Antonio llama a David al teléfono móvil, artefacto que no existía en los años 80. Es más, Antonio pasó bastantes años después “iniciando la labor” en un país a muchos kilómetros de España. ¿Cómo obtuvo el número de móvil de David? Evidentemente, para esa colecta alguien -¿la delegación?- tuvo que tener, en primer lugar, el listado de los nombres de los ex (vuelvo a recordar que en este caso hacía unos 30 años del último contacto de David con la Obra), y en segundo, sus teléfonos actualizados para distribuirlos entre los peticionarios. ¿Quién mantiene en el Opus Dei esas bases de datos?
Jiménez
HISTORIAS DE TERROR Y DE DOLOR (XI).- Salypimienta
HISTORIAS DE TERROR Y DE DOLOR (XI)
Una familia de tantas
Esta es la historia de una madre y una hija, ambas supernumerarias: La madre, una mujer que frisaba los 80 años, inmensamente rica, viuda y de las primeras supernumerarias de la región: había conocido a todos los curas que habían vivido ahí o que habían estado de paso, a todos los numerarios y numerarias que eran o habían sido. Siempre pendiente de las necesidades de los centros, siempre dispuesta a que se usaran su quinta en las afueras de la ciudad para lo que se necesitara, siempre dispuesta a que utilizaran sus cortinas, candelabros de plata, alfombras y cuanto se ocurriera para adornar el Monumento del Jueves Santo, sobre todo si era para un centro de varones!! Parece que las supernumerarias mayores aman los centros de “la otra sección”...
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Agradecimiento a Duquedeperalta.- Salypimienta
Muchísimas gracias por tu texto "El Papa Francisco desenmascara al Opus Dei". Por lo menos para mí ha sido de lo más esclarecedor y me ha ayudado a tener más nítidas algunas ideas a las que no podía darles consistencia. Un saludo afectuoso,
Salypimienta (salypimientalaencomendada@hotmail.com)
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