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CORRESPONDENCIA

 

Viernes, 28 de Julio de 2017



Carta abierta a Fernando Ocariz, presidente del Opus Dei.- Ramana

Ilustrísima (excúseme si no es el título apropiado para un prelado, soy lego en asuntos eclesiásticos), he sabido de su paso por España merced a la información que la web de la institución que usted preside da en sus páginas, acompañada de testimonio gráfico alterno: una de usted con chicos, otra con chicas, todos ellos (y ellas) sonrientes y felices de tenerle cerca y mostrarle sus labores, esto es, el lugar donde promueven el apostolado y la vida cristiana en el ejercicio de sus profesiones, mayoritariamente (en las fotos) del mundo de la enseñanza.

Como tiene usted cara de buena persona (lo digo sin segundas) y le deseo el mayor éxito en su nueva y, sé que no se le oculta, compleja misión, me he atrevido a enderezar públicamente estas líneas para hacerle llegar una serie de modestas y respetuosas observaciones sobre mi experiencia personal sobre la prelatura que usted dirige, un grupo de almas, en principio entregadas con sincero afán de servir a Dios en la Iglesia a través del específico carisma de la prelatura: santificar el trabajo “ordinario”, que entrecomillo para que usted advierta desde ya que sin tan ordinario fuera no habría necesidad de especificarlo.

Gracias a esta bendita página, que usted bien conoce, puedo romper la barrera que nos separa, página, por cierto, no lo olvide, basta leer al azar casi cualquier testimonio de la misma, que tanto bien hace a tantas almas que un día se entregaron a la Obra con idéntico afán, y otro, acaso muchos años después, salieron afligidas, extenuadas y desconcertadas por la derrota intolerante e inhumana de la misma, poseída por su propia “neurosis de perfección” que la ha convertido, como ya se ha explicado aquí algunas veces, en una verdadera estructura de pecado.

Lo de la neurosis lo vi con claridad por primera vez siendo un muy joven miembro, entonces socio, apenas ingresado, durante la escucha del famoso discurso de Escriba en la Universidad de Navarra en que el entonces Canciller de la misma carraspea durante el discurso. El encargado de la emisión nos explicaba después que esa tosecilla, tan humana, desaparecería en posproducción para que la alocución de “nuestro Padre” quedara limpia y diáfana. Algo así como “el Padre no puede toser, ergo, no toserá”… Fue un primer dardo que se me clavó en el alma: una cosa es lo que hacemos y otra lo que se dice que hacemos, y esto se vive así tanto en el plano individual, mi pequeña vida, como en el institucional. Por eso cantábamos que nos “gusta la pesca, pero pesca submarina”, aunque luego a los de fuera, mis compañeros de ese mismo colegio donde usted estuvo paseando el otro día, un profesor les dijese durante una “convivencia de pesca submarina” que la Obra pesca, no caza: imanta por convicción, no enreda. Ese profesor ahora es sacerdote: vocación asaz tardía y sobrevenida, si hubiera manifestado esa vocación antes de pitar yendo a un seminario nunca habría sido de la Obra, no sé si eso es una contradicción o un contradiós… Pero me he divertido.

Le decía que ahí comencé a rumiar y digerir el famoso “doblepensar” opusiano, tan caro a los regímenes totalitarios y a las sectas: se dice una cosa, mientras se hace otra y no pasa nada, se convive con ambas narraciones simultáneamente. Y ojo, señor prelado, no sé su experiencia, sé, o quiero creer, que no se miente exactamente, se hace todo A.M.O.G, ad maiorem operis gratiam. Lo de que el fin justifique siempre los medios me lo tendrá que explicar. En resumen, que lo que ustedes practican tan sueltos de cuerpo es peor que una mentira, es una enfermedad, y con necrosis, porque lo destruye todo, en especial, es lo más triste, el alma de los miembros, cuanto más puros y sinceros peor: de tanto convivir con el doblepensar acaban enfermando, uno tras otro, desquiciados, sometidos al hipotético mantra de que “Dios sabe más” y de que “la Obra es cosa divina” y de que el que obedece, etc. Lo que usted quiera, pero mire en torno: enfermedad, tristeza, alto índice de abandono, casas convertidas en lúgubres aposentos de soledad en cuyos pasillos y oratorios retumban como fantasmas las ilusiones de santidad, de ayudar a los demás, de ser dichosos, ilusiones convertidas en mecánico y repetitivo ejercicio de normas piadosas que ya no salen del corazón, como el arrebato afectuoso de dos enamorados, sino de la perentoria convicción utilitaria de que, a pesar de todo, eso Me salva. Egoísmo burocrático y normativo que, acaso, no se ve con claridad desde dentro.

Gracias a estas páginas que nos unen ahora a usted y a mí, conocí a una numeraria, cuya amistad me honra y a la que quiero mucho (no lo digo para que se escandalice, lejos de mí, sino para que caiga en la cuenta de cómo es el mundo más allá de Villa Tevere) y veo poco, pues vive en otro país y solo cuando viene por trabajo podemos quedar a tomar una cerveza, darnos un abrazo y ponernos al día; pues bien, esta numeraria, toda la vida en Casa, además de brindarme su afecto, también, para eso somos amigos, me regala su confidencia, con ella he aprendido cosas de la Sección femenina que ni imaginaba (los famoso cinco mil kilómetros), pero sobretodo, gracias a ella, he sabido del profundo malestar que recorre la Obra, una suerte de creciente y cada vez más patente esclerosis que ya no se puede acallar a base de propaganda, beatificaciones, pseudotriunfalismo y mirar para otro lado. Por eso le escribo, porque a lo mejor nadie se atreve a decirle estas cosas, a ella no le dejan, aunque lo intenta, y otros que lo han pretendido han acabado en estas páginas, no digo que asqueados, pero sí muy decepcionados del trato inhumano que la institución provee a los que, honestamente, manifiestan alguna discrepancia.

Creo que ni en los regímenes comunistas de antaño se obraba con peor calaña, aunque recuerdo, yo era ese quinceañero que comenzaba a digerir el espíritu de la obra, vale decir, su doblepensar, que aquel año se llevó el Premio Planeta la Autobiografía de Federico Sánchez, de Jorge Semprún, en que relataba su aciaga experiencia clandestina en el Partido. Recuerdo que un amigo me dijo que todo lo que relataban esas páginas que yo no leí (estaba, estará, prohibida la novela) le recordaban demasiado al Opus Dei: como dijo el gran dramaturgo Muñoz Seca, Los extremeños se tocan.

Ya termino, que tendrá usted muchas normas que hacer y muchos papeles que revisar; además de desearle un feliz y merecido descanso estival, le quiero, con toda cordialidad, proponerle solo una cosa, por si le parece razonable y hacedera; es la siguiente: ¿por qué no se olvidan del doblepensar y ajustan la Obra, con todas sus consecuencias, que serían muchas y de toda laya, espirituales y materiales, a lo que de ella dicen que es, pero no hacen? Una gran familia sobrenatural que se entrega a los demás en el cumplimiento de las virtudes cristianas y en la santificación de su trabajo. Con libertad y responsabilidad. Faena tendría para el resto de su mandato vitalicio. Responsabilidad he dicho, mire en torno, con discernimiento, se lo pido de corazón al Espíritu Santo para que vea: tanta imposición, tanta desconfianza fundacional en el ser humano ha hecho de ”sus hijas y de sus hijos” gente pusilánime e infantil, sin personalidad, gente medrosa y fanatizada, sin alma. ¿Cree usted honradamente que eso atrae, que eso es siquiera cristiano? Piénselo, o mejor aún, medítelo en la Presencia de Dios. Le deseo toda la suerte del mundo, la va a necesitar. Y gracias por su tiempo.

Ramana





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