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Opus Dei: ¿un CAMINO a ninguna parte?

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CORRESPONDENCIA

 

Lunes, 13 de Junio de 2016



Gracias a Dios, ¡un final feliz!.- Sinfonía

Gracias a Dios, ¡un final feliz!

Empiezo esta historia porque un amigo…. un “gran amigo” de Opuslibros me lo ha pedido…

Empiezo esta historia con el afán de que quienes la lean, no pierdan nunca la esperanza!!!

Sobre todo aquella madre o aquel padre que, como yo, sintió haber perdido un hijo o una hija y piensa que nunca más lo recuperará.

Cuando comencé a leer Opuslibros, me sentía tan identificada con cada detalle narrado, que mi corazón se quebraba, y al mismo tiempo sentía que no estaba sola, que las cosas que yo vivía no eran producto de mi imaginación. Tras esas líneas había gente como yo, que tenía las mismas inquietudes, los mismos miedos y las mismas angustias...



(Leer artículo completo...)




Un incidente en el comedor.- alberich

Gracias a Dios, nunca he sido miembro del Opus Dei, pero les conocí bien el año que pasé en uno de sus colegios mayores en mis tiempos de universitario. Desde luego, se empeñaron a fondo, aunque sin éxito, en ganarme para sus filas. Pienso que me salvó el haber superado ya la adolescencia. Uno se vuelve menos vulnerable a la influencia de esta gente conforme aumenta su grado de madurez, formación y experiencia. Por eso, creo que, actualmente, el Opus capta pocos universitarios y, más bien, centra sus esfuerzos en los colegios de fomento, donde la corta edad de los estudiantes pone a su alcance personas más indefensas por cuanto más fácilmente maleables e influenciables.

Del año transcurrido en aquel colegio mayor, del extraño modo de vida de los numerarios y las curiosas costumbres que imperaban allí guardo muchos recuerdos. Dominaba el ambiente un tono clasista y anticuado, que habría resultado simplemente ridículo en una residencia de estudiantes, sino hubiera sido porque su instrumento principal eran las uniformadas y silenciosas “chicas de administración” y el trato que se les dispensaba. Este consistía básicamente en hacer como que no las veíamos cuando nos servían en el comedor. Una de las primeras muestras de la hipocresía viscosa que se cultiva en el Opus y que es uno de sus aspectos más desagradables, me la ofreció el estudiante supernumerario que, en la primera semana, después de explicarnos a los nuevos residentes la importancia vital de usar adecuadamente los cubiertos de postre, nos dijo que no estaba permitido dar las gracias al ser servido y que la razón era que, como estas chicas estaban realizando su trabajo, el decirles “gracias” se consideraba fuera de lugar. Aunque yo no presumía, como ellos, de poseer unos exquisitos modales burgueses, un mínimo de educación me parecía suficiente para saber que cualquier trabajador de hostelería, en cualquier parte, debe recibir, cuando menos, esa fórmula de cortesía mientras realiza su trabajo. Así pues, la verdadera razón de aquella prohibición debía ser otra. En realidad, creo que su propósito era impedir que tratásemos a aquellas chicas con cercanía, como a iguales, que les comunicásemos algo de la simpatía que a esa edad se derrocha y que hubiese mermado la conciencia de sí mismas que claramente el opus fomentaba en ellas: la idea de ser esencialmente subordinadas, de otra clase, de segunda clase.

El caso es que la comedia de la invisibilidad de las numerarias se hizo cotidiana y pronto nos habituamos a ella. Pero un día ocurrió un incidente que puso bruscamente de relieve lo inhumano de la situación. Todavía lo recuerdo a menudo y siento mucha pena y vergüenza. Una de las chicas, de la que nunca supimos el nombre, de cuyos rasgos no puedo acordarme, porque evitábamos mirarlos, dejó caer accidentalmente una bandeja demasiado cargada. El estrépito de platos y cubiertos hizo que cesara en el acto el animado murmullo de las conversaciones en aquel comedor lleno de estudiantes, directores, subdirectores, etc… Se hizo el silencio. Nadie se movió. Nadie sabía qué debía hacerse, puesto que, si todos fingíamos no creer en la existencia de aquellas chicas, ¿qué actitud tomar ante el estropicio y el evidente apuro en que se encontraba aquel ser inexistente? Esperamos un instante que pareció eterno. Cuando la chica, muerta del susto, recobró la movilidad, sólo fue capaz de huir a todo correr entre las mesas y el silencio de todos, hacia la cocina. En seguida, una numeraria mayor, la encargada, supongo, del equipo de administración, apareció y, sin decir palabra, comenzó a recoger los restos de vajilla. Tampoco entonces se movió nadie, pero todos tuvimos la impresión de que las cosas volvían a su cauce y que la comedia podía continuar. Se reanudaron las conversaciones.

A menudo, recordando este episodio, me he sentido abochornado de que ninguno de nosotros, jóvenes cristianos frecuentadores de los sacramentos, hiciéramos lo que cualquier persona, nosotros mismos en un ambiente menos viciado de fariseísmo que aquél, habríamos hecho naturalmente: levantarnos, acercarnos a ella, sonreírle, quitar importancia a lo que había pasado y ayudarle a recogerlo todo. Vamos, lo que nos habían enseñado en nuestras casas. Pero allí nos decían que no se podía tener “la fe del carbonero” (hasta en eso eran clasistas) y con sus aires de aristócratas de la fe sustituían el más elemental amor al prójimo por esa parodia insultante que llamaban “visitas de pobres”, de las que otro día podríamos hablar.

Cristo dice que hasta un vaso de agua ofrecido con delicadeza no quedará sin recompensa. En una situación como la que yo viví, ¿qué habría hecho Cristo?, ¿qué habría hecho San Francisco, que llevaba al extremo la cortesía para con todos? Pero en aquel ambiente no se seguían esos modelos. La pregunta considerada correcta era ¿qué habría hecho el Padre (Escrivá)? Y eso hicieron.

Alberich

 





El juicio del consejo local.- ElCanario

Cuando estás dentro de la Obra nunca te acabas de creer que sea verdad eso de que lo que dices en la dirección espiritual con un laico se corre inmediatamente a otros de tu mismo centro. Yo tuve oportunidad de comprobarlo con unos hechos que paso ahora a describiros con todo lujo de detalles. Aquello que era mi intimidad quedó hecho añicos ante la escena que viví en primera persona y significó un momento en que se me abrieron los ojos para no volver a cerrarlos hasta que salí de la Obra. Si escribo esto es con el deseo que a otros no les pase como a mí.

Yo había pasado unos días en la casa de un hermano mío en La Manga del Mar Menor. A mi siempre me había atraído ir desnudo por una playa solitaria, mientras el sol invadía totalmente mi cuerpo. Era una oportunidad de experimentarlo. Así lo hice y quedé totalmente satisfecho. Aquella escena no me pareció que era pecado mortal. No obstante se lo comuniqué al agregado que llevaba mi dirección espiritual por aquello de que había que vivir la sinceridad salvaje, que se decía internamente por parte de los directores. Se añadía que lo que mancha a un niño mancha a un viejo. Yo ya tenía cincuenta años y tenía que vivir con hechos lo que se me aconsejaba.

A los pocos días me acerqué al centro y saludé sucesivamente al Señor en el sagrario y al director, como es lo habitual. Estaba reunido el consejo local. El director me dijo --Pasa, pasa. Y me ordenó que cerrara la puerta. Me vi metido en una encerrona. Delante se encontraban el director, el subdirector, el secretario y el sacerdote del consejo local de agregados. Vamos, un tribunal completo.

--Ya nos hemos enterado por E. (el agregado que llevaba mi dirección espiritual) de lo que has vivido en una playa de La Manga. Es un hecho muy grave. ¿Te dabas cuenta que estabas traicionando gravemente a Dios?

--Te has puesto en las puertas del infierno, señaló el sacerdote del centro.

Jamás pensé que un sacerdote pudiera decir eso delante de otras personas, y, sobre todo, en un momento que estaba siendo juzgado por el consejo local. Al final de la conversación se me indicó que ya se me diría en qué situación quedaba. A los pocos día se me comunicó que iba a hacer la charla fraterna o dirección espiritual con el director del centro, con el complemento de hablar también con el sacerdote aquel que me había puesto en las puertas del infierno. Era como una escena de una película macabra. Fue una escena que me sirvió para no contar el interior de mi alma. Pero el mundo es muy pequeño.

Había pasado poco más de un año. Me encontré en un solarium naturista de Madrid a uno que había sido alto cargo de la Obra en España. Me acerqué a él y le pregunté si su nombre era ese. Me confirmó que era quien yo sospechaba. Yo le dije:

--Me he ido de la Obra. Entiendo que esto no se puede hacer.

--Pues sí que se puede hacer, respondió.

El hecho cierto es que este hombre no volvió a aparecer por el recinto nudista. Entonces era director de un centro de numerarios de Madrid. Con el tiempo me he enterado que ya ha fallecido. "Romana", la publicación externa del Opus Dei hizo un canto encendido de él. Sin comentarios.

ELCANARIO





Muy buena sentencia.- JaraySedal

Es interesantísima la Sentencia del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco, Sala de lo Social, Sentencia 1641/2015 de 22 Sep. 2015, Rec. 467/2015 (Tribunal Superior, no Tribunal Supremo).

En una modestísima aportación sobre las numerarias auxiliares de 22 de abril de 2015 subrayé, como tantos otros, lo obvio: que existía una simulación que bajo la apariencia de la vocación encubría una relación laboral y señalaba las similitudes con el trabajo propio de las empleadas de hogar, como un elemento diferenciador de otros trabajos internos del Opus Dei, que tienen difícil parangón. 

Dando por supuesta la relación de una relación laboral (que no se discute por las partes en el procedimiento meritado) la cuestión jurídica en la sentencia se centra en la determinación de la naturaleza de esa relación, si es una relación laboral común de régimen general o es una relación laboral de carácter especial, la del servicio del hogar familiar (artículo 2 del vigente Estatuto de los Trabajadores).

La cuestión no es nada baladí, fundamentalmente porque en la relación del servicio del hogar familiar (actualmente Real Decreto 1620/2011, de 14 de noviembre, por el que se regula la relación laboral de carácter especial del servicio del hogar familiar), basta el mero desistimiento del empleador para la extinción del contrato, la mera voluntad del mismo, por presuponer la existencia de una relación interpersonal basada en la confianza, y con una indemnización de doce días de salario. Ello, independientemente del despido disciplinario. Aunque se previó la constitución de una comisión para estudiar reconducir el tema al régimen general nada más se supo.

La sentencia arriba citada, dice algo obvio para quienes hemos convivido en residencias del Opus: que no existe esa relación interpersonal propia del servicio doméstico entre la empleada (numeraria auxiliar) y los miembros de la casa del Opus. Como dice la sentencia: “el vínculo que se creaba en la "casa" suponía una relación entre personas, característica propia, al invadirse la intimidad familiar, de la esfera de los sujetos del hogar y ello implicaba que se tratase de una prestación sometida a un régimen ajeno al propio del contrato de trabajo” .

En el caso niega cualquier relación con la idea del vínculo especial y personal del “hogar familiar”, por el número de residentes, de trabajadores, de tipos de relaciones. “En el caso que enjuiciamos, por contra, claramente percibimos que la demandante no se encuadra dentro de un ámbito reducido o particular, sino en otro objetivo, impersonal, y de constante actividad. La que podemos considerar residencia del grupo de personas, hasta catorce, requiere una serie de atenciones continuas y permanentes, y las mismas se desarrollan desde una perspectiva contractual diferente al ámbito doméstico. Se desarrolla de tal manera que la parte negocial que es titular del lugar lo utiliza este para que sirva de residencia de un grupo de personas, que por los motivos específicos que concurren, básicamente su afinidad, viven en común, y requieren unos servicios permanentes y constantes de atención a este lugar, que no se diferencia en absoluto con ningún otro establecimiento público, sino es por su estabilidad o ritmos, y por el determinismo que en el mismo existe, en cuanto que los componentes de la unidad de convivencia son seleccionados externamente, tal y como consta en la sentencia recurrida”.

Definida como una relación de trabajo común, la persona que figura como titular del hogar o que firma el contrato del trabajo no es más que una persona interpuesta,  sujeto interpuesto, accidental o coyuntural. “Y lo es porque simplemente aparece como un elemento formal configurador del contrato, pero la realidad nos conduce a que una institución es la que se encuentra detrás de todo el conjunto y el elemento visible de la misma en este caso es la recurrente, dueña del lugar, que ha realizado las obras, y arrienda, con entre otros el codemandado, el lugar” .

Siguiendo la doctrina del velo, de la búsqueda del empresario auténtico, este camino debería conducir en el futuro a la condena solidaria en estos supuestos de despido de la propia Prelatura del Opus Dei.

JaraySedal





El pedagogo/pederasta recomendado.- Andre

Hoy, en un periódico de este país del Sagrado Corazón que así se hace llamar, por ser muy católico, el país, no el Sagrado Corazón, leí una noticia que me hace pensar acerca de la falta de responsabilidad ética y moral del colegio Los Pinares (del Opus) el preescolar Carrizales (también de la cosa).

Es decir, un bloguero cualquiera, de 24 años, desconocido, traído desde España, (además pederasta) según las directivas del colegio Los Pinares, es una persona apta para dictar cátedra de pedagogía. Como si en Colombia no hubiera maestros... Y aunque otros colegios, que no son de la cosa, también contrataron al ped...erasta, fue, de acuerdo con el periódico, el colegio Los Pinares quien trajo desde la Madre Patria hasta Colombia, a este "joven bloguero" para dictar clases de pedagogía. He aquí la noticia.

Saludos, Andre





Escritos recomendados.- Agustina

El error irreparable. Compaq

Viaje a la dimensión desconocida. Benedicto III

No renové. Nuevavida

No mentía, pero tampoco decía la verdad. Haenobarbo

Empezar de cero y en silencio. Mangeles




 

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