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CORRESPONDENCIA

 

Miércoles, 02 de Septiembre de 2015



Nos manipularon más de lo que pensamos. Para A. Plaza.- Dionisio

Hola A. Plaza,

Gracias por tu amable respuesta. Acepto la propuesta de que nos tomemos una cerveza la próxima vez que dé con mis huesos en Madrid. Cosa que no sé bien cuando sucederá, pero sucederá. De todas formas el mundo es muy grande y a lo mejor coincidimos en cualquier otro sitio.

Dices que estamos hablando de cosas diferentes. De lo que me escribes deduzco que estamos hablando de lo mismo, pero con diferentes intenciones. Es arriesgado ponerse a adivinar los propósitos de otra persona, pero me voy a atrever a suponer que tus intenciones van en la línea de tomar lo mejor que podamos de aquellos años que pasamos todos en el lado oscuro. Una de las cosas mejores que podemos recordar es a la gente con la compartimos tantas vivencias…  



(Leer artículo completo...)




Sobre la santidad.- Haenobarbo

A.Plaza escribe: Este no es un artículo para ti, Soraya, es para “mayores”. Para todos los que un día dejamos de ser nosotros mismos. Nosotros no tuvimos esa mano amiga… “No sé cuándo empieza todo el proceso, pero yo diría que cuando te imparten las clases del B10. Una batería de cosas para vivir, te gusten o no, las entiendas o no, estés de acuerdo o no, se adecúen a tu edad y a tus circunstancias o no. Sin adaptarse ni a tu persona ni a tu personalidad. Un atropello en toda regla y, siempre, claro está, en nombre de Dios. Luego viene la praxis, la ascética del Opus Dei. El tener cerrado el corazón con siete cerrojos, el elegir lo que menos te gusta por mortificación, el ponerte propósitos precisamente orientados a destruir tus inclinaciones, el reprimir tus emociones y sentimientos hasta que dejas de saber lo que sientes, la prohibición de pensar en ti, cuidar de ti, mimarte… El olvido de sí. Las consultas para todo y por todo. El dar las gracias cuando te hacen una absurda corrección fraterna, el sonreír cuando quieres llorar, el callar cuando quieres gritar. Esa obediencia ciega que tantos desastres ha causado en nuestras vidas y en nuestras almas”

Creo ser “mayor” y cuando leo cosas como esta, no puedo dejar de preguntarme ¿pero cuando nos metimos en la Opus Dei no sabíamos todo eso? ¿A dónde creíamos que íbamos? ¿Qué idea teníamos de la lucha por la santidad? ¿Habíamos leído alguna vez la vida de algún santo? ¿Imaginábamos tal vez que la vida de un “santo laico” célibe o no, no significaba tener cerrado el corazón con siete cerrojos? ¿Elegir lo que menos te gusta por mortificación? ¿Ponernos propósitos orientados a “destruir” –modificar diría yo– nuestras inclinaciones? ¿Reprimir nuestras emociones y sentimientos? ¿Olvidarnos de nosotros mismos? ¿Creíamos que mimándonos y pensando en nosotros mismos nos íbamos a hacer santos? Etc.etc.

Ojo que todo lo anterior y las demás cosas que señala A.Plaza, no tienen por qué ser tristes, aunque sí tremendamente costosas: suponen un continuo comenzar y recomenzar. Basta leer la vida de cualquier santo, pero una biografía en serio, no las repetitivas y almibaradas del Opus Dei donde todo trascurre entre cascabeles.

¿Qué es lo que recomienda san Francisco de Sales a su dirigida, laica ella, con deseos de santidad?

A veces me parece que creíamos que nos apuntábamos a un club donde nos lo íbamos a pasar bomba, seríamos personas corrientes, iguales que las que van por la calle y que de algún modo, quizás a fuer de “corrientes” nos iba a salir una aureola en la cabeza. Todas esas cosas de las que habla A.Plaza, las dejábamos para las monjas y para los religiosos quizá, pero no para nosotros que éramos lo último de lo último en materia de santidad: “laicos corrientes en medio del mundo iguales a sus iguales…!!!! Yo no sé de ningún santo que al final de su personal proceso de santidad haya sido el mismo que al principio:  en el camino ha debido dejar mucha “ganga”, mucha piel para ser sin duda “él mismo” pero en estado puro, desprovisto ya de todo aquello que lo desfiguraba.

Los laicos corrientes que van por la calle, algunos de los cuales son santos, desde luego viven todas esas cosas y muchas otras, los vemos normales, alegres, pero la lucha va por dentro y generalmente no se ve, algunos tomarán el café con azúcar, otros no y algunos o algunas bailarán como si lo hicieran sobre espinas, pero se los verá exteriormente radiantes.

Gervasio, en su último aporte “Idealizaciones peliculeras en el Opus Dei”, trae a colación las piruetas de los guardiamarinas numerarios, obligados a bailar, para zafarse de tal deber de cortesía.  Pues la gracia habría sido que bailen y que bailen como el mejor y que además se santifiquen con el baile y que sea un baile “heroico”. Nunca entendí aquello de hacer cosas raras para preservar la “numerariez”. Nunca entendí que una chica con un vestido sin mangas o con pantalones, igual a sus iguales, no pudiera ser santa.

Me está pareciendo que al Opus lo que le falta son explicaderas. Explica mal lo de la santidad! A la gente hay que decirle claris verbis: para ser santo tienes que hacer como han hecho todos los santos de todos los tiempos: tienes que morir a ti mismo y aquí tienes toda una bibliografía; una vez que la hayas leído y sepas cómo se hace un santo, vienes y vemos…!!!! 

Ahora bien, para ser santo laico o clérigo, no se necesita ser del Opus Dei: se necesita un buen confesor y un auténtico director espiritual, de esos que saben escrutar el alma y dar los consejos oportunos; de esos que “personalizan” a los que atienden. Algún confesor podría obviamente ser del Opus Dei, que los hay buenos, pero no es imprescindible. 

Haenobarbo





Preguntas.- Justi

¿Es cierto que los numerarios se ordenan en Roma y los agregados en Torreciudad? ¿Por qué no se ordenan juntos numerarios y agregados en una misma ceremonia?

Justi





De corderos a lobos.- Pepito

Después de que me metieran en el redil del santo marqués, me di cuenta de que me habían tratado como a un cordero, animal que, después de todo, no tiene mucho de qué avergonzarse en cuanto a su simbología mística y moral (Agnus Dei...). Pero más adelante vi que me acosaban para que me convirtiera en un lobo, como aquellos que me habían acosado para llevarme a tal redil. Pronto me di cuenta de que yo no estaba hecho para aquello, y al cabo de los años mi total fracaso en el proselitismo, único y verdadero fin de la cosa, y que seguro que sigue anotado en algún sitio, es algo que me honra y me tranquiliza la conciencia.

 

Pepito




 

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