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CORRESPONDENCIA

 

Miércoles, 25 de Marzo de 2015



La muerte de don Danilo Eterovic. Carta Abierta.- Wilhelm Pfeistlinger

Nota: Este escrito incluye el texto original en alemán. La carta ha sido enviada por al autor al Papa Francisco, a varias instituciones del Vaticano, a la Arquidiócesis de Viena y a otras entidades, entre ellas a las autoridades respectivas del Opus Dei en Roma y en Austria.

 

La Muerte de don Danilo Eterovic

Carta abierta

Autor: Wilhelm Pfeistlinger, 25/03/2015

 

Desgraciadamente no tenía la suerte de conocer a Don Danilo Etervoic Garett personalmente; ni durante mi adhesión a la obra como miembro numerario de 1982 a 1992, ni después. Con referencia a la muerte horrible de este sacerdote, primer numerario boliviano de nacionalidad boliviana y croata, no puedo y no quiero extenderme, esto ya ha sido descrito y documentado muy convenciblemente por Agustina. Justamente dadas la cualidad y la integridad de dicha documentación ya no se puede disimular, ignorar o encubrir el suicidio de este sacerdote. Tenemos que escuchar su grito en la noche oscura del cuerpo, del alma y del espíritu que le hizo arrojarse al paso del tren porteño y tenemos que sacar las consecuencias adecuadas por varias razones:

1.    El caso de don Danilo no es un caso singular. Ya sabemos que en el Opus Dei hay suicidios y otras formas de muerte indigna. En este momento, estoy pensando en Don Juan Bautista Torelló, una persona comparable con Don Danilo que, desde 1964 hasta su muerte en 2011, enriquecía la región austriaca de una manera extraordinaria. Era el más profundo, poético y simpático intelectual que yo conocía en la obra, una persona verdaderamente auténtica y santa. También a Don Juan Bautista la obra dolía tanto! No hizo el paso tan “valiente-cobarde” de Don Danilo, perseveraba hasta la última gota. Proverbiales son, sin embargo, las “jeremiadas” de Juan Bautista: Durante sus últimos años, sus "hermanos" le habían abandonado emocionalmente. Reaccionó con “la santa rabia” sin ocultar la miseria corporal ni las heridas que causaron a su alma, entre las cuales se hallaba particularmente la decepción. Prefería –y lo advirtió varias veces a los directores- ser tratado en un hospital de orden por personal cualificado. EL Opus Dei le negó este deseo y prácticamente lo encerraron en arresto domiciliario... .“



(Leer artículo completo...)




El milagro de los pescados, un caso de santificación del trabajo.- Josef Knecht

En cierta ocasión (22.09.2014), escribí aquí una breve reseña sobre un libro que trata de la santificación del trabajo. Hace pocos días (13.03.2015), Gervasio ha escrito un artículo, acertado como siempre, sobre esta misma cuestión (El sacerdocio como culminación del éxito profesional), dejando claro que, por mucho que en teoría el Opus predique y enseñe la doctrina de la santificación del trabajo en medio del mundo, la vida real de los numerarios de la Obra de Escrivá es más bien la contraria. Por mi parte, quisiera hoy aportar una reciente experiencia que se refiere de lleno a la vivencia, en este caso sincera, de un trabajo santificado.

A finales de enero de este año, viajé a la ciudad italiana de Nápoles. Teniendo en cuenta que es una ciudad portuaria, busqué por Internet información sobre restaurantes que ofrecían pescado y encontré uno, situado cerca de la famosa bahía de Nápoles, con el curioso nombre de “Il miracolo dei pesci” (esto es, “el milagro de los pescados”). Reservé desde España una mesa para la cena.

Nada más llegar a la hora prevista, me sorprendió que el local fuera bastante humilde, algo estrecho y un poco incómodo, con una luz de neón poco acogedora. No hay espacio para muchos comensales, de ahí la estrechez antes mencionada; para ganar espacio, algunas mesas y sillas son altas, de patas largas que obligan a que las piernas cuelguen. Me atendió un joven camarero, que enseguida me indicó la mesa reservada. Fui el primero en llegar, y al cabo del rato acudieron otros clientes que en aquella tarde invernal no llenaron el restaurante, aunque casi siempre se llena.

En una de las paredes, abarrotadas de fotografías, cuadros y recortes de periódicos, colgaba un crucifijo y en otra se apoyaba una imagen de la Madonna sobre una pequeña peana. Estos detalles piadosos no me llamaron excesivamente la atención porque en una ciudad tan católica como Nápoles abunda por doquier imaginería sacra. En esas mismas paredes, como es habitual en muchos restaurantes, se exhiben fotografías de personajes famosos, que han visitado el local, en compañía del dueño y de su esposa, todos sonrientes. El camarero me indicó, mientras observaba esas fotos, quién era el dueño y cómo se llamaba, Claudio Virente, el cual se presentó un rato después cuando ya estaba a punto de pedir el postre. Me saludó cordialmente, así como a los demás comensales.

Tanto el dueño como el camarero vestían de manera informal, con una camiseta de manga corta que llevaba el nombre de “Il miracolo dei pesci”. De protocolo, nada; todo sencillez. Cuando terminé de cenar, observé que Claudio quería agradecer la presencia de un extranjero en su local, y, levantándome (o, más bien, bajándome) de la mesa, me dirigí a él para saludarlo. Iniciamos así una conversación en que Claudio, sin que yo se lo preguntara (pero es claro que él tenía ganas de darme explicaciones y yo de escucharlas), me expuso la filosofía con la que regentaba su negocio. Como hombre creyente, desea hacer realidad, a su manera, en su vida profesional y más aún en la de sus clientes el milagro de la multiplicación de los panes y peces que se lee en los Evangelios y que él, como buen exegeta y cocinero, actualiza al milagro de la pasta y los pescados. Le llena de satisfacción comunicar a la clientela una alegría semejante a la de aquellas gentes que se beneficiaron del milagro de Jesús y, para ello, ofrece unos platos a rebosar que desbordan los límites habituales en otros restaurantes. Eso fue justo lo que me había pasado unos momentos antes, pues mi intención inicial era pedir primer plato, segundo plato y postre, pero el camarero me advirtió que con un solo plato ya sería suficiente. Y así fue: en cuanto me sirvió el plato de pasta con frutos del mar, me asusté ante tanta exuberante superabundancia. Con un solo plato basta y sobra: lo mismo que pasó en el relato evangélico.

Llegué a la conclusión de que Claudio Virente, persona de entrañable humanidad, ha elegido un camino correcto para santificarse en su profesión. Me permití hacerle una pregunta personal: si pertenecía a algún movimiento eclesial (como los “kikos” o Comunione e Liberazione), a lo que me respondió negativamente: es un católico de parroquia que vive una espiritualidad muy genuina, tan sólo calificable de “napolitana”. Fuera de Nápoles no será fácil encontrar una experiencia gastronómico-evangélica como la que se siente y se saborea en “Il miracolo dei pesci” (Largo Sermoneta, 17, 80100 Napoli. Teléfono: +39 081 769 0778).

Recomiendo a los usuarios de Opuslibros que, en cuanto puedan, acudan a comer o a cenar a ese restaurante (con reserva previa), donde degustarán excelente calidad de pescado fresco, muy variado, pasta hecha en la propia cocina, platos hogareños y comida casera; la carta de vinos, sin embargo, es escasa porque no hay espacio para una bodega. Ahí disfrutarán sobre todo, como fue mi caso, de la vivencia sincera y alegre de una espontánea santificación del trabajo, bien distante del postizo pastiche al que están sometidos los numerarios del Opus, zarandeados por un turbulento mar de contradicciones.

Josef Knecht




 

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