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OPUS DEI: ¿un CAMINO a ninguna parte?

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Autor: Satur

1. Josecar anda erre que erre... (4-3-2004)
2. ¿Qué has hecho del pasado?... (20-3-2004)
3. Se ha escrito esta semana sobre temas... (4-4-2004)
4. Esta Semana Santa coincidimos La Piedra y yo... (11-4-2004)
5. Muy buena la anécdota de Salomé... (20-4-2004)
6. Sigamos con más anécdotas... (5-5-2004)
6. Asomarte a los orejas es... (9-5-2004)
7. Quizá sean las frases más citadas... (16-5-2004)
8. Sigamos con más anérdotas... (23-5-2004)
9. ¡¡¡Más anérdotas!!!... (30-5-2004)
10. Hanibal Lecter a su lado era una catequista ... (5-6-2004)
11. La Piedra, antes de ir a trabajar... (13-6-2004)
12. De cómo salvé de morir quemada a una agregada (28-6-2004)
13. De cómo salvé también de morir abrasada a una hermosísima chica de san Rafael (5-7-2004)
14. Anercdotones de noches de verano (11-7-2004)
15. ¡Venga ya, hombre! (16-7-2004)
16. Oye, Ferrán... (25-7-2004)
17. Llama muchísimo la atención (9-8-2004)
18. Un tipo muy enamoradizo (16-8-2004)
19. La cosa sexual (23-8-2004)
20. Regreso de un viaje profesional... (27-8-2004)
21. Me cita Josercar en un asunto... (6-9-2004)
22. Nos escribió Conchita Regojo (10-9-2004)
23. Creo que Tomás no insulta en su escrito (12-9-2004)
24. Pillaste, Josecar (21-9-2004)
25. ¡¡¡Vaya la que se ha armado con Josecar!!! (1-10-2004)
26. En la opus se anima con machacona repetición (13-10-2004)
27. Al sobrecogedor relato de María Cristina... (17-10-2004)
28. En la última correspondencia de Pentium... (24-10-2004)
29. Hace una mañana lluviosa y fría (31-10-2004)
30. ¡Ayyyy la política! (7-11-2004)
31. Más anécdotas (Última entrega 19-11-2004)




Josecar anda erre que erre con su historia. Y hace bien. El tío cita a Noé, rememorando la escena en que Cam y Jafet (jafet con leche y jafet solo) se cachondean del Patriarca porque lleva un colocón del patín de la baraja y lo encuentran en pelota picada cantando el “Endequete vi que te vi con la pata de palo, dije para mí malo malo malo, malo”.. Y defiende su derecho a ser un buen hijo de la Iglesia. Eso está muy bien.

Pero cada uno es como es y reacciona ante las injusticias según sus modo de ser. Con la Iglesia, con la opus del Padre Etenno, o con el alcalde de Nueva York de Arriba. No vamos a poner de ejemplo a Jesucristo, que es mucho poner, pero, por citar alguien, San Pablo, que no era precisamente un mirlo blanco, las cascaba del treinta y tres a quien le quisiera escuchar. Y santa Catalina – “la gran murmuradora”, en boca de San Josemaría- no se quedaba manca. Ya no digamos Escrivá, que cuando daba, daba (como el amor que lo es mientras dura, dura). Es la ventaja de pertenecer a la Iglesia, que allí cabemos todos, y tenemos ejemplos de santidad de todo tipo. ¿Qué eres panfilín?, pues tienes un santo pánfilo, no sé San Martín, el que le dio media capa a un pringado que se estaba helando de frío. (Escrivá decía que si era santo eso era mentira, que le hubiera dado toda la capa: pues no, don sabelotodo, listillo, la leyenda dice que le dio media capa, y tú no estabas allí, así que a callar. Le dio media capa).

¿Qué te va la cosa social?, pues allí tienes a San Francisco de Asís, o a Juana de Jugan, o a la Madre Teresa. ¿Tiras más hacia lo intelectual –teológico- nivel Maribel?, pues al Acetato, o San Agustín, o San Bernardo de Claraboya`s. ¿Te mola la cosa mística Ca`lo Jesú?: San Juan de la Cruz, El Padre Pío –lo de éste ya es de mucho miedo, éste bilocaba por bilocar. ¿Que lo de uno es el follón y montarla de aquí te espero?: Juana de Arco. Y así hasta el infinito y más allá.

Haces bien, Josecar, en defender lo que piensas que es verdad en tu vida, lo que tú has visto y vivido. Y en escribirlo en tus noches de guardia en el hospital mientras cienes y cienes de pacientes desfallecen, sufren y mueren por culpa de tu celo apostólico. Menos Orejas y más a la guay con la peña del Center Hospital of Masasuses of Mernabo. Lo primero es lo primero, Josecar.

No sé. Yo querer explicar a tú que no todo ser de bien ni todo ser de mal. Pero haber en la obra cosas como que no.

Por ejemplo, esos métodos, que están en la configuración, que no dependen de las personas, ni de los lugares. Yo también he vivido en centros donde se vivía, más o menos, como tú cuentas (aunque tú lo pintas tan chachi piluli que no me extraña que allí no pitara ni Benito Cámelas y que tíos como tú –que no se entiende que lo dejaras- se marcharan, porque eso que pintas de opus dei tiene más bien poco...). Digo, me había distraído, que hay modos en la obra que son contri menos sospechosos.

Esas formas curiosas de introspección en la intimidad de los demás buscando que se conozcan, que se sinceren, ese derroche de espíritu reflexivo que desnuda el alma hasta sus raíces y la sitúa, como una planta arrancada de su tierra, bajo una luz que alumbra sin alimentar, que no es la natural, la del sol. Es el flexo de un despacho de dirección, o de una sala de estar. Esas confidencias forzadas a base de sentimentalismos y de una pretendida voluntad de Dios que “quiere esa sinceridad salvaje”. Se hurga, en un plano inclinado de semanas, meses, años, hasta los últimos recovecos en lo afectivo, en lo sexual, en lo familiar, en lo apostólico, en lo divino y en lo humano, para después ser medidas, puestas en guiones, estadísticas y experiencias de todo tipo. La misma virtud se convierte en una ciencia exacta. Cosa rara. Un prontuario de cómo hacer oración, cómo vivir el trato con las mujeres, cómo vivir la pobreza, cómo vivir el trato con la familia de sangre, cómo actuar con los que abandonan la vocación.

Lo peor de todo esto es el peligro de agotamiento y de esterilidad que, a la larga, lleva consigo. Esta historia tiende a la esterilidad espiritual que es, curiosamente, lo contrario de lo que se pretende. El alma forzada en su intimidad -pues no madura de un modo natural, según sus ciclos propios, su forma de ser, su condición y carácter-, se desespera. Y llegará a un punto donde no podrá aprender nada nuevo sobre él. Cosas banales, muy normales en sí mismas, y que en cualquier persona están veladas e impregnadas de un misterio fecundante, que cada cual descubre por su propia cuenta con admiración y sorpresa, pierden todo su encanto al ser violentadas y forzadas por una dirección espiritual que “tiene mucha prisa” por saber y que sepas.

Esta saturación lleva a la inapetencia (¡cuantos están hasta los whestinhouse de oír siempre lo mismo, de hacer siempre lo mismo, de hablar siempre de lo mismo!) y a la necesidad de condimentos más fuertes, de revelaciones más extraordinarias. No son pocos los que buscan milagros aquí, allá y en ultramar, de Escrivá, del director de su centro, de una supernumeraria que tiene psicofonías con Santa Magdalena de Pazzi, o de un agregado que su Ángel Custodio le aparca el coche, le despierta por las mañanas, le lava los dientes, y por las noches le canta el ¡hala Madrid!. Hace unos días alguien escribió sobre la entrevista de Escrivá con María de Palmar... ¿Y la de Don Álvaro, años después, con esa misma mujer...?: un testigo me comentó que Don Álvaro le pidió que le mostrara la llaga del costado (María estaba estigmatizada), y así lo hizo.

¡Ojo, que me parece muy bien!, que yo a mi suegra le pedí hace unos días que me enseñara el callo que tiene en el pie izquierdo, un melón de alucine, que si dice que se lo ha enviado San Pantrocrator, cuela: pero mala señal esa, en el opus dei, de andar buscando espiritualidades milagreras y, contri menos, raras, raras, raras. Yo conocí uno que tenía una cinta donde se escuchaba la voz cadaverosa y rasgada de un vidente del sur de España que le hablaba a él, al numerario que pasaba por allí casualmente un día de crisis que pensaba dejar su vocación, y que le decía : Melnabo... ¿está aquí Melnabo?... (voces de fieles preguntando por Melnabo y que decían “sí, sí, está aquí”). Melnabo -proseguía el vidente con una voz que ponía la gallina de piel de piel- tú no me llegas ni a la zuela de la zandalia, Melnabo. Güerve a donde estabas, que allí ez donde eztoy Yo... Melnabo...”. Bueno, pues Melnabo se escuchaba esa cinta en todos los retiros mensuales, en los retiros anuales, en los momentos de crisis, en las fiestas.

Al final, si uno consigue salir normal de tratamientos espirituales tales, pues se busca la vida o dentro, pasando bastante de todo, o fuera volviendo a empezar: ¡NUN CHEPAS! (o algo asín). El viaje alrededor de uno mismo, ya agotadas las reservas, hace que uno se sienta impulsado, si aún le queda algo de esa vocación que vio en su día, a buscar el único misterio inviolable, el de su relación con Dios. Como un principiante, como un torpe muchacho que sólo quiere dejarse querer, lejos de voluntarismos y profundidades sin sentido.

Y no escribo más porque hoy estoy apenado y, además, me ha caído un paquete de La Piedra espantoso.Y todo es que- atención Orejas todos, que no suceda a vosotros- la guardia civil de tráfico ha puesto nuevos radares en coches camuflados y acaba de llegar una afoto a casa que no sé el multón que me puedo caer.


“¿Qué has hecho del pasado? ¿De qué te han servido todos esos años de fidelidad que ahora tiras por la borda haciendo que todo en tu vida se quede sin sentido?”... nos dicen los que recuerdan a los que olvidamos, los fieles a los traidores. Y quizás tengan razón. Quizás; porque puede suceder que la “fidelidad” del primero no valga mucho más que la “traición” del segundo. ¡Es todo tan relativo! Hay muchos motivos en las fidelidades y en las traiciones que se mueven por idénticas intenciones tan egoístas como miserables. Son los mismos egoísmos los que llevan a un hombre viejo a aferrarse a su joven amante, y los que mueven a ésta a intentar la ruptura. Para él ha terminado el festín de la vida, mientras que para ella apenas ha comenzado, todo cargado de platos fantásticos y sabrosos. En realidad ambos se encuentran en el nivel en que se ama como se come, y a ese nivel la traición consiste en vomitar y la fidelidad en rumiar. Llama la atención la cantidad de correspondencias agresivas con la opus del Único.

Las cosas no son lo que parecen, y las personas menos. La fidelidad o la traición a un amor, a una institución, a lo que se quiera, se han de medir en conciencia, en lo más profundo de cada uno, a solas. Nada ni nadie pude asegurarnos la felicidad, el no haber errado el camino, nuestra vocación, sólo por pertenecer y estar a su lado. Ya no digamos el amor, el nuestro. A veces La Piedra me pregunta si la quiero, y yo a ella. Necesitamos saberlo, que nos lo digan, y decirlo. Como er pápa hitano cuando está con la máma.

-A vel , Pieeeedra, que no sé si me quieres, que me lo estás hasiendo de pasar mu malamente.
-Pos claro que te de quieeeeero, Saaaatur, mi Patliaaalca. Amos a vel, y tú, enga, dímelo, ¿me de quieeeeres?.
-Ayyyyy Pieeedra, pos clairo que te de quieeeero. ¿ No te de recuerdas que siempre te de acompaño con la fregoneta al Carreful y ande seeeea?

Y así parece que el amor está allí... pero, quizás no.

Conozco un amiguete, viaja mucho, que una tarde, después de seis días ausente de casa, llegó con ganas de guerra y le dijo a su mujercita “chica, prepárate, que esta noche hay festival de Eurovisión” Así fue. Y en esas estaban, en el fragor de la batalla, cuando se oyen unos golpes en la pared del vecino de al lado, y una voz que grita: ¡¡¡VAYA SEMANITA LLEVAMOOOOOOOOSSSSSSS!!!.

El hombre está que no levanta cabeza.

Y es que nada es lo que parece. Y nadie mejor que uno para saberlo.

Es algo muy normal y habitual que los contratos, los juramentos y los votos más solemnemente formulados son, en general, los que menos se respetan (respeto interior, digo, no el conformismo de “guardar las apariencias”, que de eso hay mucho, y en todos los sitios). Y es lógico. Tendemos a hacer promesas en la medida que nos sentimos más o menos exteriores a la cosa prometida, por eso no la cumplimos. Una madre no jura fidelidad a su hijo. Su fidelidad se confunde con su existencia.

Cuando yo estaba –buen verbo este de “estar”- en la opus de dei mi fidelidad estaba definida sólo por cosas exteriores, contratos, cumplimientos exteriores de normas, costumbres y estilos... pero, ay, mi interior andaba arrastrado por afectos, movimientos extraños, impulsos desbocados, necesidades muy humanas que negaban la naturaleza de esos compromisos y promesas. Había que buscar solución a todas esas cosas, centrarlas, encauzarlas: dejar de comprometer el futuro, el mío, con los labios y llevar la eternidad en mi corazón. ¿Qué pudo salir mal?. Pues sí. Pero, mira, colegui, pisha, no salió mal. Dios no abandona nunca un corazón que busca. Nunca.

Admiro cada vez más a aquellos –hace unos días nos enteramos de otro en estas páginas- que vuelven a empezar a edades que los demás tachan de locuras, de despropósitos, y de traición. Pienso que son gente que busca al final del camino de su vida un espacio de amor verdadero, de sinceridad, de auténtica lealtad. Se les acusará de haber caído en el señuelo de la carne, de la pasión estúpida del viejo, del “punto de corrupción” que hablaba el santo, y tengo para mí que, probablemente, quieran encauzar y enfrentarse a muchos años de mentiras, de paréntesis ocultos y vergonzosos, de apariencias estériles y de miedo al juicio de su propia conciencia cuando ya sea demasiado tarde.

Enhorabuena. Bendita la hora.

Y como hay quien no creerá que acompaño al Carreful a La Piedra, aquí envío afoto que lo prueba. Vamos camino del aparcamiento... ¡¿Qué?, ¿la quiero, o no la quiero?, ¿eh?.

Satur y la Piedra


Se ha escrito esta semana sobre temas que tienen mucho que ver con eso que se llama “ de fuero interno”, o sea de que, con actos que no se conocerían si no fuese porque su protagonista los ha contado en confidencia. El porqué los contó da igual; los contó buscando, quizás, un consuelo, una ayuda, un desahogo de conciencia...en fin, ¡son tantos los motivos que nos llevan a sincerarnos!. La reacción de la opus de Napoleón Chú ante esa sinceridad no siempre es la misma , depende de muchas cosas. En algunas biografías traga, calla y mira hacia otro lado, en otras te pega un meco que te envía donde el viento da la vuelta. Conste que no fue mi caso; conmigo se tagaba. La obra conoce casos de su gente con amantes, señores que han hecho su fortuna sobre cimientos de corrupción y engaño, sacerdotes que envían de acá para allá ocultando sus debilidades, supernumerarios con hijos de locas aventuras. La obra conoce bastantes algunos comportamientos extraños, difíciles de entender, incluso de disculpar.

Pues porque en la opus del tercer Ojo hay gente de tipo A, de tipo B y de tipo C. Las cosas dependen de quién es quién. Muchos de nosotros tuvimos que empezar de cero y se nos cerraron la puertas a cualquier trabajo que oliera a prelatura. Sin embargo, se conocen exnumerarios con muchos años de pertenencia a la Cosa que continúan ejerciendo su labor docente en obras corporativas de nivel. O sea, que él sí y yo, por ejemplo, no. A ver, no lo entiendo. ¿Qué pasa aquí?, ¿que él es más listo?, ¿que él se casó con una secretaria nivel Maribel y yo con una chica más de pueblo que un kilómetro de ribazo?, ¿que él tiene un master por la universidad “J punto P punto Warrendor”, y yo soy licenciata por la universidad “Canuto Chumino”?. Pues no lo entiendo.

Zutanín tiene un hijo fuera de su matrimonio y es un desliz. A tragar todos y a perdonar, sobretodo la mujer. Vale. Lo tiene Caspo y a freír espárragos. Muy bonito, hombre. Caspo es chófer de autobuses de la línea dieciséis y medio, y Zutanín es Doctor Honoris Causa de la Mens Sana in Córpore in Sepulcro. O sea, que uno es tipo C y otro tipo A. Pues que me lo expliquen.

Y así podríamos contar hasta el infinito y más allá.

Hay mucha mentira y mucha vanidad. Mucha tontería.Y mucha gilipollez.

En un centro que viví me dio por hacerme amigo del portero de la casa. Un buen tipo, con menos luces que un barco contrabandista, pero muy trabajador y bellísima persona. Se me ocurrió un día invitarle al centro, enseñárselo y animarle a subir al oratorio siempre que quisiera, o lo necesitara. El hombre se emocionó, en su sencillez, de que los señores de la opus le trataran con tanta confianza. Y al cabo de unos días se presentó en el oratorio –era pequeño, de centro de mayores- y se sentó a rezar un ratín. A la noche me llama el director -un hight class - y me dice que no invite más ese señor porque Don Ramoneawer de Próstratos, sacerdote de los primeros, tenido por santo, él también lo cree, que le parece que no pinta nada el portero en nuestra casa y está muy mosqueado con su presencia... ¡Por los huesos de las olivas todas!, ¿y el oratorio de quién es?, ¿eh, campeón?, ¿de tu prima la del pueblo?. ¡¡¡Pim pím!!!. Sabelotodo. Listillo. Más que listillo. Que, bueno, sólo de recordar la anécdota me enervo.

Pero es que lo llevan en el cuerpo.

Y es que cuando se intenta vivir una vida cumpliendo “Acciones Elevadas del Espíritu”, pero desde un estado de autosuficiencia, de engreimiento, de acritud, de exclusividad de alma elegida, tarde o temprano esa alma acaba en la mentira, en la decadencia y en la falsedad farisaica. Más vale arruinarse con alma de santo, que hacer obras de santo con alma ruin. La santidad no es estirada ni altiva, sino que se inclina con amor sobre cualquier necesitado. No sólo sobre los del IESE, o los forrados de pasta gansa, o los aristrócratas, o los grandes del mundo. Atontados, que no os enteráis. Y cuando veáis esa penícula que tanto vais a de flipar, La Pasión, pues os aplicáis el cuento: un Dios que tomó la forma de un esclavo.

Y no sigo, que me está entrando un no se qué de almíbar al rejalgar que me pierdeeeeeee... me voy a buscar a La Piedra.


Esta Semana Santa coincidimos La Piedra y yo con un matrimonio, ella supernumeraria emergente y ¡supersocorro que me ataca un Lacoste!, de las que van por el libro, él no es de la Cosa, es un pobre chico que empieza a decir frases como “morir es como dormir, pero sin levantarse a hacer pis”, y cosas así. Empieza a estar harto y le falla el temporal. Él se enamoró de ella sin saber que, junto a ella, se enamoraba de todo un mundo de normas, costumbres, nombres raros tipo “espera que hacemos la acción de gracias y me acompañas a rezar el Trium Puerorum”. Lo de “Triumpuerorum” le sonaba a una cordillera que hay en el Nepal, pero pronto aprendió quienes eran Ananías, Asarías y Jodías. Se enamoró de ella sin saber que se tenía que de chupar unos cuantos cienes de cursos de Orientación Familiar donde enseñan a ser “padres piadosos de hijos piadosos en una tríada fecundante entre entendimiento, voluntad y corazón”; tuvo que trabajar casos y casos sobre niñas, por ejemplo, que decían palabrotonas como “¡caspita!".

Se enamoró de ella y a la vuelta de los años se ha encontrado casado con Don Luis de Cepeda y Ahumada y García Baxter, un sacerdote muy listo, confesor de su señora, que fue Ingeniero Nabal –hizo Agrarias- y es un cielo de hombre. Y también comparte horas con Inés Pazpagüeta, numeraria de la quinta hora (ya sabemos que en ellas no hubo ni primera hora, ni segunda, ni tercera, todas monjas o en el Pogapoga), y con Mariallufa, una agregada que trabaja atendiendo la portería del colegio Mayor Montemount.

Ahora le ha tocado sufrir el visionado compulsivo de La Pasión de Gibson. Su señora, y el centro todo, están montando todo tipo de sesiones para sus amigas y no amigas en los lugares más inverosímiles: casas de convivencias, cines alquilados, sesiones en los centros... El pobre la ha visto, y sólo ha transcurrido una semana desde su estreno, tres veces.

- Está bien – me comentaba- lo que pasa que se nota el fieltro que hay en el interior de la corona de espinas para que actor no se dañe. Y las sandalias Pilatos se las cambia dos veces, y eso en aquella época creo que no se estilaba. La Magdalena lleva fijador, y eso tampoco.

El tío se la tenía super estudiada. Al paso que va –le pueden caer dos o tres sesiones más (una por colegio de sus hijos)- se sabe el nombre del extra que hace de burro en el suicidio de Judas.

Se queja poco, es un bendito, pero empieza, no sé, a tener tics en un ojo y en el brazo derecho (tiende a levantarlo a media asta con intermitencia nerviosa).

-Macho –me decía en un aparte mientras su mujer le preguntaba a La Piedra si pensábamos tener hijos y le endilgaba una estampa de Don Álvaro para que le encomendáramos una fertilidad superabundante– yo no sé que pasa con el Gibson ése. Se han vuelto locos. No paran de organizar sesiones, hasta las numerarias han ido al cine (guiño de ojete y, pimba, levantada de brazo). Y, encima, me dice mi mujer “¡ay, qué bieeen!, con esta película ya está hecha la oración, nos lo ha dicho una direstora de la delegación. Como cuando nuestro Padre otro guiño y, pimba, el bracico parriba) estaba en una tertulia y si alguien le decía que había que hacer la oración él comentaba “¡pero si estáis conmigo!, ¡si estando conmigo ya se hace oración!”... Y el pobre hombre no entiende nada ni de nuestro Padre -¿nuestro?, ¿ suyo?, ¿mío?- ni de eso de hacer la oración con Mad Max.

Sólo quien ha comido ajo puede dar una palabra de aliento, y así lo hice. Pero el tipo está mal.

- Chico –me decía-, va por el libro (guiño y, ¡alehop!, apunta con el codo). Tengo que estar a las 7, 30 en Misa por la tarde todos los días, luego todos a casita a bañar al niño. Siempre a la misma hora. Mis amigos, digamos que normales, huyen como si fuésemos de la Yidah; y es que siempre anda con los mismos temas. Ahora, después del último COF (Curso de Orientación Familiar) le ha dado por poner posits en la nevera con frases tipo “INGREDIENTES DE LA FELICIDAD: SEGURIDAD: PLENITUD: ALEGRÍA: DARSE: AMAR Y CUMPLIR EL ENCARGO.” O en el corcho de la habitación de los niños te coloca “ATRACÓN DE CARIÑO... A tención... TRA nquilidad... CON fianza... DE licadeza yyyyyyy.. .¡¡¡CARIÑOOOO!!!.. Está como una chota, y a los niños me los va a dejar fús, pero fús fús (guiño de ojito y, ¡pamba!, el bracete a lo alto).

No sé, él esperaba una palabra de consuelo, pero no es fácil. Mientras lo intentaba, escuchaba a su señora que intentaba explicar a La Piedra lo mucho que sufrió Jesús en La Pasión y lo de bien de hecha que estaba la penícula. Ya la veía venir y, efectivamente, patapám, la invita a una sesión en casa de una amiga. Ella desconoce una de las grandes virtudes de La Piedra: se duerme en todas las películas. En todas. Fuimos a ver La Pasión y en las escena de la flagelación me giro y le digo “¡jooooder con ...” , y la chica planchando oreja como una bendita. Pero Prelatureitar La Ville no descansa, el celo de su casa le consume, e insiste: desde luego, chica, es un flim que te lleva a la conversión, no sé, te das cuenta de lo que el Señor hizo por salvarnos. Dicen que las ventajas del nudismo saltan a la vista, pues la del proselitismo también. La señora iba a saco, sin cortarse un pelo, en vena, al trigémino.

- ¿Quién es el Señor? –pregunta ingenua my wife.
- ¿El Señor?, pues...Jesús, Jesucristo. También se le llama el Señor, ¿sabees?.
- ¿Cómo el de los Anillos?.

En ese momento aprendí algo que no sabía de La Piedra: sabe hacerse la tonta de maravilla. Sólo le faltaba chupar una piruleta a lametazos y llamarse Abundia.

Esta película tiene trastornada a mucha gente. Y eso está bien, Y hay quien piensa que a río revuelto ganancia de pescadores. Yen eso están los chicos de Josemaría, que se lo comen todo. Pero sin olvidar que las sensibilidades son muy diferentes, y las formaciones. Que a uno no le guste esa película no significa que no crea en Jesús, ni en los hechos de la Pasión, ni en su Resurrección. Ni que sea un hombre de poca fe, rudo, superficial.

Es imposible abarcar el alma de Jesús en su totalidad, su interior, incluso sus gestos. Jesús se enfrentó –no se olvide– a una moral ferozmente pegada a los actos, a los preceptos, a los ritos y prohibiciones, y para que le entendiera una humanidad tosca utilizó una pedagogía sencilla: vino a salvarnos, y estamos salvados. Esa es la primera obligación de la Iglesia, enseñar al mundo entero que ya estamos salvados. Por eso murió. Yo no sé si le dieron cuarenta o cien latigazos, ni si le salió el superchorro de sangre que Gibson coloca en el flim cuando le lanceó el romano Longanizo`s, sólo sé que murió por Amor.

Y si hubiese sido hoy la Redención, me gustaría saber qué tipo de muerte le infringirían los poderes de nuestros días. Nosotros.


Muy buena la anécdota de Salomé (supongo que no será la que cantaba la canción “¡desde que llegaste sólo vivo cantando, ¡¡¡jey!!!, vivo soñando, ¡¡¡jey!!!...”) sobre el rezo del Rosario delante del busto de Concha Espina, confundida con una imagen de la Virgen.

Una de las ventajas de vivir en la opus es la cantidad de anécdotas que se generan en la convivencia diaria. Son tantas horas juntos, y en situaciones tan distintas, con caracteres tan diferentes... Allá van unas de tipos muy, pero que muy despistados

Estando en un curso anual falleció el padre del director. El dire salió urgentemente para atender sus deberes de hijo. Consternación en el curso anual, dolor, Misas por el difunto. Se contaron anécdotas del finado, un buen grupo de nosotros asistimos al funeral y al entierro contando al regreso, en la tertulia, la serenidad, la paz que se respiraba en la familia del director. En fin, que fue un bombazo en medio de ese medio de formación que asistíamos con la alegría de la primera vez.

Tres días después del entierro el director todavía no había regresado al curso anual. Era de noche, y en la sala de estudio estábamos tres mangutas preparando un examen de algo, no sé, Patrología del Esse Subsistens. Se abre la puerta y aparece el director. Y en esto, uno de los que estaba allí estudiando (de este se podrían contar libros y libros) se levanta y le dice así, como de cachondeo.

- ¡¡¡Míralo ar tío!!! (es andaluz). Anda que no le has echado cara, tío. Nozotros aquí currando, jodidos con los ezámene, pazando la de Caín, y tú de fiesta por allí. ¡Si é lo que yo digo, que aquí hay gente tipo A, tipo B, y tipo C. ¡Y mira que color trae er tío!. ¿ Tú dónde te ha metío, golfo?

El dire le miraba como si viese a Pío XII vestido de Axteris el Galo. No daba crédito a lo que oía. A mí se me puso todo el vello de punta. Incluso el de los brazos. Y el dire va y le contesta muy sereno.

- De enterrar a mi padre. Murió hace tres días.

Nunca olvidaré la cara que puso aquel hombre, el andaluz. Como la del busto de Concha Espina. El que lo vio, lo escribe, y da testimonio de ello.

En un centro viví con un colegui que le dio por aprender ruso a los cuarenta años. En ello puso todo su empeño. Era un personaje muy bueno, muy despistado, y muy ingenuo. A éste, un día que me vio cojeando y preguntarme que qué me pasaba, le colé “nada, que me está saliendo el huevo del Juicio”.

- ¿Cómo,?, ¿el huevo del Juicio?.

- Sí, sí, el testículo del Juicio.

- ¿Qué es eso del testículo del Juicio?

- Pero, ¡cómo!, ¿no sabes lo del testículo del Juicio?

- Macho, ni idea.

- ¿Y dela muela del Juicio tampoco sabes nada?. ¿No te han explicado que a algunas personas les sale la muela del Juicio y que es doloroso, y que se pasa mal?.

- Sí, eso sí que lo sabía... ¡pero lo del testículo del Juicio!

- Jolines, tío, ¿pero a ti no te han explicado de pequeño todo eso de la sexualidad y los niños y tal?.

- Hombre, mucho no... eran otros tiempos.

- Pues lo mismo, hombre, lo mismo. A algunos hombre les sale el testículo del Juicio, y el proceso es, como te puedes imaginar, pelín doloroso hasta que se forma el testículo.

El tío no dijo nada y al cabo de unos día me viene mosqueado.

- Muy gracioso los del huevo del Juicio, ¿eh?.

Se lo había comentado al director en la charla, y las risas se oyeron en Sebastopol.

Bueno, pues éste estaba aprendiendo ruso y fuimos juntos a la beatificación de Josemaría Escrivá de Balaguer y Albás. Al parecer, en Roma hay una iglesia que visitan los peregrinos rusos por no sé qué devoción que tienen, y allá se fue nuestro hombre con la ilusión de poner en práctica su dominio de la lengua. Fue solo.

De vuelta de la beatificación, ya en el centro, todos notamos un cambio en las costumbres de Smirnoff: no comía y no cenaba con nosotros. Ningún día. Estaba en la casa, pero siempre tenía alguna excusa para no acompañarnos. Así que un día le abordé y le pregunté por su misterioso comportamiento.

- Me da corte contarlo.

- Venga, Smirnoff, ¿qué pasa?. ¿Una promesa a algún icono?...

- Peor... En la beatificación me fui a un santuario donde van de peregrinación muchos rusos. Quería practicar el idioma. Entro en la Iglesia y, zumba, me encuentro una familia entera allá dentro: los padres, dos hijas y un hombre. Macho, parecían de la estepa de Vladilostok. Ciento por ciento estepa. Me acercó a ellos y empiezo a hablarles en ruso “¿Riskochof triblianki petruscha natasha?”. Y los tíos me miran como si fuera un marciano. Insisto “¿Riskochof triblianki petruscha natasha?”. Nada. Se miran, me miran. Nada. Ni un rictus de que me entienderan. Cambio de frase “Cachachof nureyev bolinski...”. Y, en esto, que pienso “joé, ¡cómo me suena la cara de esta chica!” (habría que ver, efectivamente, la cara de la chica)... Y caigo en la cuenta que era... ¡¡¡la numeraria auxiliar que nos sirve aquí!!!. ¿Me oyes?: ¡¡¡la de aquí que estaba con su familia!!!. Tío, qué corte, qué vergüenza. Y, claro, no me atrevo a estar en el comedor y que ella entre y... ¡qué vergüenza!.

En fin, le quité hierro al asunto, le reconforté en la fortaleza y en la humildad, y le dije que la mejor manera de no darle importancia es que actuara con normalidad.

En aquellos días Smirnoff, como no comía ni cenaba, se ponía ciego en el desayuno y en la merienda. Con la merienda estaba muy quemado porque la administración nos deleitaba con unos pequeños montaditos con queso dentro, o chorizo. A Smirnoff le tenía intrigado quién de nosotros se comía los trocito de queso, o de chorizo, dejando el montadito de pan al pairo, sin nada en su interior. Era yo. También por aquellos días yo tenía la costumbre de tocar la guitarra en mi habitación dando la brasa de mala manera al personal. Se me ocurrió, el día que me contó el afaire de Roma, escribir una nota, como si fuera de la administración- , y la puse encima del carrito de la merienda. La nota decía “el queso para el de la guitarra, y el montadito PARA EL RUSO”. Smirnoff, con un hambre que no veía, bajaba el primero como un poseso, y al ver la nota me viene a la habitación, supercoloradote, “¡¡¡ machooooooooo, no te lo vas a creer, no te lo vas a creer... ¡¡¡qué fueeeerte!!!. ¡¡¡Lee esto!!!”.

- Oye – le digo- esto no es de recibo. Aquí se ha pasado. Vete al director y se lo comentas. Esto es grave.

Y allá que se fue a contarle todo.... Las risas se oyeron, otra vez, en Sebastopol. Nunca mejor dicho.

Con Father Robert viví cuatro años. Era un hombre muy nervioso, aunque cuando salía a la calle tenía un porte distinguido y algo exclusivo. Se diría que estaba hecho de otra pasta. Parecía un gentleman. A mi me tenía absolutamente alucinado cuando conducía: no entendía que ese hombre hubiese vivido tantos años con esa manera de conducir. Se adelantaba el asiento hasta que tocaba su vientre al volante y, pimba, a darle zapatilla. Una de sus manías –incompresible, pero cierta- era accionar el portero automático de la puerta de entrada al garaje del centro al encarar la calle donde vivíamos. Comenzaba a apretar con fruicción el llavero a un kilómetro del garaje pensando que ya se abría desde allí. No había manera de convencerle de lo contrario, a pesar de que siempre debía de esperar al llegar al umbral de la puerta que se abría con una lentitud desesperante.

Pero un día no fue así. Al llegar a toda velocidad y ver la puerta abierta, emocionado, se lanza rampa abajo mientras me dice “¿Qué, funciona, o no funciona?”.

El tortazo que nos dimos contra el coche de una pobre viuda, vecina de la casa, que subía en ese momento –fue la que pacientemente había accionado la apertura de la puerta– fue memorable. Inolvidable.


Sigamos con más anéldotas curiosas y divertidas esta deliciosa tarde de domingo mientras espero ir a buscar a La Piedra a las diez al curre. Trabaja en un hospital, y en sus horas libres es embalsamadora en una empresa de Pompas Fúnebres. Nunca olvidaré la maravillosa tarde en que le pregunté en qué trabajaba, “bueno, hago de todo -comentó sin darle más importancia, mientras yo sentía los latidos de mi corazón en las sienes por estar hablando junto a ELLA, de ELLA, de nosotros -soy enfermera y también hago extras como embalsamadora”. En ese preciso instante mi corazón dejó de latir. “¿Embalsamadora de cadáveres, por ejemplo?”, le dije... “ Clairo –contestó sin inmutarse– no creerás que se embalsaman seres vivos, o lechugas... Un segundo antes aquella mujer me parecía la persona más atractiva que jamás había visto en directo -fuera de algunas cuantas bastantes realmente extraordinarias, pero inaccesibles para un tipo con mi figura y cartera-, sin encambio, La Piedra, en aquel momento, despertaba pasión.

Bueno, que me enrollo con La Piedra, y el tema va de anéldotas.

Curso anual. Nos anuncia el director –juez de profesión– que asistirá a la tertulia un alto cargo de la Magistratura de la comunidad autónoma del lugar. No es de la obra el señor magistrado, aclara el dire, pero puede ser interesante que nos conozca y, además, podremos formarnos y preguntar aspectos de esa apasionante profesión. Yo en aquellos años era un tipo más bien ingenuo, por no decir tontolaba, y tragaba bastante. Llegó la tertulia y el tío ese era un puro de hombre, un auténtico tostón: como bailar la música del telenoticias de la uno. A mi lado estaba un numerario de los mayores, que andaba picado –lo supe más tarde- con el director, y va y me dice muy serio: “oye, Satur, ¿por qué no le preguntas a qué hora se acuesta el magistrado medio español?. A mí, la verdad, la pregunta me pareció magnífica, muy interesante, más que nada porque el que me la había sugerido, un médico prestigioso, era un buen referente, así que levanté la mano como si me fuese la vida en ello. ¡¡¡Yo, yo, yooo !!!. El dire miró.

- Oiga, ¿a qué hora se acuesta el juez medio español?.

Era lo mismo que preguntarle, ¿por qué no te largas ya, coñazo de mieeerda?. Pero yo, lo juro, no advertí esa intención.

No vi la cara del director, pero me dijeron que se le parecía mucho a la Hanibal Lecter. Sí vi la del señor juez. Enrojeció, balbuceó una respuesta, y a los dos minutos se dio por terminada la tertulia. A los cinco me calló un paquete del director en su despacho que salí sin abrir la puerta, por la ranura de abajo. ¡¡¡Vaya paquete!!!

Don Braun Minipimer era un sacerdote jailevel. Un auténtico Petronio: gominolo a saco, siempre perfumado, sebagos relucientes, gemelos en la camisa, ropa deportiva de marca –verle salir a jugar a tenis era un espectáculo- ...en fin, un auténtico dandy. Un día debía de predicar una meditación en un centro de nuestras hermanas. El tipo era muy afectado en las formas, y le encantaba darse aires de así como de muy interesante. No salía de casa sin sus complementos habituales. Aquella tarde, antes de salir hacia el centro de la otra sección, entró en mi habitación y me preguntó si tenía Oraldine para enjuagarse la boca. Yo no usaba de eso, pero lo había visto en un armario en las duchas comunes que disponíamos para seis residentes en aquel centro. El propietario del Oraldine era un tipo que estudiaba Farmacia y, además, gente curiosa y algo excéntrica. Éste, por las mañanas, se metía en la ducha y al cabo de un rato se ponía a jadear como si se estuviese duchando con agua fría en el Polo Sur... sólo que de la ponía ardiendo.

Bien. Don Braun, cogió el recipiente de Oraldine, se dio un lingotazo generoso, y comenzó a hacer gárgaras y frucciones bucales de izquierda a derecha durante un buen rato. “¡Gracias!”, me dijo, y se marcho todo tieso y señorial a predicar su meditación.

Lo que no sabíamos entonces, ni Minipimer ni yo, es que el contenido de Oraldine no era tal: era un anestisante fortísimo que había preparado el Farmas Jadeante en el laboratorio de la facultad para paliar unos dolores de muelas que tenía en aquella época. Digo que el anestesiante era fortísimo porque al cabo de una media hora regresa don Braun con la cara desencajada, los ojos desorbitados, y diciéndome algo así como “¡ o é é é aa ¡o é é e aa ¡” (que traduje como “no sé que me pasa”). El hombre estaba realmente asustado, y yo, pues parecían los síntomas clarísimos de un derrame cerebral del treinta y tres.

- Pero, ¿qué le pasa? – le pregunté.
- O é, o é. O aó, a uenia. ¡¡¡A uenia!!! – Me rogaba casi llorando que le llevara a urgencias.

Su mandíbula, antes perfecta, su mentón, parecía cemento. Algo espantoso. Y allí le llevé. A urgencias.

En urgencias tampoco nos aclararon gran cosa. En parte porque Minipimer cada vez acertaba menos a emitir un sonido en nuestro código. Me miraba en la sala de espera y me decía “eoea, eoea, e eo a e eio” (encomienda, encomienda, que esto va en serio). Y yo, venga, a encomendar Rosario en mano: Dios te Salve , María, ... y él, aa aía ae e ió, oa o ooo eaoe aa y eaoa e ea ee ae (el Santa María, pero añadiendo el ahora y en la hora de ESTA MUERTE. Amén).

El entuerto se aclaró, para descanso y alegría de Don Braun.

Al parecer, al comienzo de la meditación nuestro hombre comenzó a sentir extraños síntomas en sus labios, le pesaban como morcillas, luego era la lengua, no la sentía, después –a pesar de los esfuerzos que hacía-, la mandíbula toda. Se levantó sin decir nada y se largó a casa con un cangueli considerable.

El farmacéutico hoy está en un país de África, donde no hay agua fría, y el Oraldine lo usará con algún que otro brujo.

Me voy a buscar a La Piedra. Otro día más.


Asomarte a Orejas es ver la vida desde otra perspectiva. Te permite contemplar a través de escritos muy personales retazos de biografías, algunas dramáticas, otras más sencillas, de gente que un día amó y se entregó a una causa por una vocación a la opus de dei. Desde Orejas, como un balcón que se asoma a la calle, ves personas, casi puedes reconocer sus rostros, adviertes la belleza o la fealdad, la mediocridad, la santidad, también la miseria de unas historias. El porte. Es una modo de tratarse éste de intelnés, donde no hay trato personal, pero uno está allí, junto a los demás, contemplando, participando incluso en el silencio de la lectura, de esa pequeña multitud – y no masa, porque no se pierde la individualidad, no se anula (como ocurre en un desfile, o en una manifestación). Aquí cada uno es como es, aún sabiendo que esta páginas no son más que breves relatos que subordinamos a la vida que cada uno tiene fuera de la pantalla.

Como en un balcón asomado a la calle, en Orejas ves las maneras de ser, el gesto, la intención de cada quién. Las diferentes maneras de estar en la vida después de “aquello”: el que espera, el que desespera, el que perdona, el que no olvida, el resentido, el dolido... incluso el que no se entera, el pardillo, o el imbécil. Yo mismo puedo ser uno de esos imbéciles. Y puedo ser más cosas.

En Orejas, tal y como lo ve cada uno en su pantalla, nada nos va ni nos viene. Uno lee y decide, juzga o no, critica, se emociona o pasa. Pero en esas páginas se leen asuntos que van y que vienen, por eso nos interesan; no tiene nada que ver con nosotros, pero nosotros tenemos que ver con ello porque lo estamos mirando. Como decía Antonio Machado de las canciones infantiles, muchas de estas historias nos dejan “confusa la historia y clara la pena”. La mayoría tienen un común denominador, da igual los años pasados allí, un “temple”, mal que les pese a algunos.

Un tipo con apellido de marca de comida para pájaros me alude en un escrito el dos de mayo, buena fecha para un fusilamiento, de un modo, contri menos, sospechoso. Comienza bien el chico, con un talante abierto, liberal, muy de nuestros días, “Me gustan las caricaturas de los personajes públicos, y creo que don Josemaría se presta a ello, porque tuvo y tiene una personalidad excepcional. También me gusta la gente crítica, libre, que dice lo que piensa.” Pronto cambia el tono y empieza a dar estopa adiestro y siniestro, en un tono pelín histérico, propio de los personajes que menciona –le faltó Aída Nizar– “Pero lo que vengo viendo desde que os conozco, de un mes a esta parte, es que, al paso que vais, se os van a juntar aquí hasta la Maricielo Pajares, el Boris Izaguirre y la Yola Berrocal, qué nivel. El tal Satur, qué grassiosso, va en esa línea.” Muy bien, urco, mensaje recibido. Ahora te voy a dar unos cuantos mangazos que te voy a mandar a donde el viento da la vuelta. Listillo.

El tío se calienta, “estas historias siempre cuentan lo mismo: complejos, angustias existenciales, desahogos de maripilis desairadas, con mucho tiempo que perder.” Hala, para que os enteréis, cobardes, gallinas, capitanes de las sardinas.

Anido no encomienda, pero poco le falta. Anido anatematiza y se hace un lío pichiglás con eso de “Algunos, además, decís que sois buenos cristianos. Joder. Yo no soy tan cristiano (no me acuerdo ya de la última vez que pisé una iglesia) y no tengo tantos problemas como algunos que siguen, "a pesar del opus", en la fe verdadera. Menos misas y más categoría, señores.” O sea que sé, que no eres tan cristiano y tal, no te recuerdas de la última vez que pisaste una iglesia, pero líneas más adelante nos enchufa lo siguiente “De verdad, que no sabéis lo que decís, que diría un Amigo mío. NI el mal fario que os echáis a vosotros mismos”. ¡Toma, jeroma, pastillas de goma!, ¡¡¡gueropa!!!. A ver, ¿de qué Amigo hablas?, ¿de Jesús?, ¿tu amigo Jesús?. ¿Pero no dices que no sabes cuando pisaste una iglesia?... ¿O eres de los de Jesús está conmigo, aleluya?., ¿o es verdad que no sabes cuando pisaste una iglesia pero sí que sabes cuando pisaste un oratorio?. ¿Tú te aclaras, Napoleón Chú?. ¿Y qué significa eso de que nos echamos un mal fario a nosotros mismos?. A ver, a ver, que eso me huele a la bruja Lola ,¡¡¡que te voy a de poner dos vela negrááá, mamarracho!!!. ¿Insinúas, criatura de Dios, que nos va a pasar algo?. Tiemblo, Jose Luis (yo, Jose Luis Anido con el D.N.I. no sé cuantos), tiemblo y acudo a ti para que intercedas a tu Amigo y que vuelva al buen camino. ¡¡¡Tu Amigo!!!: ¡anda que no tienes cara, colegui, tronco, pim,pim!.

No quiero pasar –por no extenderme (no hay línea sin desperdicio en su escrito) – tu consejo final a mi persona “¿Seguro que andas bien del vientre, Satur? ¿Obras bien, atus horas? Que te lo mire alguien, que a lo peor es ese tu problema.” ¡¡¡Halaaaaaaaaaa, que gracioooooso, qué diver y qué jartá de reírme que me dio!!!. De verdad de la buena que eres muy simpa. En mi próximo cumple te invito a mi fiesta –habrá Fanta, y patatas, y jugaremos a tocar y parar.

Una cosa más, Anido, para que lo sepis. Cuando escribimos aquí, sea quien sea, uno puede tener la impresión al juzgar las historias de tomarlas como algo aislado de una vida, y no, chavalín. Sería de lerdos, y no serviría de nada, si no se sabe sobre quién se acumulan esas determinaciones que a cada uno le sucedieron, porque sólo eso les da su carácter humano, real. Soy yo quien tengo que vivir con este cuerpo y en este cuerpo que, lo reconozco, hace cacas, en este y con este mundo, el mío, en esta clase social, con esta situación económica, con este amor que llevo en los bolsillos, con este repertorio de creencias recibidas, de ideas aprendidas o inventadas. Soy yo, y cada cual, quien imagino, proyecto, anticipo y quiero ser.

Gracias a todas esas cosas, y también a pesar de ellas.

Hala, majete, un bico.

Otra cosa. No es Don Josemaría, es San Josemaría. Y a ver si pisas más la iglesia,¿eh?: más iglesia y menos rollete de Amigo.

Broma



Quizás sean las frases más citadas de Alicia en el País de las Maravillas estas de...

––Cuando yo empleo una palabra –insistió Humpty Dumpty en tono desdeñoso– significa lo que yo quiero que signifique… ¡Ni más ni menos!

––La cuestión está en saber –objetó Alicia– si usted puede conseguir que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.

––La cuestión está en saber –declaró Humpty Dumpty– quién manda aquí.

Se pueden aplicar a la familia, a Orejas, a la política, al trabajo o a cualquier invención humana. La cuestión está en saber quién manda aquí, dice -no sin cierto aire de perdonavidas.

También sucede en la obra: ¡consigue que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes!. Aún a costa de la realidad.

No me resisto a otra cita, esta vez más larga pero, sin duda, muy interesante. Spaemann propone el siguiente experimento mental en su libro 'Ética: cuestiones fundamentales':

“Imaginemos un hombre que está fuertemente atado sobre una mesa en una sala de operaciones. Está bajo el efecto de los narcóticos. Se le han introducido unos hilos en la cubierta craneal que llevan unas cargas exactamente dosificadas a determinados centros nerviosos de modo que este hombre se encuentra continuamente en un estado de euforia: su rostro refleja un gran bienestar.

El médico que dirige el experimento nos explica que este hombre seguirá en ese estado el resto de sus días; cuando no sea posible alargar más la situación se le dejaría morir inmediatamente, sin dolor. El médico nos ofrece ponernos de inmediato en esa misma situación. Que cada cual se pregunte si estaría alegremente dispuesto a trasladarse a ese tipo de felicidad.

Nos negamos; algo muy fuerte se rebela contra ese tipo de felicidad. Preferimos continuar nuestras vidas tal y como son, con sus sombras, mediocridades y miserias, a esa otra, fuera de la realidad, por muy feliz que se nos presente. Sí, queremos vivir en la realidad de las personas y las cosas que nos rodean, donde van mezclados el dolor y el placer, lo malo y lo bueno, la tristeza y la alegría. Queremos vivir libres.

La obra, estoy seguro, no desea que sus fieles vivan fuera de la realidad, precisamente su espíritu –la santificación del trabajo y de la vida ordinaria– se centra en la realidad pero, ¡ay!, sus mensajes enviados por los distintos cauces que dispone –la charla fraterna, la confesión, la corrección fraterna, la lectura de las cartas del prelado, de las publicaciones internas, de la corrección fraterna, de criterios y costumbres– hace que las palabras signifiquen cosas diferentes porque el que manda, manda, y a tomal viento. Esto es lo que hay.

Conozco ex numerarios que han hablado con toda la sinceridad de su realidad a los directores, esa que les llevaba a la depresión, a la tristeza, al desencanto o a enfrentarse con su miseria, y recibían por respuesta un “Dios sabe más”, “ deja obrar al Espíritu Santo”, “vete al médico”, “reza más”, “sé más sobrenatural”, “todo es para bien”, o “vamos a tomar unas cañas”... y a la realidad de esa gente, la suya propia, le importa un comino que nosotros existamos o no: ella seguirá estando allí. Se impone de una manera aplastante. A todos, y con todos.

Esa es la ceguera de la obra. Hace un tiempo dejó la obra una persona con muchos años de entrega, más de treinta, entrega de verdad de la buena, de quilates. Le dolía la vida, esa vida, y lo decía. El amor necesita desarrollarse en libertad, y sentía esa falta de libertad que le oprimía lo más profundo hasta la desesperanza. Una persona para poder amar –y toda vocación es amor- necesita aire libre: la llama más ardiente se extingue en un vaso cerrado. No podía respirar y toda esa atmósfera enrarecida le axfisiaba. Le parpadeó la vela de su vocación durante años hasta que bocaneó e hizo fú .

Cuando se quiso reaccionar ya fue demasiado tarde. Formar en libertad y para la libertad -¡cómo se les llena la boca con esas palabras!– significa respetar al otro y animarle a que se desarrolle tal y como él es en el mundo. Pero cuando se fagocita al otro creyendo, en su voracidad, que eso es amor y buen sentido, cuando se coloca el vaso cubriendo la vela encendida... Una formación así no puede traer nada bueno.

Un sacerdote de esos mayores que hay en la prelatura, al enterarse del abandono de esa persona, comentó “¡¡¡pero qué hemos hecho tan mal que nos lo hemos cargado!!!

Pues sí. Os lo habéis cargado... Pero pronto volará. No estaba herido de muerte.

Continuación


 

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Gracias a Dios, ¡nos fuimos!
OPUS DEI: ¿un CAMINO a ninguna parte?