EL
TERCER PADRE
TRIBUNA- ALBERTO MONCADA
EL PAÍS - Sociedad - 14-04-1992
Para las gentes del Opus Dei, la beatificación de
Escrivá ofrece dos claras ventajas. La principal es
el amparo papal en las luchas intraeclesiales. La segunda
es la posibilidad de invocar el hecho -el Padre está
en los altares- en su proselitismo con personas que necesitan
de ese tipo de argumentos para apuntarse.Pero el esfuerzo,
la energía y el dinero gastados en tan acelerado trámite
producen también sus inconvenientes. El primero es
exponerse a discusiones abiertas, a debates críticos,
tan contrarios a su estilo y estrategia. Los miembros del
Opus no han estado nunca dispuestos a confrontaciones públicas
y la razón básica, en esa línea de protección
al neófito típica de las sectas, es evitarles
escuchar opiniones críticas, sobre todo si lo que oyen
son las trapisondas y las debilidades de sus dirigentes.
Muchos socios de buena fe han sabido ahora por primera vez
que sus jefes no dudan en calumniar, perseguir y amedrentar
a quienes no piensan como ellos y eso empieza a erosionar
su adhesión incondicional. Aunque las oficinas de infórmación
intoxicación de la Prelatura se han empleado a fondo
para evitarlo, decenas, cientos de críticas orales
y escritas a la ejecutoria personal y corporativa del flamante
Beato están llegando hasta sus clientelas más
cautivas, con motivo de la beatificación, sin que les
sea posible ya mantener la descalificación de tantos
contradictores. Y es que, como resulta inevitable, la otra
historia del Opus comienza a desplegarse en paralelo a la
oficial.
Al conocer las interioridades del proceso de beatificación,
muchos observadores se han quedado asombrados, no tanto por
las violaciones de la praxis canónica, no tanto por
la prepotencia ejercida para que no se dijera nada en contra,
sino sobre todo porque las deposiciones (sic) de los altos
jerarcas del Opus a favor de su fundador se convertían
en diatribas, en calumnias y descalificaciones de quienes
no podían defenderse, de quienes ni siquiera sabían
que se estaba hablando mal de ellos al amparo del secreto
de un sumario vaticano. ¿Cómo se puede usar
el proceso de beatificación de una persona para atacar
a otras?
Quizá lo más fascinante sea comprobar el miedo
de altos y veteranos funcionarios del Vaticano a los perjuicios
que puede reportarles el ponerse a mal con el Opus. La imagen
de un grupo implacable que le tiene sorbido el seso al Papa
se abre paso entre susurros y los silencios de la Curia, algunos
de cuyos miembros ni siquiera se atreven a dar su nombre al
criticarlos. Hoy como ayer, los tercios españoles en
su versión eclesiástica, los dominicos de la
Inquisición, los jesuitas de la Contrarreforma, los
opusdeístas de la victoria capitalista contra el comunismo,
imponen sus osadías a un pontífice receptivo.
El proceso ha tenido el mérito de sacar a la luz la
figura de Javier Echevarría, el segundo en la línea
de sucesión de Escrivá, cuyas declaraciones
en la causa contra antiguos e importantes miembros del Opus
son las más violentas y despiadadas. Echevarría
es un vasco cincuentón que entró en la organización
muy joven, sin experiencia civil y que se ha pasado la vida
entre las faldas del fundador. Hay funcionarios del Vaticano
que lo califican de atrabiliario e inaguantable. Y es que
el estar a la vera de Escrivá cuando éste ponía
en solfa a la gente ha debido de forjar su carácter.
Yo recuerdo, la única vez que estuve con Escrivá
y su pequeña corte en Roma, en la primera fase del
Concilio Vaticano II, cómo gritaba contra Juan XXIII,
asegurando que el diablo se había instalado en la cabeza
de la Iglesia. Yo venía de Perú, donde la fundación
de la Universidad de Piura supuso una confrontación
ideológica con las realidades del Tercer Mundo, cuyo
saldo biográfico fue mi salida definitiva del Opus.
Los dicterios de Escrivá contra el papa Juan contribuyeron
a acelerarla.
Si es verdad lo que cuentan de Echevarría, su ascensión
al primer cargo burocrático, cuando desaparezca Portillo,
marcará probablemente la crisis institucional del Opus
porque los socios menos fanáticos, menos cínicos,
tendrán que plantearse el cómo y el porqué
de sus lealtades. Según la sociología de los
grupos cerrados, la suerte de la mayoría de estas organizaciones
es quebrarse, reformarse, al desaparecer el líder carismático
y su primer sucesor.
Alberto Moncada, sociólogo, permaneció
16 años en el Opus Dei.
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