EL PAÍS 7 de octubre de 2002
La
irresistible ascensión de Escrivá de Balaguer
JUAN JOSÉ TAMAYO-ACOSTA
Juan José Tamayo-Acosta es director de la Cátedra
de Teología y Ciencias de las Religiones Ignacio Ellacuría,
de la Universidad Carlos III de Madrid.
Con la canonización de Josemaría Escrivá
de Balaguer culmina un proceso que se inició hace algo
más de cuatro lustros y ha trascendido el estrecho
marco del santoral para convertirse en un fenómeno
de impacto mundial. El proceso ha provocado reacciones encontradas:
entusiasmo en el Opus Dei, que se siente legitimado en su
ideario fundacional y reforzado en su protagonismo eclesial;
perplejidad en ambientes sociales y culturales alejados del
mundo religioso, que observan en la Obra síntomas preocupantes
de integrismo; malestar en amplios sectores católicos,
que no acaban de ver en el nuevo santo las virtudes a imitar
que aparecen en el acta de canonización. El principal
mérito de Escrivá de Balaguer en vida fue, sin
duda, el haber creado una organización hoy extendida
por todo el mundo, poderosa en medios económicos, influyente
en el mundo de las finanzas y omnipresente en el tejido social
y político. Tras su muerte, el fundador de Opus ha
seguido ganando importantes batallas, como don Rodrigo Díaz
de Vivar: una, el hecho mismo de su propia canonización;
otra, haber mantenido cohesionada su Obra sin disidencias
internas y en constante expansión; la tercera, que
ésta se haya encaramado en la cúpula del Vaticano,
cosa que él no pudo conseguir en vida por la falta
de sintonía con Juan XXIII y Pablo VI.
¿A qué puede deberse el interés primero
por la beatificación y ahora por la canonización
cuando actos de este tipo suelen pasar inadvertidos para el
gran público? ¿Cuál es el verdadero alcance
de la irresistible ascensión del nuevo santo a los
altares? ¿Por qué tanta celeridad en la canonización,
cuando los procesos de otros candidatos a la santidad duran
incluso siglos?
Parece claro que no se trata de una canonización más
entre las muchas realizadas por Juan Pablo II. Con ella se
quiere legitimar al Opus Dei como la organización que
constituye el quicio de la estrategia neoconservadora del
actual y, quizás también, del futuro pontificado.
Lo que se canoniza es un determinado modelo de cristianismo,
que voy a intentar analizar recurriendo a los propios textos
del nuevo santo.
La canonización apunta a un cristianismo elitista
y uniformado, en el que el caudillismo se convierte en imperativo
categórico: '¿Adocenarte? ¿¡Tú
del montón!? Si has nacido para caudillo' (Camino,
n. 15). Pero no un caudillismo cualquiera, sino con aires
imperiales, al que no le falta más que el sonido de
las botas: 'No desprecies las cosas pequeñas, porque
en el continuo ejercicio de negar y negarte en esas cosas...,
fortalecerás, virilizarás, con la gracia de
Dios, tu voluntad, para ser muy señor de ti mismo,
en primer lugar. Y, después, guía, jefe, ¡caudillo!...,
que obligues, que arrastres, con tu ejemplo y con tu palabra
y con tu ciencia y con tu imperio' (n. 19). Un caudillismo
ambicioso en todos los campos, aunque revestido de espiritualismo;
que exige firmeza y no admite momentos de duda o vacilación.
Es precisamente en la firmeza, y no en la racionalidad de
las órdenes, donde Escrivá de Balaguer basa
la virtud de la obediencia: 'Si te ven flaquear... y eres
jefe, no es extraño que se quebrante la obediencia'
(n. 383).
Este cristianismo exige costosas renuncias, incluso a algo
tan legítimo como el matrimonio, que es, según
Escrivá de Balaguer, 'para la gente de tropa y no para
el estado mayor de Cristo. Así, mientras comer es una
exigencia para cada individuo, engendrar es exigencia sólo
para la especie, pudiendo desentenderse las personas singulares'
(n. 28). Todo lo relacionado con la carne se considera egoísmo
y debe ser sacrificado, como sublimado debe ser el deseo de
tener hijos: '¿Ansia de hijos?... Hijos, muchos hijos,
y un rastro imborrable de luz dejaremos si sacrificamos el
egoísmo de la carne' (n. 289). Se trata de un cristianismo
represivo de los instintos y negador de la vida, al que Nietzsche
dirigía sus más severas y certeras críticas.
Esto nos remite derechamente al rigorismo, corregido y aumentado,
de santos padres tan influyentes en la historia del cristianismo
como san Jerónimo, Gregorio de Nisa, Ambrosio de Milán,
Agustín de Hipona, etc. San Jerónimo comparaba
el matrimonio con un espino enmarañado, que sólo
había de servir para producir 'rosas', es decir, vírgenes
entregadas a Dios desde la más tierna infancia. Gregorio
de Nisa consideraba la sexualidad como la añadidura
'animal' a la naturaleza pura y original del ser humano. Ambrosio
de Milán veía en la sensualidad el motivo de
la expulsión de Adán y Eva del paraíso.
San Agustín creía que el efecto inmediato y
más visible de la caída de Adán fue la
pérdida del control sexual, hasta entonces asegurado.
La canonización del fundador del Opus Dei viene a
apoyar un cristianismo de combate, al que no le faltan más
que los guantes de boxeo. Combate contra el mundo general,
considerado malo por los cuatro costados. Escrivá pide
a la juventud que deje 'esas cosas mundanas que achican el
corazón y... muchas veces le envilecen' y vaya 'tras
el Amor' (n. 780). Combate contra el cuerpo, a quien el santo
de Barbastro considera enemigo de Dios y del ser humano: 'Si
sabes que tu cuerpo es tu enemigo y enemigo de la gloria de
Dios, al serlo de tu santificación, ¿por qué
le tratas con tanta blandura?' ¿Cómo va a ser
el cuerpo nuestro enemigo -me permito contrapreguntar a Escrivá-,
si somos cuerpo, si el cuerpo define nuestra identidad como
personas? El cuerpo será siempre nuestro aliado, nunca
nuestro enemigo. Como afirma Laín Entralgo en Cuerpo
y alma. Estructura dinámica del cuerpo humano, no debe
hablarse de mi cuerpo y yo, sino de 'mi cuerpo: yo'.
En una 'lectura materialista del santoral', el teólogo
José María Castillo analizaba, hace veinte años,
el perfil socioeconómico de los santos y las santas
y llamaba la atención sobre la interferencia, en los
procesos de canonización, de intereses políticos
y económicos ajenos del todo a la santidad. De su análisis
extraía dos consecuencias: la abrumadora presencia
de gente poderosa y la ausencia casi total de gente humilde
en el santoral. Y lo demostraba con datos tomados de un estudio
de K. Y Ch. George, de 1966, que arrojaba estos resultados:
de 1.938 casos analizados, el 78% de los santos y beatos había
pertenecido a la clase alta; el 17%,
a la clase media, y sólo el 5%, a la clase baja).
El caso de Escrivá viene a confirmar la regla general.
¿Dónde queda entonces la opción por los
pobres del Sermón de la Montaña, que viene a
ser la carta fundacional del cristianismo y que ejercía
en Gandhi, según confesión propia, casi la misma
fascinación que la Bhagavad Gita?
A propósito de la irresistible ascensión de
Escrivá a los altares, he oído comentar a un
grupo de canonistas que si se aplicaran a Jesús de
Nazaret los procedimientos actuales de canonización,
difícilmente los superaría. Y no les faltaba
razón, porque el Jesús histórico fue
condenado por el poder romano con el apoyo de la ortodoxia
religiosa judía, que no difiere mucho de la actual
ortodoxia católica, mientras que el nuevo santo de
Barbastro sube a los altares con todas las bendiciones eclesiásticas
y todos los honores políticos.
Muchos de los santos y de las santas del calendario cristiano
no pasaron por los tribunales de canonización. El reconocimiento
espontáneo de sus virtudes por parte del pueblo era
decisivo para elevar a una persona a los altares. La canonización
fue, durante siglos, una iniciativa que surgía de abajo,
ratificada después por las instancias jerárquicas.
En el caso de Escrivá de Balaguer parece haberse invertido
el orden de factores, y eso sí que ha alterado el producto.
Tenemos así una canonización desde arriba, de
la que ha estado ausente el pueblo cristiano y en cuyo proceso
no se ha permitido la declaración de muchos testigos
que conocieron a fondo al santo y podían haber testimoniado
sobre sus pecados y virtudes, quizá por miedo a que
resaltaran los primeros y no fueran tan generosos en el reconocimiento
de las segundas. Es más, durante el proceso de beatificación,
vino a Madrid 'el abogado del diablo' a recabar testimonios
y lo hizo en una casa del Opus Dei, lo que lleva a pensar
en una merma de la libertad por parte de los testigos.
En la nómina de santos y beatos predominan los clérigos
y las personas 'consagradas'. La canonización de Escrivá
viene a confirmarlo. La Iglesia católica sigue siendo
una organización clerical. Cuando los seglares reclaman
su derecho a participar activamente en la marcha de la Iglesia,
recae sobre ellos todo tipo de descalificaciones. Es lo que
ha sucedido recientemente con la corriente Somos Iglesia,
a la que, por defender el acceso de las mujeres al sacerdocio,
el celibato opcional de los sacerdotes y la desclericalización
de la comunidad cristiana, la Conferencia Episcopal Española
ha acusado de no ser un grupo eclesial, de mantener actitudes
opuestas al magisterio y a la disciplina eclesiástica
y de hacer reivindicaciones alejadas de las enseñanzas
católicas.
La ascensión de Escrivá a los altares se ha
producido conforme a los cánones de lo eclesiásticamente
correcto. Lo que yo me pregunto es si el camino de santidad
trazado por él hace más de sesenta años
y el modelo de cristianismo que encarna hoy su Obra son acordes
con el evangelio y con los signos de los tiempos. Creo que
no. Por eso, a la hora de elegir entre la ortodoxia de san
Escrivá de Balaguer y la heterodoxia del condenado
Jesús de Nazaret, yo opto por la segunda. Pienso con
Ernst Bloch que 'lo mejor de la religión es que crea
heterodoxos'.
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