Simbiosis
entre personas e instituciones
Ma. Gabriela Vargas M.
Profesora de la Universidad de Costa Rica
30-12-2003
Las instituciones no subsisten por las personas que las conforman,
pero ciertamente una persona representa a la institución
a la que pertenece y da buena o mala imagen de ella, provoca
reacciones y produce efectos en los demás, según
su comportamiento. Aunque no son lo mismo, es difícil
separarlas porque, además de relacionarse, pueden beneficiarse
o perjudicarse mutuamente.
Veamos un ejemplo. Si se detuviera a algunos funcionarios,
digamos que del Registro Civil, por falsificar cédulas,
ciertamente desmejorarían la imagen que tenemos de
él. Si se encarcelara a empleados de un banco por falsificación,
dudaríamos en invertir ahí... En fin, hay infinidad
de posibilidades.
Razón de ser. La Iglesia no es la excepción
a esta simbiosis que hacemos de las personas y de lo que representan.
Es normal y quizás incluso saludable porque nos pone
en guardia para cuidarnos unos a otros de no escandalizar
a los más pequeños; es decir, a los que no han
tenido una experiencia de fe en este sentido, pero que no
son menos importantes que los que sí la tienen, sino
más bien son la razón de la existencia de la
Iglesia.
Ciertamente ha habido tiempos oscurísimos para la
Iglesia y medito muchísimo cuando leo acerca de la
Inquisición. Pero también la Iglesia sufrió
(y en algunos países hoy sufre) persecuciones (reales,
no imaginarias) y murieron grandes cantidades de hombres,
mujeres y niños por no querer renunciar a ella y me
hace pensar que no podían ser tan tontos que prefirieran
ser despedazados por las fieras, quemados vivos o torturados
en lugar de simplemente decir que no eran cristianos. No,
creo que debían haber experimentado algo más
fuerte que la muerte: el amor de Dios.
Amor infinito. Por supuesto, no solo en la Iglesia Católica
se encuentra el amor de Dios; eso sería reducirlo y
todos sabemos que es infinito. Pero está ahí,
incluso a pesar de esos pecados y de esas cosas horribles
que pueden suceder. No quiero decir que esos pecados no existen.
Claro que existen y hacen daño y no deben continuar.
Hay que luchar contra ellos porque no son lo que Jesús
pensó ni para la Iglesia ni para ninguna persona que
quiera ser discípula suya.
Pero que pasen estas situaciones no quiere decir que Jesús
dejó de actuar o de existir, ni que los miles de misioneros
que pierden día a día su vida en África
o en América por hablar de Dios hacen daño,
o que los católicos chinos que se pudren en la cárcel
por ser católicos (claro que hoy muchos lo consideran
un crimen) pierden su tiempo. No. Prefiero pensar que Dios
purifica las intenciones y los corazones para que se vea lo
que está oculto y, a pesar de todo, las personas por
lo menos tengamos que pensar en él, y los que somos
católicos entendamos, antes de juzgar, que no hemos
orado lo suficiente por nuestra propia Iglesia.
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