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San Escrivá

Revista: QUE PASA. Chile.
11-10-2002
Fernando Villegas

En Chile han prosperado en militancia e influencia, al menos en círculos de la aristocracia -dinero viejo- y de los "emprendedores" -dinero nuevo- las organizaciones religiosas católicas paralelas a la institucionalidad y actividad convencionales basada sólo en curas.

El día que declararon santo a Escrivá de Balaguer, una porción sustantiva de la elite criolla cayó de hinojos frente al Papa y a un relicario con un diente del primero, fundador del Opus Dei. Tal sucedió porque no bastando a la mucha piedad de ese selecto grupo el unirse de corazón y alma al acontecimiento, decidieron, además, trasladar sus cuerpos a Roma. Por lo mismo y por más de dos meses las agencias de viaje no dieron abasto. La actividad, nerviosismo y entusiasmo que se vivió en los meses previos en dicho sector de la ciudadanía fue muy intenso. Las señoras, deseosas de unirse a las plegarias, debieron atender imperiosas cuestiones de vestuario relativas a qué se estaba usando en la temporada invierno 2002 en Italia mientras en muchas oficinas de magnos edificios corporativos un ejército de jefes de gabinete o secretarias reescribían agendas empresariales y políticas para posponerlo todo. Así sucedió que viajaran hordas de empresarios, jóvenes ejecutivos, preciosidades, candidatos a la Presidencia y profesionales destacados. En fin, larga fue la fila de compatriotas que estiraron su lengua para recibir comunión ese glorioso día. Todo indica que la delegación chilena sobrepasó los más optimistas cálculos. Se pensaba en 4 mil personas, número ya considerable, pero la cifra final parece que superó los 8 mil.

Sin embargo el hecho pierde algo de su asombrosa peculiaridad si se observa el modo como en Chile han prosperado en militancia e influencia, al menos en círculos de la aristocracia -dinero viejo- y de los "emprendedores" -dinero nuevo- las organizaciones religiosas católicas paralelas a la institucionalidad y actividad convencionales basada sólo en curas, sermones, iglesias, parroquias, misas, matrimonios, bautizos y funerales. El Opus Dei es tal vez la más poderosa de ellas. Fundada por Escrivá de Balaguer, se insinuó poco a poco pero progresivamente en el seno de gente con vinculaciones interesantes. Fue y es su filosofía atraer a los influyentes, los poderosos, los exitosos. Aquello de que los pobres heredarán la Tierra es materia que el Opus Dei deja para más adelante; por el momento privilegia y otorga su atención a quienes heredan bienes más tangibles. Los pobres, que ni legan ni heredan, tienen poca influencia y poder para mover el mundo como es debido y por consiguiente el Opus, con toda razón, da por ahora preferencia a los benditos con respetables cuentas corrientes. En eso siguen la estrategia de la Compañía de Jesús, la cual, en sus días más prósperos, se hizo presente en los confesionarios, boudoirs, salas de consejo y lechos de agonía de casi la totalidad de las cortes europeas, a cuyos miembros perdonó, confesó, comulgó e influyó merced a la doctrina de la casuística, la cual, en pocas palabras, otorga estatus beatífico al viejo principio de que todos somos iguales, pero unos más que otros.

Las razones del éxito de esta congregación, que ha tenido la felicidad de inaugurar su propio santo, seguramente son muchas. Quizás una de ellas sea el hecho mismo de su relativa exclusividad; eso por sí solo confiere estatus. No cualquiera es llamado a celebrar las beatíficas disciplinas de Balaguer. Por consiguiente, amén de otras razones, el invitado a hacerlo ya tiene en eso y a veces sólo en eso un poderoso aliciente a incorporarse. El fenómeno se inscribe, además, dentro del proceso de creciente rigorismo y hasta sectarismo de la Iglesia en general, la que, con perspicacia sicológica originada de la necesidad, ha entendido que su supervivencia institucional es asegurada menos por un gran número de seguidores blandos, tibios y difusos que por un número mucho menor, pero dedicado, vocacional y obediente. El resultado neto es que el Opus y las demás sectas de parecida inclinación se han hecho de un elenco de seguidores que destacan por su talento y disciplina, si bien también por un conservadurismo a veces feroz. Cabe preguntarse ahora si la sociedad chilena también obtiene un resultado neto en números azules.

Difícil contestar eso. Las hormonas nos dicen, a quienes no participamos ni de lejos de ese cuerpo doctrinario y valórico, que nada de bueno puede salir de allí; por otra parte la razón sugiere que una sociedad gana mucho si toda o siquiera parte de su elite, por cualquier motivo que sea, extrema su disciplina y capacidad de trabajo. Es el caso del Opus Dei, el cual moldea a sus miembros en algo parecido a la ética protestante que produjo, en el mundo anglosajón, varias generaciones seguidas de monstruos del logro en las ciencias, artes, industria, etc. Desagradable como pueda ser el tufillo a autocomplaciente arrogancia espiritual que infecta a muchos Opus, sean numerarios o supernumerarios, su capacidad laboral y profesional parece ser enormemente superior a la del caudillo católico tradicional sentado a la espera que crezca el pasto.

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