DOS
POLÉMICOS MILAGROS
Por Ramos Perera
El Siglo de Europa
El plano de santidad que nos pide el Señor, aseguraba
Escrivá de Balaguer, está determinado por estos
tres puntos: la santa intransigencia, la santa coacción
y la santa desvergüenza" (Camino, 387). De los tres
excesos santificados por el fundador del Opus Dei, se puede
aplicar el de la desvergüenza, la santa desvergüenza
por usar su misma terminología, al proceso seguido
para elevarle a los altares. No hubo necesidad de aplicar
la máxima de la santa coacción porque el tribunal,
con algún miembro del Opus integrado en el mismo, estaba
entregado a la causa. Pero no se confunda el lector, de ser
lego, ya que "una cosa es la santa desvergüenza
y otra la frescura laica" (Camino, 388).
Hacía falta un milagro para hacerle beato, y sus postulantes
se sacaron uno de la chistera, que parece extraído
de las páginas más flacas en ingenio de nuestra
literatura picaresca. Aportaron la curación de una
"úlcera gástrica" y una "lipocalcinogranulomatosis
tumoral", que padecía una monja emparentada con
miembros de la Obra, y que diagnosticaron posteriormente un
internista y un analista, ambos de la Obra.
Se trataba de una religiosa de 70 años, sor Concepción
Bullón Rubio, que jamás rezó, ni se encomendó
al padre Escrivá para que se curasen sus dolencias.
Dirimió la autoría del milagro el testimonio
posterior de unos familiares de la enferma, por cierto, miembros
del Opus Dei, asegurando que habían pedido en sus oraciones
al Padre de la Obra que intercediese ante el Padre Eterno
para que sanase sor Concepción. El recurso taumatúrgico
no tiene desperdicio.
En los libros de medicina se dice que las úlceras
duodenales desaparecen con mucha frecuencia en corto tiempo,
pudiendo no dejar rastro, por supuesto sin ninguna intervención
sobrenatural, siendo muy amplia la casuística de enfermos
que superan esta dolencia. En cuanto al tumor, nombre que
frecuentemente se asocia con el cáncer, no es otra
cosa que un aumento de volumen de una parte inflamada. Muchos
de estos abscesos son benignos, como el que tenía sor
Concepción, que sólo le ocasionaría las
molestias producidas por la compresión de las partes
próximas. En definitiva, el tumor diagnosticado no
es otra cosa que un depósito de calcio en grasa, que
puede ser reabsorbido, como ocurre con los quistes sebáceos.
La propia comunidad religiosa donde vivía la enferma
no fue consciente, en un primer momento, de la trascendencia
milagrosa que iba a tener la curación de sor Concepción,
de tal suerte que las monjas no han sido capaces de fijar
la fecha exacta del prodigio. La propia superiora general
de las Carmelitas de la Caridad Vedruna, sor Catalina Serna,
confesó a Carandell que se enteró por el periódico
del milagro operado en una religiosa carmelita y creyó
que se trataba de una hermana de otra congregación.
Pero la Iglesia exige un segundo milagro para ser santo a
aquellos que no han muerto martirizados y era una pena dejar
pasar el año del centenario del nacimiento de monseñor
Escrivá sin elevarle a este rango. Así que para
que todo casase, la Divina Providencia, que está en
todo, obsequió a la Obra con un supuesto prodigio,
hay que creer en la presunción de inocencia de los
taumaturgos, que es otra chapuza, en su segunda acepción,
de obra hecha sin arte ni esmero.
Se trata de la curación, mediante estampita de José
María Escrivá, del médico Manuel Nevado
Rey, que como consecuencia de la exposición a los equipos
de radiodiagnóstico, sufría una "radiodermitis
crónica" hacía 30 años.
La medicina no es una ciencia exacta pero sí las estadísticas
que genera su casuística, y un considerable porcentaje
de este tipo de enfermos se cura cuando dejan los pacientes
de estar sometidos a la exposición de las radiaciones,
que es lo que el doctor Nevado confiesa que hizo. En cualquier
caso, la afección no era cancerígena.
Luego hay otro aspecto que es preciso tener en cuenta, los
efectos biológicos de la fe. Carlos Marx, tomando una
broma de Heine, había dicho que "la religión
es el opio de los pueblos", y sin pretenderlo había
formulado una gran verdad científica. En efecto, en
los estados de gran excitación devota, se ha demostrado
a partir de mediados de la década de 1970, que el cerebro
segrega una diversidad de potentes drogas, conocidas como
endorfinas, algunas de las cuales pueden tener importantes
efectos curativos. Es lo mismo que vienen haciendo los curanderos
desde hace siglos, sin que a ninguno de ellos se le haya elevado
a los altares. Conocedores de este efecto psicobiológico,
los laboratorios prueban sus fármacos dando a la mitad
de los enfermos del test unas cápsulas sin el principio
activo, y lo curioso es que un porcentaje de ellos se cura,
sin que hasta el momento se hayan calificado estos casos de
milagrosos.
Nada de lo que antecede es nuevo para los médicos.
Las razones por la que los 60 facultativos de la Congregación
para la Causa de los Santos, que previo pago de 500 dólares
por caso, dictaminaron que lo sucedido al doctor Nevado era
"científicamente inexplicable", nunca las
conoceremos. A no ser que alguno quebrante el secreto pontificio
al que están sometidos bajo pena de excomunión
y, por supuesto, de no hacer más informes.
Pero a muchos católicos para los que José María
Escrivá no es santo de su devoción, quizá
les consuele saber que el Vaticano no es infalible cuando
canoniza a alguien, y mucho son los que va descolgando periódicamente
del calendario. El último, san Cucufato. Y si siempre
fue así, ahora lo es más que nunca, ya que el
actual Pontífice ha desactivado las garantías
del proceso, cargándose al llamado abogado del diablo,
que es el equivalente a la figura del fiscal en los tribunales
de justicia. De esta manera, Juan Pablo II se ha podido convertir
en el mayor fabricante de santos y beatos de la historia,
un total de 1.738 personas, cifra superior a la suma de las
canonizaciones acumulada por todos sus antecesores.
Gracias a esta permisividad vaticana, la canonización
de José María Escrivá de Balaguer ha
batido un récord de celeridad en el proceso, al ser
beatificado cuando sólo habían transcurrido
17 años desde su muerte y declarado santo diez años
después.
Los que crearon el santo de la nada, posiblemente se aplicarán
aquello de "¿si tienes la santa desvergüenza,
qué te importa del 'qué habrán dicho'
o del 'qué dirán'?" (Camino, 391).
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