El
Opus Dei llega, monolítico, al Arzobispado de Lima
Con la Iglesia Hemos Topado
Escribe RAMIRO ESCOBAR LA CRUZ
Publicado en "Caretas" - Perú
Enero 1999
El sábado 2 de enero, mientras la polémica
desatada en Mórrope (Chiclayo) por un sacerdote con
hijos seguía en su esplendor, Lima amaneció
con nuevo arzobispo. Monseñor Juan Luis Cipriani Thorne,
conspicuo miembro del Opus Dei y archiconocido por su participación
en la crisis de los rehenes provocada por el MRTA, así
como por sus opiniones, digamos, curiosas sobre los derechos
humanos, era el elegido. Una suerte de terremoto celestial
se generó tanto dentro como fuera de la Iglesia Católica
con dicho nombramiento. Y es que en monseñor Juan Luis
Cipriani, acaso más que en otros obispos, el estilo
es el hombre. Sus inolvidables declaraciones y su cercanía
al presidente Alberto Fujimori hacen que su presencia al frente
de la principal sede católica peruana sea un hecho
que trasciende los designios de Dios y la Providencia. Durante
los próximos 20 años podríamos extrañar,
como nunca, la mesura de Juan Landázuri Ricketts. O
la sutileza de Augusto Vargas Alzamora.
EL rumor venía desde lejos, incluso desde antes de
los tortuosos días vividos en la residencia del embajador
Aoki por obra y gracia del MRTA. El nombre de monseñor
Juan Luis Cipriani Thorne flotaba en las esferas eclesiales,
políticas y hasta parroquiales como posible sucesor
de Augusto Vargas Alzamora en el estratégico Arzobispado
de Lima.
El viernes 8 de enero, al confirmarse la noticia, el humo
blanco no disipó ciertas tormentas desatadas en el
mundo político y eclesial. Cipriani, el mediador empeñoso
en la crisis de los rehenes, el de las declaraciones furibundas,
el del conflicto constante con los organismos de derechos
humanos, estaba en el cargo.
¿Era el corolario de una estrategia del Opus Dei para
ocupar puestos clave? Como todo lo que ocurre en el mundo,
aun cuando tenga visos celestiales, este nombramiento tiene
sus claroscuros, sus premeditaciones y azares. Ni Dios tiene
toda la responsabilidad ni el hombre puede maquinar los hechos
a su terrenal y completo antojo.
Para nombrar un nuevo arzobispo de Lima se producen consultas
entre la Nunciatura (embajada del Vaticano) y la Conferencia
Episcopal (reunión de todos los obispos). De allí
sale una terna de candidatos, que esta vez estuvo conformada
por Cipriani, por monseñor Luis Bambarén, obispo
de Chimbote, y por monseñor Alberto Brazzini Díaz-Ufano,
obispo auxiliar de Lima.
La propuesta pasa a la Sagrada Congregación de Obispos
de Roma, que a su vez la presenta al Papa, para que éste
dé la última palabra. El nombramiento, como
se ha dicho, es asunto del Sumo Pontífice, pero antes
ha recorrido diversos filtros, donde organizaciones como el
Opus Dei pueden tener influencia.
Algunas consideraciones que se tienen en cuenta en este proceso
son la labor pastoral, la presencia pública e incluso
la juventud del candidato. Monseñor Cipriani era, por
lo tanto, uno de los "candidatos naturales". Apenas
frisa los 55 años -a diferencia de Brazzini y Bambarén
que pasan los 60- y se le conocía mundialmente por
su mediación en la crisis de los rehenes. Otro punto
a favor de los postulantes es que sean ciudadanos del país
donde
trabajan. Sin embargo, un obispo emérito (jubilado)
consultado por CARETAS
aclaró que no hay ninguna norma al respecto y que,
en rigor, cualquiera de
los 50 obispos que conforman la Conferencia Episcopal podía
ser candidato.
La pregunta entonces es por qué no se tomó
en cuenta, por ejemplo, a monseñor Irízar, obispo
del Callao, o a monseñor Hugo Garaycoa, obispo de Tacna,
ambos -sobre todo el primero- con cierta presencia pública
y con una edad aparente para el cargo. Sólo Dios lo
sabe, pero conviene indagar por este valle de lágrimas,
a ver si alguna pasión humana se interpuso en el camino.
El Opus Dei no es simplemente una sociedad de seguidores
de monseñor José María Escrivá
de Balaguer. Su presencia en Roma es notoria e influyente.
Una prueba de ello es que Angelo Sodano, secretario general
del Vaticano y hombre de confianza del Papa, es un hombre
vinculado a "la obra". También lo es Joaquín
Navarro Valls, director del Observatore Romano, el órgano
oficial de la Iglesia Católica, y también lo
son algunos obispos pertenecientes a la Curia Romana. Ante
tal realidad ni San Pedro -que no era ningún ingenuo-
afirmaría que el nombramiento de Cipriani es pura inspiración
papal.
El propio Juan Pablo II tiene cercanía con "la
obra" -se dice que desde la época en que era obispo
de Cracovia-, al punto que le ha otorgado el status de "Prelatura
Personal". Esto le permite al Opus Dei actuar en el mundo
con independencia de los obispos y otras autoridades eclesiales.
Desde hace algunos años, además, por la influencia
del Opus Dei y de cardenales como Joseph Ratzinger, en América
Latina no se producen nombramientos de obispos "progresistas".
En el Perú, los que quedan se han jubilado o han fallecido,
como fue el caso del recordado monseñor Luciano Metzinger.
Actualmente, la distinción entre "progresistas"
y "conservadores" es más tenue. La mayoría
de obispos hoy son, digamos, "centristas" y si bien
los "progres" han perdido presencia en la jerarquía
han ganado una batalla mucho más fundamental: la incorporación
de la "opción por los pobres" en el Magisterio
de la Iglesia. Esa es la razón por la cual hasta monseñor
Cipriani, en su última homilía ayacuchana, se
refirió al tema, aclarando que dicha opción
no era "exclusiva ni excluyente", tal como lo ha
dicho muchas veces Juan Pablo II.
Desde las Conferencias Episcopales Latinoamericanas de Medellín
y Puebla, hablar de la pobreza y sus causas es para cualquier
católico una exigencia. Todo esto no significa, empero,
que se haya llegado a un "equilibrio estratégico".
Movimientos como el Opus Dei y el Sodalitium Cristiana Vitae
-también conservador- quieren seguir expandiéndose.
Y los sectores vinculados a la Teología de la Liberación
-hoy por hoy bastante "agiornnados"- tampoco han
renunciado a sus aspiraciones justicieras. La sutil tensión
entre ambos grupos se hizo patente en mayo de 1995 en El Salvador,
cuando el Vaticano nombró como arzobispo de San Salvador
a monseñor Fernando Sáenz Lacalle, miembro del
Opus Dei. Los laicos y religiosos que habían sido testigos
de la inmolación de monseñor Oscar Romero no
reprimieron su tropical arrebato y publicaron una carta de
protesta.
El asunto se agravó en febrero de 1997, cuando el
mencionado obispo recibió, por parte de los militares
salvadoreños, el nada evangélico rango de Brigadier
General. Hubo manifestaciones públicas en su contra
y comunicados firmados por sacerdotes en ejercicio, escandalizados
por el hecho.
El entusiasmo de monseñor Cipriani por la política
de pacificación del Gobierno, la bendición que
soltó sobre la cuestionada Ley de Amnistía y
la displicencia con que ha tratado el problema de los desaparecidos,
entre otras cosas, hacen que un episodio a la salvadoreña
sea fácilmente imaginable. Pero los caminos -y cargos-
del Señor no son fáciles de asumir. El poder
que adquiere Cipriani con este nombramiento es a la vez un
logro y una cadena. El mismo lo ha sugerido al decir que "éste
no es un cargo, sino una carga". Sabe que como arzobispo
de Lima no tendrá la misma desprevenida libertad que
tenía como arzobispo de Ayacucho.
Lo previsible es que se muestre sereno, dialogante. Que se
transforme en un pastor cauto y consensual. En los últimos
días hasta le ha tendido la mano a las organizaciones
de derechos humanos, a las cuales -si nos ponemos bíblicos
y somos fieles a la verdad- siempre maltrató. ¿Qué
pasará ahora en nuestra beata ciudad? Por debajo de
la piel de las formalidades, hay regocijos y lamentaciones.
De primera impresión, Cipriani no es, como Vargas Alzamora
y, más aún, como Landázuri, un hombre
de unidad. La imagen pública del Opus Dei y su propia
trayectoria personal lanzan un pronóstico difícil
hacia el futuro.
Pueden, sin embargo, ocurrir dos cosas. Una es que quienes
no le tienen simpatía asuman algo que él mismo
ha recordado tras su nombramiento: que el arzobispo de Lima
no es, como se cree, el "jefe de la Iglesia Peruana".
Cada obispo responde directamente al Papa y, por ende, no
tiene que consultar a Cipriani sobre lo que haga, diga o no
haga. La otra, más esperanzadora, es que Cipriani entienda,
en los hechos, que como arzobispo primado (encargado de la
sede más importante) le compete bregar por la unidad
y, como Belaunde, trabajar y dejar trabajar. Que la Iglesia
Católica peruana es un mosaico de matices y carismas,
respetables todos.
Y en cuanto a sus próximas declaraciones públicas
tal vez lo que más le convenga sea seguir la sugerencia
que Josemaría Escrivá de Balaguer, su inspirador,
plantea en la sentencia 674 de su libro Camino "Nunca
des tu parecer si no te lo piden, aunque pienses que esta
opinión tuya es la más acertada". Así
sea.
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