Cipriani será
el cardenal que el Opus Dei y Fujimori deseaban
Publicado en el diario Liberación,
Lima 13 de septiembre del 2000
Mariella Patriau
El Opus Dei niega su "condición terrenal"
pero nació como aliado y padre consejero del fascismo
español, asesino y plutócrata. La Orden ya domina
7 obispados en el Perú, cuna de la teología
de la liberación, la corriente que Juan Pablo II consiguió
desterrar de la curia pero no de los corazones de la iglesia
de base, esa sí pobre y misionera. Lo que se viene
es un capítulo de inéditas tensiones entre el
elegido papal y la Conferencia Episcopal
Tras la muerte de monseñor Augusto Vargas Alzamora,
le toca al Papa Juan Pablo II seleccionar al cardenal que
represente al Perú de ahora en adelante. Muchos coinciden
al señalar que -de no ser el arzobispo Juan Luis Cipriani
el seleccionado- el terremoto clerical alcanzaría espectaculares
dimensiones en estas tierras.
El motivo es muy claro. Por tradición, quien ha ocupado
en el Perú el cargo de Arzobispo Primado (arzobispo
de Lima, la arquidiócesis más importante), ha
pasado luego, indefectiblemente, a ocupar el cardenalato.
Es por eso que, aunque hay varios candidatos formales, cuyos
méritos no son discutibles, la pugna por ser parte
del colegio cardenalicio en Roma no se ha desatado en el clero
peruano. Se aprecia más bien, una especie de resignación.
Monseñor Luis Bambarén, obispo de Chimbote
y secretario general de la Conferencia Episcopal Peruana y
monseñor Alberto Brazzini Díaz-Ufano, obispo
auxiliar de Lima, perdieron hace dos años frente al
poder que Monseñor Cipriani -el hombre fuerte del Opus
Dei en el Perú- ya, había adquirido.
Bambarén, Cipriani y Brazzini conformaron en 1998,
tras la renuncia por límite de edad de Vargas Alzamora,
la terna propuesta por la nunciatura (embajada pontificia)
y la Conferencia Episcopal (reunión de todos los obispos
peruanos), para escoger al arzobispo de Lima. Los tres nombres
fueron revisados por la Sagrada Congregación de Obispos
de Roma y luego fueron presentados al Papa, quien tuvo la
última palabra. Fue Juan Pablo II quien eligió
a Cipriani, ungido el 30 de enero del año pasado con
el cargo de Arzobispo Primado.
Pero antes de que el Papa diera su veredicto y para que éste
fuera del agrado del actual gobierno, fueron necesarios algunos
trámites.
El primero de ellos fue el viaje que Alberto Fujimori realizó
al Vaticano, poco tiempo después de resuelta la crisis
de la embajada japonesa.
Fujimori fue a visitar al Papa acompañado por dos
ministros de estado, cuatro parlamentarios ex rehenes y algunos
familiares de las víctimas. Fueron marginados de la
audiencia con Juan Pablo II, Juan Julio Wicht, el padre jesuita
que decidió quedarse como rehén y monseñor
Juan Luis Cipriani, el negociador de la embajada. Así,
libre de presiones, Fujimori aprovechó la visita para
agradecerle al Sumo Pontífice sus plegarias por el
Perú y para recomendarle especialmente la figura del
hasta entonces arzobispo de Ayacucho.
Pero los esfuerzos del gobierno no quedaron allí.
Augusto Antonioli Vásquez, ex ministro de trabajo y
vaca sagrada del servicio de inteligencia nacional, fue nombrado
embajador en el Vaticano. Fuentes muy bien informadas indican
que la presencia de Antonioli en la sede papal respondía
a un solo encargo de Fujimori: lograr que Cipriani fuera nombrado
arzobispo de Lima. El lobby, por supuesto, funcionó.
¿Quién otro ocuparía mejor este puesto
estratégico?
Nadie como monseñor Juan Luis Cipriani, propulsor
ferviente de los postulados del Opus Dei, para aliarse con
el poder vertical de Alberto Fujimori.
Desde su importante lugar en la comunidad peruana de la Obra,
Cipriani ha dado muestras clarísimas de su vocación
cristiana. Una vez, en un programa de radio, dijo que los
derechos humanos, aplicados a la guerra contrasubversiva,
eran una cojudez. Instó a la "mesura nacional"
cuando el narcotraficante Vaticano acusó a Vladimiro
Montesinos de cobrarle cupos y fue propulsor dél "control
de calidad" de la prensa a través de Indecopi
y la Defensoría del Pueblo. Cuando las protestas estallarón,
llamó "necios" a sus críticos.
Juan Luis Cipriani es hijo de uno de los primeros peruanos
miembros de la Prelatura del Opus Dei y pertenece a esta institución
desde que tenía 19 años. Escudió ingeniería
industrial y ejerció su carrera, hasta que la abandonó
para estudiar teología en la Universidad de Navarra,
el centro de estudios español creado y dirigido por
el Opus Dei.
El Arzobispo que fue acusado de haber sembrado micrófonos
en la embajada del Japón es un claro ejemplo de lo
que le está pasando a la iglesia católica a
nivel latinoamericano. Hace bastante tiempo ya que no se nombran
obispos progresistas. Casos como el de San Salvador, donde
el Vaticano nombró como arzobispo, en 1995, a monseñor
Fernando Sáenz Lacalle, radical entre los radicales
opusdeístas, no hacen sino confirmar cuál es
la tendencia actual.
Los últimos nombramientos en Perú demuestran
que hay una cierta predilección del Opus Dei por Latinoamérica.
El Vaticano busca lograr un episcopado doctrinalmente seguro,
fiel, discreto y hasta tímido. Esa es la tendencia
impuesta por el actual Papa.
A fines de marzo de este año, por primera vez en Argentina,
un miembro del Opus Dei fue nombrado arzobispo. Se trata de
Alfonso Delgado, quien se ocupa de la diócesis de San
Juan. Tiene a su cargo 44 parroquias y 116 capillas. Esta
designación sorprendió, pues Delgado no figuraba
entre los candidatos. Durante los últimos años,
ha quedado muy clara la predilección que Juan Pablo
II tiene por los seguidores de Escrivá.
No es gratuito que Latinoamérica sea el lugar donde
nació la Teología de la Liberación, que
se opone al conservadurismo eclesiástico, en los planos
social, político y económico. Los miembros del
Opus Dei, como monseñor Cipriani, ven en la Teología
de la Liberación un instrumento del comunismo. Esto,
porque los seguidores del padre Gustavo Gutiérrez se
oponen a las injusticias sociales del ultraderechismo y las
dictaduras.
Por eso, Juan Pablo II ha nombrado a muchos miembros del
Opus Dei como prelados en toda Latinoamérica. Hay siete
obispos Opus Dei en el Perú: las ciudades de Lima,
Arequipa, Cusco, Trujillo, Piura, Huancayo y Ayacucho han
sido tomadas por los discípulos del padre Escrivá.
En Chile son cuatro los obispos del Opus Dei, en Ecuador dos
y en Colombia, Venezuela, Argentina y Brasil, uno. Como es
evidente, el Perú ha sido elegido por el Vaticano como
un punto especialmente problemático, a causa de la
importancia de Gustavo Gutiérrez, propulsor de la Teología
de la Liberación.
Muchos han intentado explicarse por qué la predilección
del Opus Dei por los países latinoamericanos. Una de
las razones más probables tiene que ver con el origen
mismo de esta organización religiosa.
El padre José María Escrivá estuvo fuertemente
ligado al dictador Francisco Franco. Las primeras oficinas
del Opus Dei estuvieron ubicadas en el Ministerio del Interior
de España. En 1969, de 19 ministros franquistas, doce
fueron miembros del Opus Dei. A fines de los años sesenta,
Escrivá se trasladó a Roma, desde donde planificó
la expansión de su movimiento en América Latina.
Puso capillas del Opus Dei en cada una de las embajadas españolas.
Pero fue en las dictaduras latinoamericanas donde el Opus
Dei mejor se desarrolló.
Durante el actual pontificado de Juan Pablo II, el Opus Dei
fue elevádo a la categoría de prelatura personal,
un status especial al interior de la iglesia. No está
bajo la jurisdicción de los obispados locales, rinde
cuentas directamente al Papa y puede ordenar sacerdotes como
cualquier orden religiosa. Gracias al favoritismo del Vaticano,
José María Escrivá de Balaguer, el fundador
del Opus Dei, fue beatificado. Juan Pablo II saltó
con garrocha los cientos de años que, por tradición,
la iglesia ha dejado transcurrir antes de iniciar cualquier
proceso de canonización. Una vez más, el lobby
surtió efecto.
El Opus Dei cuenta ahora con más de 100 mil miembros,
de los cuales 1300 son simples curas y 33 son prelados. Es
considerado "la guardia blanca del papa", es un
instrumento de "recristianización", fuertemente
impulsado por Juan Pablo II y la extrema derecha católica.
Es una milicia religiosa, económica y políticamente
poderosa. Y es falso que no les interese meterse en asuntos
de gobierno, como intenta a veces argumentar monseñor
Juan Luis Cipriani.
No sólo Juan Pablo II simpatiza con la Orden. El secretario
papal, Stanislaw Dziwisz, el secretario general del Vaticano,
Angelo Sodano y el portavoz del Papa, Joaquín Navarro
Valls pertenecen a la organización. El co-presidente
del consejo papal, Julián Herranz, también.
Este último fue el encargado de las gestiones para
que el Papa pidiera la liberación de Augusto Pinochet,
detenido en Inglaterra por los múltiples asesinatos
cometidos durante su dictadura, alegando razones humanitarias.
Hace un tiempo, el parlamento belga incluyó al Opus
Dei en una lista de "sectas peligrosas". Luego fue
retirada gracias a las airadas protestas de numerarios y supernumerarios
alrededor del mundo.
El ala secular del Opus Dei peruano también ha sabido
escalar posiciones: Martha Chávez, Francisco Tudela,
Luis Chang Ching, Rafael Rey y otros más, son un testimonio
contundente. Que no nos extrañe que cierren filas antidemocráticas,
pues los personajes antes mencionados son -al menos- simpatizantes
del padre Escrivá de Balaguer, cuya proximidad paternal
con el fascismo español, aliado, en su momento, del
nazismo alemán, resulta la marca ancestral de la ideología
del Opus Dei.
El Opus Dei ha puesto sus baterías en la educación
de la juventud latinoamericana. En Chile, Argentina y Perú
han promovido universidades, cuya marcha retrógrada
es una castración permanente para los alumnos. Los
rectores de las universidades católicas de Chile y
de Argentina son nombrados por el Vaticano. La Universidad
Católica de Río de Janeiro ha cerrado su facultad
de filosofía por orden de la curia. En Lima, el Opus
Dei ya ha inaugurado ocho colegios.
En medio de esta oscura realidad, emerge la figura de Monseñor
Cipriani, Arzobispo gracias al poder del Opus Dei, favorecido
por Fujimori y su régimen dictatorial tan conveniente.
Y Cipriani será -es casi un hecho- el nuevo cardenal.
Pero eso no lo convertirá en el representante más
importante de la iglesia peruana. Podrá elegir al Papa,
tras la muerte (cada vez más cercana) de Juan Pablo
II, tendrá competencia sobre Lima metropolitana, su
arquidiócesis. Pero no sobre los fieles del Perú,
ni sobre el resto del clero. La gran mayoría de la
Conferencia Episcopal Peruana, conformada por más de
cuarenta obispos, no termina de aceptar su autoritarismo.
Lo que se viene es un cisma callado entre la feligresía
y la jerarquía vaticana.
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