ME DOY DE BAJA
Alfonso Ussía
Época, 2 marzo, 92
Soy cristiano, y católico, apostólico y romano,
y creo en Dios, y en El espero, y en El sufro, y en El gozo,
y en El vivo, y en El, el día que El estime conveniente,
moriré. Pero ni mi fe, ni mi esperanza, ni mi sufrimiento,
ni mi alegría, ni mi vida, ni mi muerte, pertenecen
a otros que no sean El y yo. Le debo muy personales y viejas
disculpas a un maravilloso hombre equivocado en sí
mismo, completo en sí mismo, atormentado en sí
mismo, magnífico en si mismo. Me refiero al padre Llanos,
el "cura rojo", el jesuita que nunca abdicó
de Dios y fue valiente con sus principios de hombre. Eso es
un cura, eso es un religioso. Yo soy un elitista, una puñetera
porquería. El "cura rojo", fascista, franquista,
elegido por la hipocresía, fue un cura hipócrita.
Pero un día rompió su corazón por otros
corazones, y bajó a la mugre, y presidió la
mugre, y se alzó contra la injusticia social, y se
hizo comunista, porque no hay cura que en Dios crea que no
haga lo que el padre Llanos protagonizó cuando se conoce,
de cerca, la miseria. Pobre, tonto, romántico y contradictorio
militante de la materia sin Dios. Arrogante, estupendo, auténtico
cura de la desesperanza.
Y mientras él se entierra, "el otro" se
eleva. Y yo me pregunto: ¿cómo es posible que
todo siga su curso? ¿Cómo se puede admitir que
la más cursi nube del supuesto Cielo, la más
rica nube del supuesto Cielo, la más elitista nube
de ese Cielo -a partir de ahora, con minúscula- se
adueñe de la inteligente frialdad de la Iglesia? El
santo de los pobres y el "santo" de los millonarios.
El jesuita que se equivocó sin ira, y el irascible
señorito de los señoritos juntos con el mismo
Dios. No, no y no. Dios no se tambalea tanto. Dios no erige
cruces de piedras preciosas, ni Dios gustaba de la colonia
"Atkinsons", ni Dios besaba más veces a los
ministros que a los directores generales, ni Dios pagó
lo indecible para ser marqués, ni Dios buscó
en los poderosos la consistencia de su mensaje, ni Dios trucó
su origen y apellidos, ni Dios admitió la soberbia
y la vanidad. Dios, mi Dios, es otro. Y está más
cerca de mi pobre y equivocado padre Llanos, que de mi nada
pobre y tremendo marqués de Peralta. Que después
de 20 siglos de poder omnímodo y soberbio, no sirve
afirmar que "doctores tiene la Iglesia". Los doctores
de la Iglesia se han movido -y Dios permanece-, más
por los intereses que por la justicia. Que no es cierto que
la Iglesia acierta cuando lo decide, porque la Iglesia es
un compendio, histórico y social, de vergonzosa corrupción.
Que miles de millones de pesetas se han dedicado e invertido
para alcanzar la beatificación del marqués de
Peralta. Que el proceso y expediente para la tal beatificación
ha estado en manos de personas ligadas a la secta privilegiada
fundada por el marqués. Que no, que no y que no. Que
creo en Dios, y en El espero, y en El sufro, y en El vivo,
y en El, el día que estime conveniente, moriré.
Pero sin oros y obsesiones farisaicas; sin plata ni chantajistas
y estoy seguro que en la nube más alta y más
humilde de la realidad de lo trascendente, estarán
los auténticos perfiles del sufrimiento, y que la hipocresía
de los poderosos, el dinero de los ricos, el poder de los
intolerantes y la vanidad de los elitistas, no tendrá
lugar de privilegio en los ámbitos de la verdad. Porque
lo que ahora ocurre, y sucede, y pasa, es de vergüenza.
Por eso, adorando a Dios, me doy de baja de esta Iglesia crepuscular
y jerezana.
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