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Introducción al Opus Dei

Cuadernos de Ruedo ibérico
París, octubre-noviembre 1965 número 3 páginas 87-96
Eugenio Nieto


Allá por los años treinta, se empezaba a conocer a un sacerdote llamado José María Escrivá de Balaguer. Aquel hombre pío, de origen navarro, había asentado sus reales en Madrid con el laudable objeto de hacer apostolado entre las clases populares. Tan arriesgado proyecto no pudo llevarse a cabo debido a que, «las clases populares» no eran demasiado adictas a la religiosidad propugnada por el clérigo. Ni corto ni perezoso, Escrivá de Balaguer decidió trasladar su apostolado a otros niveles sociales más fáciles y simpatizantes. El perfumado pastor pronto fue el centro del cuidado y los mimos de muchos aristócratas. Aquel joven sacerdote iba a hacer carrera. De eso, incluso él, estaba seguro. Pasaron los años. El apostolado de Escrivá era apacible, y monótono. Las duquesas y los banqueros estimaban que la bondad de la religión se basaba, ante todo, en el tanto por ciento de inmunidad que podía proporcionar a sus enjuagues. Eso lo vio también con indudable sagacidad el padre Escrivá. A medida que la turbulenta historia española avanzaba, él escribía meditaciones y aforismos en un cuadernillo que dio a leer a sus íntimos. Sus íntimos que eran señores importantes pero de escasa formación literaria estimaron que aquella obra merecía publicarse. Escrivá adivinó las intenciones de aquellos señorones y no se opuso. La obra se llamaría Camino. Vio la luz por primera vez en Valencia durante el año de gracia de 1939.
Camino tuvo un éxito notable. En aquel año de 1939 muy pocos libros salieron a la luz, y de ellos, Camino fue el más insignificante, aunque probablemente el que mayor venta alcanzó. Los amigos de Escrivá subvencionaron la edición que fue lujosísima en relación con el nivel editorial reinante. Los amigos de Escrivá sabían, desde luego, donde metían los cuartos y por qué. Los amigos de Escrivá advirtieron en las primeras lecturas que aquel libro, que se componía de 999 aforismos (incluso el número cabalístico es significativo), era una «nueva» fórmula de espiritualidad, deficientemente escrito y que ayudaba a «entender» lo que el momento español estaba brindando a ciertos españoles. Desde un punto de vista exclusivamente dogmático era muy posible que Camino tuviese un número bastante elevado de dislates teológicos. Pero aquello no parecía interesarle mucho al primado Gomá, tan ocupado como estaba en la redacción de caritativas pastorales donde se atacaba sin piedad a los «marxistas, judíos y heterodoxos». Al cardenal Gomá la teología le tenía sin cuidado, lo cual, si bien se mira, no es un disparate tan grande.

El padre Escrivá de Balaguer tras la «Cruzada» siguió al pie del cañón. Su fama corría por los salones y las iglesias elegantes. Muchos hombres públicos solicitaron su consejo como director espiritual. Algunos jovencitos inquietos y ambiciosos le hicieron coro. Se llamaban –siguen llamándose– Calvo Serer, Pérez Embid, Antonio Pérez... Fue por aquellos años cuando la mente de Escrivá imaginó un proyecto formidable. Su labor debería concretarse en una nueva «orden» o institución religiosa que uniera a sacerdotes y seglares. Escrivá sería el fundador y mentor. Sus importantes amigos, los colaboradores. Fue a Roma con la idea de presentar al papa Pío XII su proyecto, pero no fue ni recibido. Con cierta dosis de escepticismo el padre Escrivá regresó a España. No volvería a Roma hasta que fuese llamado y conocido, hasta que el Vaticano «necesitase» de su concurso. Continuó su labor apostólica entre los miembros de la alta burguesía española, dentro de la cual comenzó a ser el hombre clave. Escrivá interpretaba los Evangelios con su libro Camino en la mano. De allí sacaba fortaleza y sabiduría suficientes como para inducir al rico estraperlista a una «ayuda» o al joven calavera a un matrimonio. Mientras tanto, el sacerdote navarro iba formando un grupo «seleccionado» de dirigentes: sacerdotes rurales con ganas de medrar, jóvenes audaces, integristas sin partido y millonarios. Confeccionados los estatutos de la nueva orden, Escrivá decidió darle nombre: se llamaría Instituto Secular de la Santa Cruz y del Opus Dei, y tendría tres «grados»; a saber: «cooperadores» seglares cotizantes, sin votos privados ni públicos), «numerarios» seglares con voto de obediencia y castidad, que viven en comunidad) y «supernumerarios» (= sacerdotes con todos los votos). La orden obtuvo por parte del Vaticano consentimiento tácito de actuación, pero no reconocimiento. El Vicario Pío XII no quería pillarse los dedos, y arbitró esta fórmula como garantía de éxito. El éxito no se hizo esperar: Escrivá asaltó las más graves y arriesgadas fortalezas, con ladina intención y gran astucia. La Compañía de Jesús comenzó a inquietarse por lo que consideraba «injerencia en sus asuntos». Ello hizo meditar de nuevo al Pontífice sobre la conveniencia de reconocer o prohibir la labor de Escrivá. Algo le decía a Pacelli que aquellos hombres, seguidores de Camino, llevaban tras de sí el poder aunque no la gloria. La inquietud de la Compañía de Jesús era buena prueba de ello. En 1950 la Santa Sede otorgó el permiso de constitución a la Obra. Escrivá se trasladó a Roma. Era el momento de la victoria. La Obra había vencido.

Por el dinero hacia Dios»

«¿Virtud sin orden? –Rara virtud»
(Camino, 79)

Los hombres del Opus Dei se revelaron como excelentes estrategas. La «Obra» poseía desde el principio las arcas llenas, gracias a los generosos capitalistas y nobles que querían curar con unas monedas toda su mala conciencia. Escrivá recogía las monedas y tranquilizaba las conciencias. Estas monedas se multiplicaron como los panes y los peces del milagro. El milagro de Escrivá se basaba en saberse rodear de fieles servidores y de hábiles mercachifles. El carácter «secreto» de la Obra proporcionaba el orden necesario para conseguir la virtud, la preponderancia económica, la hegemonía. Muchos financieros vieron en el Opus un excelente instrumento para enmascarar sus negocios. Los hombres del Opus, conscientes del juego, dejaron a sus mecenas que se confiaran. Cuando los resortes del poder estuvieron en sus manos, expulsaron a los financieros y en su lugar colocaron a hombres de toda confianza. Muy pronto el capitalismo español se dio cuenta de que había que jugar sin las cartas marcadas con estos tahúres de la espiritualidad: o todo o nada. Unos aceptaron el conato de dominación cuando vieron que en el gobierno habían ingresado tres ministros pertenecientes a la Obra y otros tantos, simpatizantes de la misma. Ullastres, Navarro Rubio, Vigón, Alonso Vega, y Menéndez Tolosa, eran los puntales que había que admitir como definitivos. Sin prisa pero sin pausa –vieja fórmula falangista– el Opus comenzó sus negocios a gran escala en dos frentes: banca y distribución de cine. Los negocios proliferaron. Periódicos, empresas radiofónicas, agencias de publicidad, salas de espectáculos, editoriales... El emporio de Escrivá crecía como la espuma. Sin pretensión exhaustiva, y de forma accidental señalaremos algunos de los negocios que el Opus posee en el país:

Bancos: Banco Popular Español, Banco Latino, Credit Andorrá.
Agencias de Publicidad: Clarín, Alas, Hijos de Valeriano Pérez S.A.
Revistas: Telva, Mundo Cristiano, Nuestro Tiempo, Atlántida, Actualidad Económica, La Actualidad Española, Gaceta Universitaria, Ama, La Casa, Ondas.
Editoriales: Cid, Rialp, Universidad de Navarra.
Empresas: SER (Sociedad Española de Radiodifusión), Distribuidora Hispano-Argentina, SARPE (Sociedad Anónima de Revistas y Periódicos), Rotopress, Filmófono, Dipenfa.
Periódicos: El Alcázar, Madrid, Diario Regional (Valladolid).

De esta lista, que no puede considerarse definitiva ni mucho menos completa puesto que los financieros del Opus extienden sus tentáculos continuamente hacia nuevos campos, pueden destacarse dos sectores, hacia los que se dedican afanes y desvelos: el bancario y el editorial. El primero sirve para sostener al segundo que a su vez sostiene ideológicamente a la Obra. En este sentido la disciplina que los cooperadores derrochan es admirable. Un buen miembro de la Obra debe estar suscrito a dos o tres publicaciones, por lo menos, para enterarse de las nuevas orientaciones que emanan de Roma. Porque –después nos ocuparemos de ello– la política seguida por el Opus ni es ni ha sido uniforme, aunque puede calificarse en todas sus manifestaciones como de extrema derecha.

Un sector indiscriminado de hombres de empresa han pretendido luchar contra el poderío económico del Instituto Secular Opus Dei. Veían que su poder vacilaba ante las embestidas furibundas de la «nueva espiritualidad». A esta maniobra pretendió dársele cierto contenido político, aprovechando la salida de los ministros falangistas del gobierno (Arrese y Cía) y la entrada de los «tecnócratas» del Opus. Uno de los «voceros» de la campaña fue el conocido periodista pronazi Rodrigo Royo que por aquellos tiempos era director de Arriba. El mencionado periodista escribió un editorial, titulado «Por el dinero hacia Dios», en el que atacaba al Opus, siguiendo los consejos de sus «amos» capitalistas que le habían regalado un saneado negocio: la revista SP. El artículo, como era de esperar, fue prohibido por la censura y durante una temporada corrió en copias mecanografiadas de mano en mano como si se tratara de un documento arriesgado y valioso. Y aquí terminó la hostilidad falangista. Royo fue despedido como director del diario y el asunto no pasó a mayores, aunque demostró a los timoratos que el Opus no se andaba con bromas y que su poder en las altas esferas era inmenso.

La «libertad» de enseñanza


Durante mucho tiempo el caballo de batalla del Opus Dei fue la «libertad» de enseñanza. Escrivá desde el principio otorgó gran importancia al problema universitario. Muchos profesores ambiciosos y otros que se arrimaban al sol que más calienta engrosaron las filas de la institución. Había comenzado el «adueñamiento» de la institución universitaria por parte de la Obra. Este asalto al poder fue largo y laborioso. No se ahorraron esfuerzos. No se escatimaron monedas. Quien no se vendía por dinero, podía venderse con promesas u honores. El Opus compraba y aquellos respetables vates, «maestros» de la juventud universitaria española, se vendían como prostitutas. Muy pronto, sobre todo en ciertos sectores, para ser catedrático de Universidad era necesario contar con el apoyo o beneplácito del Opus Dei. Hace seis años, el profesor Carlos París, ilustre escritor y filósofo, se presentó a la cátedra de Filosofía de la Naturaleza de Madrid. Su oponente era un miembro de la Obra, Roberto Saumells, catalán confuso y maestrillo por tierras de Iberoamérica. Las oposiciones fueron «movidas». El tribunal no se preocupó en absoluto por la preparación de los dos contrincantes. París era un excelente profesor, un intelectual de pro. Saumells era –es– un aprendiz poco despejado. Ni que decir tiene que la cátedra le fue otorgada a Saumells que reparte sabiduría desde tan alta tarima. Ad maiorem Dei gloriam. Lo mismo ocurrió con el profesor Manuel Sacristán de la Universidad de Barcelona que tuvo que medir sus armas contra el profesor Garrido, protegido del inefable Leopoldo Eulogio Palacios, miembro también de la Obra, junto con Millán Puelles. Ambos catedráticos consiguieron descalificar al profesor Sacristán, recurriendo a las tretas más repugnantes, recordando, por ejemplo, el carácter «heterodoxo» de sus escritos sobre lógica matemática.

Pero a los hombres del Opus Dei no les llegaba para sus magnos planes la Universidad estatal. Convenía que ellos contasen con una Universidad particular en la que podrían formar los cuadros dirigentes del país: algo parecido a lo que los jesuitas pretendieron con la Universidad de Deusto. Se pensó entonces en el Estudio General de Navarra, que debía asentarse en la cuna del tradicionalismo español, Pamplona. Los jerarcas metidos en el asunto se encargaron de conseguir el permiso estatal para el establecimiento del centro universitario. Hubo airadas protestas estudiantiles. Varios estudiantes fueron a la cárcel por hacer pública su disconformidad contra la «libertad» de enseñanza solicitada por el Opus. Algunos catedráticos –muy pocos, por desgracia– protestaron. Entre ellos el profesor J. L. Aranguren que desde aquellos momentos se convirtió en la bestia negra de la Obra. «El Opus Dei, dijo Aranguren, desde su disparadero católico, al frustarse su empeño de adueñamiento espiritual de la Universidad, se separa de ella, se traslada a Navarra, sede del carlismo, y se fortifica allí, para a modo de «intelectual requeté» (términos que, tal vez por vez primera se juntan aquí), iniciar desde Pamplona la reconquista espiritual de España» (El futuro de la Universidad, p. 15).

Al tiempo que se conseguían los permisos oficiales para la instauración del Estudio General de Navarra, la Santa Sede otorgaba las necesarias licencias para convertir en Universidad de la Iglesia al centro fundado por el Opus. La política vaticana con respecto al Instituto Secular continuaba siendo confusa y resbaladiza. Sin condenar sus excesos y su auténtico colonialismo económico, se desentiende de la institución hasta que necesita financieramente de ella. A partir de este momento se le hacen ciertas concesiones, que alternan con graves admoniciones realizadas de forma particular por el Pontífice.

El Estudio General de Navarra cuenta, además de las ayudas estatales y de ciertas instituciones culturales yanquis, con el concurso precioso de una asociación llamada «Amigos del Estudio General» que agrupa a cientos de personas, generalmente adineradas, que subvencionan las necesidades de la Obra en materia universitaria. Esta asociación que preside el doctor Jiménez Díaz y de la que forman parte personalidades como Ángel González Álvarez (director general de enseñanza media), el doctor López Ibor (conocido siquiatra), la duquesa de Alba, &c., puede considerarse como el soporte más importante con el que cuenta el Instituto en la vida civil. La importancia de este soporte quedó cumplidamente demostrada en la reunión plenaria en la que intervinieron cinco mil miembros de la asociación celebrada en Pamplona bajo la presidencia de Escrivá, y en la que se decidieron las directrices a seguir durante los años venideros. Escrivá pronunció un discurso que pudo ser considerado heterodoxo por algunos viejos integristas. Dijo: «Nosotros no somos de derechas. Nuestro único dogmatismo es el de la libertad». Los más sagaces observadores dieron a estas palabras significado propio. Pablo VI había amenazado seriamente a Escrivá con disolver el Instituto si persistían sus miembros en una colaboración estrecha con el franquismo, del que el propio Pontífice asegura que está dando las boqueadas. La censura prohibió algunos fragmentos del discurso y los cinco mil miembros de la asamblea quedaron contentos con la audacia del «padre».

El Estudio General de Navarra está presidido por un sacerdote –catedrático, el padre Albareda. Se agrupan en torno suyo los más conspicuos representantes del integrismo español tales como Alvaro D'Ors, Federico Suárez, Leonardo Polo, y el norteamericano Wilhemsen, único caso en la historia del tradicionalismo español en que un habitante de la próspera América sea monárquico carlista. Este abigarrado retablo de carcamales puede mover al jolgorio, pero, en verdad, la cosa es más seria de lo que parece. El Estudio General de Navarra se constituye como centro universitario donde el clasismo más desproporcionado, el reaccionarismo, el integrismo y el maniqueísmo tienen su sede. Pero no se limitan los hombres del Opus a realizar «apostolado» entre jóvenes ricos españoles. Un grupo bastante elevado de katangueños han sido enviados por el «demócrata» Tshombé a Pamplona para que «aprendan» y puedan dar mejor fruto en el Congo. Hay también bastantes becarios hispanoamericanos. El deseo de los dirigentes del Instituto es el de substituir la conocida Universidad de la Amistad asentada en Moscú por el Estudio General de Navarra. Un proyecto un tanto ambicioso...

La «nueva» espiritualidad

«¡Caudillos...! Viriliza tu voluntad para que Dios te haga caudillo»
(Camino, 883)

La labor apostólica y de proselitismo realizada hasta estos momentos por el Opus puede ser calificada de monumental. En todas las ciudades españolas existen como mínimo dos organizaciones –una femenina y otra masculina– asentadas generalmente en un piso coquetón y lujoso. Los «promotores» se dirigen siempre a personas importantes, comerciantes, médicos, farmacéuticos, gente de formación media y que se hallan comprometidos con la situación. Bajo la máscara de una «nueva espiritualidad», estos hombres y mujeres se reúnen periódicamente en retiros durante los cuales un sacerdote de la Obra les dirige la palabra, da orientaciones y comunica la marcha del Instituto en todo el mundo. Las colectas son numerosas. Y las reuniones tienen cierto matiz secreto, no explícito.

Durante mucho tiempo el hombre de la calle consideró al Opus como una «nueva masonería». En efecto, el miembro de la Obra jamás declara abiertamente su pertenencia a la misma. Según sus dirigentes porque «de este modo el efecto del apostolado es mayor». Y no solamente del apostolado, añadimos nosotros. Para el hombre del Opus no existen ciertos valores que son generalmente aceptados. Con resabios masoquistas prescinde, por ejemplo, de la sensualidad y considera la amistad como una superestructura. Hay solamente una disciplina, la de la Obra, y todo lo demás son minucias «Acostúmbrate a decir que no», aconseja Escrivá (Camino, 5). De aquí se deriva un misticismo de derviches, ni demasiado apasionado, ni excesivamente irracional. Un misticismo frío –parece una paradoja– que permite al que lo sustenta meditar sobre lo útil y lo inútil. Al lado de esto debemos colocar la gran flexibilidad que los miembros de la Obra derrochan, sobre todo con quienes no pertenecen a ella pero que poseen recursos. Camino es un libro clave para entender el gran proceso de autosatisfacción y justificación en el que la alta burguesía española está metida hasta los hocicos. La riqueza, según Escrivá, es esencialmente buena, con tal de que esté al servicio de una obra buena. La obra buena a la que se refiere es su Obra. Está permitido un sinfín de cosas bastante poco recomendables –prevaricación, márgenes elevados de beneficios, dominación violenta con tal de que sean útiles, buenas y beneficiosas para la Obra. El pragmatismo del Opus contrasta con sus formulaciones teóricas de recio sabor ascético. El movimiento seglarista es rechazado por el Instituto. El Opus tiene un regustillo clerical que no puede enmascarar. Los seglares son «gentes de tropa». Los sacerdotes deben ser los conductores.

¿Cuál ha sido la reacción del mundo católico ante la aparición del Opus Dei? Hubo reacciones para todos los gustos. Desde el integrismo «católico y español» (más español que católico) que saludó en la Obra a la «nueva cristiandad» hasta algunos teólogos –entre ellos Von Balthasar– que muy pronto advirtieron el cariz reaccionario, dogmático y derechista del nuevo movimiento. Grupos bien calificados como «progresistas» dentro del catolicismo español como la JOC, la HOAC y el grupo de la revista Signo (cristianos avanzados), opusieron serias objeciones a la Obra desde el principio, probablemente inspirados por la Compañía de Jesús y algunos seglares.

Las relaciones del Instituto Secular Opus Dei con la Compañía de Jesús fueron desde el principio tormentosas. Los jesuitas durante mucho tiempo gozaron en nuestro país de una inmunidad notable para realizar actos de propaganda. La propia Universidad de Deusto se constituye como el nudo gordiano de los dirigentes espirituales católicos del país, así como el lugar del cual han salido los mejores políticos «loyolistas» (Ruiz Jiménez, Castiella, Martín Artajo, &c.). La instauración del Estudio General de Navarra por parte del Opus significó ante todo un duro golpe al monopolio jesuítico. Por otra parte, los padres de la orden de Loyola habían presionado desde antiguo sobre el Vaticano para que el Pontífice se negara a conceder a los grupos del Opus la categoría de Instituto Secular. Las razones de los padres eran exclusivamente «canónicas». Según el Derecho Canónico el Instituto Secular es un grado intermedio entre la Orden y la organización seglar, y sus fines son exclusivamente benéficos. Los padres de la Compañía entendieron que el Opus Dei no estaba realizando en el país ninguna labor benéfica, y pidieron a Roma su supresión. El asunto llegó a oídos del padre Escrivá que cuenta con un excelente equipo de «informadores» y su cólera llegaba al cielo, según la frase bíblica. En la revista jesuítica Razón y Fe comenzaron a menudear ataques a la Obra, ataques leves, velados, pero eficaces. El Opus contestó con una agresividad verdaderamente feroz. En sus revistas no se volvió a publicar la menor mención a la Compañía. Cuando el Padre Arrupe llegó al supremo solideo de la orden ninguno de los periódicos del Opus publicó la noticia, ni sus declaraciones posteriores. Al contrario, se publicaron furibundos artículos atacando al progresismo que «algunos» pretendían deslizar en la Iglesia de Cristo. En este juego de despropósitos, los progresistas son los jesuitas y los integristas los hombres del Opus. En el Estudio General estudiaban tres padres jesuitas en el Instituto de Periodismo. Sin previas explicaciones fueron expulsados, pese a sus elevadas calificaciones. Por «razones obvias» eran considerados personas «non gratas». Así pues, la lucha entablada entre la Compañía de Jesús y el Opus Dei traspasa los límites de una simple rivalidad entre facciones. Lo que se está solventando en estos momentos es la hegemonía dentro del cotarro político español. Los jesuitas, bajo el manto del progresismo que el vasco Padre Arrupe alienta, pretenden recuperar a las juventudes católicas obreras, mientras que el Opus se dirige sobre todo a los intelectuales, universitarios y profesionales. No descuida tampoco el Opus el sector obrero. Con muchos millones y una torpeza notable, los hombres del Instituto han creado cerca del barrio de Vallecas un club-institución llamado «Tajamar» donde se educan más de mil hijos de obreros. Los hombres de la Obra cultivan este sector como si se tratara de un delicado invernadero. El acto más insignificante celebrado en el club Tajamar suele ser anunciado a bombo y platillo, para demostrar a los «cerriles» que también la Obra se preocupa de los pobres obreros, y que la caridad es virtud fundamental en el benéfico Instituto.

En otros países europeos el Opus avanza igualmente de forma sorprendente. Francia, Alemania, Inglaterra, Italia y Holanda, poseen sendas estructuras organizativas. En Francia la revista La Table Ronde y algunos negocios están ya en manos de personas de la Obra. Naturalmente que por prudencia en estos países europeos los hombres del Opus se cubren con el sayo del liberalismo a ultranza, y niegan cualquier concomitancia de su institución con el régimen de Franco. De admitirla quedarían descalificados a priori. En Oxford, por ejemplo, el Opus cuenta con un importante college donde se educan los hijos de algunos potentes industriales ingleses vinculados al catolicismo, pero no católicos. El cerrilismo mental del Opus asentado en la Pamplona de los requetés se transforma en «apertura» para quienes no poseen la «fe verdadera» pero sí «verdaderos millones de libras». En Hispanoamérica la infiltración obtiene también éxitos resonantes (resonantes dentro de la propia Obra, claro está, ya que los profanos ignoran cuanto ocurre en el interior). Nicaragua, Costa Rica, la República Dominicana ¡incluso Cuba! cuentan con residencias del Opus Dei, donde se realiza una hábil labor de zapa y convencimiento, entre los jóvenes propietarios, herederos de fortunas, o intelectuales católicos. Se beca a algunos jóvenes para que cursen estudios en Pamplona, se subvencionan empresas de importación y exportación, y se fomentan los «retiros»... Todo ello con la mayor suspicacia y el menor ruido. Sin hablar para nada del Opus Dei como institución inspiradora. Todo ello muy del agrado del Padre Escrivá de Balaguer.


La «nueva» política
«Sé intransigente en la doctrina y en la conducta»
(Camino, 397)

Cuando el Padre Escrivá tuvo que aposentarse definitivamente en Roma, dejó como supremo mandamás de la Obra en España al Padre Antonio Pérez, un sacerdote criado en su regazo y fácil de manejar. Como «auxiliares» puso a Calvo Serer y a Florentino Pérez Embid, dos «buenas piezas», dedicados por aquel tiempo al monarquismo juanista más desaforado. Pero los hombres se gastan y muy pronto fue J. M. Albareda, actual rector del Estudio General de Navarra, quien se hizo cargo de la dirección del Instituto en España. Los nuevos tiempos trajeron nuevas exigencias y hubo que prescindir también de Albareda. Otro joven sacerdote, un cura nouvelle vague que habla por la TV y resulta simpático a las buenas amas de casa, el Padre Jesús Urteaga, tomó entonces la batuta. El Padre Urteaga es autor de un libro «clásico» para las gentes de la Obra: El valor divino de lo humano. Urteaga une a su fabulosa intransigencia una buena dosis de misticismo y de cinismo. Puede fingir el entusiasmo más histriónico para pasar después a la fría meditación financiera. Es un payaso que se las sabe todas y que sabe también con quién trata. La confianza depositada por Escrivá en este «delfín» es absoluta. Dirige la revista Mundo Cristiano que se produce como el órgano ideológico de la Obra a nivel popular (como la revista Atlántida lo es a nivel universitario). Desde su despacho se organizan ministerios y se nombran directores generales. Es uno de los hombres clave de la política española que, como Fernando Martín Sánchez-Juliá trabaja en la sombra.

Los nuevos vientos que el Concilio Ecuménico y el neofranquismo están insuflando al país han provocado en los hombres del Opus Dei algún desconcierto. Ya no se puede jugar, como lo hacían Ullastres y Navarro Rubio, al integrismo más feroz. Hay que «aflojar» un poco la tensión. El discurso de Escrivá ante los Amigos del Estudio General de Navarra no se entiende sin este cambio en el rumbo. Como tampoco se entiende que la crisis ministerial última haya traído un sólo miembro del Opus (GarcíaMoncó, además de López Rodó) para substituir a Ullastres y Navarro Rubio que junto con López Bravo formaban el triunvirato de los hombres de la Obra en el anterior gobierno. La «liberalización» del Opus parece ser cosa cierta. Algunos miembros de la Obra, «particularmente», por supuesto, se han atrevido a formular algunas críticas «constructivas» al Régimen, e incluso hay quien se proclama de forma pública «antifranquista». Según los voceros de la Obra, el Opus no tiene color político, y permite a todos sus miembros escoger el grupo o partido que les venga en gana con tal de que no ataque a los principios fundamentales del Instituto y al dogma. Tal hipótesis es demasiado burda para que nos la creamos. Una vez que fue expulsada Falange del concierto franquista, el Opus y los llamados «Propagandistas» se encargaron de las «cargas más pesadas del gobierno». El Opus ha conseguido crecer gracias al franquismo como nunca hubiera podido sospecharlo aquel joven sacerdote navarro llamado José María Escrivá de Balaguer hace casi treinta años. Y es ahora, cuando el edificio del franquismo se tambalea de puro viejo, cuando el propio Franco ha dejado de ser «franquista» (¡), cuando el ministro Fraga se proclama defensor de los valores europeos, es ahora, cuando los «muchachos de Escrivá» con la fusta del poder todavía en la mano comienzan a ejecutar de pantomima de una huida vergonzante, una huida más en esa historia reciente que todos hemos tenido que aguantar desde que abrimos los ojos a un mundo de infamia y de estrechez. Demasiado tarde.

El Opus Dei es ya, desde ahora, historia. No seré yo quien me proponga la ingente tarea de narrar su trayectoria y su contenido. Pero alguien tendrá que hacerlo. Quede esta empresa para quien mejor que yo, seguramente, conoce los caminos de la Obra, que no son, como su fundador pretendía, ni limpios ni rectos ni únicos. Así sea.

http://www.filosofia.org/hem/dep/cri/ri03087.htm

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