Querida María Luisa, qué fuerte lo que cuentas. Fuerte, fuerte… ¡pero fuerte! Menos mal que estaban presentes los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad para corroborar al detalle tan divino portento. De todas formas, seguro que la panda de descreídos que leen aquí seguirá dudando. No te preocupes, nosotras a lo nuestro.

Nos aconsejas, querida amiga Botella, que “agarremos bien el bolso cuando vayamos en coche”. Y yo me permito ampliar tu consejo a que lo sigamos agarrando bien cuando abandonemos el coche. Te contaré un truco de los míos: yo, dada la eficacia de Nuestro Padre, lo que hago es encomendarme a él antes de salir para que nunca me roben el bolso, sea dentro o fuera del coche. Y, durante años, ¡ha funcionado! Yo también sabía que no me iba a fallar. Bueno, tampoco quiero que me veas como una tonta supersticiosa, también pongo de mi parte: no uso bolso.

Pero, de tu estremecedor relato, del que no hay forma de reponerse, me asalta una duda y un pálpito: la señora que salió de la peluquería, ¿estaba terminada o llevaba los rulos colgando? Y, ¿No llevaría un traje negro con cuello de armiño, no? Porque, qué fuerte, de ser así ¿quién podría negar que no era la Abuela? Piénsalo bien. Haz memoria. La Abuela, qué suerte.

El otro día le comenté tu milagro a una amiga (no está muy encajada, te advierto) y al terminar, ¿qué te crees que me soltó?:

-         A mí me lo robaron también el otro día y, sin encomendarme a nadie, lo encontré. Eso es más milagro, ¿no?

Qué fuerte. Imagínate, vino a llamarme milagrera… ¡Menudo desprecio a Dios, a Nuestro Padre y a la Abuela!

¡Huy, qué tontería, yo no sé qué hago contándote estas cosas, si has amenazado con no volver a leer esta página!

Por cierto, que se me olvidaba, ¡qué pena me dais!

Luxindex y Yo.