Pero los casos más delicados se provocan sobre todo por parte de los célibes de la obra (numerarios y agregados). Un amigo me comentó que conoció a un director de la obra en España, a través de otro fiel de la prelatura. La conversación se desarrollaba en términos de cordialidad hasta que llegó el momento en que el directivo del opus le interrogó sobre el número de hijos, a lo que mi amigo respondió que dos. Ante eso, el director, como es habitual, respondió: "¿No son pocos?" Nadie le llamaba a meterse en ese entierro (así dicen en España), sobre todo porque era la primera vez que se veían y no existía la suficiente confianza como para indagar en ese campo. Luego he oido otros casos parecidos y he llegado a la conclusión que eso no es manera de tratar a la gente.
Al comentarme estos hechos mi amigo decía: "¿Cómo se atrevía a preguntarme eso, cuando él es célibe?" Me confesó que sintió ganas de responder al director de la obra que por qué el no se animaba, se casaba y así contribuía a que existiera un mayor número de cristianos en la sociedad. Para mi que tenía toda la razón, porque entre marido y mujer --si empleamos los términos que utiliza la Iglesia Catóilica-- nadie se debe meter. Es un asunto muy delicado. También lo es cuando un supernumerario de la obra, que puede tener seis o más hijos, pregunta a otro que acaba de conocer sobre la "política" de natalidad que existe en su casa.
No hace mucho me encontré a otro amigo mío, que había trabajado en una empresa de la que es dueño un supernumerario del opus Dei, ya veterano, padre de seis hijos. Un día estuvieron los dos charlando y el empresario preguntó a su empleado por el número de hijos. Este último respondió que dos. En vista de ello, el supernumerario, como es habitual, le animó a tener más hijos. El trabajador le dijo: "Yo tendré más hijos cuando usted me aumente el sueldo, pues con lo que tengo no puedo sacar adelante a una mujer y a más de dos hijos". La respuesta fue contundente. Eso es lo que me parece No creo que el empresario vuelva a intentar de nuevo una cosa así. Como todo cabe en la vida, hasta puede volver a intentarlo.
Se de un matrimonio que se hicieron del opus Dei cuando tenían una edad cercana a los cuarenta y cinco años. Poco después él y su mujer se animaban a tener un nuevo hijo. Hacía ya muchos años que había nacido el último. Era un hijo nacido como consecuencia de que ambos se habían hecho de la obra. Pues bien, el niño que vino al mundo padecía el síndrome de Down. En un principio ambos lo aceptaron como una cruz que tenían que llevar, lo que es una reacción sobrenatural. No obstante, pasado el tiempo, se han dado cuenta que, si bien es un hijo suyo, la carga es un poco pesada y se hace difícil llevarla con alegría. A él se le amargó el carácter que tenía cuando se animó a ser padre de un nuevo niño. Es un caso de infelicidad.
El fundador de la obra, el Santo Marqués de Peralta, solía decir, siguiendo un dicho castellano, que cada niño venía al mundo con un pan debajo del brazo. Esto no siempre es así. Muchos supernumerarios del opus saben de las dificultades que supone que nazcan nuevos hijos. No siempre existen familiares (fundamentalmente abuelos) que están dispuestos a compartir esa carga de sacar adelante a los niños que vienen. Por lo tanto, muchas veces no se trata de que traigan un pan debajo del brazo, sino de que, con toda la cara, los supernumerarios dejan sus hijos al cuidado de otras personas, que se ven casi obligadas por los requerimientos de los padres. Así, una supernumeraria se puede estar en un curso de retiro o en una convivencia, incluso con algún menor de edad, mientras los niños que han quedado atrás no reciben la educación adecuada de sus padres.
En estos días se está recordando en España que la educación religiosa de los hijos es un derecho de los padres. Estoy de acuerdo. Pero estas personas que siguen la política de que trabajen los demás están descuidando un deber fundamental, que es dar la formación adecuada a sus hijos. De nada sirven los ejemplos que nos presentan las revistas relacionadas con el opus Dei en que unos padres tienen ocho hijos y cada uno de ellos tienen un encargo dentro de la casa, por lo que es más fácil salir adelante. Esas son excepciones. Nunca es la regla general. Cuando todavía era de la obra, un supernumerario me comentó que él, que tenía un sueldo muy alto, no podía llevar a sus ocho hijos a colegios que son obras corporativas o a labores personales, como son los colegios de la sociedad Fomento de Centros de Enseñanza, en la que se dice que la dirección espiritual es del opus Dei. Este supernumerario, casado con una supernumeraria, señalaba que eran centros escolares caros y que él no tenía dinero para pagar el recibo mensual de sus hijos en los colegios. Como consecuencia de ello había optado por mandar a los suyos a colegios públicos y darles la formación religiosa a sus hijos en el propio hogar.
Si últimamente el opus Dei se nutre fundamentalmente de las vocaciones que surgen de países nuevos y de las que nacen de los hogares de supernumerarios, es lógico que insista en que los supernumerarios tengan muchos hijos. Va en ello el futuro de la prelatura. Sin embargo, pienso que no es tan fácil la situación. Muchos niños que son hijos de supernumerarios crecen en una burbuja aislados del mundo. Tan pronto como llegan a la universidad o se relacionan con otros de su edad descubren que en el mundo existen muchas cosas reales que merece la pena vivir, sin descuidar por ello la doctrina de la Iglesia. De este modo, tan pronto como entran en contacto con la civilización pierden la relación con la estructura que les había sostenido y abandonan la obra.