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 Tus escritos: Acoso y derribo: historia de un infanticidio.- Pez

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Acoso y derribo: historia de un infanticidio

Pez, 1/04/2024

 

Hace uno meses, mirando el calendario de junio, de repente he visto la fecha aniversario del día en que pedí la admisión ¡hace cincuenta años! (sí, soy madurito, sí). Nunca se me olvidó ese día, aunque tampoco me he dedicado a recordarlo. Pero creo que es interesante contaros como fue.

1.Detección de la presa. Mi primer contacto con el "lado oscuro" fue a través de unos cursillos de "Técnicas de estudio" que organizaba la "Asociación de amigos de la Universidad de Navarra" en mi pequeña ciudad de provincias. En un pequeño pisito bien arreglado, unos rozagantes y exóticos universitarios procedentes de Aralar-Pamplona impartían las charlas y actividades a siete chavales como yo, en el último curso de Bachillerato. Consiguieron nuestras referencias a través de algún contacto en nuestros colegios. La verdad es que poco debíamos necesitar esas "técnicas" pues al conocernos nos dimos cuentas que todos éramos buenos estudiantes con muy buenas calificaciones…



El cursillo duró una semana, varias horas por las mañanas. No tenía gran nivel, aunque en ese momento y a esa edad no me daba cuenta. Al acabar nos invitaron a actividades de fin de semana tales como tertulias con gente exótica: trajeron hasta un nigeriano de Biafra, un filipino experto en los Beatles, un matemático mexicano divertidísimo.... etc. Y un buen día, ante mi sorpresa, al acabar una de esas tertulias sabatinas y sin previo aviso apareció un cura, se arrodilló “Señor mío y Dios mío…” (todos lo conocéis) y nos largó una meditación. No estuvo mal, pero me mosqueó la encerrona. Y a todo esto, seguían sin darnos los resultados de los test y encuestas del Cursillo. Tres meses después, me harté, y les di un ultimátum bajo amenaza de no volver y hacer algo legalmente. Claro, el sábado siguiente vino un pretencioso "licenciado en Pedagogía" me dio los resultados, bastante generales y obvios y medio me riñó por mis exigencias. Ya tuve suficiente y decidí desaparecer de ese "montaje", como le llamábamos los pocos que quedábamos de los asistentes al Cursillo. Unas semanas después una cuñada me dijo que le había llamado un primo suyo, del Opus Dei que casualmente me conocía del cursillo y que a ver si ella me convencía de volver. Claro, ella me dijo que hiciera lo que me diera la gana. ¡Me habían investigado a fondo! Corté en seco.

2.Recaída. Varios meses después, en los ejercicios espirituales que organizaba mi colegio cada año, el cura que los predicaba, un canónigo de gran y merecida fama en la ciudad, me aconsejó que como propósito de los ejercicios volviera a asistir a las actividades de "el piso" (como le llamábamos los asistentes) y me dirigiera con el sacerdote que iba por allí, conocido suyo. Acepté ir un día nada más, por complacerle. Esa fue mi perdición... Habían cambiado totalmente el equipo, y los nuevos numerarios que venían eran bastante más agradables, listos y sensatos que los anteriores. Me cayó especialmente bien uno de ellos. Fuimos intimando y con mucho tacto fue guiándome por el famoso plano inclinado, plan de vida... hasta que a final de curso me habló para pitar. Pero lo hizo con tal finura que no me sentí nada coaccionado y tranquilamente le dije que no. Él supo retirarse con tiento y quedamos tan amigos. Acabé brillantemente el Bachillerato, y en verano asistí a un curso de inglés en la universidad de Navarra. Fui con mucha ilusión y con un considerable esfuerzo económico por parte de mis padres. Grande fue mi decepción. Los profesores (-un irlandés, (David Nolan) un americano ¡y un japonés! (el primero de Japón: Soichiro Nitta)-) no eran tales: eran residentes angloparlantes de Aralar que les habían dado ese encargo apostólico y lo cumplían como podían, luchando con el apretadísimo horario de ese "Centro de estudios Interregional" y con su absoluta inexperiencia como docentes de inglés. Esa era mi impresión y años después me la confirmó uno de los "profes" -ya ordenado sacerdote, -al que enviaron de prácticas al Centro de estudios donde fui a vivir tiempo después. Profesionalidad cero.

3. En la boca del lobo. El siguiente mes de octubre comencé mis estudios universitarios en una gran ciudad lejos de mi familia. Con mis buenas calificaciones me había sido fácil conseguir una beca de estudios y de residencia. Me habían dado una carta de presentación para el director de un Colegio mayor que me habían aconsejado para seguir en contacto con la Obra. En realidad, era el Centro de estudios de esa Delegación. La boca del lobo. Y allí que me presenté como un inocente gazapillo en un nido de águilas... Imaginaros la situación: jovenzuelo de provincias, ingenuo e inexperto, en una gran ciudad donde no conocía a nadie... caí de bruces en sus garras. La verdad es que había un buen plantel de gente de nivel, tanto residentes como directores e hice unos cuantos buenos amigos, o eso creía yo. Y el cura que me presentaron y con quien fui hablando, Don M., era doctor en Física y en Teología y de muy buen talante. Yo quedé fascinado por él. No me explico cómo duré hasta el mes de mayo, quizás porque pronto hice amigos y amigas en la universidad que me ofrecían planes bastante más interesantes. Seguía en contacto con el Colegio Mayor-Centro de estudios, pero lo justo: hablaba con el cura periódicamente y asistía a un círculo de vez en cuando, (el que lo daba era un plomo insoportable). La gente era amabilísima conmigo: me invitaban a merendar, a películas los sábados, aunque no iba casi nunca: prefería ir a los cines de la ciudad a ver películas como "El graduado" o "Yelow submarine". Las recuerdo porque fueron las últimas a las que asistí en un cine público. La siguiente, veinte años después, fue ¡Parque Jurásico 1!

4.La trampa. A finales de abril cumplo años. Ante mi asombro, me convocaron al Colegio Mayor con no sé qué pretexto y cuando llegué allí ¡me habían montado una fiestecilla de cumpleaños junto con otro (que era un residente, creo que aprovecharon el festejo) Me quedé muy sorprendido, gratamente. A nadie le amarga un dulce... Pero era como la apetitosa manzana de Blancanieves. Y al acabar el festejo, el subdirector me cogió en privado y me invitó a una convivencia de estudio en el monte, en la casa de un magnate (cooperador) en un lugar paradisíaco. Sería aprovechando el puente del 1 de mayo. Mi objeción de falta de dinero la resolvieron con una beca ad-hoc a cuenta del magnate-cooperador. La semana siguiente a ese puente tenía una tanda de exámenes cuasi-finales, fundamentales para acabar bien el curso. Me pareció ideal para prepararlos bien. Ingenuo de mí.

5.Infanticidio. La casa donde fuimos era realmente bonita, cómoda y en un paraje encantador. Pero estudiar... la mitad de la mitad. No paraban de hablar conmigo, con pretextos varios... eran gente amable, con tablas y decididos a acabar conmigo: La manada que fue a por mí eran: El subdirector, abogado y francamente simpático. Le cogí mucho cariño (y él a mí: años después me demostró que su afecto no era fingido); el director del Colegio Mayor/Centro de estudios: persona de gran valía y categoría humana, a la vez que muy cálido y humano, también con dos títulos: Economía y Derecho. Y el cura del que ya he hablado. Deslumbrantes. Se trajeron además a tres o cuatro residentes del centro de estudios con los que más amistad tenía yo. (Tiempo después me contaron que habían venido por indicación expresa para rodearme de cariño; así si yo les hiciera alguna confidencia interesante, ellos "sabrían aconsejarme"). Total, que mientras me cogían por banda uno, otro y el cura, todos estaban pendientes de mí, cuchicheando entre ellos: ¡encomienda, encomienda! Entre aquel chaparrón, yo estudiaba lo que podía y llegué a angustiarme por no poder prepararme bien, de modo que me dejaron tranquilo dos días y el último día vino el ataque nuclear. Después de la tertulia de la noche, al irme a la cama me cogió por banda el subdirector y hasta la una de la madrugada estuvo presionándome fortísimamente para que pidiera la admisión como numerario. Yo resistí heroicamente. Agotados los dos, me sugirió hablar con el director. Otra hora de pelea dialéctica. Yo seguía sin ceder, desmontando todos sus argumentos. Luego me enviaron al cura, que ante mi asombro aún estaba en pie. (tiempo después me dijo que estuvo esperándome todas esas horas rezando rosarios cilicio en pierna). Tampoco consiguió nada. Ya desesperados, a las tres de la mañana me dieron el ultimátum: vete al oratorio y dile al Señor que te ilumine, y lo que digas al salir lo respetaremos. Yo tenía un agobio del cien. Eso hice. Me senté en un banco, a oscuras... me concentré y... ¡¡me dormí!! Me dormí tres cuartos de hora. Cuando me desperté eran las cuatro de la mañana. Salí del oratorio sin haber meditado nada de nada y preguntándome: ¿y ahora que les digo? Salí: allí estaban fumando como cosacos: les dije que sí. Nunca me he explicado cómo pude ceder de esa manera: debe ser por una reacción psicológica de librarse de semejante acoso. Pero me quebraron, sí. Me invadió una paz enorme, tras el agobio insoportable de esos días y sobre todo de esa noche. Lo interpreté como una señal indudable que Dios me mandaba para asegurarme en mi decisión. Grandes abrazos, alharacas… achuchones... Fijaros la situación: un chaval inexperto, 18 primaveras, sólo en ciudad extraña, sometido al acoso cariñosísimamente implacable de tres adultos que le superan enormemente en experiencia humana, profesional, apostólica. Sin tener a quien consultar. Lejos de la familia y de amigos neutrales. En un lugar apartado. Con la urgencia de aprobar con nota para mantener la beca... Esto es un infanticidio en toda regla, un infanticidio con premeditación, nocturnidad y alevosía. Y no es el peor que he visto: años después vi cómo se lo hacían igual o peor a casi niños de 14 años y medio. Con el agravante de un patente enamoramiento entre numerario y pitable. Creo que del mismo modo me podían haber convencido para hacerme derviche danzante.

6.Colofón. Al día siguiente, dado que no estaba en condiciones de estudiar mucho, me llevaron a mí sólo, a modo de premio, a los establos del dueño, donde nadie podía entrar, y me dieron una buena cabalgada (más bien paseada) en un hermoso caballo, cosa que me encantó. En lo que no cedí fue en escribir la carta ya, como ellos querían. Me planté y les pedí un mes y medio, para poder acabar mis exámenes tranquilo. Y para ello no fui a estudiar al centro ni un solo día. Iba a ver al cura y poco más. Aunque yo no me desdije de mí propósito de pedir la admisión, antes de que se acabara el plazo del 20 de junio me obligaron a ir al centro a pesar de tener un examen final al día siguiente. Y me forzaron a escribir la carta. Tan preocupado estaba yo por el examen que hice una carta de tres líneas con el mínimo exigido y me marché cuanto antes.

7 ¿Y después? Los siguientes años creo que fui un numerario ejemplar. Dispuesto a todo, siempre disponible, apostólico y eficaz. Con la consecuencia de que me fueron cargando de encargos de tal modo que mi rendimiento académico cayó en picado. El primer curso, el temible curso Selectivo de Ciencias/Ingeniería, lo aprobé con media de notable alto. Y encima en el verano me saqué el primer curso de la licenciatura de Historia. El segundo curso de carrera tuve que abandonar Historia y aprobé todo con media de aprobado alto, aunque era un curso más fácil que el primero. El tercer curso todo con aprobados raspados. Cuarto curso, ya en el Centro de estudios, suspendí una. Además de los innumerables trabajos y encarguitos del Centro de estudios, tuve que dar varias horas diarias de clases particulares para pagarme el Centro de estudios, ya que al irme a vivir allí y renunciar a la residencia en que estaba becado, me quedé sin blanca y con poca ayuda familiar. El quinto curso, sobrecargado de encargos en el Centro de estudios, volví a suspender otra más y aprobé las otras por una especie de caos que se adueñó de la facultad con el final del franquismo y sus huelgas que duraron un trimestre entero.

8.Liberación: el plano inclinado… hacia abajo. Salí del Centro de Estudios convertido en un numerario ejemplar, bienintencionado, rígido e inexperto total. Y directamente me enviaron de subdirector a un club de bachilleres de provincias, con gran consternación por mi parte, aunque lo acepté sin rechistar. Desde que pedí la admisión mi meta profesional era la universidad: hacer la tesis doctoral, conseguir una plaza de profesor, luego una cátedra… Siempre me habían animado con ese proyecto vital. Hasta cierto punto podríamos hablar que fue una condición del contrato (si en el opus hicieran contratos, claro). El Opus Dei no saca a nadie de su sitio… pero hace lo que le da la gana ante el silencio de los corderos. Y eso tiene su precio: desilusión, descolocación, descentramiento. Durante unos años fui por el plano inclinado bajando cada vez más rápido, hasta que salí. Con cierta violencia.

Pez




Publicado el Monday, 01 April 2024



 
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