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 Tus escritos: Sucedió en Torreciudad (I): Trabajo profesional y proselitismo.- Robredal

050. Proselitismo, vocación
Robredal :

Todo el mundo sabe que los del opus se caracterizan por ser muy buenos trabajadores: honestos, cumplidores, resolutivos, concienzudos, entregados y obedientes. Deben ofrecer a Dios un laburo bien hecho y, por eso, tal trabajo debe estar realizado con la mayor perfección posible. De hecho, lo reconocen así para los opusianos hasta mucha gente ajena e incluso hostil al opus y la Iglesia. Y esto que digo no es una ironía.

Pero ni tales personas, ni otros, saben dos cosas...



La primera es que, en realidad, los miembros del opus racanean horas y esfuerzos, tiempo y energías porque su principal función y labor es “ser y hacer el opus dei”, por lo que cualquier cosa claudica ante la llamada (obediente) de los directores a tal fin. Para evitar, así, caer en la indeseada y castigada “profesionalitis” –una patología que solo existe, diagnosticada como tal, en el opus; de hecho, el miembro del opus tendrá que hacer, a diario, el pino con las orejas para compatibilizar su vida como tal con su trabajo civil. Solo la normal inteligencia y capacidad que tenga, que suele darse –eso es innegable; no pillan a lerdos/as (aunque alguno/a hay…), le hará quedar bien ante su trabajo y sus superiores. Aunque si trabaja para una obra corporativa, esta será una sombra de la labor de su centro, por lo que tendrá cierta justificación si se sobrepasa en su trabajo o si le racanea, a este, ciertas horas en pro de la atención de su labor apostólica. En cualquier caso, como son finamente amaestrados por un gran escrivano en el arte de ser pillos… colará su conducta bajo capa de ser un buen trabajador (bajo el título-imagen que la obra les da en tal sentido).

La segunda es que en la mayor parte del trabajo que tal miembro del opus realice, que no sea el propiamente apostólico, para la labor y el ambiente que, a tal efecto, se genere en el club o centro, o convivencia que sea, debería ser, supuestamente hecho del modo más profesional y técnicamente mejor que se pueda. También, se supone, es un trabajo ofrecible de manera total y completa. Pero aquí no aplica la regla de la santificación de la tarea bien hecha. (Hago la salvedad completa del trabajo profesional y apostólico de las numerarias auxiliares).

No aplica, con la salvedad hecha, porque la actividad “profesional” (por ejemplo, dar clases de inglés, cocina, tareas domésticas, refuerzo de algunas áreas de conocimiento, fútbol, biología, actividades culturales de otro tipo, tecnología, informática, etc.) está y queda total y exclusivamente destinada a una finalidad proselitista. Sí, proselitista, que no apostólica. De tal manera que tal trabajo se hará solo a modo de excusa, con displicencia y siempre aplicando criterios y admisiones de chicas/os, con y para tal finalidad: buscar pitables y captar sus conciencias… Y se hará mal o regular para no entorpecer el fin proselitista y su corte de “tareas”: meditaciones, confesión, charlas con el director, horario del centro, etc. Y no será, además, algo criticado ni revisado por el consejo local del lugar: se trata de pasar el rato y dar apariencia de interés, ser gancho y atraer. Quizá lo único que se salve, al menos en ciertos países, es el fútbol, necesitado de estrellas para brillar (de ahí también sus pocos réditos apostólicos finales…).

También ocurre lo mismo con muchas de las tareas que se hacen en delegaciones y centros para sostener la burocracia de la labor. Se hace mal, protocolizada, sin alma y sin el debido profesionalismo. Pero esto lo dejo para otro momento.

Y sucedió –una anécdota entre otras muchas en Torreciudad, yendo desde Pamplona-. Cuando todos éramos jóvenes y soldados (obedientes) y también ingenuos.

Yo ya había dejado la Universidad unos años antes, rondaba la treintena y tenía un trabajo (civil) más o menos solvente que compatibilizaba con un encargo en el cl de un centro de sanrafael de la dicha ciudad, siendo un “senior” respetado entre los numerarios junior de dicho lugar. También me había labrado el “prestigio” de ser un tanto “cultureta”. Creo que inmerecidamente, porque ni había hecho la mili ni era muy deportista, que era lo que predominaba. Así que desde la delegación, directamente, me encargaron hacerme cargo de las actividades culturales de una convivencia de pitables tradicional que, a modo de gran torneo deportivo, tenía lugar en la semana santa en Torrecity, entre clubes de numes y de agregados. Los ultimísimos años del siglo XX aún acudían varios cientos de chicos. La idea venía desde la comisión y se pretendía impulsar un clima de más calidad cultural e intelectual en la labor, para ampliar el espectro de personas (y dado que el fútbol traía mucha gente más bien brutica). Parecería un fin loable y muy impulsado. De hecho, iba investido de ser el encargado de todo lo cultural para y sobre todas las delegaciones. Estaba asistido por otro numerario y uno o dos agregados jóvenes. Montamos muchas cosas con bastante ilusión: concursos, premios, un acto, presentaciones, videos, etc.

Éramos jóvenes, ingenuos y sobre todo creíamos que debía ser hecho con profesionalidad. Por lo que aplicamos estándares muy ordenados: plazos de presentación, tribunal de valoraciones, baremos, criterios concursales, transparencia de convocatorias, premios anunciados, etc.

Pasando los días y llegado el momento final, en el penúltimo día de la convivencia y aunque ya había visto que a nadie importaba mucho, seguimos en el empeño. Alguien, con más veteranía, me dejó caer que ya se había intentado antes. La realidad es que no salía mucho, ni muy bueno. Pero también mucha gente se fijó en el esfuerzo hecho.

Pero lo que, al final, me convenció de que todo era una “chapuza” manipulada era que los premios vinieron dados desde la delegaciones a determinados clubes y personas, casi todas llegadas fuera de plazo y con proyectos lamentables, que hubo que pasar para compensar y, sobre todo, porque se trataba de reforzar a determinados chicos de sanrafael, pitables, que no hubiera ido a esta convivencia si solo hubiera sido de fútbol y que habían sido “cogidos” a lazo con la excusa de esta pseudo-actividad cultural. Por un momento nos negamos a admitir alguno de ellos; pero nombraron a un comisario de la comisión –nada más y nada menos y nos reconvinieron discretamente (“conviene”…). Así que, pese a que el criterio justo del tribunal que formábamos, acabamos admitiendo todo lo inadmisible en pro de la labor.

Todo fue en términos “profesionales” chapucero, manipulado, lamentable, patético, falso y mendaz. Pero así fue.

Por pretender ser profesionalmente bueno ya no repetí convivencia, ni encargo, ni nada. Ese proyecto murió pocos años después sin necesidad de matarlo. Me contaron que otro, igual de tonto e ingenuo que yo y desde otra delegación, lo intentó continuar, también sin éxito. Y todos siguieron jugando al fútbol y pitando, cada vez menos, en Torrecity. Y a mí me ahorraron el esfuerzo y el disgusto, y el viaje a Torreciudad en un autobús con meditación y rosario. Y las noches en el poblado con tertulias para pitables.

Y me tenía que haber dado cuenta de todo eso para que, cuando años después, trabajé llamado por otra delegación, por mi (supuesto) “prestigio profesional” fuera de la obra, en el gobierno de una obra corporativa por un tiempo, haber sabido que el trabajo verdadero que se hacía no estaba bien hecho, que las decisiones de gobierno venían dadas antes de las reuniones de dirección y que solo teníamos que adornarlas un poco y hacer el paripé de que gobernábamos. Y que todo era en pro de la labor y para la obra. Lo demás, todo lo demás, solo era por y para eso. Y me habría ahorrado el esfuerzo, el disgusto y el viaje de ida-y-vuelta en ese año y en mi vida.

Y si me hubiera dado cuenta de todo esto, no hubiera seguido quince años más en la obra, tirando del carro (falso) como un mulo de carga y quemándome innecesariamente.

Pero entonces no sé si hubiera sido un burro tan consciente, tan vivaz, tan feliz, tan alegre y tan tranquilo como soy ahora; cuando, tras darme cuenta de lo falso de todo eso, me fui. Percibiendo, nítidamente, de que todo lo narrado, entre otras cosas, no era sino las emanaciones de un gran fraude y engaño vocacional que alguien, tan irracionalmente como insobrenaturalmente, se atrevió, en su osadía dolosa, llamar (el) opus (dei).

Robredal




Publicado el Monday, 19 February 2024



 
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