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 Correos: Sucedió en Pamplona (III): Canciones populares de Misa en los oratorios de la UN

100. Aspectos sociológicos
Robredal :

“A Pamplona hemos de ir…” dice la tonadilla y se decía, medio en broma con respecto las/os numerarias/os pensando que, en un momento u otro, todos tendrían que acudir a la clínica a curar sus dolencias…

Pues bien, a Pamplona volví hace poco, todavía siendo numerario, pero muchos años después de irme tras hacer allí la carrera y el centro de estudios. No fui a la clínica a curarme de nada. Sino que durante varias semanas consecutivas acudí con motivo de diversos encuentros profesionales. Aproveché para volver a visitar los lugares de mis estudios: la biblioteca, el poliderPortillo (o polideportrigo), los oratorios del Central, las cafeterías como el Faustino y el Manolo, etc., (lugares que muchos de vosotros ni conocéis ni os importan, pero donde se vivía la vida universitaria de los años 80-90). Muchos de estos lugares estaban muy transformados y ahora eran lugares más fríos e impersonales, también más grandes. Otros eran nuevos espacios en nuevos edificios por los que no transité en aquellos años de formación y deformación.

En particular visité el oratorio del edificio central, que seguía prácticamente igual a como estaba entonces. Era como un oratorio de centro, pero un poco más grande. Ahí íbamos a Misa cuando había clase y no se podía ir a la del centro propio. La curiosidad es que coincidían numerarios y numerarias, con supernumerarios y supernumerarias, agregados y agregadas y, luego, algún “despistado/a” (entre ellas una chica que siempre estaba a ver si pillaba a algún numerario ingenuo. Tras intentarlo con varios, acabó sacando a uno y casándose con él). La misa en ese lugar era, siempre, muy opusdeística. Incluso no estaba mal visto ir con el Misal y rezar el trium puerorum de pie (pero no todos juntos, claro…). Ahí atendía, en tiempos, el sacerdote secretario de la delegación los asuntos “de espiritu”, los escrúpulos personales y los posibles líos diversos que ocurrían en ese campus mixto. En cambio, en los oratorios de Arquitectura y en otros, todo era algo más suelto. Entonces había cuatro (y la clínica). Poco después se hicieron dos más (Derecho y Comunicación); ahora hay, al menos, otros dos. Es decir, calculo que a diario en el campus de Pamplona se celebran unas diez u once misas.

Pero, aunque visitara el central, acudí a Misa a un oratorio que no conocía, pero cuyo horario me convenía en ese momento: el de la nueva biblioteca, finalizada a finales del siglo XX y que, por eso, no había conocido: un oratorio algo mayor de los anteriores y más concurrido, pues el lugar es más céntrico en el campus. En misa seríamos unas 25-30 personas; quizá un poco más.

Yo estaba en fase de salirme del opus, así que veía todo con cierto desprendimiento y displicencia; a veces, incluso, con un tímido asco. La sensación global de examen de salida era muy grande. En tal tesitura, tuve un déjà-vu limitado. Me explico. Por lo de limitado.

Me encontré, tras casi veinte años, con el mismo estilo de comportarse y de vestir en conjunto. No idéntico –las modas algo cambian–, pero la misma traza: mucho barbour, pañuelitos y blusas femeninas clásicas, algún husky, vaqueros y chinos discretos y pesqueros, jerseys de colores lisos, chaquetas discretas, algo de gomina (todavía), náuticos, ropa de scalpers. Menos faldas, claro, y más pantalones discretos en las claras y rancias numerarias… Yo, viviendo en estos años en muchos lugares, había cambiado bastante y, por eso, ni siquiera me reconocieron algunos viejos conocidos; pero ellos –y todos los jóvenes nuevos– tenían la misma traza opusistica tipo “amo a Laura”. Por supuesto todo igual: los gestos, la forma de asistir a la Misa, el ayudante (un numerario o agregado renuente que tarda en salir) y su modo de ayudar, los colores, los olores. “Juntos, como hermanos” (y “miembros de una Iglesia”)… pero a la vez separados: tratando de guardar las distancias entre ellos y ellas y entre ellos y ellos… Paramnesia completa en este punto.

Todo era igual. ¿Todo, de verdad? No. No todo.

El sacerdote oficiante no era un numerario y, quizá, tampoco coadjutor agregado. Era un sacerdote iberoamericano más o menos joven y dinámico que, seguramente, estaba formándose en la Universidad. Quizá no fuera ni de la SSS+. Su clergyman era “circunstancial” y se notaba. Sus gestos y formas también lo delataban.

Los varios días que estuve ofreció unos pequeños sermones –todos los numerarios y agregados huíamos de curas que dieran misas con sermón en el campus– de 2 o 3 minutos. Bien dados, bonitos, sobrenaturales, centrados y misericordiosos. También celebró la misa de forma suelta, ligera y amable; sin las rigideces numeralísticas típicas y esas rúbricas frías y perfectas… Pero, sobre todo, cantó y animó a cantar canciones bonitas, de las de toda la vida, pero bien escogidas. El cantaba bien.

El déjà vu entró en discordancia interna. Por eso decía lo de limitado. El 95% de los asistentes, chicos y chicas y algún profesor/a de más o menos edad, no cantaron o lo hicieron tan tímidamente que no se les notaba que lo hacían (pero, a la vez, no desdecir del todo de tal “mandato” eclesial de cantar). Desacostumbrados y, a la vez, como vergonzosos y haciéndolo vergonzantemente. Un tenue hilo de voz que paraban en cuanto podía; particularmente tras comulgar… El otro 5% éramos, creo, personas libres que cantaban mejor o peor, pero que suponíamos una masa no suficiente para que los cantos fluyeran como si vinieran “con alegría, Señor…”.

Yo me puse a cantar bien entonado y de manera particularmente alta. Que se notara que había transitado por otros aires y el Señor me estaba llevando “a otra orilla”. Disfruté de, incluso, llamar la atención; de ser nuevo y distinto. De romper con esa parálisis ridícula. Canté especialmente antes y tras la comunión, mientras todo el mundo adoptaba las formas típicas de un centro: colocar los reclinatorios, poner la tela de protección de los brazos, recogerse de rodillas en el banco, etc.

Porque, como joven que fui del coro juvenil de una parroquia, con guitarras, chicas y chicos, ambiente fresco, siempre me llamó la atención que, en el opus, se despreciara esa forma de piedad popular –por más que algunas canciones fueran algo cursis–; que no se cantara todo eso, tanto fuera como dentro. Pero que, a la vez e incongruentemente, sí se cantara, gregario-gregorianamente, tantos salmos, reginas y salves en latín como si no hubiera un mañana. Solo algunos curas querían romper esa costra roñosa que había… generalmente sin conseguirlo.

Llevaba años asistiendo regularmente a Misa en parroquias diversas en los viajes y en la ciudad en la que vivía, pues esta apenas tenía atención sacerdotal en el centro. Así que, unos meses antes de irme del todo, esa fue mi pequeña venganza –lo hice con gusto y con buena intención; pero también por eso– frente a todo lo vivido. Canté y dí el cante

…con una media, con una media; con una media y un calcetín”.

Robredal

 

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Sucedió en Pamplona (II)… y no se contó




Publicado el Wednesday, 31 January 2024



 
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