LA
HISTORIA INMORAL DEL OPUS DEI
defendiendo la
fama de Antonio Petit
©
por oráculo
¿Quién habitará, Señor, en tu Templo?
¿Quién descansará en tu monte santo?
Sólo quien allí entre sin mancha y obre la
justicia,
quien diga la verdad de corazón y en su boca
no haya dolo,
quien no haga daño a su prójimo ni le difame
Salmo 15 (14)
(11),1-3
1. Hace unas semanas me pareció obligado defender
la rectitud de conducta de don Antonio Petit, sacerdote santo perseguido por
las autoridades de la Prelatura del Opus Dei por el sólo “delito” de pretender
dejar la institución después de muchos años de abnegado servicio en ella, cuya
expresión y concreción más formal fue el reprobable decreto
dictado por Javier Echevarria desde su curia central de Roma, con fecha 28 de
junio de 2006. Este hecho es una buena fotografía de cómo este personaje ejerce
la jurisdicción que la Iglesia le ha confiado en su “prelatura personal”: algo
que debería ser ampliamente difundido para general conocimiento, sobre todo
entre los Obispos y jerarcas de la Iglesia Católica y, en especial, en la Santa
Sede y organismos de la Curia romana. No debería silenciarse un abuso tan
inicuo, mientras no se rectifique, porque la
muerte de Antonio ni convalida ni cancela la deuda.
Hoy vuelvo sobre el tema, pero desde
otra perspectiva, a fin de mostrar cómo los hechos acaecidos son aún más
reprobables de cuanto pudiera imaginar una voluntad decidida a “comprender lo
incomprensible”, que es cosa bien distinta de justificar las injusticias, de
silenciar las acciones soberbias de la prepotencia o, más diferente aún, de
alterar lo acaecido para relatar otras “historias”. Para eso, basta que nos
hagamos una sola pregunta: ¿Por qué la persecución contra Antonio Petit? ¿Por
qué ese ensañamiento? ¿Qué causas pudieron motivar las acciones tan reprobables
del Prelado? No abundaré en la mentalidad eclesiológica integrista de Escriba-Escrivá o de sus clónicos. Sí,
en cambio, es momento de preguntar por los posibles motivos inmediatos del
famoso decreto, pues tirando del hilo de tan sencilla pregunta podrá verse que
¡ni aún después de muerto dejan en paz a Antonio!
Eso sí, nos dirán que es mejor no
remover el asunto “para no perjudicar su fama”, de modo que Antonio pueda ser
recordado como un sacerdote de la Prelatura, fiel y abnegado, que en ella
sirvió durante muchos años. Sin embargo, el impacto de su caso en los foros de
la red reclama documentar la historia, para que ésta no sea alterada,
manipulada o cambiada, ni ahora ni en el futuro. De ahí los Apéndices documentales que añado al
final de este escrito, que corroboran múltiples aspectos del relato publicado
por Libero
en esta web.
Y un buen modo de comenzar hoy la
reflexión será recordar algunas concretas acciones públicas de este Prelado del
Opus Dei que nos constan documentadas, en momentos relevantes: dos de sus
declaraciones como “testigo” en el proceso de beatificación de José María
Escrivá, en relación con dos personas más que respetables: Miguel Fisac y María
del Carmen Tapia, cuya buena fama también fue puesta en entredicho con tanto
desparpajo como ligereza. Esas dos concretas declaraciones pueden enlazarse con
nuestro caso porque, en los tres, pueden advertirse convergencias y casi el
protocolo de un idéntico modo de obrar.
2. Sobre el prestigioso arquitecto Miguel
Fisac, en aquella ocasión Javier Echevarría dijo entre otras lindezas: Recuerdo otro caso, esta vez se trata de un
arquitecto español. Pidió la admisión en el Opus Dei antes de la guerra civil
española, y —mientras se dejó ayudar espiritualmente— fue desempeñando una
labor eficaz. Pasado el tiempo y engañado por unos éxitos relativos en su
profesión, pretendió desasirse de lo que comenzaron a parecerle exigencias
duras. Era hombre bueno, pero complicado de cabeza. Se dejó dominar por una
soberbia vana y cometía grandes imprudencias. Y continúa poco después: El
Siervo de Dios le llamó en varias ocasiones a Roma, para hacerle comprender que
su camino era claro y que debía decidirse a dejarse ayudar. Fue entonces cuando
empezó a dar a entender que había más problemas de costumbres que de cabeza. Se
le ayudó a superar ese bache, pero no quiso aceptar más auxilio. He presenciado
las largas horas de atención que le dedicó el Siervo de Dios cuando comenzaron
sus crisis de vocación. Se mostraba siempre muy agradecido, pero se iba
cerrando a toda ayuda. Estas
declaraciones pueden cotejarse en las páginas 765 y 766 del sumario del
mencionado proceso. Pero el contexto de los hechos reales puede reconstruirse a
través de una muy interesante entrevista a Miguel Fisac, de la página ODAN en el año
2000, también difundida en esta web hace unos dos años. La entrevista no tiene desperdicio.
Las declaraciones de
Fisac son ilustrativas de muchas cosas y, sobre todo, en ellas resuena el eco
de lo auténtico: el testigo directo en primera persona. Ahora nos bastará con
subrayar un aspecto, casi secundario, pero de gran importancia para quienes
buscan la verdad. En esa ocasión dijo Fisac: Efectivamente, Mons. Escrivá me llamó en
varias ocasiones a Roma. Pero en ningún caso para tratar de mis problemas
espirituales. Me llamó para que estudiara problemas profesionales en la Casa
Central de Roma. No comprendo eso de que mis problemas eran de costumbres más
que de cabeza. ¿Cuáles eran esas costumbres? Este Monseñor se ha inventado una
mentira, dando a entender veladamente algo sucio: eso es calumniar (…) Produce mucha pena que personas como Mons.
Echevarría, valiéndose de una Institución religiosa aprobada por el Papa,
mientan maliciosa y gravemente, sabiendo que mienten. Conviene resaltar los
contrastes, porque apenas dan margen para los equívocos. Y, como se ve, el asunto
da para mucho: palabra contra palabra.
Aunque no vaya a detenerme en este
caso, como hablamos de un gran arquitecto, una consideración actual, ajena por
completo al asunto, tal vez pueda aportar luces indirectas. ¿Alguien imagina a
cuánto ascienden sólo los gastos de remodelación de los edificios que hoy usa
la Università della Santa Croce en
Roma, singularmente el Palazzo
Apollinaris, cedidos en alquiler por la Santa Sede? Nada menos que a un
montante en torno a los 20 millones de euros: o sea, casi los cuatro mil
millones de pesetas. ¿Cómo circula ese dinero? ¿Es transparente el flujo
monetario? ¿Qué intereses concita?
Dejando al margen todo tipo de
consideraciones espirituales o de fines religiosos, ¿no es obvio que quien
posee la capacidad de mover tales masas monetarias para una obra particular —ni
siquiera poseída como propietario— tiene de igual modo una amplia capacidad de
concitar la convergencia de los intereses más espurios y de las voluntades más
interesadas? De nuestros clásicos heredamos el verso Poderoso caballero es don dinero y de algunos místicos la
afirmación de que “el dinero es el estiércol del diablo”. Lo cierto es que,
aparte la lujuria o la castidad, tradicionalmente la avaricia ha sido una de
las pasiones más corrosivas del estamento clerical. Y en todo esto anda metido
el Opus Dei hasta las cejas, con su Prelado a la cabeza, bajo el estandarte del
“servicio a la Iglesia” y de la “pobreza secular ”, como no puede ser menos.
3. La documentación del mencionado
proceso recoge otra declaración textual de Javier Echevarría, en
las páginas 610 y 611 del mencionado sumario, ahora sobre la
persona de María del
Carmen Tapia. De ella dijo el actual Prelado del Opus Dei: al cabo de los años intentó la
perversión de unas cuantas mujeres con las peores aberraciones. El Siervo de
Dios, apenas tuvo conocimiento de algunos hechos, llamó a Carmen Tapia —que
estaba en Venezuela— a Roma; aquí le anunció que no volvería a ese país, y por
su reacción dedujo que había cuestiones más importantes que las ya conocidas,
en las cuales había involucrado a varias personas. Ante tan horrenda
depravación, que costó mucho llanto al Siervo de Dios por las gravísimas
ofensas al Señor, y que trató de reparar con una constante oración y
penitencia, dijo a esta mujer que tenía dos soluciones: pedir la dispensa, que
se le concedería inmediatamente, o no pedirla, y entonces habría de someterse a
un proceso, que sería enviado a la Santa Sede, quedando —como se merecía— completamente
deshonrada por su extraviada vida. Aquella mujer pidió la dispensa; y como el
Siervo de Dios comprendió que era una persona sin conciencia, le advirtió que
si calumniaba a la Obra con su corrupción, no habría más remedio que informar
sobre quién era la calumniadora. Hemos sabido que, desgraciadamente, esta mujer
ha seguido por esos desastrosos derroteros. A nadie se le
escapa la gravedad del asunto y de estas declaraciones en sí mismas.
En
ellas pretende afirmarse la santidad del entonces “neosanto” por el modo de su
reacción ante las depravadas conductas de algunos de sus estrechos
colaboradores, en este caso supuestamente Carmen Tapia. O sea: de un lado, se
habla de gente corrompida con las peores perversiones morales y, de otro, de la
santidad angelical de quien con constante oración y penitencia desagravia por
las malas acciones de esos pecadores y, casi como el Patriarca San José, se ve
forzado a tomar duras medidas legales, pero buscando evitar la infamación de
los pervertidos. ¿De verdad fue así la historia? ¿Son verdaderos los hechos
narrados en esa “declaración-relato”? En asunto tan grave no cabe ser
indiferente ni puede pasarse como sobre ascuas. Pero nos interesa ahora mirar
no tanto al “santito” como a las gravísimas imputaciones hechas por Javier
Echevarría a un fiel cristiano, en un documento canónico público, bajo
juramento, poniendo a Dios por testigo de la verdad de cuanto dice, ya que por
esas mismas circunstancias se está lesionando doblemente la fama del prójimo.
¿Es
moralmente lícito expresarse de ese modo si los supuestos hechos no son
públicos ni existe constancia ninguna de ellos en el fuero externo? Para juzgar
sobre el caso, ni siquiera necesito responder esta pregunta. No es necesario
ser experto en moral o en derecho para advertir que la justicia natural de las
cosas reclama preguntar primero y oír inmediatamente a esa persona infamada, a
quien se le hacen imputaciones tan graves de crímenes y perversiones morales. Y
la enseñanza no viene tanto del derecho romano como de la justicia que proclama
la Escritura sagrada. Así pues, ¿qué dice o qué dijo Carmen Tapia? Su versión
ha sido publicada y es bien conocida por los lectores habituales de esta web. En cuanto tuvo conocimiento de las
declaraciones de Echevarría, la infamada solicitó del actual Prelado del Opus
Dei una pública rectificación de esas declaraciones, por calumniosas. Pero no
consta que éste haya rectificado.
Por mi
parte, no tengo inconveniente en dar mi opinión sobre este asunto. De entrada,
me resulta altamente sospechoso que un tribunal canónico no haya escuchado a la
afectada, ni haya solicitado ex officio
su parecer en asunto tan grave. Esto resulta más sospechoso cuando uno sabe que
el juez principal de esa causa de beatificación aconsejó a sus promotores eliminar
del proceso el “capítulo” sobre la personalidad del “neosanto” porque, si se
entraba en el tema, “habría muchas cosas que podrían no entenderse y, sin duda,
se atascaría el proceso”. O lo mismo puede decirse de otro modo: habría muchas
cosas que explicar y justificar que probablemente no podrían ser ni explicadas
ni justificadas ni, menos aún, propuestas como “ejemplos de santidad”. Pero
dejemos al canonizado en paz. Vayamos a nuestro asunto.
Las
afirmaciones de Javier Echevarría, fríamente consideradas, carecen de toda
credibilidad, por fuerte que esta afirmación les pueda sonar a algunos: la vida
suele tener matices de claros y oscuros que de ningún modo aparecen en su
relato. Quienes hemos conocido al famoso Fundador en carne mortal sabemos que ni
era tan “manso” ni era tan “beatífico” como nos lo pintan, más bien al
contrario: eran frecuentes sus altibajos de humor, no pocas veces se mostraba
violento, colérico, intempestivo, y con excentricidades hasta lo patológico.
Hartos estamos además de una “bibliografía amarilla” sobre el personaje, nada
rigurosa ni científica, que lo encumbra por sistema mientras no tiene reparo
ninguno en denostar a cualquier otro personaje, sin apenas pruebas ni
documentos, si esto beneficia la exaltación de Escrivá. ¡Curioso rasero de
verdad y de justicia!
Y, por
otra parte, mientras los hechos de la maledicencia no sean públicos y
demostrados, uno tiene la obligación —siempre y en toda circunstancia— de
respetar la fama y el buen nombre del prójimo. O sea, en principio y por
principio, Carmen Tapia tiene razón en sus quejas y reclamaciones, pues no
constan por ningún lado las supuestas perversiones. Y, si Javier Echevarría
desea mantener en pie su “historia”, debería probarla ante los hombres con algo
más que palabras, al margen de que en su momento el juicio divino le pida
estrecha cuenta de sus dicterios tan ofensivos.
4. Vengamos ahora al caso de Antonio Petit.
Aquí los datos completos de la historia muestran elementos semejantes a los
casos de Miguel Fisac y de Carmen Tapia, bajo el común denominador de la
calumnia que brota “entre hermanos”. Es una muestra más del fariseísmo y del
aire enrarecido que se respira en los “ambientes de familia” del Opus Dei,
donde con gran facilidad se juzgan personas y conciencias mediante una
murmuración “de buenas palabras”, personal o institucional, que a espaldas de
los afectados suele difundirse “silenciosamente” y, para mayor escarnio, con el
pretexto de “ayudar al hermano”. La incomunicación entre los fieles de la
institución es lo que permite que muchos no sean conscientes del hecho.
Con sorna solía decirme un buen amigo
que no hay mejor modo de calumniar en el Opus Dei que susurrar a un hermano —y
éste a otro, y el otro a otro, y así un etcétera de otros, que forja una cadena
de murmuración y chismes sostenidos— palabras como éstas: “por favor,
encomienda a fulanito … ” Son muy importantes los puntos suspensivos
inconcretos, que remiten a lugares comunes o valores entendidos: actúan como un
ácido eficaz para corroer la buena fama del prójimo, su prestigio, o minar la
confianza de que pueda gozar ante otros, como si tras las apariencias hubiera
problemas inconfesables. Después, según la cadena del chisme progresa, ya
alguien se encargará de insinuar alguna “historia” de medias palabras pero “con
más datos”, donde la imaginación de quien escucha suele añadir lo peor, más si
en los sujetos dominan obsesiones neuróticas sobre sexualidad.
El culmen de este proceso es cuando la murmuración
pasa al papel, a los informes
secretos sobre personas que circulan en la organización, porque
entonces la “historia” adquiere casi las certezas de la “verdad revelada”, por
eso de circular en “papeles” de los Directores: esa “verdad” nunca se discutirá
ya porque viene de los Directores. Es la murmuración
institucional que ya he descrito con documentación en esta web. Y, por desgracia, éste es el pan
nuestro de cada día en lo que hoy es ya una organización integrista de
fanáticos, malacostumbrados a sojuzgar las conciencias en nombre de Dios, sin
escrúpulo ninguno, como si esto fuera lo más normal en la vida espiritual, pues
lo único importante parece ser la “imagen” de la institución.
Es en ese contexto donde Antonio Petit
fue en efecto calumniado. Presumo que otro tanto sucedió tal vez en los casos
de Miguel Fisac o de Carmen Tapia: cambian las personas, los detalles de las
historias, pero estamos ante el mismo cuadro y la misma sustancia. Antonio
Petit fue primero importunado en múltiples ocasiones por una numeraria. Cuando
el sacerdote cometió la “imprudencia” de comunicar esto a las autoridades de la
Prelatura, la fémina se defendió calumniando. Y, entonces, palabra contra
palabra: el decir de una mujer lozana —más fresca que lozana— bajo el disfraz
del pietismo devoto a María y a José, contra la palabra del sacerdote.
¿Removieron de su lugar a la calumniadora? ¿Fue ésta recriminada o reprendida?
¿Se verificaron los cargos según derecho? Nada de eso consta. La bola fue
creciendo luego por vía del chisme y la murmuración.
Nada se hizo hasta que las autoridades
de la Prelatura recibieron quejas y denuncias desde “fuera de la Obra”, con
datos concretos, objetivos, sobre esas prácticas de difamación. Y fue entonces
cuando la autoridad quiso zanjar el problema, pero rasgando por lo más débil:
es decir, por aquél cuya voluntad de entrega y cuya prontitud para el
sacrificio no solía oponer resistencia. En este caso, la solución fue remover
del lugar al sacerdote. Ésta fue la causa del traslado de Antonio Petit desde
Barcelona a Sevilla, por más que ese cambio fuera médicamente un despropósito
para su salud. Así lo advirtió su médico supernumerario, escribiendo incluso a
Roma, por lo que éste acabó siendo reprendido. Antonio obedeció, pero pensando
ingenuamente que su buena fama era o estaba siendo restituida. No sucedió esto,
sino todo lo contrario.
Este cuadro de chisme y de murmuración,
también “institucional”, se prolonga luego y se complica durante diez años.
Y, al final, Antonio decide dejar la Prelatura del Opus Dei. Pero nadie mejor
que él mismo para narrar lo acontecido. Lo hizo
en unas cuartillas fechadas el 12 de junio de 2006, remitidas luego
como carta al Vicario de la Región de España, Ramón Herrando, para explicar
las razones de su decisión. En el Apéndice
I presento la transcripción de esa carta, conforme en todo con
su original, añadiendo algunas informaciones en paréntesis cuadrados al hilo
del texto. He respetado la puntuación del manuscrito —incluyendo también fotografía
de un fragmento, para que nadie ponga en duda la autenticidad del documento—
y he añadido sólo algunos acentos ortográficos conformes con el sentido del
original.
5. Léase este documento con suma atención.
Es la “versión” de Antonio Petit, que unos podrán creer y otros rechazar,
pero aquí la palabra viene respaldada por su obrar heroico. Y, por otra parte,
no parece que esa versión fuera negada ni contestada por el destinatario de
la carta, sobre todo cuando ese documento se sitúa en su contexto: es decir,
en los diálogos habidos entre Ramón Herrando y Antonio, a través de mensajes
por móviles. Existe en efecto copia de esos SMS intercambiados. En el Apéndice II publico
estos “diálogos” escritos, tomados del Bloc
personal de Antonio Petit, donde quedó anotada también la hora y fecha
de su impresión. Léanse también con suma atención y juzgue después el lector
sobre el conjunto.
El tono de los diálogos descubre las
actitudes y las disposiciones de cada quien. Habría mucho que comentar, pero no
deseo alargarme. A la vista de esos escritos, sí destaco un hecho: el inicuo decreto del
Prelado del Opus Dei no fue el pronto de una improvisación, sino la
acción deliberada de quienes “amenazaron” previamente con esas medidas, por más
que éstas fueran un flagrante abuso de poder. No deja de sorprender el celo de
estos nuevos fariseos por el “oficio” de sus ministros del Templo, ya que tanta
diligencia no va acompañada de una análoga sensibilidad hacia los derechos
ajenos y el respeto que a las personas se debe en justicia. Esto, ciertamente,
resulta sospechoso.
Así, del conjunto, acaba viéndose claro
que el “problema” para la Prelatura no era ni la marcha de Antonio Petit ni la
atención de su persona, sino el deseo de que Antonio buscara su incardinación
en Barcelona. Éste era el lugar del supuesto delito —la calumnia asumida por la
maquinaria organizativa de la institución— y también el lugar de residencia de
la calumniadora. La presencia de Antonio en Barcelona ejerciendo su ministerio
sacerdotal con normalidad, como un sacerdote más de la archidiócesis, ponía en
evidencia las negligencias y los silencios culpables de muchos y ante muchos.
La sencillez y afabilidad de Antonio, conocido por tantos y querido por más,
era también un desmentido directo a las maledicencias y un desdoro para el Opus
Dei, cuyas trapacerías y miserias internas quedaban al descubierto.
Los mensajes de los móviles no reviven
el tono prepotente y amenazador de algunas palabras de Herrando en su
entrevista con Antonio del 2 de junio: “¡Convéncete de que nunca conseguirás la
incardinación en Barcelona!”. Lo que, interpretado a su modo, significaba:
desengáñate, pero haremos lo imposible para que no puedas quedarte en
Barcelona, comenzando por impedir el ejercicio de tu sacerdocio. ¡Como para que
ahora vengan a escurrir el bulto y decir que eran ajenos a las dificultades con
que Antonio fue tropezando en Barcelona!
De cómo la calumniadora volvió a la
carga con sus chismes y sus cuitas, al poco de la llegada de Antonio a
Barcelona, es otra historia que ahora puede omitirse. Pero una de las primeras
cosas que Antonio Petit comentó al arzobispo de Barcelona, desde su primera
entrevista, fueron las calumnias que venía padeciendo en la Prelatura, con
nombres y apellidos de sus autores, y el obrar “ingrato” de su Prelado y de sus
Directores, por suavizar ahora al máximo los adjetivos que merecen sus
conductas. Jamás haría eso una persona que fuese culpable y, menos aún, cuando
ante el arzobispo rogaba un favor comprometido que no podía exigir. El hecho
más sustantivo es que el arzobispo de Barcelona acogió a Antonio en su
diócesis, le otorgó de inmediato licencias ministeriales y, en cuanto pudo,
proveyó a su nombramiento como Notario-Secretario del Tribunal Eclesiástico de
Barcelona. Son decisiones que le honran, y tal vez no le resultó difícil ver en
Antonio a un hombre honesto, de palabra, abandonado e injustamente perseguido:
un hombre de Dios.
La crónica
de Libero cuenta que ese
nombramiento se retrasó por causa de la demora del Prelado del Opus Dei en
resolver la petición de excardinación. Pero a éste nunca le faltó la información
puntual, como demuestra la amable carta que Antonio Petit le escribió el 12
de octubre y cuya transcripción publico ahora en el Apéndice III
de este escrito, con un fragmento del original manuscrito. Aún así, cuando
Echevarría resuelve, no se dignó a redactar ni a firmar ningún escrito: sólo
hizo que se comunicara verbalmente su decisión, por teléfono, a través de
uno de sus Vicarios. Así actuó, en efecto, quien había puesto suma diligencia
en decretar
por escrito, con sellos cuños y registros, una suspensión de facultades
ministeriales, nula de pleno derecho según los cánones de la Iglesia universal.
¡Fuerte paradoja, que está desvelando los ánimos y las intenciones!
No deseo alargarme mucho más. He añadido
a este escrito otros dos apéndices para documentar algunos aspectos relevantes
de esta historia. El Apéndice
IV reproduce la diligencia levantada por el Canciller del Arzobispado
de Barcelona, con fecha 21 de noviembre de 2006, para dejar constancia formal
de la decisión y comunicación recibidas del Prelado del Opus Dei sobre la
venia de excardinación solicitada para Antonio Petit. Excuso decir que, desde
ese momento, Antonio dejó de pertenecer al Opus Dei por la aplicación de los
números 29 y 35 de los Estatutos
de la Prelatura, al margen de que formalmente no estuviera enteramente cerrado
el expediente administrativo de la excardinación. El Apéndice V reproduce una copia del inmediato
nombramiento de Antonio Petit para el cargo de Notario-Secretario del Tribunal
Eclesiástico de Barcelona, también de fecha 21 de noviembre de 2006. No es
difícil suponer que nada de esto habría hecho el arzobispo de Barcelona si
hubiera tenido la mínima sospecha de estar ante un clérigo de mala nota, envuelto
además en líos de faldas.
6. Antes de terminar, deseo añadir unos
comentarios sobre el título que encabeza este escrito, que en definitiva va
sobre una “historia de inmoralidades” cometidas por la institución Opus Dei —o,
más exactamente, por su Prelado y Directores— deliberada y conscientemente, no
por error, tal vez convencidos de que su obrar inicuo era justo. No deja de
asombrarme ¡hasta qué extremos de obcecación y de sectarismo puede llegarse por
la cerrazón mental! Ésta es, pues, una historia de inmoralidades concretas y,
sin embargo, he preferido rubricar de modo universal titulando la historia inmoral del Opus Dei,
convirtiendo así lo concreto en una tesis general. ¿Por qué razón? A mi
parecer, porque los casos de Antonio Petit, de Carmen Tapia o de Miguel Fisac y
de muchos otros, son muestras de un obrar metódico de la institución,
verdaderamente inmoral, que acompaña toda su existencia desde los momentos
fundacionales.
¿Dónde encuentro la inmoralidad
sustancial que ahora predico en general de la institución llamada Opus Dei?
Para mí está claro: en el hecho de sus
prácticas sistemáticas de manipulación de la verdad histórica, de los
hechos y sucesos tal como acontecen o como han acontecido. La manipulación se
muestra después en las “historias que suelen contarse” como verdaderas:
habitualmente plagadas de omisiones intencionadas, verdades a medias, silencios
deliberados, y también afirmaciones falsas. Todo se orienta a “reescribir” lo
acontecido para que las futuras generaciones narren “el pasado” de un modo
predeterminado: es decir, se cuenten “historias” como “acontecidas” de un modo,
al margen de si éste es falso o verdadero.
Toda la “historia oficial” del Opus Dei
está contaminada de este tipo de manipulaciones, comenzando por las supuestas
“biografías” del Fundador, también sus procesos de beatificación y de
canonización, y hasta sus mismos escritos
o pseudoescritos. La causa está en que tal lección de inmoralidad viene del mismísimo Fundador: por el “bien”
de su fundación se cuidó muy mucho de que en torno de sí se forjase un aura de
diseño, que habría de ser vendida después como “historia” verdadera, aunque
estuviera plagada de falsedades. La lección ha sido bien aprendida y practicada
por sus epígonos, con el agravante de que al final muchos han acabado por creer
sus propias mentiras, a fuerza de verlas repetidas por muchos ingenuos.
Desde esta luz cobran entonces un nuevo
sentido muchos detalles de lo acaecido con Antonio Petit. Por ejemplo: el no
documentar la venia de excardinación, pero sí el decreto de suspensión; el
silenciar su excardinación, y decir luego que murió siendo del Opus Dei; el
afirmar que estaba muy enfermo, pero añadiendo que en los últimos meses no
estaba bien de la cabeza, etcétera. Estas “historias” así contadas se venden
como un modo piadoso de velar por su “buena fama”, para que él sea recordado
como un sacerdote fiel del Opus Dei, a pesar de su abominable traición de
ultima hora. ¡Gran favor se le hace contando las cosas así!, pues a fin de
cuentas lo único importante es “morir en Casa”. ¿Alguien se cree todo esto?
Imaginemos un contexto de futuro. Tal
vez, en algún momento, algunos deseen fabricar la historia de la “gran
santidad” del actual Prelado del Opus Dei, porque esto conviene a la
institución: ya algunos lo están haciendo. Cuando hayan pasado bastantes años,
entonces alguien tendrá que declarar como “testigo” —ante un Tribunal de
beatificación montado por la propia Prelatura— sobre el caso de Antonio Petit
para justificar, por ejemplo, el inicuo decreto.
¿Qué “historia” se contará? Oigamos al testigo imaginario: Recuerdo otro caso, esta vez se trata de un sacerdote español, Antonio
Petit, que sirvió en la Prelatura fielmente durante mucho tiempo. Pero en sus
últimos años, perdió un poco la cabeza y cometió algunas torpezas en el trato
con mujeres. El Siervo de Dios le trasladó de inmediato de lugar para atemperar
los escándalos y quiso preservar la fama de quien por tantos años había servido
fielmente a la Obra y a la Iglesia. Sin embargo, al cabo de unos años éste, en
su obcecación, quiso dejar la Prelatura e incluso trasladarse al lugar de sus
antiguos desvaríos. Rechazó toda ayuda. Todo esto costó mucho llanto al Siervo de Dios por
las gravísimas ofensas al Señor cometidas, y trató de reparar con una constante
oración y penitencia. Después de mucho rezar y mortificarse, no tuvo más
remedio que, muy a su pesar, retirarle las licencias ministeriales. La
Providencia hizo que este sacerdote muriera sin consumar sus desviados
propósitos. Y, a pesar de haber dejado su Centro y sus encargos, fue el Prelado
quien ordenó entonces que se le recogiera para practicar con él la misericordia
hacia el hijo pródigo, ya que esta lección de caridad fina la había aprendido
muy bien de nuestro santo Fundador. Ya se ve que el
papel lo aguanta todo, pero ¿cabría algo más distante de la realidad,
absolutamente ajeno a la verdad?
En
fin, hoy ha sido Antonio Petit, antes fueron Miguel Fisac, Raimundo Paniker,
María Angustias Moreno, Antonio Pérez, Carmen Tapia, Alfredo García Suárez, Antonio
Ruiz Retegui, Antonio Esquivias, y suma y sigue: un larguísimo etcétera de
personas todavía anónimas y mayor aún el etcétera de las inmoralidades
practicadas, que el juicio divino no convalidará tan fácilmente. Por mi parte,
según está en mi mano, deseo defender la fama de honestidad de Antonio Petit y
testimoniar sobre su virtud heroica: me basta sólo con relatar la verdad de su
historia, sin rebajas ni atenuantes, sin manipulaciones, a fin de que ni ahora
ni en el futuro los hechos puedan transformarse en otras fábulas.
De ahí
que, al titular este escrito, me venían también a la mente los versículos del
salmo 15, que puse al comienzo. Para mí son palabras de consuelo y de
esperanza, que atraen con fuerza otras sentencias, también de la Escritura sagrada:
“¡A los ojos de los hombres parecían locos, pero ellos han muerto en paz…”
¡Dejadlos en paz con sus obras, porque éstas les acompañan! Estoy convencido de
que las de Antonio están ya escritas en “el libro de la vida”.
Apéndice
I
Carta
de Antonio Petit a Ramón Herrando de 12 de junio de 2006
a.
Fragmento del manuscrito
b.
Transcripción del texto íntegro
[1]
Barcelona, 12 de junio de 2006
Querido Ramón [Herrando = Vicario
Regional de España]:
Como te prometí, te escribo explicándote
las razones de mi decisión.
En primer lugar muchísimas gracias por
cómo me atendiste el pasado día 2. Hoy seguramente me darán el alta del tema
del estómago porque al final no operaron y está mejor e iré a ver a mis padres.
Como sabes, hace diez años me fui a
Sevilla porque como me indicó Manolo Dacal [= entonces Vicario (Director) de la
Delegación de Barcelona, hoy Sacerdote Secretario del Consejo General de la
Prelatura] aunque me podía quedar en Barcelona me conocía mucha gente y así pareció
mejor. Como me dijiste, cometí alguna imprudencia, yo creo que la que ha tenido
más repercusión <fue> el decir que una persona no paraba de llamarme por
teléfono del orden de más de 20 veces diarias. Esto provocó la reacción de esta
persona que lanzó una campaña de difamaciones y calumnias contra mí, que solo
se detuvo cuando una persona ajena a la Obra fue ver a Manolo Dacal y le comentó lo que estaba
pasando, con datos concretos.
Me comentabas el día 2 que todo esto yo
no lo había asimilado. Y sí. Creo que sí lo asimilé en su momento, pero tu
mismo me dijiste que mejor no volver a Barcelona por la opinión que tienen de
mí, determinadas personas. Lo llamativo [2]
es que esa opinión apoyada en calumnias y difamaciones siga perdurando después
de diez años y nadie les haya dicho a esas personas de la Obra, que hay
obligación de reparar la difamación, sino que al revés Juan Vera [entonces
Director Espiritual de la Comisión de España] me dijo que las difamaciones y
calumnias me las había ganado yo. Se nos enseña a no hablar mal de ningún
sacerdote, pero si es de la Obra parece que eso no cuenta.
Esto se me ha seguido recordando
durante diez años, la última vez hace tres meses, y aunque yo lo procuraba
olvidar, alguien siempre se ha encargado de recodármelo, a pesar de que en este
tiempo no he dicho que no a nada de lo que se me ha pedido y he procurado hacer
todo con la mayor ilusión posible, y <de> que el Padre me dijera hace
cuatro años, delante de varios, que soy una mala persona.
Todo esto me llevó el pasado 15 de
abril a escribir la carta pidiendo la dispensa de mis compromisos y la
excardinación de la Prelatura. En este tiempo he hablado con el director de mi
centro varias veces, con Nacho Aparisi [todavía hoy miembro laico de la
Comisión regional de España encargado de la atención de los numerarios], con
Tony Pujals [= actual Vicario (Director) de la Delegación de Barcelona, que
sustituyó a Manuel Dacal] y contigo. No he vivido en un centro por atender a
mis padres y ahora por razones médicas, pero me parece que no es algo que me
obliguen mis compromisos, y como te dije de este modo puedo buscar un Obispo
benigno que me acoja.
[3]
Ciertamente para mí es una de las cosas más duras de mi vida, pero que en
Febrero se me dijera que con quién hablaba en mi habitación cuando me llamaba
mi hermana enfermera para informarme del estado de salud de mi madre de 87 años
hospitalizada, era, como reconoció el director de mi casa, entrar en la
intimidad personal, y realmente así no podía continuar.
Me dijiste que el Sr. Arzobispo de
Barcelona, casi con toda seguridad, no me acogería. Si así fuera buscaría otro
obispo que me acogiera en otro lugar, pero lo que no entiendo es que me digas
que no sigo las indicaciones de los Vicarios y que si concedes la dispensa no
puedo ejercer como sacerdote, al quedar excardinado sin nadie que me incardine.
Esta posibilidad la rechaza
abiertamente el CIC en el canon 267. Al especificar que una excardinación queda
en suspenso hasta que no hay una incardinación por otro Sr. Obispo, para
impedir que un sacerdote quede, en cualquier trámite administrativo, acéfalo.
Soy Doctor en Derecho Canónico y he explicado todo esto durante muchos años y
algo sé del tema. Por otra parte me he [4]
asesorado sobre esta cuestión con uno de los canonistas de la Conferencia
Episcopal.
El quedar suspendido de mi actividad
sacerdotal solo se puede dar como una pena canónica, que supongo que se
apoyaría en el artículo 36 de los Estatutos de la Prelatura, pero el término
latino que se utiliza se refiere a un fugitivo, en ningún momento ha sido mi
caso, y especialmente un sacerdote que desee la reducción al estado laical, que
da la impresión que es lo que se pretende con esta medida, lo cual no tiene
nada que ver conmigo ni con lo que he pedido.
Muchas gracias de nuevo por toda tu
preocupación por mí. Un abrazo muy fuerte y me tienes a tu disposición para lo
que quieras. [sigue la firma]. Fdo. Antonio Petit Pérez
Apéndice
II
Diálogos
de Antonio Petit con Ramón Herrando mediante SMS de móviles
Apéndice
III
Carta
de Antonio Petit a Javier Echevarría de 12 de octubre de 2006
a.
Fragmento del manuscrito
b.
Transcripción del texto íntegro
Barcelona, 12 de octubre de 2006
Querido Padre [Javier Echevarría = Prelado
del Opus Dei]:
Deseo comunicarle que ayer el Sr.
Arzobispo de Barcelona me indicó que hiciera saber al Vicario de la Delegación
[ = Antonio Pujals] que me había aceptado en la Diócesis de Barcelona con
vistas a la incardinación durante un período de prueba, según él viera
conveniente. A la vez, que mi domicilio sería en la Parroquia de San Rafael de
esta ciudad ayudando en las labores pastorales que en ella se desarrollan.
Quiero notificárselo antes de que
transcurran los cuatro meses desde el día 4 de julio del presente año, en que
me comunicó su Decreto de fecha 28 de junio, en que me concedía este tiempo
para buscar un Sr. Obispo que me acogiera en su Diócesis.
Se despide pidiéndole su bendición su
hijo que le encomienda diariamente [sigue la firma]. Fdo. Antonio Pétit Pérez
Apéndice
IV
Diligencia
sobre la venia de Javier Echevarría para la excardinación de Antonio Petit
Apéndice
V
Nombramiento
de Antonio Petit como Notario-Secretario del Tribunal Eclesiástico