ENTREVISTA
A MIGUEL FISAC
Colocada en la web el 15 de junio de 2004
MIGUEL FISAC, Dr. ARQUITECTO
20 años de estrecha relación con Escrivá
Fuente: ODAN (Opus DEI
AWARENESS NETWORK, Inc.) 2000
Comprensión de los Primeros Años del Opus
Dei
RESPUESTAS DE MIGUEL FISAC A LAS PREGUNTAS DEL OPUS DEI AWARENESS
NETWORK (ODAN)
1) Cómo encontró al fundador del Opus
Dei Monseñor José María Escrivá
de Balaguer. Describa su relación a través de
los años.
En 1935, las Autoridades de la República Española
realizaban una política de franca persecución
religiosa. Esta persecución creaba en los creyentes
una reacción de exaltación generosa de deseo
de mejorar su cristianismo.
Yo tenía veintiún años. Al regreso a
Madrid de una Semana Santa llena de conflictos religiosos,
de Daimiel, -mi ciudad natal, en La Mancha-, un compañero
de estudios de Arquitectura: Pedro Casciaro, me dijo que un
confesor le había presentado a un sacerdote. Este sacerdote
le había parecido interesante y quería que yo
lo conociera.
Me llevó a la Residencia DYA en la calle de Ferraz
n0 50. La Residencia DYA era nombrada así, porque los
estudiantes que vivían allí estudiaban "Derecho
o Arquitectura". Pero en secreto te decían que
significaba "Dios y Audacia".
Esta Residencia funcionaba como una Residencia normal de
Estudiantes. Allí vivían algunos que nunca supieron
nada del Opus Dei. Otros que llegaron después de haber
ingresado en el Opus Dei, y otros que eran residentes corrientes
y después fueron del Opus Dei.
A esta Residencia DYA me llevó Pedro Casciaro y me
presentó a don José María Escrivá.
Un sacerdote joven y simpático, con el que tuvimos
una conversación que me gustó. Él me
invitó a que volviera por allí.
No se puede sintetizar fácilmente una relación,
que se alargó casi veinte años.
Al principio, me encontré en un ambiente agradable,
con estudiantes buenos y simpáticos que me fueron acosando,
hasta mi ingreso en el Opus Dei en Febrero de 1936.
Sólo llevaba tres meses allí, cuando regresé
a mi tierra y se inició enseguida la Guerra Civil Española.
Durante un año, salvé la vida, escondido en
un techo de la casa de mis padres. Un miembro del Opus Dei,
Paco Botella, me escribió y le contestó mi hermana
para no descubrir que yo estaba allí escondido. Y los
dos siguieron carteándose como si se tratara de dos
amigas.
Un día de Octubre de 1937, se presentó en mi
casa de Daimiel un médico de la Obra: Juan Jiménez
Vargas. Venía a recogerme con documentación
falsa, y nos marchamos, en el tren y de noche, con el dinero
que mi padre pudo reunir.
Después de muchas peripecias y con Casciaro y Botella,
que se nos unieron en Valencia, llegamos a Barcelona en donde
estaba Mons. Escrivá y otros tres más. Y los
ocho, después de un mes en Barcelona y otro mes en
los montes del Pirineo, nos pasamos por Andorra a Francia
y desde allí por San Sebastián, a la llamada
Zona Nacional.
Todos los que estábamos en la edad Militar nos incorporamos
al Frente. Mons. Escrivá con José María
Albareda, Casciaro y Botella -los dos últimos gracias
a las gestiones de Escrivá entraron en una oficina
de reclutamiento militar- Todos se hospedaron en el modesto
hotel Sabadell, en Burgos, en donde estuvieron durante el
resto de la guerra. Yo tenia una gran simpatía por
ellos, pero me sentía sin vocación religiosa.
Lo pasaba muy mal y quise salirme. La guerra había
terminado. Mons. Escrivá nos dio unos Ejercicios Espirituales.
Él los aplicó muy bien a mi situación.
Así que consentí en continuar; pero para mí
fue un continuado martirio. Este malestar era mitigado por
el ambiente amigable que había allí y por mi
gran entusiasmo y dedicación profesional a la arquitectura.
Con mi trabajo ganaba bastante dinero, que entregaba íntegramente
al Opus Dei.
No hice proselitismo. Ni quise intervenir en asuntos de dirección
y de autoridad internos de la Obra. Pero siempre tuve relación
de igualdad con los que mandaban en el Opus Dei y vivía
con ellos.
2) Cómo encontró a Alvaro Portillo. Describa
su relación con él a través del los años.
En el año 1935, había aproximadamente, veinte
-en su gran mayoría estudiantes que vivían en
la Residencia o pasaban gran parte del día en ella
y que ya tenían vinculación con el Opus Dei-.
Además se encontraban allí otros residentes
que nada sabían del Opus Dei Entre los primeros estaba
el estudiante de Ingeniero de Caminos, Alvaro Portillo. Él
era de mi edad y entró en la Obra unos meses antes
que yo. Vivía, como yo con su familia. En los primeros
días de Julio de 1936, yo asistí por primera
vez a un acto colectivo en el que hacían (creo que
se llamaba la oblación) el primer compromiso, Alvaro
Portillo, José Ramón Herrero Fontana y Enrique
Alonso Martínez. (Estos dos últimos salieron
después del Opus Dei.)
En aquella época, la dirección de la Residencia,
la llevaban con Mons. Escrivá, el arquitecto Ricardo
Fernández Vallespín y también, el médico
Juan Jiménez Vargas, y Francisco Pons, creo que licenciado
en Filosofía y Letras. El con un hermano suyo, salió
de la Obra. El señor Escrivá, después,
hablaba despectivamente de ellos. Lo que sí recuerdo
haber oído contar a Alvaro, es que Francisco Pons fue
el que había intervenido en su decisión de entrar
en el Opus Dei. Y que le presentó la Obra como la de
unos Cruzados con capa y espada. Y yo le oí a Mons.
Escrivá decir que para uso muy interno: en determinados
rezos se llevarían unas capas blancas con un escudo
en rojo en forma de Cruz con los cuatro extremos en punta
de flecha. (De estas y otras cosas pueden dar fe, hoy, Pedro
Casciaro y Juan Jiménez Vargas).
En el primer año de la guerra Civil Española,
todos los miembros de la Obra se dispersaron. Después
de muchas vicisitudes y peligros, algunos de ellos fueron
acogidos en la Embajada de Honduras. Allí fue donde
Escrivá y Portillo vivieron juntos día y noche
y, de ahí, salió la indisoluble unión
de un tandem que ha permanecido hasta la muerte.
Con la intervención de Juan Jiménez Vargas,
que estaba de médico militar en un batallón
anarquista de la C.N.T., decidieron que Mons. Escrivá
tenía que huir de Madrid y pasarse a la Zona Nacional.
Le acompañarían Jiménez Vargas, que desertaría
del Ejército Republicano y José María
Albareda. Éste último estaba a punto de ingresar
en el Opus Dei. También le acompañarían:
Tomás Alvira, amigo de éste y que después
sería uno de los primeros socios supernumerarios, y
Manuel Saiz de Los Terreros ingeniero de caminos, numerario
del Opus Dei. Manuel se fue al poco tiempo del Opus Dei.
¿Por qué Alvaro Portillo se quedó en
la Embajada? No lo sé. ¿Por qué, sin
embargo, a mí, un recién ingresado y sin especial
relevancia, vinieron a buscarme? Después, he llegado
a suponer, que al conocer el precio elevado que los guías
pedían para ayudar a la fuga a través del Pirineo,
como se trataba de bastante dinero, y Alvaro no podía
aportarlo, me buscaron a mí, porque supusieron que
mi padre lo daría: como así fue.
Cuando en nuestra fuga por los bosques del Pirineo, llegamos
a la pequeña aldea de Rialp, creímos que ya
estábamos salvados. Aquella noche, el señor
Escrivá se la pasó llorando. Lo sé muy
bien, porque dormimos en un lugar muy frío, que había
sido un antiguo horno de pan. Yo compartí con Mons.
Escrivá una de las cuatro mantas de que disponíamos.
Esto sucedió, a continuación de una dura escena
con Jiménez Vargas, durante la cena, en la que Mons.
Escrivá dijo que él se volvía a Madrid,
porque había traicionado a Portillo, al dejarlo sólo.
Más de un año después, Portillo, con
otros dos miembros de la Obra: Alastrue y Rodríguez
Casado, se pasaron a la Zona Nacional, por el Frente de Madrid.
Alvaro y yo vivimos los primeros años de posguerra
con mis problemas de vocación y todas sus vicisitudes.
También yo viví de una forma muy personal y
directa, el itinerario de él, primero de laico y después
de sacerdote.
En 1955, decidí dejar irrevocablemente el Opus Dei,
una Institución en la que cada vez me encontraba más
incómodo y cada vez me gustaba menos; porque se desarrollaba
por caminos muy distintos de los que yo había supuesto.
Sin embargo, yo sentía alejarme de unos amigos a los
que quería y sigo queriendo.
Le comuniqué mi decisión a Antonio Pérez,
con el que vivía. Él era, entonces, la máxima
autoridad del Opus Dei en España: Secretario General
y Consiliario de España. Al poco rato de hablarle,
me dijo que había telefoneado a Mons. Escrivá
a Roma. Y él le había dicho que si quería,
que me marchase, pero que me pedía que antes fuera
a verle. Cosa que hice cogiendo el primer avión aquella
misma tarde. Llegue de noche a Roma. Me fueron a recoger al
aeropuerto y me dijeron que Mons. Escrivá les había
dicho que me levantara tarde a la mañana siguiente,
que él diría la misa y, después de desayunar
juntos, hablaría conmigo. Así lo hicimos. Le
dije que él sabia que yo no tenía vocación
y que no podía seguir más tiempo así.
Él, solamente me contestó que hablase con Alvaro.
Y lo hice. Como tantas veces habían conseguido disuadirme,
ellos pensaron que ésta sería una más.
Estuve cambiando impresiones con Alvaro. Ellos sentían
que yo me fuera y yo sentía irme.
Después de pasar dos días allí, tratando
y hablando con Mons. Escrivá y Alvaro Portillo, les
acompañé a los alrededores de Roma. Visitamos
a unos estudiantes en Castellgandonfo. Paseamos para que yo
me distrajera. Ellos intentaron hacerme cambiar de idea. Pero
yo dejé clara mi posición.
Ya en Bruno Buozzi 73, cuando estaba todo decidido, Alvaro
me dijo en un aparte:
-"El Padre ha dicho que tiene que hacer un viaje a Viena
y le hace mucha ilusión que tú -como lo has
hecho otras veces - le lleves en coche". "- ¡Por
Dios, Alvaro! - le contesté - yo, donde tengo que irme
es a Madrid."
Cuento todos estos detalles, de mi salida del Opus Dei para
indicar la situación amigable que había por
ambas partes. Alvaro Portillo me despidió con estas
palabras: -"Quiero, Miguel, pedirte perdón por
la coacción a que te hemos sometido, pero tu actuación
dentro de la Obra, ha sido tan generosa, que hemos creído
que tenias vocación y por eso hemos obrado así".
Fue, como digo, tan amigable mi salida, que hasta más
de dos años después, yo seguí confesándome
con Paco Botella, el mismo confesor que tenía dentro
del Opus Dei.
Recuerdo que al salir con una maleta, ligera de peso, desde
la residencia de Diego de León a la casa de mis padres,
yo pensaba: "Ahora, Miguel, vas a decir siempre la verdad
y vas a procurar ser buena persona, ¡y nada más!"
Este pensamiento resumía la agobiante situación
moral en que me encontraba. Con tanto secreto y tanta mentira
y también con esa indigestión de normas y rezos
que encorsetan la vida de los miembros numerarios del Opus
Dei.
Tres meses después de mi salida del Opus Dei en una
conferencia en la Escuela de Arquitectura, en un Cursillo
de Jardinería, conocí a una chica que nada sabía
del Opus Dei con la que un año después me casé.
Mi confesor se ofreció a celebrar la boda, pero mi
mujer prefirió que fuera el P. Felix García,
agustino, que era confesor suyo.
Pedí a dos socios numerarios del Opus Dei, que aceptaron,
ser testigos de la boda. Pero un día antes me dijeron
que no podían serlo, porque no era costumbre: una mentira
como tantas otras. Tampoco dejaron asistir a la boda a mi
hermana Lola, que también era del Opus Dei; Antonio
Pérez me mandó un telegrama en el que el Papa
nos daba su bendición: Este era un documento corriente
que concedía la Santa Sede cuando se solicitaba.
Durante los primeros siete años, Mons. Escrivá
me escribió, de su puño y letra, varias cartas
cariñosas que yo contesté en el mismo tono;
pero en las que él nunca hizo ni la más mínima
alusión a mi mujer ni a mis hijos.
Al poco tiempo de mi salida, se intentó, como se ha
hecho con otros, que hubiera un acercamiento de colaboración
como supernumerario o cooperador, que yo no estaba dispuesto
a aceptar;
Al comprobar mi rechazo a ese acercamiento, aunque sí
mi amistad sincera con las personas del Opus Dei, se inició,
por diferentes miembros de la Obra, una autentica persecución
y difamación que me comenzó a ocasionar perjuicios
profesionales: con actitudes repentinas y extrañas
de clientes que ya me habían encargado trabajos y también
de profesionales que tenían alguna clase de vinculación
con el Opus Dei.
Sería muy largo explicar la cantidad de detalles,
de clara demostración de persecución y desaires
que he sufrido con el desprecio hacia mi familia, y que culminó
en la actuación de dos sacerdotes de la Obra a la muerte
de mi hija de seis años. Ni Mons. Escrivá, ni
Alvaro Portillo me dijeron nada. Ni la más mínima
palabra de pésame. El mismo día del entierro,
Paco Botella y Antonio Pérez, vinieron a mi casa haciendo
gestos de horror y dándome a entender con palabras
más o menos veladas que era un castigo de Dios por
haberme salido del Opus Dei.
Aquella actitud me pareció tan canallesca, que rompí
todos los papeles y cartas que se relacionaban con mi estancia
en el Opus Dei.
Con la entrada en el Gobierno del General Franco de algunos
miembros numerarios y supernumerarios del Opus Dei creció
su poder a nivel civil, y noté, en posibles clientes,
que por cariño o por miedo hacia el Opus Dei no me
encargaban trabajos.
Esta persecución, que continúa hoy en día,
llegó hasta tal grado que pensé, siguiendo el
consejo evangélico, decírselo a la Iglesia.
Me fui a Roma, en donde un Obispo que yo conocía,
tenía un alto cargo en la Curia Vaticana. Le llevé
datos y documentos en donde se demostraba la persecución
de la que era objeto por personas reí asociadas de
alguna manera con el Opus Dei. El prelado leyó detenidamente
toda la documentación y me dijo: "Creo que
debe llamar a Alvaro Portillo, con el que tengo relación
con frecuencia en reuniones de la Curia, para decirle que
yo le he dicho que hable con él y yo también
le hablaré cuando le vea; pues esta persecución
tiene que acabar". Le llamé por teléfono,
se puso Alvaro y le dije: "Don Maximino Romero de
Lema, conociendo mi situación me ha recomendado que
te llame para pedirte que me recibas". "¡Por
Dios Miguel!, me dijo. Tu no necesitas a nadie para hablar
conmigo, ven ahora mismo". Así lo hice y estuvimos
hablando un buen rato. El me prometió que llamaba enseguida
al Consiliario de España, que era Florencio Sánchez
Bella, y que yo volviera a la mañana siguiente. Unos
días después fue a verme y aunque lo vi bastante
más frío que la tarde anterior, me dijo: "Vete
tranquilo, porque yo daré orden para que no se te persiga".
Unos días después fue a verme en Madrid el Consiliario
que había regresado de Roma. Quería darme una
justificación. Me dijo que esas persecuciones eran
apreciaciones mías y que mi falta de trabajo sería
porque a la gente no le gustaba mi arquitectura.
La consecuencia de todo esto ha sido, que han seguido persiguiéndome
todo lo que han podido, incluso la persecución ha continuado
con mi hijo que también se llama Miguel Fisac.
3) ¿Cómo se formó el Opus Dei?
El conocimiento que tengo hoy de la formación del
Opus Dei, en parte, la conozco por habérsela oído
contar al propio fundador. Otra parte, he llegado a reconstruirla
por noticias conocidas por biografías e investigaciones
de periodistas, que encajan con comentarios que yo he oído
del propio Mons. Escrivá y también de su madre
o de sus hermanos Carmen y Santiago; con los que tuve bastante
relación, cuando vivían, en lo que podríamos
llamar la casa madre, en la calle de Diego de León
14, en la que yo vivía también con Mons., Escrivá,
Alvaro Portillo y algunos más.
Pienso que Mons. Escrivá padecía un trauma
infantil, del que hablaba muy poco. De cuando, siendo aún
niño, su padre con otro socio, quebró en un
negocio de telas que tenían en Barbastro, pueblo natal
del fundador y lo echaron violentamente de allí.
Su padre pasó a ser un simple dependiente de comercio
en Logroño, en donde él estudió el bachillerato
en el Instituto Nacional. Después, fue al Seminario
Diocesano de Zaragoza, en donde creo que tenía un tío
canónigo. A Mons. Escrivá le he oído
decir que su vocación sacerdotal se la debía
a su padre. Supongo que porque, debido a la situación
económica en que había quedado la familia, no
le podían pagar el cursar una carrera universitaria.
Parece que después de ordenado sacerdote y después
de una corta estancia en la parroquia de un pueblo de la diócesis,
consiguió marcharse a Madrid. Allí hizo un concurso
u oposición y fue nombrado Rector del Real Patronato
de Santa Isabel.
Según me contó su madre, cuando después
de tener un sueldo fijo, llevó a Madrid a su madre
y sus otros dos hermanos, tuvo un período de gran exaltación
místico-religiosa y se flagelaba con frecuencia y le
oían, pues la casa era pequeña y su madre comentaba
a sus otros hijos: "se va a matar".
Esta situación debió de coincidir con la que
yo le oí referir que había visitado hospitales
de pobres y les cortaba las uñas de los pies. Esta
fecha coincide con la idea o la señal que él
dijo que había recibió sobre su fundación.
Durante el tiempo en que yo le conocí, no le vi nunca
estar con ningún pobre.
Un día, Mons. Escrivá y yo pasábamos
por delante de la Iglesia de los P.P. Paules, en la calle
de García de Paredes de Madrid. Mons. Escrivá
señaló una ventana de la planta segunda o tercera
y me comentó: En esa habitación, cuando yo estaba
haciendo unos Ejercicios Espirituales, -no sé si dijo:
"vi, entendí o comprendí, -toda la estructura
de la Obra". Esto lo repitió otras veces. Pero
no lo expresaba con claridad. A nadie, que yo sepa, le aclaró
Mons. Escrivá, la característica del fenómeno
místico o lo que fuera. Desde luego, él lo consideró
como una revelación sobrenatural.
El día anterior a que la República Española
se incautara del Monasterio del Real Patronato de Santa Isabel,
el Sr. Escrivá me pidió que fuera a la iglesia
y sacara unas cuantas fotografías de unos lugares concretos.
Sobre todo de la pequeña ventana de la verja de clausura
del presbiterio que se abría para que las monjas recibieran
la comunión. Y, entonces me contó, sin ser yo
todavía de la Obra, que un día en que él
daba la comunión a cada una de las monjas, al darle
la Sagrada Hostia a cada una de ellas, cuando pensaba mentalmente:
"yo te quiero más que ésta", sintió
que el Señor le decía, según el conocido
refrán: "Obras son amores y no buenas razones'.
Porque él aún no había hecho nada para
poner en marcha el O.D. A pesar de haber pasado varios años
desde aquel día señalado.
El confesor de Mons. Escrivá, creo que se llamaba
P. Sánchez S.J., Yo, que le hice muchas veces de chofer
a Mons. Escrivá, le llevé a una casa para visitar
a este señor. Y, fue este P. jesuita el que, al conocer
esos acontecimientos, le dijo: "Esto es una Obra de Dios".
Nombre que Mons. Escrivá tomó como propio de
la Fundación.
Recuerdo que un día que le llevé a ver a este
confesor, Monseñor Escrivá al regresar al coche,
me comentó: "¡Que barbaridad, estoy azarado
de los piropos que me ha dicho mi confesor!"
4) ¿Qué individuo, si hubo alguno, ayudó
a Monseñor Escrivá en la formación del
Opus Dei?
No conozco a nadie que le ayudara a Mons. Escrivá,
de una forma directa, en la Fundación del Opus Dei.
Sí en las diferentes etapas de las aprobaciones canónicas:
Alvaro Portillo en primer lugar y después algunos juristas
numerarios del Opus Dei como Antonio Pérez, Amadeo
Fuenmayor y no sé si alguno más.
En los primeros tiempos, le oí decir a Mons. Escrivá,
que había habido, unos doce sacerdotes, de los cuales
dijo que desde el mismo día que le prometieron obediencia,
comenzaron a desobedecerle. Al único que yo conocí
de esos sacerdotes en la Residencia DYA, fue a don Lino y
lo mataron en Madrid durante la guerra civil.
5) ¿Cuál fue la razón de Escrivá
para añadir Balaguer a su apellido?
Yo supongo que ese interés por darle importancia a
su apellido, estaba relacionado con el trauma, infantil del
que ya he hablado. Se comprobaba fácilmente al vivir
junto a Mons. Escrivá, su gran afección hacia
la aristocracia: Marqueses, Condes, etc. Y, como algunos de
estos personajes, estaban relacionados con algunas monjas
del Real Patronato de Santa Isabel y él era el Rector,
cuando las religiosas le presentaban a algunos de estos aristócratas
y oían que su apellido era Escrivá, enseguida
con familiaridad preguntaban: ¿Escrivá de Romaní?,
(conocida familia aristocrática) Y al decirles él
que no, ellos mostraban un ostensible rechazo que a él
le proporcionaba un tremendo malestar. Esto no es una suposición
mía, esto se lo he oído contar al propio Escrivá,
que decidió, sacar a su apellido, su posible procedencia
de "Balaguer", pueblo catalán. Y le añadió
este complemento. Yo presencié la recogida de documentación
que se hizo, para presentarla en el Ministerio de Justicia,
para su aprobación. Trámites que, en general,
no presentaban dificultad.
6) ¿Cómo reaccionaron los sacerdotes
y laicos ante el Opus Dei?
El conocimiento del Opus Dei, tanto de sacerdotes como de
laicos, no se hizo de una manera pública, sino individualizada
y se exigía una gran discreción al que se le
comunicaba. La reacción era estrictamente personal.
Positiva o negativa según los casos.
Cuando algunos de sus miembros aparecieron públicamente
en política, la reacción fue igualmente muy
variada; como sigue siendo. La reacción, en general,
dependía de la actitud que tenían los que la
recibían. Tanto si eran creyentes como si no lo eran.
En cuanto a las gentes de hoy, también depende de la
posición avanzada o retrógrada que tenga el
creyente.
En los primeros años, en los que el Opus Dei presentaba
una actitud avanzada de modernización de la Iglesia,
sus adictos éramos los que deseábamos esa renovación.
Después del Concilio Vaticano II, el signo se ha cambiado
y son los más conservadores los que ven al Opus Dei
con simpatía.
7) ¿Cómo entró usted en el Opus
Dei?
Después de que Pedro Casciaro me presentara a Mons.
Escrivá, como ya he contado, me asignaron un día
fijo a la semana, para asistir a una de las reuniones de una
hora que Mons. Escrivá daba a unos grupos muy reducidos
de estudiantes.
En esas charlas, alrededor de una mesa, Mons. Escrivá
leía y comentaba el evangelio de la semana. También
iba introduciendo suavemente el cumplimiento de algunos normas
que obligatoriamente se hacen en el Opus Dei: Ofrecimiento
de obras, oración, sacramentos y examen. A continuación
se hablaba un rato como en una tertulia. En ningún
caso se hacia referencia al Opus Dei. El conocimiento del
Opus Dei se hacía directa y personalmente, con un gran
secreto. Pero diciendo que no era secreto, sino simplemente
discreción. Puesto que tampoco íbamos a contar
nuestras intimidades familiares a cualquier persona.
Sin llamar la atención, sino más bien diciéndonos
que era para tener un mejor conocimiento de cada uno de nosotros,
se nos hacía una media filiación: nombre y apellidos,
padres, estudio o profesión y también aficiones
y deportes. Recuerdo que entre mis aficiones yo puse la música
y que me gustaba pintar, y entre los deportes, el esquí.
A los pocos días de haber rellenado esa hoja, al llegar
una tarde, Mons. Escrivá y alguno más me presentaron
un bastidor muy grande de alrededor de 1 '50 X 2 metros, con
un enorme lienzo en blanco y me pidieron que les hiciera un
cuadro para el comedor.
Fui al zoológico a tomar unos apuntes y comencé
a pintar unos ciervos muy grandes en un bosque con mucho verde
y azul. Como se tardaba bastante en rellenarlo, tuve que ir
muchas tardes. Mons. Escrivá se sentaba a mi lado y
hablábamos de muchas cosas mientras yo pintaba.
En una de las primeras sesiones me contó, como muestra
de confianza, su planteamiento del Opus Dei: me explicó
que no me lo decía para nada personal, pero que le
pidiera al arcángel San Gabriel que, como a Tobias,
me dirigiera hacia una chica guapa y rica para casarme. "O...
por si el Señor me pedía más". Esta
era un frase que él repetía siempre en casos
análogos.
A mí me entró una gran preocupación.
Pero él me dijo que no me preocupase y que, como yo
padecía escrúpulos de conciencia, él
me ayudaría a desterrarlos, y que estuviera tranquilo.
Pedro Casciaro y Francisco Botella estudiaban arquitectura
como yo y vivían en la Residencia. Habían entrado
en la Obra y comenzaron con un acoso tremendo hacia mí,
para que yo también entrara. Yo les respondía
que yo me dirigía con Mons. Escrivá. Estaba
tranquilo y nada dispuesto a entrar.
Yo vivía con mi hermano, militar bastante mayor que
yo, en un apartamento con dos sirvientas mayores que mi madre
nos había mandado de nuestra tierra.
A mi hermano, que jugaba con frecuencia a la Lotería
Nacional, le tocó el primer premio, 100.000 pesetas.
En aquel tiempo, esta cantidad era muy importante.
Unos días después, Casciaro me llamó
por teléfono para decirme que Mons. Escrivá
quería hablarme. Fui temiendo que me pidiera dinero,
pues la economía de la Residencia estaba muy quebrantada
y cuando llegué, nada más entrar, en el despacho,
Mons. Escrivá me dijó: "creo que tienes
vocación". Respiré al comprobar que no
quería el dinero de mi hermano. Pero no tuve valor
para negarme, aunque estaba muy lejos de sentir el más
mínimo entusiasmo. Desde entonces sentí una
pesadilla que no sabía como quitarme de encima.
Así es cómo yo ingresé en el Opus Dei.
No tengo noticias de que nadie lo hiciera de esa manera.
8) ¿Cuáles eran sus responsabilidades
y deberes como miembro del Opus Dei? Si cambiaron a lo largo
del tiempo. Describa los cambios.
Cuando se entraba en el Opus Dei se hacía un triduo.
Se escribía una carta autógrafa pidiendo la
admisión. Lo primero que decía Mons. Escrivá
era: "La razón más sobrenatural para cumplir
las obligaciones es "porque a cada uno le da la gana".
No se trataba de un mandato. Lo más fuerte que podían
decirte era que si hacías el favor de hacer esto. O
sea, toda la obediencia, "teóricamente" descansaba
en la voluntariedad. Era una cosa bonita de expresar. Pero
en realidad, tenía una enorme carga de coacción.
Teóricamente si se quería, se vivía
en una casa del Opus Dei. En realidad algunos que yo he conocido:
como Rafael Calvo Serer o Alberto Ullastres, casi nunca vivieron
en una casa de la Obra; aunque hacerlo se consideraba de buen
espíritu. No sé ahora que ocurrirá. Me
parece que debe de ser distinto. Hasta creo que en mi tiempo
era también distinto entre los primeros y los que ingresaron
más tarde.
Había unas Normas, unos actos de piedad diarios, obligatorios.
Para el que de buena fe quería compaginarlas con una
intensa labor profesional, era un verdadero martirio casi
imposible de cumplir. Un ofrecimiento de Obras, media hora
de oración, Misa y Comunión; Angelus, los quince
misterios del Rosario, lectura espiritual, otra media hora
de Oración. Visita al SS. Sacramento, Preces y Examen
de Conciencia. Continua presencia de Dios con jaculatorias,
miradas a la Imagen de la Virgen, etc.
Para mí, visto ahora de lejos, podría decir
que se había sustituido la Fe por la Piedad. Por la
piedad religiosa. No por la piedad a nuestros prójimos
que no aparecían por ninguna parte; sobre todo si no
pertenecían al Opus Dei. Económicamente se entregaba
todo lo que se ganaba. Después, los gastos que tenias
que hacer: locomoción, etc. los justificabas detalladamente
a final de mes.
Cada semana se tenía una confidencia con el director
de la casa en la que debían tratarse de todo lo referente
a cuestiones profesionales, de apostolado etc., todo, menos
los pecados, que se confesaban semanalmente a un sacerdote
de la Obra. También había una reunión
de los adscritos a aquella casa; que era presidida por el
director laico, con asistencia del cura de la casa como uno
más.
Cada mes se hacía un retiro espiritual en un día,
generalmente, festivo. Lo dirigía un sacerdote del
Opus Dei. Se hacía con mayor o menor intimidad, según
las personas que asistieran. A veces hasta gente no perteneciente
al Opus Dei.
Cada año, se hacían unos Ejercicios Espirituales
de 4 ó 5 días, siguiendo las pautas de San Ignacio
de Loyola.
No tengo idea de lo que hace la gente joven, ahora. Ni la
tenía tampoco cuando pertenecía a la Obra. Porque
voluntariamente procuraba no estar enterado de toda la estructura
de la organización. Aunque, si sabía, que esa
organización interna, pensada y evolucionada según
el pensamiento de Mons. Escrivá y Alvaro Portillo,
nada tenía que ver con las disposiciones de tipo administrativo
y religioso que para su aprobación, se fueron presentando.
Primero Diocesanas y después de la Iglesia Universal.
Los numerarios las desconocían.
9) Su estancia en el Opus Dei afectó a su personalidad
y a su relación con su familia.
En mi caso concreto, a mi personalidad afectó poco.
Porque los superiores me toleraron una actuación personal
más independiente de lo que era corriente entre los
miembros de la Obra. Ellos, estaban más vinculados
a problemas internos, y sobre todo al proselitismo.
Tal vez, mi inclinación natural a la intolerancia
y mi mal genio, lejos de corregírseme, pienso que se
me fomentó. Hay que tener en cuenta que en la situación
interior en que me encontraba, yo tenía inclinación
a la ira, vicio que después me ha costado tiempo corregir.
Con mi familia, mi principal hecho relevante fue el no vivir
con ellos y no poderles dar, en aquel tiempo por no existir
ninguna aprobación canónica, alguna explicación
clara del porqué había tomado esa determinación.
Aunque toda la peripecia de mi paso a la otra Zona de la Guerra,
explicaba algo de la situación. Posteriormente, me
han comentado algunos familiares, el alejamiento afectivo
que durante aquellos años tuve con ellos.
Cuando terminó la Guerra Civil, Mons. Escrivá
quiso ir a mi pueblo a saludar a mis padres y estuvimos allí
un par de días. También, naturalmente, conoció
a mi hermana Lola. Y tuvo una actitud incorrecta con un sacerdote
de allí, porque le pareció que le había
tratado con poca deferencia. Al regresar a Madrid, me comentó
un pensamiento suyo que a mí me produjo extrañeza:
Que si a mis padres les parecería bien que los restos
de su padre, se trasladaran a nuestro panteón familiar
en Daimiel. Pregunta que transmití a mis padres. Ellos
extrañados como yo, no tuvieron inconveniente. Pero
de esa cuestión no volvió a hablar más.
En los numerosos viajes en coche que yo había hecho
con él, porque le gustaba mucho viajar en coche y a
velocidad, pero sin interesarle demasiado llegar a ninguna
parte, ni contemplar un bello paisaje, así como tampoco
oír una buena música; sino canturrear canciones
frívolas. En uno de esos viajes a Logroño, quiso
que fuéramos al Cementerio en donde, en una tumba muy
sencilla, estaba enterrado su padre.
Al poco tiempo de aquella visita a Daimiel, le escribió
una carta a mi hermana proponiéndole que entrara en
el Opus Dei. Ella fue la primera mujer que entró en
el Opus Dei en este intento de comienzo de la Sección
femenina que anteriormente había fracasado; creo que
dos veces. Esta operación podría llamarse "de
hermanas" de los que ya estábamos allí.
Ingresaron unas cuatro o cinco hermanas de numerarios: de
Jiménez Vargas, Rodríguez Casado, de Paco Botella
etc. Pero sólo creo que quedó al final Lola.
10) ¿Cuánto tiempo fue miembro del Opus
Dei y cuáles fueron las razones que le llevaron a abandonarlo?
El día que me llamó Mons. Escrivá, fue
el 27 de febrero de 1936. Y el día que salí,
el 27 de septiembre de 1955.
Las razones, más que de abandonar, podría decirse,
las razones de haber seguido tanto tiempo queriendo desde
el primer día, no haber entrado.
Es evidente que yo actué siempre -comenzando por mi
entrada en el Opus Dei, de una forma coactiva, inadmisible.
También es verdad que mi entusiasmo y mi deseo de colaboración
dieron pie a que me coaccionaran. A Mons. Escrivá le
dije las mayores impertinencias que nadie en el Opus Dei le
había dicho. Pero todas ellas se referían a
Arte y Arquitectura, sobre todo religiosa. Nuestra discrepancia
fue tan grande que, durante las obras de la casa central en
Roma, Mons. Escrivá me prohibió que me acercara
por allí. Ni siquiera pude hacerlo por razones profesionales
independientes del Opus Dei.
Tengo que aceptar, que esas discrepancias, de concepto y,
no solo artístico, sino también cultural, influyeron
en mi lento alejamiento de los planteamientos, podríamos
llamar teológicos y sobre todo de índole sobrenatural
del Opus Dei.
Conforme el Opus Dei crecía en extensión y
poder, a mí se me iba deshaciendo como fenómeno
sobrenatural.
Al final, la Obra, creció como se esperaba, ya que
siempre tuvo vocación universal. Desde los días
en que la Obra era más pobre y sencilla, creímos
firmemente que llegaría a ser muy importante civil
y religiosamente. Pero aquello, terminó por ser una
máquina para engendrar poder. Yo no veía que
podía llegar a ser el medio cristiano de salvación
del mundo.
11) ¿Tiene usted conocimiento del proceso de
beatificación de Mon. señor Escrivá?
Cuando comenzó el Proceso de Beatificación
de Mons. Escrivá, se comenzó también
la publicación de un Boletín, que daba cuenta
de las vicisitudes de dicho Proceso.
A mí me mandaron siempre ese Boletín y por
él estaba enterado de todo. Entonces pude darme cuenta,
de que la persona que presentaban en este Proceso, no respondía,
en absoluto, a la realidad del Mons. Escrivá al que
yo había tratado con intimidad. Y me creia en la obligación
moral de intentar declarar en ese Proceso.
12) ¿Pudo testificar en el Proceso de Beatificación
ante el Tribunal de la Causa de los Santos?
El lugar en cuya diócesis se iniciaba el Proceso de
Beatificación de Mons. Escrivá era el Arzobispado
de Madrid-Alcalá. Lo regia el Cardenal Tarancón,
con el que yo tenía alguna relación. Y aproveché
para decirle que, yo había conocido muy de cerca a
Mons. Escrivá, y creía en conciencia que debía
declarar. Él me dijo que le parecía muy bien
y que le hablaría al secretario del Tribunal, para
que me incluyese en la lista.
A los pocos días, me dijo que yo no declararía.
Pero que le escribiera a él una carta larga. Así
lo hice. Le mande una carta diciéndole que hiciera
el uso que le pareciera conveniente. Al cabo de unos días,
él me contestó otra carta diciéndome
que había recibido la mía y que me la agradecía
en nombre de la Iglesia y en el suyo propio.
13) ¿Cuál fue la actitud del entonces
cardenal de Toledo (Tarancón) en relación a
su testimonio en el Proceso de Beatificación?
El Cardenal Vicente Enrique y Tarancón, este es su
nombre y apellido completo, no ha sido Cardenal de Toledo,
sino Cardenal Arzobispo de Madrid-Alcalá. Su comportamiento
en lo referente a mi frustrada declaración y después
de conocer los detalles de su actuación, me parece
muy mal.
El tribunal del Proceso, con una evidente falta de imparcialidad,
quería eliminarme; porque sabía que mis apreciaciones
iban a ser totalmente objetivas y de primera mano. Porque
yo no me iba a parar a juzgar si lo que decía favorecía
o entorpecía la causa. Yo iba a actuar como lógicamente
ha de actuar un cristiano. Yo no tenía otro fin, que
el de dejar tranquila mi conciencia.
Unos días después de haberse opuesto el tribunal
del Proceso a aceptar mi declaración, me llamó
un antiguo miembro, del Opus Dei, Alberto Moncada, profesor
de Sociología que había publicado varios libros
críticos sobre el Opus Dei y me dijo: "Me han
requerido para que declare en el tribunal del Proceso para
la Beatificación de Mons. Escrivá. ¿Entiendes
tu eso?"
Yo le contesté: "Lo entiendo perfectamente. Tú
has conocido muy de lejos a Mons. Escrivá. Tus opiniones,
posiblemente, serán muy negativas - cuanto más
negativas, más les gustará. Como consecuencia
de tú salida del Opus Dei, tú te retiraste de
la Iglesia. Sólo servirán para presentarte como
un declarante hostil. Estos Señores tendrán
una muestra muy lucida para contrastar con las abundantísimas
declaraciones laudatorias que quieren presentar."
Pocos días antes del acto de la Beatificación
celebrado por Juan Pablo II en la Plaza de San Pedro, hubo
en la prensa española bastante agitación. Se
desencadenaron bastantes opiniones encontradas. Y en un prestigioso
programa de televisión, titulado "La Clave",
se quiso tratar el tema de la Beatificación de Escrivá
y me llamaron para que interviniese. Les contesté que
en conciencia debía de aceptar, aún cuando,
no me apetecía nada decir lo que tenía que decir.
El programa se desarrolló durante más de dos
horas. Intervinieron en él, el vicepostulador de la
Causa y el Decano de la Facultad de Teología de la
Universidad de Navarra (sacerdotes del Opus Dei) y un periodista
socio numerario del Opus Dei. También estuvieron dos
periodistas independientes. Uno de ellos había escrito
una biografía
crítica de Mons. Escrivá. Un sobrino de éste,
el sociólogo Alberto Moncada, y yo.
El programa tuvo una repercusión enorme, del cual
se hizo eco la prensa. Yo pasé allí un largo
rato muy amargo. Pero todos los televidentes quedaron convencidos
de mi honestidad. De esto he tenido, y sigo teniendo, testimonios
de creyentes y no creyentes. El que decía la verdad,
con conocimiento de causa, era yo. Y digo esto sin la más
mínima satisfacción y con mucha tristeza: Con
la misma situación anímica que respondo a estas
preguntas que ustedes me han mandado y que, como en aquella
ocasión, preferiría no tenerlas que contestar.
Pero estoy convencido de que tengo la obligación moral
de hacerlo; para bien de la Iglesia.
Después de este programa de la televisión,
el periódico "EL País" consiguió
algunas páginas del Proceso secreto de Beatificación
que se guardaban en el Vaticano. En ellas se explicaban las
razones que había tenido el Tribunal para eliminarme
como testigo.
Copio al pie de la letra el testimonio secreto del Proceso.
Texto nº 2, Mons. Javier Echevarría.
Según informaba el que fue Promotor de Justicia, el
Cardenal Tarancón le dijo que, el señor Fisac,
a la vez que presentó su carta, manifestó al
Cardenal Tarancón serias dudas de presentarse a declarar,
poniendo de manifiesto su conducta contradictoria, propia
de su inestabilidad emocional y temperamental.
Esto no es cierto. Mienten el Cardenal Tarancón o
Mons. Echeverría. Yo dije que sentía tener que
declarar. Pero que, en conciencia, tenía que declarar,
dada la cantidad de falsedades que contenía el Proceso.
"Tampoco le llamamos, porque nos consta que se trata
de una persona psíquicamente desequilibrada: escrúpulos
patológicos con manifestaciones de carácter
obsesivo, situación de ansiedad permanente y manía
persecutoria-como el propio interesado reconoce en alguna
entrevista a la prensa-, que no ofrece garantías de
dar un testimonio objetivo".
De entre las falsedades que contienen estas apreciaciones
de Mons. Echeverría, la única verdad es la situación
de ansiedad permanente que yo tuve durante los diecinueve
años y ocho meses por querer salir de allí sin
conseguirlo. Tampoco pude consultarlo con algún sacerdote
de fuera de la Obra, porque nos decían que no lo hiciéramos:
"La ropa sucia se lavaba en casa" y hubiera sido
una falta de lealtad por mi parte.
Y en cuanto a la persecución de la que fui objeto,
después de casarme, no era manía; como se lo
demostré documentalmente en Roma al Obispo Romero de
Lema y a Alvaro Portillo.
En cuanto a mi supuesta inestabilidad emocional y temperamental
así como cuando dice que soy una persona psíquicamente
desequilibrada. Eso lo dice una persona con la que no recuerdo
haber hablado nunca. A no ser que fuera alguno de esos jóvenes
que vi en grupo y a los que nunca traté ni supe como
se llamaban.
Copio otros párrafos del proceso:
Texto nº 2, Mons. Javier Echevarría. 2343 (p.
765)
"Recuerdo otro caso, esta vez se trata de un arquitecto
español. Pidió la dimisión en el Opus
Dei antes de la guerra civil española, y mientras
se dejó ayudar espiritualmente- fue desempeñando
una labor eficaz. Pasado el tiempo y engañado por unos
éxitos relativos en su profesión, pretendió
desasirse de lo que comenzaron a parecerle exigencias duras.
Era hombre bueno, pero complicado de cabeza. Se dejó
dominar por una soberbia vana y cometía grandes imprudencias".
1. Yo no pedí la admisión en el Opus Dei. Se
me llamó y se me coaccionó para que entrara.
2. ¿Por qué dice Mons. Echeverría que
fui desempeñando una labor eficaz? ¿Por qué
ganaba dinero?
3.¿ A qué le llama Mons. Echeverría
unos éxitos relativos? ¿A que me concedieran
la medalla de Oro en la Exposición de Arquitectura
religiosa en Viena (1954), primera condecoración internacional
que se daba en España después de la guerra y
apareciera en los diccionarios y las revistas profesionales
de todo el mundo?
4. ¿Cuáles eran esas exigencias duras? Yo podía
hacer lo que quisiera, dar la vuelta al mundo, sólo
como lo hice, ir a donde quisiera y cuando quisiera; claro
que todo, eso lo hice por razones profesionales. Las exigencias
me las imponía yo.
5. No recuerdo que nadie me dijera que cometía graves
imprudencias. ¿En qué consistían esas
imprudencias? Quiero hacer memoria: Una de las veces que fui
a Roma, y paseando por los alrededores de casa con Mons. Escrivá
y Alvaro Portillo me dijeron, muy indignados, que no estaban
contentos con los que mandaban en Madrid, concretamente con
Pedro Casciaro. Me pareció que intentaban depositar
en mí una mayor confianza en temas internos del Opus
Dei. Cuando volví de Madrid creí que como amigo
leal debía de darle a entender a Pedro, estas disposiciones
de Mons. Escrivá y de Alvaro Portillo. Y eso les molestó.
Pensaron que yo no era persona de la que se podían
fiar para guardar secretos de esa índole, cosa que
me alegró mucho.
2344. - (p. 766) El Siervo de Dios le llamó en
varias ocasiones a Roma, para hacerle comprender que su camino
era claro y que debía decidirse a dejarse ayudar. Fue
entonces cuando empezó a dar a entender que había
más problemas de costumbres que de cabeza. Se le ayudó
a superar ese bache, pero no quiso aceptar más auxilio.
He presenciado las largas horas de atención que le
dedicó al Siervo de Dios cuando comenzaron sus crisis
de vocación. Se mostraba siempre muy agradecido, pero
se iba cerrando a toda ayuda.
Efectivamente, Mons. Escrivá me llamó en varias
ocasiones a Roma. Pero en ningún caso para tratar de
mis problemas espirituales. Me llamó para que estudiara
problemas profesionales en la Casa Central de Roma.
No comprendo eso de que mis problemas eran de costumbres
más que de cabeza. ¿Cuáles eran esas
costumbres? Este Monseñor se ha inventado una mentira,
dando a entender veladamente algo sucio: eso es calumniar.
En cuanto a que me mostré siempre agradecido, es cierto.
Como toda persona bien nacida soy agradecido a las muestras
de cariño que todos tenían conmigo.
Me iba cerrando a toda ayuda porque lo que quería
era irme. Y quería irme, porque hubiera perdido la
fe. Sino porque quería irme de aquella Organización
que cada vez me gustaba menos como Institución limpia
y cristiana.
Mons. Echeverría dice que presenció las largas
horas de atención que me dedicó el siervo de
Dios. No sé desde donde presenció él
todo lo que dice que vio sin verle yo. Sin embargo no explica
como pudo ser que a una persona tan "psíquicamente
desequilibrada",
Mons. Escrivá le nombró Socio Elector (el mayor
rango jerárquico entre los socios numerarios de aquel
tiempo)
También quiso hacerme el único Socio Seglar
de la Sociedad de la Santa Cruz. El me había prometido,
para tranquilizarme, que no me ordenaría sacerdote
y deseaba que en la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz hubiera
algún socio que no fuera sacerdote.
Yo he conocido muy directamente, de entre los miembros del
Opus Dei que convivían conmigo, la designación
caprichosa ejercida por Mons. Escrivá de cuáles
habrían de ordenarse sacerdotes y cuáles no.
En una actitud como de juego y de negación de la libertad
más elemental. De cómo algunos que tenían
verdadero deseo de ser sacerdotes, como Fernando Valenciano
y Vicente Rodríguez Casado no fueron nunca designados,
y otros muchos, que al decirles que se iban a ordenar, les
creaba una fuerte turbación espiritual. Muchos de ellos,
fueron arrastrando esa turbación hasta que se salieron
del Opus Dei y consiguieron pasar al estado laical.
Un domingo que estaba yo almorzando en la casa de mis padres,
me llamó Alvaro Portillo urgentemente. Me dijo que
Mons. Escrivá quería hablar conmigo. Regresé
a la casa central de Diego de León rápidamente.
Se iba a aprobar en la Curia Romana, la Sociedad Sacerdotal
de la Santa Cruz. Mons. Escrivá me dijo que quería
que hubiera algún socio seglar permanente en ella y
que quería nombrarme a mí. Entonces yo le pregunté
si podía decir que no. Él contestó que
sí que yo podía decir que no. Entonces yo dije:
"¡Pues no!" y me retiré.
Cuando a última hora de la tarde asistimos a la Bendición
del Santísimo en la Capilla, como todos los domingos,
a la salida, Alvaro Portillo me comentó: "¡Menudo
disgusto le has dado al Padre"!
¿Y yo me pregunto: ¿Para qué iba a querer
Mons. Escrivá a un desequilibrado en un puesto tan
singular? Produce mucha pena que personas como Mons. Echeverría,
valiéndose de una Institución religiosa aprobada
por el Papa, mienten maliciosa y gravemente, sabiendo que
mienten.
Texto nº 2 Mons. Javier Echevarría, 2334 (p.766)
Ante su insistencia, se le concedió la dispensa,
porque no quiso avenirse a ningún razonamiento. Pasado
el tiempo, entre sus desgracias familiares y sus fracasos
profesionales, se han ido enrareciendo más su carácter
y sus ideas, no dudando en autodefinirse un hombre de condiciones
peculiares.
Una vez resuelta mi salida del Opus Dei y después
de volver de Roma para marcharme a la casa de mis padres.
La última noche que yo dormía en Diego de León,
llegó, a última hora, mi confesor Paco Botella.
(Él vivía en otra casa del Opus) Y me dijo:
Que había recibido una carta del Padre que no debía
enseñarme, pero que me la iba a enseñar. (Esta
era una manera de decir las cosas oblicuamente, muy al uso
de esta Institución.) En esa carta, Mons. Escrivá
le decía, que sentía mucho que yo me marchara,
porque lo iba a pasar muy mal y sería un desgraciado.
Y eso que no era una profecía, sino un deseo de Mons.
Escrivá, sus hijos y socios del Opus Dei han procurado
por todos los medios que se cumpliera.
Sin embargo, gracias a Dios, mi matrimonio no ha podido tener
un desarrollo más limpio y más feliz.
Quisieron instrumentar vilmente la muerte de mi hija, causada
por una vacuna contra la poliomielitis. Y luego han intentado
con todo su potente poder, desprestigiarme y aislarme profesionalmente,
pues disponen de un gran poder económico y político.
Texto nº2 Mons. Javier Echevarría, 2344 (p. 766)
Relata como ejemplo, que la víspera de su Primera
Comunión, como había entendido que el ayuno
le prohibía tomar nada, pasó todo el tiempo
escupiendo para no tragar saliva.
Esta anécdota ha sido contada por mí en varias
ocasiones. Y no es una demostración de anormalidad,
lo único que demuestra es la rígida imposición
del ayuno, al que nuestra Santa Madre Iglesia sometía
a sus fieles, desde las doce de la noche del día anterior,
hasta el día siguiente en el que se iba a comulgar.
Texto nº 2, Mons. Echevarría 2344 (p.766) Se
ha proclamado defensor de divorcio porque dice- La Iglesia
no puede imponer esta obligación a los que no tienen
fe; y así con planteamientos de este tipo- razona
ahora.
No soy defensor del divorcio, soy defensor de la libertad
de conciencia.
Es muy triste que mientras cuelan estos mosquitos de fariseos,
el amor a un prójimo, que no sea' de la Obra, esté
totalmente ausente en el espíritu y en la conducta
de los miembros del Opus Dei.
Texto nº 2, Mons. Javier Echevarría 2344 (p.
766).
Puedo asegurar que el Siervo de Dios siempre le ayudó
con caridad heroica. Rezó por él y siempre le
quiso bien, perdonando las afirmaciones calumniosas que hacía.
Decirle a Mons. Escrivá, directamente, que tenía
muy mal gusto. Que no entendía nada de Arquitectura
ni de Música ni de Cultura en general: no era ninguna
calumnia.
Durante muchos años, la construcción de la
Casa Central de Roma fue un asunto de la máxima importancia
para Mons. Escrivá. Exigió una movilización
general de todos los socios, para conseguir el dinero necesario.
Se invirtieron millones y millones en lujos de muy poca calidad
artística: pero a la manera Renacentista. Porque todos
estos detalles frívolos eran para él de un interés
capital.
14) ¿Desea añadir algunos comentarios
adicionales?
En todos estos acontecimientos en los que me he encontrado
envuelto y dándome cuenta de la responsabilidad que
contraigo con mis apreciaciones, procuro que éstas
sean lo más objetivas y desapasionadas. He dado un
minucioso repaso a lo que he vivido al lado de Mons. Escrivá
y las acciones que he presenciado, con expreso deseo de no
querer juzgarlas.
- Mons. Escrivá era de una personalidad muy complicada
y muy desconcertante.
- Mortificado y mortificador.
- Que emitía juicios durísimos. Que no hablaba
bien de nadie, ni de fuera ni de dentro de la Obra, (algunos
de sus juicios me repugnaron) no recuerdo haberle oído
hablar bien más que de Alvaro Portillo. Con especial
sentido crítico de los eclesiásticos, frailes
y monjas.
- Se sentía propietario "de su invento":
de la espiritualidad del Opus Dei, -hasta el extremo de sentir
resquemor por la buena acogida que tuvo un libro de un sacerdote
del Opus Dei: Jesús Urteaga, que se titulaba "El
valor divino de lo humano" y que rara era la página
que no citaba alguna máxima de Camino.
- Estaba plenamente convencido, que había sido elegido
por Dios para reformar profundamente a la Iglesia, desde su
cabeza. Se encontraba como abrumado de tantas gracias que
inmerecidamente había recibido.
- Aunque esa humildad, que le vi expresar en casos en que
se le alababa y él controlaba la situación,
no la observé nunca en los casos en que otros, más
o menos consciente y explícitamente lo habían
humillado.
Cada vez estaba más convencido de lo importante que
era: En el transcurso de los ¡años en que yo
viví con él, ese engreimiento iba en aumento.
En una ocasión, a algunos de los mayores nos relató
que había hablado con algunos jesuitas, que se quejaban
de que los primeros que vivieron con San Ignacio de Loyola,
no consideraron interesante conservar los objetos, edificios
y lugares en los que habían sucedido hechos importantes.
Y que nosotros seriamos tontos si hacíamos lo mismo.
En el relato que he explicado anteriormente, de la noche
pasada en Rialp, hay un hecho del que yo casi no me apercibí,
y que luego le vi contar a Mons. Escrivá de una forma
un poco difícil, puesto que quería decirlo,
pero quería que pareciera que no lo decía.
Aquella noche. Cuando él estaba con una gran congoja
por haber dejado a Alvaro Portillo en los peligros de Madrid.
Y ante la imposición violenta de todos nosotros y sobre
todo de Juan Jiménez Vargas que le amenazó diciéndole:
"Yo le paso a usted a la otra Zona aunque tenga que llevarle
a rastras por los pelos", Mons. Escrivá le pidió
a la Virgen la siguiente señal: Que en pleno invierno,
a esa altura del Pirineo, creciera una rosa.
A la mañana siguiente, al amanecer, Mons. Escrivá
salió de aquel horno y dio una vuelta por los alrededores.
Allí había restos de una ermita que habían
incendiado los milicianos Republicanos. Y al pasar dentro,
se encontró con el retablo de madera destruido, y una
rosa de madera dorada. Rosa que él cogió y que
yo pude ver, después, en la vitrina que tenía
llena de recuerdos en sus habitaciones particulares de la
Villa Central de Roma.
Al cabo de bastantes años de haber salido yo del Opus
Dei y no haber vuelto a ver al médico y catedrático
de Fisiología, Juan Jiménez Vargas, éste
me llamó para decirme que quería hablar conmigo.
Y llegó a mi Estudio con una colección de fotografías
de toda la zona del Pirineo, El horno, la ermita y los diferentes
sitios por donde habíamos cruzado.
Me dijo que estaban comprando todos aquellos lugares para
conservarlos como reliquias.
La pregunta que él quería hacerme era saber
si la escalera fotografiada que había para subir a
aquel horno, era la auténtica.
Todo esto demostraba que habían tomado con toda seriedad
la idea de conservar aquellos recuerdos. Y Mons. Escrivá
en aquella época aún vivía.
En realidad, ¿cuál es la espiritualidad del
Opus Dei? Yo diría que entre la denominación
clásica de espiritualidad ascética y espiritualidad
mística, la que se propugna vivir en el Opus Dei es
la ascética. Sometida a rígidas normas de piedad
y de penitencia: tiempos marcados de oración, y de
cilicio y disciplinas, y dormir un día a la semana
en el suelo con un libro por almohada. Esta vida de mortificación
está, también, regladamente atenuada por unas
comodidades y un lujo, exigidos en las casas donde se vive,
en el vestir personal, etc. Unas sirvientas te hacen la cama,
te sirven la comida, etc.
La intención de conseguir que cada uno viva con unos
servicios y un lucimiento equivalentes a los de las personas
de su misma profesión y situación social, se
ha transformado en una forma de vivir mucho mejor y más
llamativa y ostentosa.
Pero, en su esencia, ¿qué es lo que reporta
todo este entramado de espiritualidad? Los frutos. ¿Cuáles
son los frutos? Los frutos son los de una gran empresa mundana.
Un día, que no olvidaré porque tengo su amargor
en el alma, me fue a ver un compañero que yo había
tenido cuando estudiaba el Bachillerato y me contó
su situación económica familiar, desesperada,
y me pidió que le prestara un dinero. Le dije que volviera
a la mañana siguiente. Porque esta decisión
yo no la podía tomar por mí mismo. Lo consulté
con mi director, y él me prohibió en absoluto,
que le diera nada: a él le prohibía consentirlo
el espíritu del Opus Dei.
Desde luego, cumplir las normas y dormir en el suelo es molesto:
pero no hace buenos a los hombres.
Hay un tema que yo he vivido muy tangencialmente: el de la
enseñanza, que es de la máxima importancia hoy
en el Opus Dei.
Yo le oí decir muchas veces a Mons. Escrivá,
que los fundadores de Órdenes y Congregaciones religiosas
habían aparecido para resolver situaciones de gran
necesidad social; para cuidar ancianos y niños desamparados,
para redimir prostitutas, etc. Pero que sus continuadores,
después, habían terminado haciendo grandes negocios,
a base de colegios para educar niños ricos. Y estas
últimas palabras las recalcaba con gran fruición.
Sin embargo, yo asistí a la creación del colegio
Gaztelueta en Bilbao, que dijo que se hacía como excepción,
porque se lo había pedido a Mons. Escrivá, la
madre de Pedro Ibarra, Marquesa de Mac-Mahón.
Después - ya, estando yo fuera del Opus Dei he comprobado
el rumbo diferente que ha tomado el desarrollo de la Obra.
Se han organizado colegios y más colegios para niños
ricos. Y estaban aún vivos y con plena autoridad, tanto
Mons. Escrivá como Alvaro Portillo.
Esto y otras metas esenciales en el primitivo planteamiento
del Opus Dei responde a una orientación a la que tanto
yo les oí criticar a ellos, cuando se referían
a otras instituciones religiosas.
El ver, hoy, de lejos, a una Organización tan poderosa
y tan temible, que ha absorbido a tanta gente joven y generosa
que llegó a ella con intención de servir a Dios,
me produce mucha pena. Y pido a Dios, todos los días,
por Mons. Escrivá: por la salvación de su alma.
Index of Names
Alastrue, Eduardo: Member of Opus Dei, who passed into the
National zone through the Madrid front with Alvaro Portillo.
p. 5
Albareda, Jose Maria: An Opus Dei member. Pp 2,4 Albas, Carlos:
Nephew of Eseriva, Opus Dei's Founder. p. 21
Alonso, Enrique: Opus Dei member; lefi Opus Dei, later became
supernumerary. p. 3
Alvira, Tomas: A friend of Jose Maria Albareda; one of the
first supernumerary members of Opus Dei. p. 4
Badeil, Ana Maria: Miguel Fisac's wife, whom he married in
1 957.iv
Bella, Florencio Sanchez: Was Opus Dei Cornissary in Spain.
p. 8
Botella, Francisco: University professor and a nutnerary
member of Opus Dei as one of the first priests. p. 14.
Botella, Paco: A member of Opus Dei; sisterjoined Opus Dei
but later lefi; Miguel Fisac's confessor. Pp 2,6,8,17,25
Casado, Vicente Rodriguez: A member of Opus Dei; sister joined
Opus Dei but later left; desired to be a priest in Opus Dei
but was not chosen. Pp 5,17,25
Casciaro, Pedro: Companion to Miguel Fisac; also a student
of architecture; a numerary member of Opus Dei, also one of
the first Opus Dei priests. Pp 1,2,4,14,23
Arriba
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