'LO
MEJOR': CARIDAD versus SERVICIO
Antonio Ruiz Retegui
Sacerdote numerario del Opus Dei
1999
La virtud de la caridad que debemos vivir los seres humanos
tiene como modelo el amor que Dios tiene al hombre. Dios quiere
a su criatura humana deseándole el bien, llamándola
a la bienaventuranza, pero de tal forma que no se lo impone
sino que "la hace ser ella misma". El amor de Dios
es el principio de la libertad de la criatura.
Por eso "querer bien" a alguien no se puede expresar
adecuadamente diciendo sólo que es "querer lo
mejor" para esa persona. Ciertamente, si se toma esa
expresión en sentido pleno, es decir, considerando
que lo mejor es Dios, es indudable que esa frase dice verdad.
Pero hay que tener en cuenta que a Dios se ese puede llegar
de muy diversos modos. Dios se reveló como el Dios
"Altísimo", es decir, el que está
por encima de todas las opciones concretas y de los modos
culturales o institucionales. El paganismo consistió
esencialmente en la identificación del propio camino
con lo Absoluto o lo divino. Por eso la frase "querer
lo mejor" o "querer llevar hacia Dios" puede
tener un sentido peligrosamente absolutizante del propio modo
de actuar.
Además podría ser interpretado como si la caridad
fuera imponer las cualidades buenas aún en contra de
la voluntad de presunto beneficiado. Pero esto es equivocado,
pues "lo mejor" para la persona no puede imponérsele:
ha de ser fruto del ejercicio de su propia libertad.
Hay un tipo de amor que pone muy directamente en presente
la persona del que ama. Este es el caso del amor humano de
enamoramiento. En esta forma de amor, la persona que ama se
hace objeto directo del amor, y es a través de ese
amor a su persona como lleva al amado a mejor.
Pero hay un amor distinto, el amor llamado de caridad que
no debe poner a quien ama como objeto del amor del amado,
sino que debe buscar sencillamente el bien del amado. Éste
es el equívoco de quienes piensan ayudar a que los
demás sean mejores en base a su propio cariño.
Cuando esto se acentúa mucho, la caridad se hace untuosa,
y entonces el cariño que pretende ayudar se hace equívoco:
se asemeja demasiado al amor de enamoramiento, y da lugar
a problemas afectivos inquietantes.
Por eso son tan adecuadas las palabras con las que Newman
comienza su famosa definición del gentleman: "Decir
que el caballero es una persona que nunca hace daño,
equivale casi a definirlo. Esta descripción, además
de ser refinada, es hasta cierto punto, precisa. Su tarea
principal consiste en eliminar los obstáculos que se
oponen a la libre actividad de aquellos que lo rodean. Más
que tomar la iniciativa por cuenta propia, es una ayuda para
la acción propia de los demás. Su ayuda se podría
comparar a la de aquellas cosas que se denominan comodidades
o facilidades para las disposiciones de naturaleza personal:
algo así como una butaca o un buen fuego, que tienen
su papel a la hora de superar el frío o el cansancio,
aunque la naturaleza proporcione, también
sin ellos, tanto medios para descansar como calor animal"
(obviamente el subrayado es mío). Con esa última
frase se expresa que el que ayuda no se hace insustituibles
a diferencia del que ama con amor humano.
Esto significa que el que quiere de verdad efectivamente
desea las buena cualidades, pero lo hace de manera que facilita
que la persona amada ponga en juego sus propias capacidades
activas con libertad y confianzas de manera verdaderamente
humana.
El que tiene auténtica caridad no avasalla con su
actitud, no entra con violencia en la vida de la otra personas,
no fuerza a la persona que quiere. El que quiere de verdad
no se hace notar demasiado. El efecto de su afecto no es hacer
ver que él quiere mucho sino que cada cual se siente
capaz de dar lo mejor de sí mismo. Por eso, la posición
de quien se alza destacando y mostrando una solicitud vehemente
por alguien, no está queriendo de verdad. Probablemente
esté adoptando esa actitud para reprochar indirectamente
a otros que no han tenido esos detalles.
Tampoco quiere para afirmar su propia caridad. Esto es especialmente
importante cuando se presenta la tentación que tener
detalles de cariño con alguien con el fin de ganarlo
para un partido. Y mucho más cuando se pretende apartarlo
de otra persona. Por eso cuando alguien adopta una actitud
de tener unos detalles con otros que las otras personas no
han tenido, no está velando sinceramente por esa persona,
sino que está marcando la diferencia entre su cariño
y el de los demás, con el fin de mostrar la propia
superioridad.
Esta actitud que pretende poner a los demás en el
propio partido se muestra con frecuencia en manifestaciones
muy tajantes de ola propia opinión de forma que se
fuerza a una alternativa del tipo de "o conmigo contra
mí". En las conversaciones ordinarias esto se
suele manifestar cuando después de decir la propia
opinión se añade un "¿o no?",
lo cual hace difícil el disenso sereno y respetuoso.
El amor bueno se llama benevolencia, que es el respeto de
la teleología de cada uno, de forma que esa teleología
se reconoce y se ayuda para que se logre. El fruto de la benevolencia
es que la persona querida sea mejor, según ella es
en sí misma, es decir, que pueda cumplir su propia
finalidad. Esto supone que se ha respetado su libertad.
El bien de las personas está marcado por su teleología
y no por lo que es definido como tal desde instancias institucionales,
que suelen ser interesadas y parciales. Si se adopta esta
perspectiva es fácil imponer a las personas "lo
mejor" según los juicios institucionales, sin
atender adecuadamente a la persona. La persona presuntamente
querida no es reconocida entonces en su verdadera condición
personal, sino solamente como miembro de la institución,
como representante de una cualidades u opiniones compartidas
por todos los miembros. Ese nivel de la existencia no alcanza
a lo verdaderamente personal.
Por eso un criterio irrenunciable es el respeto a la libertad
de cada uno y, de manera particular, el respeto a su intimidad.
En este sentido la Iglesia Católica da una muestra
egregia de respeto a la persona con su institución
del sigilo sacramental. En efectos en el sigilo, que no puede
ser violado absolutamente, se muestra que la intimidad de
la conciencia no puede ser violadas ni siquiera con la presunta
intención de ayudar más a la persona. Esto enseña
que el bien de la persona no se puede procurar a costa de
ella misma. Ni siquiera en las instituciones vocacionales
de búsqueda de la perfección se permite que
la conciencia sea asunto que se pueda tratar en el fuero externo.
El canon 630 §S prohíbe taxativamente que los
superiores traten de invadir el terreno de la conciencia de
los que les están sometidos incluso institucionalmente.
En esta práctica multisecular y ampliamente experimentada
se advierte que la intimidad de las personas pertenece sólo
a ella misma y a Dios.
Todo esto es especialmente delicado cuando la intimidad de
las personas está más al alcance de algunas
personas, por ejemplo, por la cercanía en la convivencia
diaria. Sería cruel fomentar o aceptar la denuncia
de una persona por parte del cónyuge, hecha ante un
extraño, con el pretexto de que "así podrá
ayudarle mejor". Esto sería gravemente equivocado,
porque supondría la posibilidad de una ayuda a la persona
a costa de la intimidad de la misma persona.
Quien quiere de verdad se muestra en que saca de la persona
a la que quiere "lo mejor" de ella misma, hace que
ella misma descubra sus posibilidades, pero lo hace de forma
que quien ha ayudado casi desaparece. El buen maestro no es
que el suscita admiración de sus discípulos,
sino el que hace que el discípulo se advierta a sí
mismo capaz de cosas grandes.
Cuando quien ayuda se muestra demasiado, es señal
de que no está buscando el bien de la persona, sino
que se está buscando a ella misma, y que pretende dejar
constancia pública de su solicitud por los demás.
Eso no es amor de verdadera caridad sino lo que C. S. Lewis
llama "afecto" en su análisis de "Los
cuatro amores".
Quien ama no se escandaliza de la conducta de los demás,
ni pretende que los demás sean buenos de la misma manera
que ella pretende ser buena. La bondad tiene muchos caminos,
y casi todos pasan por trances de dificultad.
Quien ama sabe cuando conoce de verdad a las personas y por
eso no las juzga desde unas pocas magnitudes que puedan estar
vigentes institucionalmente en un determinado momento. Esto
es así porque quien quiere con amor auténtico
no toma como medida de su conocimiento las "constantes"
que le interesan por el motivo que sea, sino que toma como
medida la realidad teleológica de las personas. Esto
exige atención, actitud de fondo contemplativa, abandonando
la propia centralidad interesada.
Todo esto implica que quien quiere bien adopta por ello mismo
una actitud de servicio. Cuando alguien se muestra celosa
de su posición preeminente, y mucho más si a
busca o pretende lucirla aún sin tenerla, es seguro
que su caridad es fingida y engañosa.
Ése es un riesgo que tiene lugar especialmente en
el seno de las relaciones humanas muy marcadas por un ámbito
"institucional" en que se marquen mucho las diferencias
entre las personas según la situación institucional.
Aparece entonces un tipo de personas que se podría
calificar de "jerarquistas". Esto deriva fácilmente
en actitudes "clasistas" en personas que quizá
sean en realidad unas "catetas" promocionadas solamente
por la situación institucional. Este peligro se hace
patente en que la persona que ha caído en él
no se pone habitualmente en la situación "de igual
a igual" con cualquiera.
Quien se siente a sí mismo afianzado sobre todo por
la posición institucional, si no supera esa situación,
no puede querer. Puede ser que desempeñe tareas que
oficialmente sean "ministeriales" o de servicio,
pero si quienes tienen la tarea de ayudar, en las funciones
que sean, es decir, quienes están "a su servicio",
no la quieren de verdad, sino que se sienten miradas "desde
arriba", "marcando la jerarquía", "guardando
las distancias", poco comprendidas, es seguro que no
quiere de verdad. Por eso, a veces tenemos personas muy cerca,
por ejemplo, trabajando en el servicio de la casa, y no se
advierte que se sientan animadas a participar de nuestro espíritu.
Hay algunas personas que desempeñan estos cargos que
son literalmente detestadas por la mayoría de los demás.
A veces se justifican afirmando que para ayudar a veces hay
que hacer un poco de daño, una "operación
quirúrgica". Pero esta justificación es
precipitada. Más bien habría que hacer examen
para tratar de entender que quizá tiene actitudes que
son estrictamente odiosas, como por ejemplo, el afirmar tan
ridículamente aspectos institucionales que no se compagina
con la atención real a la singularidad de las personas.
Por supuesto, esto tiene una muestra inequívoca en
que cuando esas personas ya no se encuentran en puestos institucionales
de preeminencia, no saben vivir la caridad "desde abajo",
es decir, en la situación de quien debe ser dirigida
y recibir consejos que no se espera¡ o que no responden
a su visión concreta y quizá estrecha de la
realidad.
"Yo estoy en medio de vosotros como quien sirve".
"El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido sino a
servir". Cuando en un ambiente quien debe ayudar a los
demás adopta una actitud de recibir servicios o respeto
y aparece "muy celosa" de su dignidad, es seguro
que no podrá ayudar según el espíritu
de Cristo.
La Virgen se definió como la Esclava del Señor,
y eso la hizo esclava de todos: de su prima Isabel, de los
que estaban en la Bodas de Caná...
"Dios mío, ¿por qué es usted tan
cielo?" decía una jovencita que se sintió
impulsada a abrir su corazón un tanto angustiado con
algo de verdad grave, a la directora del centro en que trabajaba.
Es que esa directora, por supuesto, sin decir que aquello
fuera bueno, no se escandalizó, sino que la comprendió
inmediatamente y se mostró dispuesta a ayudarla. Ciertamente
en esa directora hay una calidad muy fuera de lo común,
pero es lamentable que eso sea algo raro entre las personas
de nuestros centros.
La clave de todo esto se podría expresar haciendo
referencia al principio general de que la gracia no quita
la naturaleza, ni prescinde de ella, sino que la supone, la
sana y la eleva.
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