INFORME
SOBRE EL OPUS DEI
Autor: A. G. -Numerario-. 1995
1. CONSIDERACIONES GENERALES
a) Espíritu y letra
b) Fractura entre el mundo y la Obra. Ghetto social y cultural
c) Heteronomía y autonomía
d) Interés y verdad
2. VIDA INTELECTUAL
3. CULTURA
4. AMISTAD. RELACIONES PERSONALES
5. SOBRE LA PRAXIS DE LA OBEDIENCIA
6. SOBRE EL MODO DE VIVIR LA POBREZA
7. FORMALISMO EN LA DIRECCIÓN
ESPIRITUAL
8. VIDA Y TONO EN LOS CENTROS
9. CONCLUSION
1.- CONSIDERACIONES GENERALES
Como hago constar en la carta adjunta, donde describo mi
trayectoria vital respecto a la Obra, en numerosas ocasiones
he hablado con los directores (centrales, regionales, de la
delegación y locales) sobre diversas concreciones temporales
del espíritu de la Obra, que, a mi juicio, no respondían
a las auténticas exigencias de ese espíritu.
Quizá ahora pueda ser de utilidad enviar este informe,
donde resumo muy someramente algunas cuestiones - intento
que sean las principales- de las que he hablado a lo largo
de más de doce años.
a) Espíritu y letra
1.- En esencia, me parece que en la Obra ha habido -y hay-
una tendencia muy fuerte a plasmar el espíritu en concreciones
temporales, de tal manera que dichas concreciones vengan a
constituir lo que se llama hoy día el Opus Dei. Con
estas concreciones me refiero a los criterios, al régimen,
a "lo previsto", etc. Un buen ejemplo de lo que
digo fue el volumen llamado Praxis, donde se regulaba todo
lo que uno de Casa debía hacer u omitir cada día
de su vida y durante toda su existencia.
El problema reside en que la vida se resiste a ser formalizada
según una criteriología: ni siquiera se puede
encerrar en normas muy generales y de carácter negativo
(por ejemplo, no matarás) como los códigos morales
y deontológico, pues la irreductible individualidad
de la acción hace que tales normas se muestran insuficientes
como guía de conducta; de ahí la necesidad de
la virtud de la prudencia, de la conciencia de cada sujeto,
etc. Si además, como sucede en Casa, se intenta no
sólo dar unas directrices muy generales y amplias,
sino establecer todo una sistema de régimen, normas,
criterios, etc., la vida real se resiente de tal intento de
encorsetamiento.
Además, nuestro espíritu es una llamada a la
libertad, a la interioridad, a la autonomía, a la virtud,
para retransformar la cultura, el pensamiento la sociedad
entera, de tal modo que se de una auténtica recristianización
del mundo. Todo esto es muy difícil -incluso perjudicial-
intentar realizarlo a través de normativismos externos:
la virtud no se adquiere por decreto. Es más, el sinnúmero
de circunstancias de las personas de Casa, la enorme diversidad
de los ambientes, mentalidades, tareas, lleva a un dinamismo
multiforme que es imposible guiar a base de criterios y disposiciones.
Pero sucede, además, que esas disposiciones son establecidas
sin un auténtico conocimiento de la realidad en que
viven y obran los de Casa, puesto que muchas veces los directores
han sido siempre y sólo directores o han estado encerrados
años y años en Roma. Pero es que incluso aunque
no fuera así, la realidad -y más en nuestros
días- ha experimentado y experimenta continuamente
cambios, de tal modo que es imposible mantener un sistema
formalizado que sea una verdadera ayuda.
Por eso mismo, se ha entrado desde hace años en una
dinámica de continuo "aggiornamento" de la
Obra (cosa que nuestro Padre señaló abiertamente
que jamás se daría). Si, por el contrario, se
hubiese dejado plena libertad a la gente -una vez recibida
la formación adecuada; tras unos cuantos años
en Casa- , cada uno hubiera actuado como juzgara oportuno,
entonces el "aggiornamento" hubiera resultado simplemente
innecesario. Sin embargo, sucede precisamente lo opuesto:
al estar todo normalizado según criterios abstractos,
se impone un continuo "aggiornamento".
Pongo algunos ejemplos, muy de detalle pero claros, que ilustren
lo que quiero indicar. Antes estaba mal visto que los de Casa
subiesen al presbiterio en las iglesias públicas, y
mucho más las mujeres; hoy día sucede justamente
lo contrario: está recomendado. Igualmente se prescribía
que los de Casa asistiesen con misal a la Misa o las mujeres
con velo, luego se estableció lo contrario. Se prescribe
también sobre el modo en que ha de vestir una numeraria
(antes nunca con pantalones), lo cual hace que haya que cambiar
los criterios (ahora sí con pantalones) e incluso intentar
una regulación normativista (en tal momento sí;
en tal circunstancia, no). Se podría seguir haciendo
una lista no pequeña de cosas consideradas de espíritu
que han tenido que ir cambiando o que necesariamente cambiarán
(eso sí, siempre por normatividad externa): los numerarios
no tienen cuentas bancarias o las tienen entre varios o las
tiene uno sólo pero sin tener los cheques o..., las
numerarias no fuman, los numerarios y agregados no van al
cine o a espectáculos públicos, etc.
2.- Este sistema de formalización de la vida se agudiza
más en el caso de los numerarios (y agregados). Para
decirlo de un modo gráfico, me parece importante darse
cuenta de que la frase "los numerarios hacen - o deben
hacer - tal o cual cosa" simplemente no debería
existir (excepto para el celibato y el ayudar económicamente
con lo que les reste tras cumplir con sus obligaciones). No
existe la categoría "numerario" ni para criterios
generales o modos de vestir o modos de vivir o..., ni tampoco
para actuaciones concretas (en la fiesta de una obra corporativa,
por ejemplo). Pero, en la Obra, sucede precisamente lo contrario:
incluso los mismos supernumerarios ven a los numerario como
gente especial dentro de la Obra (como los que realmente son
la Obra) y medio apartados del mundo. Por eso, en la labor,
los presentan a sus amigos como numerarios, les pagan la comida
si comen juntos en un restaurante, etc.
De este modo, se ha acuñado una "moral de miembro
del Opus Dei": se piensa que la entrega consiste en una
serie de formalidades, en vez de hacer que cada uno se esfuerce
por adquirir las virtudes y haga u omita comportamientos en
función de la virtud. Además, todo esto se agrava
por la cantidad innumerable de determinaciones, pues todo
tiende a estar reglamentado según medidas conservadoras,
de "prudencia": prudencia en las lecturas, prudencia
en el trato con mujeres, prudencia en el uso del gas, en la
conducción de vehículos, en el veraneo, en las
playas, en el uso de la televisión, en el deporte,
en las excursiones, en las medicinas, al ser invitados, en
el alcohol, en...; todo ha de estar bajo control: televisión,
medicinas, comidas, bebidas, papeles, etc.
3.- Toda esta formalización origina incluso deformaciones
de conciencia: cada uno se juzga según esos criterios,
y no según virtudes o actuaciones que responde a lo
objetivamente correcto. Eso es un tipo de conciencia como
la del fariseo que estaba satisfecho de sí y pensaba
que realmente era bueno, porque cumplía lo previsto
(no robaba, no fornicaba, pagaba el diezmo,...) a diferencia
del publicano. Pero conviene recordar que éste bajó
justificado y aquél no (los fariseos se condenarán:
ése es el pecado contra el Espíritu Santo).
Los criterios no hacen santo ex opere operato; mejor es no
cumplirlos que cumplirlos sin vida, pues si no, se acaba viendo
a los directores como guardianes de criterios, lo cual lleva
a distanciarse de ellos.
Además, al ser criterios - necesariamente abstractos
-, no pocas veces originan problemas más graves que
los que intentan prever, y entonces en vez de reconocer que
no se puede formar a las personas a base de criterios, se
justifica el sistema apelando a que el interesado debería
haber sido más flexible, cuando en realidad no puede
serlo por la formación formalista que ha recibido.
4.- Por otro lado, este sistema de formalizar y controlar
todo ha originado que en Casa haya una burocracia excesiva,
con un número notable de directores a todos los niveles,
con sus correspondientes oficiales. Por desgracias, no es
una realidad la organización desorganizada de que hablaba
nuestro Padre. Creo que habría que descentralizar y
aligerar mucho el sistema, pero no tanto a base de eficacia
(hoy día los ordenadores y correo electrónico
elimina las distancias), sino a base de suprimir la misma
burocracia de consultas continuas, normativismo, etc. No se
trata de ser más eficaces, sino de ayudar realmente
a los de Casa en la adquisición de virtudes.
5.- Por eso, pienso que es más frecuente el abusar
de la autoridad, que formar a la gente en libertad: que cada
uno tenga su propio criterio y puedan defenderlo; que sepan
dar razón de su esperanza. Parece como si no se quisiera
que los de Casa sepan, conozcan a fondo la realidad de la
Obra, conozcan no sólo sus deberes, sino también
sus derechos en la Obra, pues entonces actuarían autónomamente
y se les escaparían a los directores de las manos.
Por eso, la doctrina sobre la negación del yo, la
obediencia como sabiduría cristiana, sostener que sólo
se es libre en Cristo, el sometimiento del intelecto, etc.,
hay que entenderlo correctamente: el yo que hay que destruir
es el pecado, no la inteligencia, ni la verdad, ni el propio
juicio. El intelecto es el mayor don que hemos recibido de
Dios: "Sapiens diligit et honorat intellectum, qui máxime
amatur a Deo inter res humanas" (Tomás de Aquino,
In EN, X, lt.13, n.2134). A quien hay que seguir y obedecer
es al Verbo encarnado; es decir al Logos, a la Razón.
Aquí habría que hacer largas aclaraciones sobre
el concepto de libertad. Baste decir que la raíz de
la libertad es el intelecto: sin conocimiento, sin verdad,
no hay libertad. No se puede formar a la gente en un voluntarismo,
en una obediencia y sometimiento a lo establecido, a lo mandado.
La causa de que seamos libres y, por tanto, de que podamos
ser buenos, es la razón no la voluntad: "Totius
radix libertatis est in rationale constituta" (Tomás
de Aquino, De ver., q.24, a.2, c.). Por eso, sin entender,
ni hay libertad ni hay bien.
Con todo esto no quiero decir que haya que rebajar el espíritu
de la Obra o la exigencia en la entrega, sino más bien
al contrario. No vivir según formalismos, según
la letra, sino según el espíritu, que es mucho
más exigente interiormente y en comportamientos reales;
es decir, que se vaya a la substancia -al contenido- de las
cosas, dejando al margen las exterioridades. Si no se obra
así, resulta que uno de Casa es buen numerario o supernumerario
porque cumple las normas y los criterios o porque entrega
puntualmente su aportación, pero resulta que uno no
se puede fiar de él o gasta en un coche más
allá de lo razonable (y evidentemente no me refiero
a casos aislados, sino totalmente generalizados entre supernumerarios),
etc. En definitiva, es "bueno" porque reúne
los requisitos formales, no porque tenga virtudes.
b) Fractura entre el mundo y la Obra. Ghetto social
y cultural
1.- Este modo de funcionar ha originado que se haya creado
una fractura o un distanciamiento entre el mundo y los de
Casa, hasta el punto que los numerarios (y agregados) no sean
gente plenamente de la calle, ni tengan los mismos intereses
y preocupaciones que sus iguales. Aunque pueda parecer excesivo,
hoy día no se puede decir, en mi opinión, que
los numerarios sean gente corriente, sino más bien
que están parcialmente apartados del mundo (de esta
misma opinión, aunque valorándolo positivamente,
son no pocos directores). Por ejemplo, en el caso de los numerarios,
se llega hasta el extremos de que incluso cosas de la Iglesia
universal, familiares a los demás cristianos corrientes,
a nosotros nos son extrañas: al ir un numerario un
domingo a Misa "fuera", tuvo que reconocer que no
había entendido nada del sermón, puesto que
era una terminología y problemática totalmente
ajena a la que él conocía.
El comportamiento social de los numerarios está guiado
por criterios externos, lo cual hace que nuestra conducta
externa sea "la propia de un numerario", no la de
un ciudadano corriente (médico, profesor, abogado)
con sus particulares obligaciones familiares, sociales, etc.
Por ejemplo, hay una serie de criterios respecto al trato
con mujeres totalmente obsoletos: se trata a las alumnas de
usted, se habla con una mujer con la puerta abierta, nunca
se queda uno solo con una mujer en el trabajo, no se las besa
al saludarlas, no se las lleva en coche, etc. Todos esos criterios,
considerados habitualmente de espíritu, son totalmente
cambiantes según las circunstancias concretas, personas,
épocas, etc. Igualmente, el conjunto interminable de
criterios o restricciones habituales: no asistencia a bodas,
restricciones en el trato con padres y demás familiares,
no ser padrinos de bautizo, etc., etc. Además, las
actuaciones concretas (por ejemplo, visitar a los padres,
asistir a una boda o entierro) hay que consultarlas, con lo
cual es el director quien decide lo que hay que hacer. Todo
esto lleva a que los numerarios sean gente rara, fuera del
mundo, que actúan heterónomamente y no según
lo que realmente piensan. Y eso lo nota la gente.
2.- Respecto a la Obra en general, la fractura entre ella
y el mundo ha adquirido tales proporciones que hoy día
la realidad histórico-social que se llama Opus Dei
se ha convertido en un ghetto: es un ambiente muy cerrado
y aislado, donde se ponen los medios para tener bajo control
el modo de pensar y actuar de los que a él pertenecen.
Y eso sucede, no por un afán de controlar, sino con
la mejor intención de ayudar a los de Casa y a muchos
más, pues se considera que los modos de pensar y obrar
establecidos son lo correcto, lo que más ayuda al común
de las gentes. En definitiva, se intenta que la gente piense
correctamente y sea virtuosa por decreto.
Este ser un ghetto se manifiesta especialmente en que la
Obra ha venido a ser un grupo cultural cerrado con su propia
visión del mundo. No somos - ni de lejos - esa punta
de lanza en todos los campos, no somos esa fuerza renovadora,
creadora, en el pensamiento, en la cultura, la ciencia, la
moda..., que vio nuestro Padre, sino que más bien somos
todo lo contrario: el sector más conservador, menos
innovador de la sociedad española (europea) y de la
Iglesia.
Está claro que no intento hacer alabanza de un ridículo
prurito de leer la última tontería publicada
o de jugar a la frivolidad superficial, sino que, por desgracia,
nos hemos encerrado y homogeneizado: leemos los mismo libros
de literatura o de espiritualidad, recibimos las mismas revistas
en los Centros, compramos los mismos periódicos, estudiamos
los mismos manuales de teología y filosofía
(y normalmente escritos por los de Casa), vemos las mismas
películas..., así todos acabamos pensando lo
mismo y actuando como si estuviéramos cortados por
el mismo patrón. Y no sólo eso, sino vistiendo
de modo parecido -se viste como un numerario, no como un filósofo
o como un abogado-, hablando del mismo modo o con frases parecidas,
etc., etc.
Esta homogeneidad creada dentro de la Obra quizá no
sea tanta si se toma gente de diversos países, pero,
por supuesto, en el mismo país, e incluso diría
que especialmente los numerarios de todo el mundo tienen no
ya un denominador común, sino casi un numerador común.
3.- Otro aspecto -muy distinto- de este ser un ghetto es
que mucho numerarios trabajan en cuestiones "de Casa",
sean trabajos internos, sean obras corporativas o labores
personales. En buena parte, todos circulamos por los circuitos
ya hechos, lo cual favorece la rutina, la falta de iniciativa,
no renovarse, etc. De este modo, se ha perdido en buena parte
el sentido de la Obra de estar en todos los sitios donde nacen
las ideas, la cultura, de abrirse en abanico, de renovar el
mundo, etc.
En general, habría que evitar que los de Casa se dedicasen
exclusivamente a tareas internas, o que los directores sean
personas que "siempre" han sido directores sin haber
ejercido su profesión durante tiempo. Es decir, que
primero uno de Casa sea una persona normal que se abre camino
en la vida como cualquier otro, y luego se dedique también
-no sólo- a tareas internas.
4.- Este sistema cerrado de las cosas de Casa ha conformado
el modo de funcionar de las obras corporativas y labores personales.
Dicho sintéticamente: esas labores no funcionan con
criterios profesionales y académicos, sino como si
fuese un trozo del Opus Dei con su sistema de criterios, normatividad,
etc. Me parece que hay que transformar radicalmente su modo
de funcionar, separando radicalmente entre fuero externo y
fuero interno, que, por desgracia, ahora están unidos.
Por ejemplo, en dichas obras y labores, se juzga el trabajo
de uno de Casa, en función de sus disposiciones conocidas
por la dirección espiritual; se hace que sólo
den clases de religión los de Casa - no los que más
saben o mejor lo hacen, sino lo de Casa -; se contrata a la
gente no por su calidad científica y profesional, sino
por indicación de los directores, etc.; igualmente
se manipulan las elecciones a representantes sindicales o
de alumnos o..., siempre con la finalidad de tener todo bajo
control, pues no se quiere aceptar el riesgo de la libertad.
Por todo eso, tantas veces las obras corporativas y labores
personales tienden a ser un ghetto con sus criterios internos
de funcionamiento que la gente "huele", pero que
nadie reconoce públicamente. En definitiva, se subordinan
los criterios académicos a criterios de fuero interno,
con una notable falta de transparencia.
Todo este tema lo he vivido de un modo directo, pues en Roma
-en el Instituto de Filosofía- estaba todo formando
una unidad: los directores de la Obra eran al mismo tiempo
directores de la institución académica, con
lo cual había una continua interferencia del fuero
interno en lo profesional. El poco tiempo que estuve en la
Universidad de Navarra pude comprobar que eso sucedía
igualmente: discrepar de la dirección académica
se entendía como criticar a la Obra y a los directores.
Y por último, casi siempre -por no decir siempre-,
he tenido que aconsejar a mis amigos, cuando eran profesores
de colegios de Fomento o similares, que lo mejor era que preparasen
oposiciones de instituto y, cuanto antes, dejasen de trabajar
allí.
(Creo que habría que entrar a fondo, sin miedos, a
reflexionar sobre la vida de los colegios de Fomento y similares
-incluida la Universidad de Navarra-: cómo se forma
a los chicos, qué resultado final se obtiene, cómo
saben administrar su libertad fuera del colegio y cuando llegan
a la universidad, con qué criterios se contrata a los
profesores, qué transparencia hay, qué doctrina
se les da, etc., etc. Pero que sobre esto escriba quien lo
haya vivido más de cerca).
5.- Por último, y no querría dejar de hacerlo
constar, con este sistema de que tanta gente de Casa trabaja
sólo en lo interno o en lo parainterno, resulta que
hay algunos que perseveran porque perderían el trabajo
que tienen si dejasen de serlo; de ahí que haya algunos
-incluso no pocos- que al conseguir un trabajo "externo",
dejan de ser de Casa.
c) Heteronomía y autonomía
1.- Una consecuencia -y muy grave- de este sistema de concreciones
formales, socio-históricas, del espíritu de
la Obra ha sido que los de Casa funcionen de modo heterónomo
en muchos ámbitos de su vida.
2.- La gente con la que convivimos se da cuenta de que uno
de Casa actúa muchas veces no según sus íntimas
convicciones, sino según otras instancias externas,
que asume como puede porque no tiene más remedio. Incluso
a veces sucede que, hablando con una persona concreta, ya
no se sabe con quien se habla: si con esa persona concreta
(un amigo al que pedimos un favor) o, más bien, con
un numerario (que va a consultar antes de mover un dedo) con
un director (que sigue unas pautas que no manifiesta abiertamente)
o... Y no solamente en sus relaciones con los demás,
sino en su vida interior, en su examinar la conciencia, etc.,
muchos de Casa se juzgan según una serie de formalidades
establecidas, pero sin una auténtica interioridad.
Igualmente respecto de los demás de la Obra: en el
trato ordinario, se funciona según "lo previsto";
es decir, si algo está previsto, se hace (acompañar
a un enfermo al médico); pero, si no lo está
(ayudarle a hacer los ejercicios de recuperación),
ni se pasa por la cabeza hacerlo, aunque sea una manifestación
necesaria e importante de la fraternidad. En una palabra,
la vida de uno de Casa está guiada por los criterios
-heteronomía-, no surge de auténticas virtudes
-autonomía-.
Esta falta de virtudes reales lleva, por ejemplo, a que,
entre los de Casa que trabajan juntos profesionalmente, se
den con frecuencia comportamientos que distan mucho de ser
verdaderos ejemplos de virtud. Incluso muchos de Casa evitan
trabajar con otros de la Obra. Podría poner el caso
concreto de lo que sucede en la Universidad, a la hora de
poner los tribunales de tesis: no pocas veces los de Casa
desconfían de tener en su tribunal a otros de la Obra,
pues temen que estos se dejen llevar por pasiones y rencillas
a la hora de emitir el juicio. En una palabra, falta confianza
en la solidez de la virtud de otros colegas de Casa. Igualmente
en las obras corporativas y labores personales, los de Casa
que no están totalmente con el sistema temen ser echados
de manera arbitraria, según unos criterios opacos que
nadie conoce o puede controlar.
3.- Esta heteronomía lleva a que las relaciones entre
los directores y los demás de Casa sea como si hubiera
desconfianza. Es decir, los directores funcionan como si no
se fiasen de la rectitud del criterio de los de Casa o de
sus virtudes para vivir rectamente. Por eso, por un lado,
se dan continuamente montones de indicaciones, criterios,
concreciones de cómo vivir las cosas; se establece
que un numerario debe consultar muchos - ¿todos? -
de los asuntos propios, donde los directores deciden por él
(aunque ciertamente el interesado tenga que hacer suya la
indicación que le hagan). Además, sucede que
los directores toman las decisiones según los criterios
previstos, sin tener un conocimiento práctico, inmediato,
de las personas, profesión, circunstancias, etc. Que
entran en juego; en una palabra, la decisión es tomada
según criterios y no atendiendo a la realidad.
Además, según el sistema actual, eso no puede
evitarse: es imposible hacerse cargo de las exigencias de
un ambiente, de una profesión, de unas relaciones personales
(entre padres e hijos, entre hermanos, entre amigos), pues
todo eso está afectado por la singularidad irrepetible
de las personas. Esto, además, está agravado
por el hecho de que, muchas veces, los directores sólo
han tenido trabajos internos, o una muy limitada experiencia
profesional, o han vivido una buena parte de su vida encerrados
en Roma, de ahí su insuficiente conocimiento de las
exigencias actuales de la sociedad en que vivimos. Por esto,
repito lo que he dicho antes: que los directores no deberían
dedicarse exclusivamente a tareas internas, sino estar siempre
tocando el mundo real.
4.- Por otro lado, se tiende a "controlar" en lo
posible la actuación de los numerarios: horarios, cenas,
trato con mujeres, películas que se ven, esperarle
a que vuelva por la noche de estar con amigos, acompañarle
a sus compras, etc., como si no sólo el criterio del
interesado fallase (de ahí las continuas consultas
previas), sino que tampoco fuesen de fiar sus virtudes, su
propia responsabilidad ante Dios y su conciencia. Así,
por ejemplo, se cierra bajo llave la televisión en
un Centro de mayores (el menor pasa la treintena), se censura
el periódico, las películas, todo programa televisivo,
etc. Esto podría justificarse en pro del bien de las
almas, pero, por desgracia ya ha llegado al ridículo,
como el ejemplo de la llave o el no poder ver en un Centro
de mayores películas infantiles como "¿Quién
engañó a Roger Rabbit?", ¡¡por
su excesiva carga erótica!!
Igualmente en esa línea de falta de confianza - al
menos aparente -, está el criterio de que, cuando un
numerario o un agregado se compra un coche, firma un contrato
de venta, como si no fuese necesaria o suficiente su disposición
interior para estar desprendido. Y más de una vez he
encontrado que se cumplían muy bien las formalidades
externas de este tipo, pero que había un apegamiento
más que llamativo a los objetos en cuestión.
Un último ejemplo -y más que un ejemplo es
todo un símbolo- es lo que está previsto respecto
a las cartas que escriben los numerarios. El director lee
las cartas que escriben y que reciben los numerarios, y según
su criterio incluso ocultan las cartas a los interesados (con
amarga sorpresa uno descubre años después que,
habiendo llegado a su Centro un buen paquete de cartas, no
le entregó el director ni una sola). La lectura de
las cartas quizás fuese tolerable respecto a las que
escriben los numerarios, pero es intolerable - inmoral - respecto
a las que reciben: ¿cómo van a leer una carta
sin permiso de ningún tipo del "remitente"?;
en todo caso, el numerario, tras haberla leído, podría
hacer de ella el uso que quiera, incluido que la lea el director.
5.- La combinación de esos dos aspectos (consultar
todo y control de las actuaciones concretas) da lugar a un
proteccionismo que, en mi opinión, origina que el carácter
de los de Casa tienda -¿incluso en muchos?- a la inmadurez,
al infantilismo, o al menos, a que los de Casa vivan como
auténticas flores de invernadero -en contra de los
dicho por nuestro Padre- y que, a la postre, sean incapaces
de un comportamiento normal en medio del mundo (auténticos
marcianos entre sus iguales).
Esa inmadurez hace que los de Casa eludan asumir decisiones
y de tener auténtica iniciativa. En teoría,
sería impensable que hubiese sucedido lo que ya ha
pasado: que se tenga que insistir a los de Casa en que tengan
iniciativa en todos los sectores (en su vida interior, en
su apostolado, en su profesión, etc.). Si efectivamente
son los directores los que deciden y tantas veces sin dar
explicaciones -incluso está mal visto pedirlas-, entonces
los interesados no pueden tener auténtico entendimiento
de las cuestiones, ni criterio propio, ni autonomía,
etc. Llegan a estar infantilizados y se mueven como marionetas.
En definitiva, se echa en falta la transparencia, la autonomía,
la autenticidad, que da el conocer a fondo una cuestión,
hasta sus últimos entresijos.
6.- Esta falta de cultivo de una auténtica intelección
de cómo son las cosas y el control práctico
a que son sometidos, ha llevado a que en mucho sectores de
la sociedad se considere a la Obra como una secta. Así,
por ejemplo, era -¿es?- frecuente que cuando se hablaba
para pitar a una persona joven, menor de edad, se le indicara
expresamente que no hablara del tema con sus padres. Con lo
cual él no podía contrastar lo que le decían
con otras personas de su confianza, que incluso tenían
derecho a dar consejo sobre el tema. Igualmente, temen escribir
una carta a un numerario sabiendo que la van a leer personas
que el remitente no querría que la leyesen; con lo
cual ven que hay un control sobre el destinatario, etc.,etc.
d) Interés y verdad
La falta de intelección de las cosas de la Obra es
especialmente grave en una institución que está
dirigida primordialmente a los intelectuales. Por eso, es
sorprendente que los que llevan mucho tiempo en la Obra y
que, en teoría, son intelectuales, no conozcan la historia
real de la Obra, sino sólo una historia ad usum delphini.
Por eso, la impresión que un numerario mayor e intelectual
puede tener es que, en la Obra, no hay verdadera comunicación
ni transparencia, ni se sabe realmente lo que pasa: todo son
decisiones que uno tiene que asumir sin conocer verdaderamente
la realidad. Pero, en mi opinión, es muy difícil
- por no decir imposible - hace propio algo que no se conoce
a fondo, algo que no sea transparente.
Poniendo algunos ejemplos. En Casa se practica sistemáticamente
la "damnatio historiae": el pasado -como en la Roma
decadente y en la antigua URSS- es continuamente reinterpretado,
cambiado, para adecuarlo a los intereses prácticos
del momento. Por ejemplo, los que han despitado dejan de existir
para los de Casa: se omite rigurosamente su nombre en las
reuniones del Centro en que vivió durante muchos años
(incluso se indica -como me ocurrió a mi- que no se
frecuente el trato con los que han despitado); se expurgan
continuamente los álbumes de fotos; se cortan y sustituyen
por otras las páginas de las "Crónicas"
que no se adecuan a los intereses actuales (fotos, editoriales,
artículos varios); se publican fotos que manipulan
los textos originales (por ejemplo, el de la lápida
del anteoratorio de Nuestra Señora de los Ángeles).
En una palabra, nadie sabe realmente la historia interna de
la Obra.
Otros ejemplos en la línea de la falta de transparencia
pueden ser los siguientes. En los Centros no se sabe lo que
cuestan las cosas, ni lo que se debe, ni cómo van las
cuentas, ni..., ¿cómo se van a asumir responsablemente
sus necesidades si se ignora la situación real? Saber
simplemente cuánto ha costado la última reparación
del coche del Centro es ya una cuestión que compete
a los directores, no a los demás miembros (incluso
en Centros de mayores); no digamos saber cuánto ha
costado la estancia en el hospital de uno del Centro, cuál
es el alquiler de la casa, etc. Igualmente nunca se sabe a
dónde va a parar el dinero que uno entrega. No se trata,
evidentemente, de que los directores den cuenta de lo que
hacen, pero que, al menos se sepa, en líneas generales,
como funcionan económicamente las obras corporativas,
etc., sería muy de desear. A la postre, siempre sucede
lo mismo: sin conocimiento no puede haber ni libertad ni responsabilidad
ni asumir algo como propio.
En definitiva, quiero decir que lo que interesa en cada momento
prevalece sobre la verdad. Todo lo que diga en esta línea
me parecerá siempre poco: la mayor traición
que puede darse es no someterse a la verdad, ocultarla, manipularla.
Convertirnos en "políticos" es hacer traición
esencial al espíritu, no sólo al de Casa, sino
al espíritu sin más: sólo la verdad libera
-verdad teórica y verdad práctica-; sólo
se puede practicar el bien dentro de un respeto exquisito
a la verdad.
2. VIDA INTELECTUAL
1.- Un capítulo muy importante es relativo a la vida
intelectual de los de Casa, especialmente de los numerarios.
Digo que es importante y me quedo corto: es capital, puesto
que la Obra es principalmente para intelectuales, si es que
realmente queremos dar la vuelta al mundo como a calcetín;
si es que pretendemos, no sólo influir, sino crear
pensamiento, ciencia, cultura, y hacer que el mundo occidental
vuelva a ser cristiano de los pies a la cabeza.
Es decisivo darse cuenta de que esto es una tarea primordial.
Sin una verdadera vida intelectual y cultural es imposible
recristianizar la vieja Europa. Vida del espíritu significa
que no se pueden recorrer los mismo cauces trillados del arte,
seguir fielmente -sin apartarse por miedo al error- los maestros
del pasado -Tomás de Aquino-, etc. Haciendo un balance
muy general, puede decirse que, desde el siglo XVII-XVIII,
los católicos hemos perdido el liderazgo de la cultura,
la ciencia, el pensamiento. Recuperarlo implica volver a recrear
todo el mundo de la cultura, y esto no se hace a través
de un acatamiento reverencial al pasado.
Quizá la institución que más podría
haber contribuido a esa ya no renovación, sino refundimiento
de todo el pensamiento es el Opus Dei, pero, por desgracia,
no ha sido capaz de asumir institucionalmente el reto que
suponía la modernidad y mucho menos los enormes cambios
sociales y culturales de la segunda mitad del siglo XX. Es
más, creo que ha sucedido todo lo contrario: se han
puesto todos los medios, para que la formación intelectual
y cultural de los de Casa respondiera a caminos ya recorridos,
a visiones de la realidad ya caducas. Ya sé que los
directores se han movido por prudencia, por el bonum animorum,
etc -yo no juzgo los motivos, ni discuto su conveniencia para
la piedad-, pero sucede que la Obra no es lo que debería
haber sido: la fuerza renovadora de la cultura, el pensamiento,
la moda.
Creo que en la Obra no nos hemos hecho cargo de que renovar
la vida cultural e intelectual de la sociedad implica dedicarse
a fondo, sin miedo, son libertad, a esas cuestiones. Por un
lado, hay que dedicar muchas horas cada día y muchos
años para poder hacer algo medio serio en el campo
del pensamiento y, por otro, tener mucha sensibilidad para
lo que sucede en el mundo, sin estar encerrados en determinadas
corrientes.
Son muchos los frentes en los que institucionalmente se ha
impulsado a los miembros de la Obra en una dirección
errada. Señalo algunos.
2.- Ya en los mismos estatutos se dice que nos debemos formar
según el tomismo (Estatutos, 103). Ciertamente la Iglesia
así lo pidió a principios de este siglo, pero
ya no es así. Lo que deberíamos hacer es formarnos
según el estado actual de la investigación filosófica,
teológica, antropológica, sociológica,
etc. Nos importa la verdad, no la "ortodoxia", ni
la seguridad doctrinal.
Además esa directriz se ha concretado hasta extremos
excesivos: en la segunda mitad de los años setenta,
en el Colegio Romano se estudiaba la teología con los
textos de Santo Tomás -en las clases se leían
en voz alta y comentaban-, exactamente igual que si estuviéramos
en 1275. Lo cual, aparte de contribuir poco al conocimiento
de lo que hoy día pasa, es un "desprecio"
a la investigación de nuestros colegas, y un pésimo
método pedagógico.
La renovación que el mundo esperaba de nosotros en
teología y filosofía se concretó, por
entonces en editar en castellano las obras de Santo Tomás.
3.- Esta orientación de los estudios se agravó
por las restricciones en las lecturas (consultas que hay que
hacer, etc.), hasta el punto de que se creó en Casa
una escuela oficial de orientación fabriana (de Cornelio
Fabro), donde todo se juzgaba según una particular
interpretación del tomismo. Igualmente la historia
de la filosofía se interpretaba según un modelo
oficial interno (oposición entre realismo e idealismo,
opción intelectual, principio de inmanencia, etc.)
Esto explica que se consideraran escritos perniciosos libros
que después han tenido que ser "recalificados",
como, por ejemplo, los de Ratzinger.
En general, se creó una desconfianza notable respecto
a todo el pensamiento actual (¿incluida la renovación
del Vaticano II?), ¿por qué leíamos siempre
el "Catecismo para párrocos" del Concilio
de Trento y nunca los documentos del Vaticano II?), que no
ha empezado a ser rota hasta que Juan Pablo II mostró
la importancia de conocer el pensamiento actual.
4.- En Casa se ha descuidado muy notablemente el estudio
de la teología y de la filosofía, y en general
todo el cultivo del mundo del espíritu (o sea, de la
cultura en el sentido más noble y alto de la palabra:
del modo de entender al mundo, al hombre, a Dios; a la verdad,
al bien, a la belleza). Se ha considerado que estar formado
en estos ámbitos es tarea fácil, y no un esfuerzo
continuo durante toda la vida. Por eso, ha prevalecido lo
pastoral sobre lo intelectual.
Las clases de repaso de nuestros cursos anuales -hablo de
mi experiencia- son penosas: con un nivel muy bajo, sin una
verdadera intelección de los problemas, repitiendo
fórmulas hechas sin ninguna vida, etc. Igualmente el
estudio de los cursos anuales es escasísimo y durante
el año lo mismo -casi nulo-. Las charlas doctrinales
(por ejemplo, las que he oído sobre teología
de la liberación) son dadas por gente no suficientemente
preparada: se limitan a exponer guiones (esto es totalmente
contrario a la vida del pensamiento). Los guiones internos
carecen muchas veces del mínimo rigor intelectual;
por ejemplo, el que había sobre la doctrina católica,
contenía no pocos errores filosóficos y teológicos
(escribí una serie de observaciones sobre él,
pero creo que, por cansancio ante la inutilidad de mis sugerencias,
ni la envié).
En general, la vida intelectual en Casa es prácticamente
inexistente, hasta el punto de que se puede decir que casi
no hay intelectuales en la Obra. Los sacerdotes tampoco son
intelectuales, incluso a veces ni tienen los doctorados exigidos,
y en general apenas estudian y la investigación en
ellos es inexistente. (A veces he oído decir que hay
una crisis de agregados, puesto que, hoy día, todo
el mundo estudia en la universidad; más bien hay una
crisis de numerarios: no se puede decir precisamente que los
que pitan de numerarios sean intelectuales, cuando la mayoría
no son capaces -por interés vital, por capacidad intelectual...-
de hacer una tesis doctoral, como fue deseo de nuestro Padre
respecto todo numerario).
5.- En la vida interna de nuestros Centros no se potencia
el estudio, la profundidad y el rigor en la formación
profesional, ni siquiera cuando la gente es estudiante. Más
bien sucede lo contrario: hay muchas y fuertes limitaciones
para los que quieren dedicarse más especialmente al
estudio, Esto, evidentemente, no está institucionalizado,
pero, por desgracia, es una praxis muy frecuente en nuestros
centros. Por así decir, las urgencias de la labor prevalecen
sobre la necesaria formación profesional e intelectual;
son los criterios pastoralistas los que predominan.
Es más, cuando alguien quiere hacer algo extraordinario
-estancias de investigación en el extranjero, aprendizaje
intensivo de idiomas en otro país, etc.- más
bien se le ponen cortapisas y limitaciones: si pide irse dos
meses, se le dice que se vaya uno sólo; o que no le
hace falta; etc.
En la gente que se dedica a la universidad y, en general,
más al estudio, no se fomenta y se procuran los medios
para que desarrollen su actividad. Me refiero a lugares de
trabajo, facilidades para estancias en el extranjero, etc.
Se ha dado el caso (1994) de un profesor de la Universidad
de Navarra que me pidió que yo hablara con los directores
para que a él le fuera posible disponer de las condiciones
adecuadas para su trabajo intelectual.
Además, suele suceder que los que reciben la confidencia
de los intelectuales no los son ni valoran ese trabajo ni
lo impulsan, de tal modo que los intelectuales fácilmente
se sienten solos.
Casi me atrevería a decir que todo esto sucede hasta
el punto de que la Obra es un obstáculo más
que una ayuda al estudio y la formación intelectual.
6.- El sistema de calificaciones doctrinales de libros y,
en general, todo el asesoramiento doctrinal (para leer libros,
para publicaciones de libros y artículos, etc.) debe
basarse en un presupuesto: la ciencia de quien lo hace; dejarse
guiar por un ignorante quizá sea una buena ayuda para
la humildad, pero no para la búsqueda de la verdad.
En teoría, lo que se hace en Casa es eso: una valoración
justa; pero de hecho la gente que las hace no sabe suficientemente,
se deja guiar por clichés, por lo que está bien
visto, etc. Por ejemplo, cuando estando en Roma hice una recensión
a "La crisis de las ciencias europeas" de Husserl,
se me indicó que la "endureciera" (ninguno
de los que participaron en esta decisión había
leído la obra: sólo tenían la impresión
de que debía ser moralmente peor de lo que yo decía);
rehice la recensión por dos veces, hasta que llegó
a tener una extensión de 45 folios a simple espacio,
a fin de exponer suficientemente su contenido y mi juicio
sobre esa obra; ni aún así gustó: los
que no habían leído a Husserl seguían
pensando que ellos tenían razón y no yo.
En general, el sistema de asesoramiento ayuda muy poco, por
no decir que muchas veces es más obstáculo que
ayuda. Es especialmente una cortapisa a la hora de consultar
los libros de pensamiento, literatura, cultura, profesión,
que se desean leer. Ciertamente se ha aligerado mucho el sistema,
pero sigue siendo en su idea inadecuado y, de hecho, desanima
a leer y trabajar en estos campos. Igualmente, el modo en
que se hacen los votos respecto a los escritos que los de
Casa desean publicar es también muy deficiente, pues,
por desgracia, los que lo hacen no tienen ciencia suficiente:
saber implica dedicarse muchos años con seriedad al
estudio y la investigación; si eso, se dan consejos
"piadosos", pero científicamente falsos e
inadecuados.
3.- CULTURA
He comentado en la introducción que la Obra, en buena
medida, se ha convertido en un ghetto cerrado. Desde el punto
de vista cultural sucede que entre los de Casa hay una notable
homogeneidad cultural, especialmente aguda en los numerarios.
Hay que darse cuenta de la gravedad de este tema: la cultura
no es una broma ni una excusa, es una parte esencial de la
realidad que queremos retransformar; casi me atrevería
a decir que es el mundo que debemos recristianizar.
El motivo de esa homogeneidad, como he señalado, es
que leemos los mismos libros, los mismos periódicos,
las mismas revistas, vemos las mismas películas, los
mismos programas televisivos; nos movemos en los mismos círculos
culturales y sociales; etc. Hay que tener en cuenta que la
televisión es parte esencial de nuestra cultura, por
ella se transmiten símbolos, modas, enfoques de la
vida y de la sociedad, etc. Acceder de modo sesgado a ella
significa abrir una fractura respecto a nuestros iguales.
La consecuencia de esto no es sólo un estilo común
de pensar, sino de ver la vida, enfocar las cuestiones, de
vestir, de hablar, etc. Incluso respecto a la moda, es llamativo
el caso de las numerarias: se las reconoce por el modo de
ir vestidas. Pero, sobre todo -y esto es lo decisivo-, al
habernos apartado de esos campos, no hay modo de que surjan
personas de Casa capaces de llevar adelante grandes proyectos
editoriales, cinematográficos, periodísticos,
etc. Lo cual, si se piensa despacio, no debería ser:
si se hace auténtica selección en la labor,
habría un auténtico plantel de gente de primera
fila, quizá menos de los que somos, pero personas de
mucha mayor valía en todos esos campos, capaces de
recrear toda la cultura del mundo occidental.
Pero, en la realidad, sucede que no ya que no creemos cultura,
sino que nos limitamos a repetir lo que ya está hecho
y manido. Por ejemplo, las ilustraciones de la Biblia de Navarra
son figuras medievales; e igualmente casi siempre son "clásicas"
las que se reproducen en escritos de nuestro Padre. En general,
salvo muy honrosas excepciones, toda nuestra "estética"
es conservadora; repetición de clichés del pasado.
Eso contrasta abiertamente con el estilo, ilustraciones, presentación
de los primeros escritos de nuestro Padre, y el centenar de
volúmenes con publicaciones científicas (incluso
innovadoras, muchas premiadas) de los de Casa, que nuestro
Padre quiso regalar al Papa en 1949 (Osservatore Romano, 5.II.1949,
apud Sastre, Tiempo de caminar, p-337).
Habría que dejar plena libertad a los de Casa para
estar en contacto con los ambientes culturales de todo tipo.
Esto implica muy primerísimamente poder asistir a espectáculos
públicos, y de modo muy especial al cine, pues influye
decisivamente en las costumbres, ideas, comportamientos, modas,
estilos de vida, símbolos, etc. Estar apartado del
cine y de la televisión es perder contacto con la gente,
con su sensibilidad, modo de ver la vida, etc. No hay que
olvidar lo que Juan Pablo II decía: "Tali mezzi
(di comunicazione sociale) costituiscono spesso l'unica fonte
di informazione per un numero sempre maggiore di persone "
(Se voui la pace, rispetta la coscienza de ogni uomo, en "Romana"
6 (1990) 192). Y Lenin pensaba del cine que "es la más
importante de las artes"; y Mussolini, que era "el
arma más poderosa" (apud Leprohon, Pierre, Historia
del cine, Madrid, Rialp 1968, p.275). En suma, si uno de Casa
no va al cine, no ve la televisión, no va al teatro,
acabará fuera de la mentalidad de la gente corriente
y separado de sus iguales.
Pienso que no tiene ningún sentido que se establezcan
criterios y modos de actuación en el campo cultural,
relativos a los diarios, a las revistas, al teatro, a la literatura,
al cine, modos de vestir, de divertirse, de emplear el ocio,
etc., etc. Y mucho menos si se constituye en un conjunto de
comportamientos estereotipados, que no son más que
cortapisas a la libertad, que llegan hasta extremos ridículos,
como el cerrar la televisión con llave incluso en Centros
de mayores. Por eso mismo, jamás debería haber
existido la más mínima indicación sobre
el modo de vestir de las numerarias, o de los sacerdotes,
o en las bendiciones o...: ya la moda y la moral general lo
han dicho todo. Por eso, la única formación
consistiría en decir: vestid según lo que sois
-estudiantes, profesores, abogados, sacerdotes...- según
donde estéis -en la playa, en la universidad- y según
la decencia cristiana.
Pero sobre todo insistiría en que, si nos apartamos
de esos campos, traicionaremos esencialmente nuestra misión:
cuando entre los diez más importantes directores de
cine, actores, actrices, etc. haya varios de Casa -también
numerarias actrices- podremos decir que estamos efectivamente
cumpliendo nuestra misión.
4.- AMISTAD. RELACIONES PERSONALES
Un tema que me parece importante es el de las relaciones
personales entre los de Casa y respecto a los demás.
El modo en que se vive esto es uno de los aspectos en los
que con mayor agudeza se evidencia la falta de libertad, la
heteronomía, con que viven los de Casa.
Se insiste, como algo esencial a nuestro espíritu,
en que no puede haber amistades particulares. Tal planteamiento
hace que, casi nunca, haya verdadera amistad entre los de
Casa, puesto que toda amistad por definición es particular,
basada en una elección peculiar de una persona como
amigo. A veces se dice que hay que tener "amistad particular"
con todos, pero, igualmente por la misma naturaleza de la
amistad, es evidente que eso no son más que palabras
vacías. Esto lleva a que las relaciones entre los de
Casa sean muy superficiales y externas, sin un verdadero conocimiento
personal, sin una comunicación vital, necesaria para
que cualquier persona no se sienta sola.
Esta consideración general se ha concretado en un
conjunto de medidas o criterios que, en definitiva, impiden
la amistad y la comunicación entre los de Casa.
En concreto, se insiste en que no se hacen confidencias entre
los de Casa, eso significa que no se puede hablar de lo que
a uno le preocupa, de lo que lleva en el corazón, de
cómo le va la vida, etc. Igualmente, nos se habla de
lo que se ha oído en los medios de formación,
etc. Todo eso dificulta no sólo la verdadera comunicación
entre los de Casa, sino que impide en cierta medida madurar
lo que se recibe: si no hay comunicación intersubjetiva,
reexposición de lo que se oye, etc. no hay verdadera
vida intelectual. Hay que tener en cuenta que el espíritu
humano es intersubjetivo o relacional: sin diálogo
no hay conocimiento.
Incluso se entiende que hablar de estas cosas sería
murmuración, facción, desunión, cuando
en realidad a lo que ha llevado es a una obediencia ciega,
a un sometimiento irracional a disposiciones arbitrarias,
que, al no poder ser contrastadas, uno piensa que es él
quien está errado, quien no entiende las cosas, que
es un hombre solo, etc., cuando en verdad muchas veces son
criterios, disposiciones, etc. ajenos al genuino espíritu
de la Obra, que nos resisten el mínimo contraste intersubjetivo.
Respecto a los supernumerarios se establece que los numerarios
no los visiten en sus casas, lo cual dificulta que surja una
verdadera amistad, y que se los conozca como realmente son:
si no se ha visto dónde y cómo vive una persona,
cómo son su mujer y sus hijos, etc., no puede haber
verdadero conocimiento, ni, por tanto, verdadera ayuda, ni
auténtica dirección espiritual.
En las relaciones entre hombres y mujeres se sostiene que
no puede, que n debe, haber amistad entre ellos; especialmente
un numerario debe excluir toda relación personal con
mujeres. Quizá en otro tiempo histórico las
relaciones entre hombres y mujeres se orientaban esencialmente
al enamoramiento, pero la actual incorporación de la
mujer al mundo del trabajo y su presencia en todos los ámbitos
sociales exactamente igual que los varones, ha hecho que las
relaciones personales y la amistad entre personas de uno y
otro sexo sea totalmente normal e incluso deseable. Pretender
excluirlas implica apartarse del mundo o, al menos, establecer
una fractura respecto a nuestros iguales.
Desde otro punto de vista, sucede que las relaciones con
los demás -sean de Casa o no, parientes o no- están
mediadas por el interés apostólico. Es muy frecuente
que si un numerario deja de ser de Casa, los que han vivido
con él dejan de tener cualquier tipo de relación
(si hubiera habido amistad real, las relaciones se mantendrían
igualmente), o que se deje de tratar a una persona cuando
se ve que no va a encajar en la labor, etc. Los planes con
los amigos se juzgan con criterios apostólicos y en
función de la marcha del Centro, y no en atención
a la auténtica amistad (aparte de que es el director
quien decide, puesto que se le ha de consultar: ¿un
tercero decidiendo sobre las relaciones personales!). Por
eso, es inconcebible plantear un fin de semana como simple
descanso con los amigos, salir a cenar con ellos hasta las
tantas (como es habitual en el sur de España), etc.
Eso también hace que nuestro apostolado esté
muy institucionalizado. El apostolado que se hace no es tanto
de amistad y confidencia como el invitar a la gente a nuestras
actividades. Con la gente joven es llamativo la cantidad de
tiempo, esfuerzo y dinero que se dedica a las actividades
externas, más que al estudio, la preparación
profesional, etc. Incluso, frecuentemente, vivir en un Centro
de jóvenes es un obstáculo para el estudio más
que una ayuda.
En esta misma línea, todas las "movidas oficiales"
("raduni", intervenciones en las visitas del Papa,
hacer de invitadores a las Misas del Papa en Roma, etc.) ciertamente
no son cosa de nuestro espíritu; quizá no haya
más remedio que hacerlo -no lo sé-, pero en
todo caso habría que formar a la gente haciéndole
ver claramente que eso no es lo nuestro.
5.- SOBRE LA PRAXIS DE LA OBEDIENCIA
El modo como se vive la obediencia en Casa no me parece que
responda a lo que es el espíritu de la Obra. Sobre
este tema, he escrito pidiendo que se estudie a fondo la cuestión.
Por otros lado, he hablado largamente con diversas personas
-especialmente con José Luis Illanes-, y, como él
mismo me dijo, hay mucha praxis y poca intelección
de lo que es este tema. Me parece que se trata de un punto
capital y, por eso, lo expongo más técnicamente
aprovechando cosas que escribí hace ya años.
El número 88 de nuestro derecho particular, tras establecer
(parágrafo 1) que hemos de obedecer al Papa, explica
que "todos los fieles de la Prelatura han de obedecer
humildemente al Prelado y a las demás autoridades de
la Prelatura en todo aquello que pertenece al fin peculiar
del Opus Dei (parágrafo 2). Fin que está expuesto
en el n.2 y es de todos conocido: santidad mediante el ejercicio
de las virtudes cristianas en medio del mundo y apostolado,
especialmente entre los intelectuales. El parágrafo
tercero del mismo número 88, especifica lo que no es
materia de la obediencia: "En lo que se refiere a la
actividad profesional y a las doctrinas sociales, políticas,
etc., cada fiel de la Prelatura -ciertamente dentro de los
límites de la doctrina católica de fe y costumbres-
goza de la misma plena libertad que los demás ciudadanos
católicos. Además, las autoridades de la Prelatura,
en estas materias, deben abstenerse absolutamente de dar consejos.
[...] Por eso, la Prelatura no hace suyas las actividades
profesionales, sociales, políticas, económicas,
etc. de ningún fiel suyo en absoluto".
El problema que inmediatamente se plantea es cómo
compaginar esas afirmaciones tan rotundas con la praxis habitual
de que un numerario debe consultar cuestiones relativas a
sus actividades profesionales, sociales, económicas,
etc. Y además se añade que se ha de obedecer
en todo lo que se le diga, con tal de que no sea pecado.
Ejemplifico esas cuestiones que se deben consultar con ejemplos
que atañen, sobre todo, a mi profesión, pues
es, al fin y al cabo, lo que mejor conozco. En concreto, está
establecido que se ha de consultar cualquier viaje o estancia
en otra ciudad o en el extranjero -aunque sea para investigar-,
visitar un museo, asistir a un congreso, etc. Igualmente,
hay que consultar los libros, periódicos, etc., que
uno juzga que ha de leer por su profesión o intereses
culturales. Me parece claro que no se puede decir que un miembro
de la Obra goza de la misma libertad que los demás
católicos, puesto que éstos no necesitan consultar
sus lecturas profesionales, ni están sometidos a prohibiciones
formales como leer libros calificados con un cinco. También
se han de consultar las compras profesionales (libros, ordenador,
...) o la suscripción a una revista profesional. Igualmente
se ha de recibir el visto bueno para poder publicar un libro
o artículo. En el ámbito de la actividad social
o económica, está dicho que se ha de consultar
si se asisten a reuniones con colegas o amigos (cenar con
ellos, planes de fines de semana, etc.), si se visita a un
pariente, o se asiste a una boda, bautizo, etc.; si se es
padrino de bautizo. E igualmente se ha de consultar todo lo
relativo a regalos por acontecimientos sociales, a préstamos
de dinero, etc.
Me parece que, si todas esas cuestiones (puestas a modo de
ejemplo) y muchas otras, pertenecientes a ámbitos profesionales,
sociales, económicos, etc., cayeran bajo la obediencia,
entonces no se gozaría de la plena libertad de que
se habla en el número 88 parágrafo 3 de nuestro
Derecho. En rigor, si se debiese obedecer en esas materias,
la responsabilidad no sería del que realiza la acción,
sino del que la manda.
Ciertamente, se aduce que, en todas esas cosas, se ha de
obedecer en cuanto afectan a la vida interior o al apostolado.
El problema que surge es como entender ese "afectar a
la vida interior o al apostolado". Si se considera que
toda acción humana es siempre una acción moral
y, por tanto, afecta a la vida interior, resultaría
que toda acción (incluso la actuación política
-por citar un caso extremo-) de suyo serían objeto
de obediencia.
Por eso, considero que ese "afectar a la vida interior
o al apostolado" hay que entenderlo en un sentido mucho
más estricto y técnico. Es decir, si, por ejemplo,
surge una incompatibilidad entre un plan profesional y un
plan apostólico (v.g. asistir a un congreso y atender
una convivencia), el director podría mandar que se
realice el plan apostólico, puesto que en Casa se está
plenamente disponible. Igualmente, si alguna actuación
profesional supone un grave deterioro moral del sujeto o de
los demás, se puede mandar que no se realice. Sin embargo,
esto hay que tomarlo siempre en sentido estricto y no lato:
no en tanto "afecte", sino en cuanto el sujeto peque
mortalmente o induzca a los demás a hacerlo. Pienso
que, si no se toman las cosas en ese estricto sentido, un
típico razonamiento podría ser: ¿acaso
no se van a derivar daños morales de que gobierne un
partido de ideología socialista?; por tanto, se puede
-e incluso se debe- mandar en materia de votación política.
En una palabra, pienso que sólo se debería
mandar en materias profesionales, sociales, etc., para evitar
un "pecado cierto" (del que obra o de los demás);
y, en el caso de imposibilidad física de atender una
obra apostólica y una profesional, también se
podría mandar omitir la profesional, siempre que eso
no implique una mala praxis profesional. Si no se hiciese
así, me parece que la libertad profesional, social,
etc. queda notablemente mermada, pues de qué sirve
decirle a alguien "investiga en lo que quieras",
si después se le prohíben leer y comprar los
libros que necesita para tal investigación, o hacer
tal o cual viaje, o realizar una estancia larga en el extranjero
para aprender el idioma que requiere, etc. En suma, me parece
claro que, al menos, no se puede decir que goza de la misma
libertad que los demás católicos.
Todo esto no obsta, evidentemente, para que, en uso de su
legítima libertad, un miembro de la Obra quiera -¿o
deba?- pedir consejo sobre alguna de estas materias, pero
luego deberá hacer lo que él juzgue más
oportuno y no simplemente seguir "mecánicamente"
el consejo, como si la responsabilidad no fuera suya, sino
de los directores.
Nótese que con todo esto no quiero decir que una persona
de Casa tenga, por ejemplo en su profesión, un coto
cerrado, donde nadie pueda entrar, sino que él es el
responsable de sus decisiones. No se trata, pues, de que alguien
tenga que mejorar su vida de piedad para que los directores
puedan entrar en ese campo, sino que objetivamente él
es responsable ante Dios y cuanto más santo sea mejor
sabrá él decidir, sin necesidad de injerencias
extrañas.
6.- SOBRE EL MODO DE VIVIR LA POBREZA
1.- Ciertamente nuestro espíritu nos lleva a vivir
una pobreza total en grado heroico. Pobreza que no consiste
en no tener, sino estar desprendidos; en gastar lo que sea
razonable en cada momento; etc. Por eso, todos los de Casa
deberían ayudar según todas sus posibilidades
-no con todo su dinero-a sacar adelante las labores. Ese espíritu
se ha formalizado en una praxis inadecuada y además
en una casuística asfixiante, de todos conocida, que
reseño brevemente a continuación.
Por un lado, los supernumerarios se limitan a hacer una aportación,
que de hecho la inmensa mayoría de las veces no responde
a lo que significa sacar una familia adelante. Y su modo de
vivir la pobreza no responde, en absoluto, a lo que es una
virtud heroica; basta con ver los coches que tienen, casas
de recreo, etc.
Por otro lado, los numerarios (y agregados) no deben tener
ningún dinero; por eso, entregan físicamente
todo el dinero, y luego reciben de la Obra todo lo que necesitan
para sus gastos ordinarios y extraordinarios (consultando
previamente éstos, pues son los directores quienes
lo deciden), incluidos los profesionales (compra de ordenador
o libros), familiares (ayuda a su padre), etc.
2.- Este modo de vivir la pobreza hace que un numerario no
sea un ciudadano corriente junto a los demás, puesto
que no vive como un cristiano heroicamente sobrio, sino como
un numerario: nada tiene y todo lo recibe. Por eso, un ciudadano
normal da a su padre lo que éste necesita, no una institución.
El modo en que un numerario debe vivir la pobreza es tan
extraño, que cuando se explica esta virtud de puertas
afuera, no se dice cómo se vive realmente (se da todo,
y se recibe de la Obra lo que se necesita), sino que se dice
que un numerario "primero" cumple con sus obligaciones
sociales, familiares..., con su sostenimiento... y "luego"
aporta al sostenimiento de las labores. Por eso, me parece
ocultamiento de la verdad, falta de transparencia -por no
decir hipocresía- lo que se escribe en un libro oficialmente
aprobado. "Los Numerarios y Agregados, una vez satisfechas
las obligaciones fiscales, económicas, sociales o familiares
que les incumban y atendido -en conformidad con su condición
profesional, pero con sobriedad y desprendimiento- su sostenimiento
personal, dedican a las labores apostólicas los honorarios
o ganancias que obtengan por su trabajo" (Varios, "El
Opus Dei en la Iglesia", pp. 290-291)
En una palabra, si un numerario es un ciudadano corriente,
es él y no la Obra quien ha de cumplir las obligaciones
económicas y quien ha de prever el modo en que afrontará
las posibles obligaciones futuras que razonablemente le puedan
surgir. En consecuencia, pienso que no es la Obra quien ha
de mirar para el futuro de cada uno, sino que responsablemente
el interesado ha de tener los seguros, etc. convenientes.
Ya sé que esto es más caro, pero está
en juego el espíritu de la Obra, que prevalece sobre
el interés económico.
3.- Entre paréntesis, querría hacer una observación
marginal sobre el modo en que actualmente se viven las cuestiones
económicas. Dado que los numerarios sólo tienen
los seguros de enfermedad, vejez, etc. obligatorios, sucede
a veces, que al enfermar, tienen que recurrir a clínicas
privadas, pues la estatal no funciona. A la hora de pagar
las facturas, es el Centro -cuando no el mismo interesado-
quien ha de correr con los gastos. Lo cual origina situaciones
de escasez económica que repercute sobre los demás
del Centro: no puede uno comprarse un coche porque no hay
dinero -realmente no lo hay porque se están pagando
las facturas del hospital-, etc. Si es la Obra quien se hace
cargo del futuro material de un numerario -y no el mismo interesado--,
debe ser la Comisión o la Delegación quien corra
con los gastos que se originen, no el interesado o el Centro.
4.- Otro aspecto de la praxis general sobre la pobreza es
que está regida por una total desconfianza sobre la
capacidad de decisión del interesado y su fortaleza
para obrar rectamente. La lista de "controles" externos
de los numerarios es no pequeña: no se tienen tarjetas
de crédito o las guarda el secretario, se firma un
papel vendiendo el coche al comprarlo, no se tienen cuentas
bancarias o -si no hay más remedio- se tienen entre
varios y sólo en casos extremos el interesado solo,
pero, en este caso, el secretario guarda los cheques, de los
cuales algunos están firmados; cuando el interesado
va a sacar dinero, ha de firmar el cheque delante del secretario
poniendo la cantidad que se va a sacar, etc.
En esta misma línea, se puede abrir un capítulo
especial que se refiere a las consultas, que ya he mencionado.
Si un numerario debe consultar todo gasto extraordinario,
no se puede decir que sea un ciudadano corriente, ni que goce
en lo social, profesional, familiar, de la misma libertad
que sus iguales. Así, por ejemplo, no sé cómo
se puede justificar que uno sea igual a los demás y
sea no el interesado sino la Obra quien acude en ayuda de
los parientes necesitados. Igualmente, como compaginar ser
un profesional idéntico a los demás y tener
que consultar si uno contrata a una secretaria o pone un estudio
para poder trabajar mejor. Nótese que, en Casa, no
se dice que el numerario ha de pedir consejo sobre estos temas,
sino que ha de someterse a lo que le digan los directores.
Se podrían seguir añadiendo montones de detalles
formalizados, que el director utiliza como criterios para
decidir en concreto, pensando que eso es el espíritu
de la Obra: no se hacen regalos a parientes, o no se utilizan
los que se reciben, etc.; o de sobriedad: no tomar bebidas
alcohólicas fuertes, etc.
5.- Resumiendo, en la sociedad en que vivimos, sin dinero
no hay libertad; y quien controla los gastos, es el que manda,
los demás simplemente se someten. Todo eso, unido a
los criterios formalizados, me parece que es más propio
de frailes que de gente de la calle. Más de una vez
he visto que la praxis y el régimen de la pobreza de
un numerario era "formalmente" más estricta
que la de un fraile. Por eso me parece que el modo de vivir
la pobreza en la Obra contradice notablemente nuestro espíritu
de libertad y de ser iguales a los demás.
7.- FORMALISMO EN LA DIRECCIÓN
ESPIRITUAL
1.- Me parece que, muchas veces, la dirección espiritual
en la Obra es meramente externa, pues no hay un auténtico
conocimiento de las personas, ni puede haberlo puesto que
no hay amistad entre ellas, auténtica confianza, etc.
El numerario no conoce a los supernumerarios: ni su ambiente,
ni su familia, ni las personas que le rodean; es prácticamente
imposible saber lo que un supernumerario gana o el patrimonio
que tiene, etc. Pero algo análogo ocurre con los numerarios:
se hace la charla hablando casi siempre de cuestiones externas
(del cumplimiento de normas, criterios, etc.), pero sin que
haya una auténtica comunicación de lo que uno
piensa, lleva en el corazón, le ilusiona, etc. De este
modo, a veces, la gente de Casa está sola, se siente
desconocida o actúa de un modo totalmente imprevisto
para la persona que lleva su charla (pues en realidad no había
un conocimiento en profundidad).
Además, sucede que el interesado no es capaz de hablar
con claridad, porque el utillaje conceptual que tiene para
examinarse es puramente criteriológico. Por eso, el
mismo interesado sólo habla de cuestiones formales
y externas, y ni se atreve a enfrentarse, decididamente con
los temas de fondo, o con la auténtica adquisición
de virtudes, o con la formación del carácter,
etc.
Quizá más decisivo aún es que el director
actúa según los criterios dados, lo previsto,
etc., sin atender directamente a la realidad de lo que está
sucediendo, con quién está hablando, etc. Por
eso, tantas veces se dan consejos "mecánicos":
lo que hay que decir en tal caso, el libro que se ha recomendado
en general que todos lean, etc. Por desgracia, en la dirección
espiritual no se tiene en cuenta la persona singular -lo personal
no encaja en los criterios-, sino el colectivo: como es un
numerario ha de hacer tal y cual cosa.
2.- Al no haber una auténtica dirección espiritual,
se entiende que todos han de tener el mismo plan de vida:
sea una indita analfabeta, sea un filósofo alemán.
Si no es en circunstancias extremas (enfermedad), todo director
sostiene que todo miembro de la Obra ha de cumplir las mismas
normas diarias, confesarse semanalmente, etc. Me parece casi
imposible que las necesidades y el crecimiento espirituales
de toda persona de Casa siga los mismos cauces predeterminados,
tales como rezar el rosario, hacer 60 minutos de oración
o 15 de lectura, usar dos horas el cilicio (si es numerario
o agregado; nada si es supernumerario, sea soltero o casado),
etc. ¿Por qué no pensar, por ejemplo, que, para
uno -numerario o supernumerario-, sea conveniente usar el
cilicio más de dos horas; para otros menos o nada?:
cada persona es distinta, única e irrepetible, y no
simplemente "un numerario" o "un supernumerario".
¿Por qué no va a formar parte del plan de vida
de una persona estudiar una hora diaria de teología?
Me parece que el plan de vida, o sea, cómo y en qué
va a distribuir su jornada cada persona, ha de ser algo mucho,
muchísimo, más variado que lo que está
formalizado bajo el conocido rótulo de "plan de
vida".
En esta misma línea, se prejuzga que todo numerario
ha de tener el mismo horario respecto a las normas que se
hacen en familia y demás reuniones (especialmente las
tertulias), cuando en realidad, la diversidad de carácter,
necesidades físicas (por ejemplo, tener un horario
distinto de sueño), hace que tal horario debiera ser
mucho más flexible, al igual que, en general, la presencia
en tales reuniones. A veces se dice que lo es, pero de hecho,
a quien no se atiene a ese horario -aunque sea de acuerdo
con el médico-, se le pide a veces que deje de vivir
en el Centro (como me ocurrió a mi: incluso alegando
hipócritamente que era por mi descanso, cuando en realidad,
para eso, bastaba con que me hubiera levantado algo más
tarde).
3.- En cuanto a los medios de formación, los contenidos
no se han actualizado durante años y años. Un
círculo de hace veinte años bien podría
ser intercambiable por uno de ahora. Incluso los ejemplos
y anécdotas que se cuentan son los mismos. Esto hace
que los medios de formación sean extraños a
mucha gente, o mejor sólo conecten con ellos un sector
muy definido de la sociedad actual.
Por otro lado, en los medios de formación internos,
se utiliza frecuentemente una retórica manida -y vacía-
en torno a las maravillas de las cosas de Casa, lo ideal que
son nuestras cosas, la felicidad de estar junto a un santo
(el nuevo Padre), como si por haber sido elegido ya fuera
santo quien antes era uno más entre nosotros, etc.,
etc.
8.- VIDA Y TONO EN LOS CENTROS
1.- Nuestros Centros están demasiado cerrados y todo
su régimen formalizado de tal manera que es muy difícil
que uno pueda considerar el Centro como su casa: donde está
a gusto, donde puede descansar y practicar sus aficiones (oír
música, ver películas, etc.), o donde puede
invitar a cualquier amigo o colega.
En la situación actual, es impensable invitar a un
amigo a tomar una cerveza en plan informal, o incluso invitarle
a comer. En Centros -como el mío-, está dicho
que incluso los supernumerarios se limiten a estar en las
zonas comunes (oratorio y salas de recibir), y que no pasen
a las habitaciones. No se concibe que un colega vaya al Centro
a trabajar, porque, por ejemplo, necesitan usar el ordenador.
En general, nadie visita los Centros, ni siquiera los parientes
y hermanos de los que allí viven: en ninguno de los
diversos Centros en que he vivido, he conseguido que se considerase
oportuno que mi madre viese la habitación que yo ocupaba;
e incluso cuando, sobre todo al principio, cuando ella pedía
verla, se le daba una excusa amable, pero no se la deja pasar
a verla.
2.- Se confunde el tono humano con el tono de una familia
burguesa europea de la primera mitad de este siglo, antes
de la gran revolución cultural de la segunda postguerra.
Intentar que haya criterios intemporales de tono humano es
totalmente absurdo y pretender mantenerlos es condenarse al
arcaísmo, a vivir fuera de la realidad, a hacer un
mundo aparte. Así, por ejemplo, que los almuerzos y
cenas sean totalmente formales (como hace más de cincuenta
años), hasta el punto de que, muchas veces, no se puede
invitar a uno no de Casa a comer a un Centro, porque no entendería
nada de lo que allí sucede. Ese estilo de comer y cenar
creo recordar haberlo visto alguna vez en casa de mi abuelo,
pero ya en casa de mis padres no se hacían las comidas
con tanta formalidad y, por supuesto, la cena no era considerada
una reunión de familia.
En la misma línea, hay montones de detalles que dan
un tono arcaizante al ambiente de nuestros Centros: modo de
vestir en el comedor (con manga larga) y en las bendiciones,
ponerse de pie cuando entra o sale el director durante la
tertulia, no cruzar las piernas en el círculo breve,
no disponer de un sitio donde estar informalmente con los
amigos, la decoración más o menos "conservadora"
(en todo caso, muy distinta de la que veo ente mis colegas
y amigos), imposibilidad de tomar algo cuando se tiene hambre
-o incluso molestias estomacales--, el tono de misterio exagerado
de todo lo que se refiere a al administración, etc.
3.- Otro capítulo es el que se refiere al descanso
de los numerarios: tanto respecto al sueño diario,
como el descanso semanal y anual. Dado que esto está
bastante regulado, es difícil que cada uno pueda practicar
sus propias aficiones, descansar del modo que él juzgue
oportuno (y además acompañado), etc. Quizá
-no lo sé- ésta sea una de las causas del estrés
al que están sometidos mucho numerarios, y de la proporción
de enfermos psíquicos que hay en los Centros, más
alta de lo ordinario, aunque debería ser mucho más
baja, puesto que son gente seleccionada.
4.- Me parece claro que todos los criterios e indicaciones
sobre esos comportamientos (levantarse para recibir al director,
vestirse así o asá en el comedor), estilos externos,
modos de descanso, etc. deberían suprimirse totalmente.
Basta con que cada numerario formado actúe según
él es, según las costumbres sociales del momento,
etc; o sea, en plena y total espontaneidad autónoma.
En todo caso, si uno desentona (no del tono de nuestros Centros
-no debería existir tal concepto-, sino de los usos
y costumbres sociales del momento), ayúdesele a ser
una persona correcta.
9.- CONCLUSIÓN
Desde el punto de vista filosófico, podría
sintetizarse el derrotero emprendido institucionalmente por
la Obra del siguiente modo. Los tres transcendentales humanos
-verum, bonum, pulchrum- en torno a los cuales se pueden clasificar
todas las actividades humanas, son cultivados muy diversamente
por las diversas personas, y articulados de diferente modo
entre sí. Eso origina enfoques básicos diversos
sobre el sentido de la vida humana (Scheler, por ejemplo,
habla del hombre filósofo, del religioso y del esteta,
según cultiven preferentemente el verum, bonum o pulchrum).
Es indudable -en mi opinión- que nuestro Padre cultivó
preferentemente el bonum, pero manteniendo un cierto equilibrio
(también tenía un buen sentido estético,
aunque ciertamente el aspecto científico-filosófico
era el menos cultivado en él). En la Obra como institución,
se sigue cultivando el bonum, pero, por desgracia, rompiendo
excesivamente el equilibrio. Es decir, el "bien de las
almas" predomina unilateralmente sobre la verdad o lo
cultural estético. No quiero decir que no haya que
hacer el bien, sino que se determina lo que es bueno o no,
al margen de la realidad, de la verdad teórica, y sobre
todo, práctica. Por eso, se argumenta diciendo que
tal vez algo sea verdad, pero conviene ocultarlo, no interesa
que todos lo conozcan, etc. En una palabra, se prefiere el
interés a la verdad; la conveniencia, a la justicia.
Este tema de amar y someterse a la verdad, a las cosas tal
cual son, sin ocultarlas, sin disimular por motivos sociales
o "piadosos" es fundamental, pues la razón
última de que algo sea bueno o malo no es que en ello
se haya obedecido o desobedecido, sino que sea racional o
no racional: "Bonum, inquantum est secundum rationem,
et malum, inquantum est praeter rationem, diversificant speciem
moris" (S.th., I-II, q. 18, a. 5, ad 1). Dicho de otro
modo, sin verdad, sin racionalidad, sin intelección,
no hay libertad ni se puede ser bueno.
Por desgracia, en la Obra no se entienden así las
cosas, sino que se piensa que "la bondad de los actos
humanos deriva de su debido orden al último fin, es
decir, a Dios: los actos humanos se ordenan al fin, en la
medida en que cumplen la voluntad divina" (Guión
interno Doctrina Católica, p. 106, n. 1) (Las raíces
de esa doctrina son voluntarismo, fideísmo, entender
el bien como obediencia a la autoridad, etc.). Y según
esa doctrina, los directores piensan que ellos son los que
conocen el bien y el mal, y para ayudar a los demás
de Casa han de determinar todo lo que hay que hacer y omitir
e, incluso, controlar que eso se cumple así, pues -insisto-
el bien se identifica con la obediencia y el mal con la desobediencia.
De ahí la necesidad de un continuo consultar, de controles
externos para que se cumpla lo previsto, etc. Aunque eso sí:
pensando que están haciendo el bien y haciendo que
los demás lo practiquen, pues se considera que los
criterios generales establecidos y sus aplicaciones hechas
por los directores son la voluntad de Dios, para todos en
general y para cada uno en concreto (como si los directores
fuesen el Espíritu Santo encarnado).
Quizá todo esto que digo puede parecer muy abstracto
-aunque creo que ya he señalado actuaciones concretas
de todos conocidas-, y podría concretarlo en decenas
y decenas -y no exagero- de comportamientos específicos
de gente de Casa. Creo, no obstante, que los ejemplos que
he puesto ilustran suficientemente ese estilo que, por desgracia,
se ha asumido en la Obra: heteronomía, formalismo,
falta de interioridad, distancia del mundo, no ser gente corriente
idénticos a los demás, no buscar la intelección
de cómo son las cosas para atenerse a ellas, preferir
el interés a la verdad, falta de estudio, no ser intelectuales
(los que deberían serlo), predominio de lo pastoralista,
etc., etc.
De hecho hay que reconocer que es sorprendente que, en una
institución que se dirige primordialmente a los intelectuales
-in primi quae intellectuales dicuntur (Statuta, 2, parágrafo
2)-, sean precisamente los filósofos, intelectuales,
artistas, hombres de cultura los que encajan peor que la gente
sencilla y ajena al mundo de la cultura; o, siendo de Casa,
los primeros tienen más problemas y perseveran menos
que los segundos. A algunos podrá parecer falso la
causa que asigno; a otros, lógico que sea así.
Pero lo que intento decir es que lo que de hecho sucede es
muy grave, pues, en una institución dirigida a los
intelectuales, eso significa una desviación seria de
su genuino espíritu.
Insistiría en lo que ya he dicho: que sólo
hay vida del espíritu y libertad y bien, en el sometimiento
a la verdad. Por eso, escribí arriba que la mayor traición
que puede darse es no someterse a la verdad, ocultarla, manipularla.
Convertirnos en "políticos" es hacer traición
esencial al espíritu, no sólo al de Casa, sino
al espíritu sin más: sólo la verdad libera
-verdad teórica y verdad práctica-; sólo
se puede practicar el bien dentro de un respeto exquisito
a la verdad; sólo hay auténtica vida del espíritu
en la verdad.
Y ahora sólo añadiría una cosa: ojalá
tomásemos en serio que veritas liberabit vos; amar
por encima de todo la verdad y someter todo a la verdad, a
su exposición con su consiguiente libertad. El criterio
que dio el Vaticano II para toda la sociedad, creo que vale
mucho más para nosotros que hemos sido llamados a la
libertad de los hijos de Dios: "Se debe observar la regla
de la entera libertad en la sociedad, según la cual
debe reconocerse al hombre el máximo de libertad, y
no debe restringirse sino cuando sea necesario y en la medida
en que lo sea" Vaticano II, Decl. Dignitatis humanae,
n. 7. ¿De qué sirve comportarse bien por límites
externos? Sin libertad no hay virtud. Hay que asumir a fondo
el riesgo de la libertad, que es idéntico a someterse
a la verdad: "Haec est libertas nostra cum isti subdimur
veritati" (Agustín, De libero arbitrio, II, 13,
37)
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