Carta
de dimisión como numerario
y exposición de motivos
Autor: Fede
1. Introducción
2. Carta de Dimisión
3. Exposición de motivos
Introducción.
Esta carta de dimisión, o de petición de dispensa
de los compromisos contraídos como miembro numerario
del Opus Dei, y la exposición de motivos adjunta, estaban
dirigidas al Padre (léase Prelado del Opus Dei; entonces,
1993, Don Álvaro del Portillo). Si he decidido publicarla
es porque creo que puede hacer algún bien (no "más
bien que mal", porque el cálculo utilitarista,
aunque lo valoro en sus justos términos, es algo que
sólo cabe ex post; es decir, cuando todo se consume).
Ese bien que creo que puede hacer no es en abstracto, sino
a un par de personas que han escrito recientemente al sitio.
Publico esto, además, porque tengo fundados motivos
para pensar que esta carta, cuánto más la exposición
de motivos, nunca llegaron a manos de su destinatario, Don
Álvaro, y sí, en cambio, a las de Javier Echevarría,
actual Prelado. Y eso que consideraba que al menos tenía
ese "último y único derecho": que
lo leyese su destinatario y no otro. Don Álvaro, a
quien siempre consideré mucho más humano, prudente
y cercano que al Fundador, murió poco después.
A los pocos meses, aparecieron unas declaraciones de Mons.
Echevarría, ya Prelado, en una entrevista a un diario
español (el antiguo "Época", si mal
no recuerdo), en las que empleaba expresiones muy similares
a algunas que aparecen en mi exposición de motivos.
Diversos comentarios que me llegaron entonces parecían
indicar que de hecho hacía tiempo que Don Álvaro
había dejado de leer las peticiones de dispensa de
compromisos de numerarios en los que se advertía de
fondo un "me voy, aunque no quisiera", con la implícita
denuncia de que directores intransigentes con la ortodoxia
y otros celadores intolerantes de la ortopraxis no dejaban
más opción que solicitar la dimisión.
De hecho, recuerdo la confidencia de una persona con muchos
años en la Obra que me dijo en esos días que,
tras pedir otro numerario, creo recordar que andaluz (Pepe
M.), también con bastantes años en la Obra,
la dispensa de compromisos, forzado por la presión
de los directores y haciéndolo constar en su carta
de dimisión (se la hicieron repetir), habiendo llegado
"de forma excepcional" ésta a Don Álvaro,
éste reconvino a los directores por la barbaridad cometida
"contra ese hijo suyo, tan querido como los demás",
y disponía que pidieran inmediatamente perdón
y le dijeran expresamente, entre otras cosas, que supiera
que tenía todo su cariño y bendición.
Por tanto, no me refiero a que la gestión administrativa
de algunos "despitajes" conflictivos estuviese delegada
en otras personas, sino a que quizá se le ocultaban
al Prelado ciertas cartas "para que no sufriese con esas
deserciones" o "no le amargasen los últimos
años de su vida". Dicho de otra forma, tengo la
duda de si, con la vergonzante excusa del cariño filial
hacia su persona, se le hurtaban testimonios de miembros que
dejaban la Obra y que exponían de una u otra forma
sus motivos para hacerlo, como hice yo. En tal caso, sus "subalternos"
le habrían impedido acceder, a sabiendas, a elementos
que podían haber contribuido a entender, discernir
y dirigir la Obra. Como entiendo que lo de la "gracia
del cargo" existe, pero sólo para quien tiene
el mandato y la información, no para quien asume funciones
que estrictamente no le competen sin que el relevado siquiera
lo sepa, por muchas excusas de cariño filial que se
pongan, el asunto siempre me pareció grave. Como no
puedo probarlo, lo expreso como duda, que es lo que he tenido
desde que hablé con esa persona y también con
otro sacerdote y, días después, con un numerario
con cargos internos en una de las delegaciones de Madrid.
Los motivos para albergar dudas se fundan, además,
en conversaciones con otras personas muy solventes con cargos
de responsabilidad (entre ellas, el primer Consiliario de
un país europeo).
Sirva esto, pues, como introducción a mi carta de
dimisión y a la exposición de motivos que adjunté.
Estos documentos los había dado por borrados para siempre
en un concienzudo acto de "cortar con el pasado"
que realicé hace unos años. Pero quedó
una copia como adjunto a un mensaje de correo electrónico
que se libró y hace poco reapareció. El original
de mi puño de la carta fue transcripción literal
de la plantilla que publico. Hube de escribir dos veces esta
carta, al considerar los directores, a los pocos días
de escrita la primera, que decía cosas que no eran
de "buen espíritu" o que no era ese "su
lugar"... Superada la amarga sensación inicial
de verme obligado a pasar otra vez por ese trance, decidí
adjuntar la exposición de motivos, en la que ahora
sólo he omitido todos los nombres y un párrafo.
Lo demás, para bien o para mal, queda tal cual. (Curiosamente,
mi primera carta al Padre, es decir, aquella en la que unos
14 años antes solicité mi admisión como
numerario, también me la hicieron repetir, porque el
avispado de turno no comprobó ni siquiera mi edad exacta.
De hecho, había escrito pidiendo mi admisión
en la Obra con 14 años y 5 meses.)
Añado algunos "caveat". Es evidente que
se trata de un texto muy personal, escrito en circunstancias
muy difíciles, que decido hacer público sabiendo
que quienes habitualmente leen este sitio suelen ser personas
sensatas y sabrán entender las cosas en sus justos
términos; es decir, sabrán apreciar aquí
o allá un mayor o menor peso de elementos subjetivos,
silencios voluntarios, cosas que se dicen entre líneas,
falta de intelección de una u otra cosa, quizá
un racionalismo poco inteligente para alguien que es filósofo,
sentimientos traicioneros, un "quiero, pero no quiero,
pero no quiero no querer ni querer quiero", ciertos comentarios
imprudentes, el ridículo que pueda hacer al decir tal
o cual cosa, o lo que sea, que de todo habrá. Aun así,
quedo expuesto ante otros quizá no tan sensatos, y
sé que puede reconocérseme fácilmente.
A veces tomo prestadas ideas o palabras de otros, y cierta
persona reconocerá claramente en qué decantaron
las muchas conversaciones que mantuvimos por entonces.
Conscientemente, no creo estar faltando a la verdad ni a
la caridad al publicar esto. A la justicia, no lo sé,
porque no sé muy bien qué debo o dejo de deber
a quién, ni quién tiene prioridad en esto de
la justicia: si quienes, por representar lo que representan,
no se bajan del burro ni piden perdón por el daño
cierto infligido, pero que de alguna forma han contribuido
a hacer de mi quien ahora soy, para lo bueno y para lo malo,
o bien otros a quienes no conozco bien, pero tengo motivos
para pensar que necesitan ayuda por estar en un tris de tomar
decisiones importantes en relación con su pertenencia
a la Prelatura. "In dubio", opto por la acción
en lugar de la abstención: cuanto más información
y más experiencias de otros conozcan, mejor.
He dudado bastante si valía la pena que esto viese
la luz. Los Orejas saben que me había dado un tiempo
de reflexión y tenía mis reticencias. Después
de haber leído últimamente otros testimonios,
realmente duros, que dicen las cosas sin los remilgos con
los que yo me ando, y que dejan traslucir un nivel de sufrimiento
que me hace aborrecer con toda mi alma a quienes lo han causado
y a la aberrante praxis que induce a causarlo, me he decidido
a enviarlo. Ahora creo que sí, que vale la pena hacerlo,
aunque sólo sea por el bien que creo que puede hacer
a ese par de personas. Ojalá no me equivoque; en caso
contrario, asumo desde ahora esa posibilidad.
N.B. Un par de comentarios aclaratorios sobre personas
que aparecen en la "exposición de motivos":
Escribí: "Ni los directores ni don D. son nadie
para pedirme que pida perdón por algo que en conciencia
pienso que está bien. Ojalá hubiera grabado
la conversación, porque cualquiera que la oyera juzgaría
que era de locos, y es difícil de creer que me pudieran
llegar a decir lo que don D. me dijo." -"Don D."
era entonces director espiritual, creo recordar, pero podría
equivocarme, del centro de la delegación de Sevilla;
me "invitaron" a exponerle mis dudas sobre ciertas
cuestiones de conciencia y salí peor de lo que entré:
escandalizado.
Escribí: "La delegación no se puede permitir
el lujo de dejar que J. se vaya. Más que nada, porque
si alguien dice: "en el Opus vivís así
o asá y sois unos rígidos y tal", se le
dice: "no, hombre, no: mira a J., que hace lo que le
da la gana", y ya está." - "J."
dejó la Obra hace ya varios años, después
de unos 30 años como miembro numerario, está
más sano que nunca y parece muy feliz.
Escribí: "Ya me decía una persona muy
mayor en Casa, filósofo, que los filósofos de
Casa que eran santos es porque ya lo eran antes de ser de
Casa." - Esa persona era Fernando Inciarte Armiñán,
uno de los que empezó la labor de la Obra en Alemania,
y ahora está gozando de la Trinidad, después
de habernos dado a algunos mucho que pensar.
Fede
Diciembre 2003
Carta en la que solicité
al Prelado la dispensa de los compromisos adquiridos como
miembro numerario del Opus Dei
12 de diciembre de 1993
Queridísimo Padre:
Le escribo para comunicarle, para descanso mío y
supongo que también de algunos directores, que he decidido
irme de Casa. Le ruego tenga a bien dispensarme de las obligaciones
que, como Numerario, contraje en su momento, puesto que parece
que no vale la pena mantenerlas, ni por una parte, ni por
otra. Por sentido común o por cálculo coste-beneficio:
mi perseverancia en la Obra no vale su precio. Si los directores
han llegado a esta conclusión, no tengo nada que añadir,
salvo que me parecen muy malos tasadores, y que se han equivocado
lamentablemente. Es una pena que me tenga que ir ahora, con
todo lo que se está ganando. Ciertamente, no me echan
(que no pueden): me voy. Quizás esto sea lo más
duro.
Sólo añadiré algo que me parece importante:
gracias. Sin duda, he recibido mucho más en este tiempo
de lo que haya podido ser capaz de ofrecer o dar. En este
intercambio contractual, he salido ganando. Lo digo con toda
sinceridad (y también porque soy todo un caballero.
Andante, claro, aunque a partir de ahora tenga que ir por
estos mundos de Dios sin el soporte de mi Orden de Caballería,
el escudo quebrado, la espada rota y los calcetines caídos).
Una vez dicho esto, si no quiere seguir o no dispone de
tiempo, no siga leyendo lo que le cuento en las páginas
mecanografiadas que adjunto. Sin embargo, si dispone de tiempo
le ruego que lea hasta el final lo que tengo que decirle,
porque seguramente será la última carta que
le escriba y porque, después de todo, lo he escrito
para usted. El tiempo pasado en Casa creo que me da, al menos,
este último y único derecho (porque, como ahí
le digo, renuncio a mi derecho a plantar defensa). Aunque
digan que tengo un talante radical, nada de fiat iustitia
pereat mundus. Y a lo mejor encuentra algo de interés
en lo que sigue.
Reciba un fuerte abrazo de su hijo del alma, que deja de
serlo sin saber muy bien por qué, y que promete seguir
rezando por su persona e intenciones, y por los directores.
Exposición de motivos que
adjunté a la carta en la que solicitaba dispensa de
los compromisos adquiridos como miembro numerario del Opus
Dei
Padre, no pretendo descubrir la pólvora, y menos ante
usted, pero creo que es bueno que le diga lo que pienso. Aunque
usted ya lo sepa y no pueda hacer mucho al respecto, que no
digo que no lo sepa y que, efectivamente, puede que esté
bastante atado de manos. Hay cosas que ni el Prelado puede
hacer, si me entiende lo que quiero decir. Todo lo que le
voy a decir a modo de "impromptu" tiene su sentido
y su sitio en el discurso, aunque a veces ni yo mismo sepa
cuál es: las asociaciones mentales no engañan,
como enseña la buena psiquiatría. En todo caso,
quiero terminar esta carta cuanto antes y no pienso pararme
en excesivas correcciones ni miramientos. Por eso, le pido
también disculpas por adelantado en caso de que se
me vaya ligeramente de tono. Después de todo, soy andaluz
y de carácter vehemente.
"Neque ridere neque lugere sed intelligere", que
decía Spinoza. ¡Buena manifestación racionalista!
Como si reír o llorar no fueran manifestaciones de
la razón. Sin embargo, ha sido desde hace años
mi lema, entendido en un sentido más profundo: el hombre
tiene que guiarse por la razón, porque la razón
es la raíz de la libertad, y porque obedecer a la razón
es obedecer a Dios. Más aún, somos de algún
modo divinos o deiformes por esta participación en
la razón, y no podemos bajo ningún concepto
renunciar a ella. Apartarse de ella es pecar. Con razón
decía Tomás de Aquino que "Sapiens diligit
et honorat intellectum, qui maxime amatur a Deo inter res
humanas". Ahora bien, hay cierta distinción entre
la razón teórica y la razón práctica
(aunque el bueno de Aristóteles diga que la teoría
es la praxis suprema, lo que aún no sé si puedo
compartir). En la primera rige la necesidad, no así
en la segunda. La conciencia no es sino el juicio práctico
de la razón, y lo bueno es lo razonable. Más:
sólo la acción razonable es buena; basta con
que esté al margen de la razón para que sea
mala. Esta es la esencia de la razón práctica.
La razón práctica es "recta ratio",
porque no hay ninguna necesidad en las cuestiones prácticas:
cualquier acción humana tiene parte de acierto y parte
de error. Por eso, más que "recta ratio"
es "correcta ratio": una razón que continuamente
examina sus determinaciones y va mejorándose una y
otra vez, buscando ese medio virtuoso.
¿Que a qué viene todo esto? Pues a que me
voy de Casa para salvar la racionalidad y la rectitud de la
conciencia, para poder seguir haciendo lo que me parece lo
razonable. Yo no soy un racionalista, como a veces en broma
me dicen: soy racional, y soy razonable. Y porque soy razonable
me voy de Casa, haciendo caso al consejo-indicación
de los directores. Aunque mis sentimientos me impelan a considerarlo
una injusticia y a vender cara mi vocación, mi razón
me dice -como a Sócrates- que "lo justo es lo
que deciden los gobernantes de la ciudad", y que toda
defensa no puede ser sino numantina, y toda victoria, pírrica.
Esto por lo que toca a la justicia civil, porque -como Aristóteles-
me apunto al exilio voluntario antes que dejar que "la
ciudad" cometa más crímenes contra "la
filosofía" y, más allá, no apelo
aquí a Roma para poder apelar a Dios en el Juicio Final.
Aquí, paz, y después, gloria.
Cuando vine a Casa asumí como propia y razonable
una visión del mundo y un "modus vivendi"
(entonces no lo hubiera llamado así, claro). Esto implicaba
estar dispuesto a vivir -porque realmente lo veía razonable-
un espíritu y unas virtudes y -en otro nivel- unas
normas y unos criterios. Digo "en otro nivel" porque
las virtudes son por definición racionales (el justo
medio determinado por la razón) y las normas y criterios
sólo son racionales en abstracto, pero no en concreto:
son racionalidad abstracta, y pueden cambiar con el correr
del tiempo. Y, porque cambian, se puede ir contra ellas si
lo aconsejan las circunstancias. Asumí, por tanto,
cada cosa a su nivel, como algo coherente y como algo digno
de mi empeño.
Pero la educación que he recibido en Casa a lo largo
de los años difiere de lo que considero formar un sano
juicio. Aunque en la teoría se distingan las cosas
(quienes sean capaces de distinguirlas, que son pocos, y cada
vez menos), en la práctica se confunden: la razón
práctica se asimila a la teórica, y el criterio
se transforma en dogma. Lo que originalmente tenía
en cuenta el tiempo y las circunstancias, fuera de ese tiempo
y esas circunstancias se convierte en verdad apodíctica
y necesaria. Y pasa a interpretarse restrictivamente y en
sentido negativo, de prohibición. "No se llevan
pantalones", "no se fuma", "no se va a
espectáculos públicos", "no se trata
con personas del otro sexo", "no se duerme siesta"...
La lista sería interminable.
Llevo años queriendo centrarme en lo esencial, y
los directores no me dejan, con sus rigideces, sus puñetitas,
sus tiquismiquis y sus chorradas. Dar al cumplimiento literal
de algunos criterios tanta importancia como a la vida de oración,
al trato con el Señor, o a las obras de misericordia,
es desquiciar las cosas. Ya se lo decía en mi última
carta: las correcciones fraternas te las hacen por mil ridiculeces
(oficialmente: "cosas pequeñas"): si te duchas
con agua fría o caliente, si comulgas de pie o de rodillas,
si besas el suelo o sólo inclinas el cuerpo, si utilizas
o no el misal, si te sientas o te quedas de rodillas después
de comulgar, si ves o no tal película de nuestro Padre,
si llevas la camisa abrochada hasta no sé cuál
botón, si tienes un bolígrafo o dos, si subrayas
o no los libros, si saludas o no "de beso" a una
chica, si estás o no estás en la tertulia...
Padre, ¡están locos! Parecen fariseos de la más
rancia estirpe. Muchos, porque esta mentalidad se transmite,
haya o deje de haber libros de praxis.
No puedo decir que me vaya porque me hayan hecho sufrir.
"Sufrir" es una palabra demasiado noble. Me voy
porque estoy escocido, irritado, porque me irritan tantas
gotas de agua cayendo una a una sobre el cubo día y
noche; porque estoy harto de que me busquen las cosquillas,
de que se pasen el día controlándome "por
mi propio bien" (y porque tienen un enfermizo sentido
de la "responsabilidad" de velar para que no me
descarríe y el mundo, el demonio y la carne no me hagan
daño). Desde hace año y medio no es así,
pero antes sí lo era.
Yo siempre había pensado que el fin de la educación
era formar personas razonables, sensatas, maduras y con independencia
de criterio (entre otras cosas). Y resulta que, como "en
Casa la formación no acaba nunca", pues estoy
condenado a vivir toda mi vida bajo la sospecha de inmadurez,
infantilismo y puerilidad. Resulta duro decirlo, pero así
es como lo veo: las personas que se consideran razonables,
sensatas, maduras o con independencia de criterio no caben
en Casa. A no ser que tengan cincuenta años, en cuyo
caso no se sabe muy bien si caben porque son todo eso o porque
tienen cincuenta años. ¿Dónde queda el
"super senes intellexi quia mandata tua quaesivi"?
Desde que tengo uso de razón no he buscado sino descubrir
y cumplir la voluntad de Dios. Por eso decidí vivir
el celibato con apenas diez años. Por eso pité
cuando me invitaron a hacerlo. Por eso llevo catorce años
en Casa. No soy ningún santo, pero tengo claro que
es lo que quiero llegar a ser (aunque me parezca punto menos
que imposible, con o sin la gracia de Dios).
Dicen que no sé distinguir lo esencial de lo accidental,
que me "engancho" con estas cosas. ¿No será
al revés? A mí no me plantean ningún
problema. El problema me lo plantean los directores con sus
controles y comprobaciones "por si acaso", con sus
interpretaciones literales, legalistas y de rígida
intelección, con su "placet" a ciertas correcciones
fraternas. En algunos casos, parecen como obsesionados, y
te llaman la atención con sólo oír sonar
la flauta. Sobre todo, con lo de la separación de las
dos Secciones. Me han tenido "frito" con esto mucho
tiempo. Y usted mismo me decía, contestando a mi carta
de abril pasado, que viviera tres virtudes (obediencia, docilidad
y espíritu de sacrificio) y dos criterios (precisamente,
trato con las mujeres y consulta de libros).
Voy a tratar un momento de sus indicaciones. Porque -con
independencia de que haya de agradecerlas-, pienso que hasta
aquí llegaron las aguas. Es sintomático que
empiece pidiéndome obediencia y docilidad. Porque la
virtud, como usted bien sabrá, antes que obediencia
a la norma, es disposición al bien. No creo que baste
con obedecer. A los nazis juzgados en Nürenberg no les
bastó, y a mí no me van a exculpar de error
en virtud de haber actuado movido por la santa obediencia.
Ya estoy cansado del deformante dicho: "tú, obedeciendo,
no te equivocas, aunque se equivoquen los que te mandan".
Esto refleja una concepción totalitarista de la obediencia,
que no creo que tenga nada que ver con la virtud cristiana
del mismo nombre. El juicio último sobre lo que aquí
y ahora debe -o es lícito- hacerse corresponde al individuo
que obra. La vida de cada uno (el conjunto de sus acciones
como un todo) no es algo ya hecho, sino que ha de ser individualmente
creado: mi vida es algo único e irrepetible, está
en mis manos, y soy yo el que ha de dar razón de ella.
Dar razón: "redde rationem vilicationis tuae".
¿Podré justificar mi actuación apelando
a que obedecí? Sí, pero parcialmente, no definitivamente.
La justificación definitiva es: actué racionalmente,
hice lo razonable.
La libertad es un don, es mi mayor riqueza. Que no me la
gestionen torpemente, por favor: que confíen en mí.
Ya se lo decía en mi última carta: "Ut
quid enim libertas mea ab aliena conscientia iudicatur?"
Ni los directores ni don D. son nadie para pedirme que pida
perdón por algo que en conciencia pienso que está
bien. Ojalá hubiera grabado la conversación,
porque cualquiera que la oyera juzgaría que era de
locos, y es difícil de creer que me pudieran llegar
a decir lo que don D. me dijo.
¿Que la fe está sobre la razón? Ciertamente
lo sobrenatural está "sobre" lo natural,
pero no lo destruye, sino que se apoya en ello. Más:
lo exige. Una fe que niegue la razón no es fe, sino
superstición. No me pida, por favor, que caiga en la
superstición, o que haga lo que fundadamente juzgo
poco o nada razonable. ¿Es razonable que me pase todo
el día pensando si con cada cosa que hago o dejo de
hacer, hago o dejo de hacer daño a los demás?
Lo digo por la insistencia con que me dicen que mi comportamiento
hace daño a los demás. Si estoy rodeado de pusilánimes,
¿por qué no se dedican a formarlos bien en lugar
de darme a mí la lata? Por mi parte, estoy dispuesto
a vivir el precepto supremo de la caridad y a evitar el daño
de escándalo. Pero, por la otra, hagan el favor de
sacar a la gente de su pusilanimidad e infantilismo moral,
de su ignorancia y superstición. A ver si al final,
con tanto desvelo y cuidado, van a acabar siendo "plantas
de invernadero". Por mi parte, si los directores no hacen
nada, lo haré yo. Es decir, haré lo que, considerando
las circunstancias, me parezca más razonable. Y a veces
considero más razonable escandalizar a alguien -con
moderación, siempre con moderación- que no hacerlo,
porque es el único modo de bajarle de la higuera y
explicarle un par de cosas.
Ahora bien: si la gente de Casa quiere seguir viviendo de
esta manera, pues no seré yo quien les siga llevando
la contraria. Por vivir de esta manera entiendo jugando a
sacar a los demás las cosquillas con mil puñetitas,
cultivando "plantas de invernadero" y destrozando
la naturaleza en nombre de la gracia. No digo que todos lo
hagan: algunos que he tenido la dicha de conocer, hombres
prudentes de verdad -como don Manuel P. o don Ernesto J.,
don Joaquín R., don Jon B. o algún otro-, no
son así. Pero muchos, sí. Casi me atrevería
a decir que la mayoría. Haberme dado cuenta de que
es la mayoría la que así piensa y así
vive, a sabiendas o no, es lo que me ha decidido a dejarme
de quijotadas, a ser menos idealista y a poner los pies en
el suelo.
Y respecto a lo del trato con las mujeres, ya le digo que
tengo las ideas clarísimas y que estoy totalmente de
acuerdo, siempre que se entienda bien: que se entiendan las
circunstancias. Habiendo decidido ser célibe antes
que Numerario, ¿qué me van a contar? No tienen
por qué velar por mí como lo hacen, gracias.
Me parece que algunos directores no acaban de distinguir en
esto lo esencial de lo accidental. A mí me puede faltar
sentido práctico, desconocer el alcance último
de mis actos, y todo eso. La afectividad de las mujeres puede
ser todo un mundo. Pero, créame, hoy estamos mejor
preparados que hace treinta años, y no es tanto el
desconocimiento: en la televisión, en las revistas
y en el colegio hemos aprendido desde pequeños cómo
son, piensan y sienten las "personas del otro sexo".
No hace falta ser cura para eso. No seré yo quien se
escandalice si le cuentan que un Numerario y una Numeraria
se van de Casa para casarse, ni que dos Numerarias se acuestan
juntas, o que una Numeraria se va con un divorciado, o lo
que sea. ¡Y luego te tapan la "tele" para
no ver un beso! O te censuran anuncios perfectamente decentes
para quien no es un mojigato, un pusilánime o un reprimido.
Deberían pasarse una temporadita en Amsterdam y curarse
de espanto. Independientemente de lo que la gente piense de
los filósofos de Sevilla, le diré que nos tienen
ya "fritos". Prefiero dejar el tema por ahora, porque
puedo acabar enfadado una vez más.
Y, por cierto, que cierto curita me dijo hace un mes -en
relación a un comentario sobre que había ido
con una amiga inglesa a la tertulia de Pozoalbero- que si
yo era del "grupo de los reaccionarios de Sevilla, que
quieren cambiar el Opus", y no sé qué más.
En Sevilla no hay ningún grupo de reaccionarios. Lo
que hay aquí, como en muchos otros sitios, es gente
sensata que está hasta las narices de ser tratada como
niños sin discernimiento. Cada uno es cada uno, y que
no me metan en una guerra que no es la mía.
Por lo que se refiere a lo de consultar los libros, no sé
a qué viene. No digo que yo tenga criterio suficiente
para decidir leer lo que leo (no lo digo, pero apostaría
a que es así). Lo que no sé es a qué
viene. Si como una manifestación más de humildad
o de tenerme por un infante, pues no le veo la gracia. Conste
que su petición no me plantea ningún problema,
y que ya dije en su momento que me parecía muy bien
lo de consultar los libros, si no hay más remedio y
si se quedan así todos más contentos. Lo que
le digo es que no sé a qué viene. ¿Es
otro modo de buscarme las cosquillas? Me desconcierta. Me
desconcierta absolutamente.
En fin, si sus indicaciones me desconciertan, aunque las
acepte plenamente y -muy importante- cada una a su nivel (las
virtudes como virtudes, los criterios como criterios: algo
que don D. parecía no entender), más perplejo
me han dejando las supuestas razones que me han dado acompañando
al consejo de que me vaya de Casa. No son razones, sino razonamientos
y motivos. Comprenderá que cayera en un estado mental
de relativa perplejidad. Dos de las razones que me dan y por
las que se supone que conviene que me vaya de Casa me son
en gran medida incomprensibles como "razones suficientes":
que tengo un talante radical, y que mi sentido común
es atípico. Si considero el talante de algunos y el
sentido común del ciudadano medio que me rodea, lo
tengo por un elogio. Las otras dos son, sin embargo, definitivas,
y por ellas entiendo que debo irme sin perder un segundo:
que ?como consecuencia de lo anterior, y una vez más-
puedo hacer daño a los demás, y que he adquirido
algunos hábitos incompatibles con la condición
de Numerario. Sobra decir que no quiero hacer daño
a nadie, y que si algunos de mis hábitos se juzgan
"incompatibles", pues ya está todo dicho.
Haberme dicho también que no me quieren pedir lo que
me va a costar mucho dar, aparte de ser una sentimentalada,
es sencillamente engañoso, porque hace apenas un mes
me han pedido algo que me costaba mucho dar, y entre lágrimas
lo he dado.
Lo que no entiendo bien es por qué se deshacen de
un Numerario con tanta facilidad. Quiero decir, yo estoy dispuesto
a ser fiel y a cambiar cuanto haga falta en el carácter,
hábitos o disposiciones. Después de todo, hice
hace varios años la fidelidad, y eso se supone que
es algo, una especie de garantía de idoneidad, o lo
que sea. Y después está toda esa historia sobre
la gracia de la vocación, la farmacopea que hay en
Casa, y no sé qué más. Pero, claro, si
no vale la pena, si el esfuerzo por mantener esta vocación
no vale su precio, pues no hay nada que añadir. Sin
duda, se trata de una decisión sabia y prudente por
parte de quienes la han tomado. En la delegación, cuatro
personas, de las cuales tres no han hablado conmigo más
de cinco minutos desde que las conozco, y sólo me conocen
sobre el papel. En fin, como no quiero ser injusto, he de
suponer que, en cualquier caso, disponían de datos
suficientes para poder decidir. Pero no deja de sorprenderme
que un consejo como éste, tan fundamental para mí
-y del que ya dije de antemano que consideraría no
como un consejo, sino como una indicación que pensaba
seguir de todas, todas- puedan darlo personas que tan poco
me han tratado. Un consejo-indicación que contaba,
además, con la opinión contraria del sacerdote
con quien tengo dirección espiritual, don E. Yo estaba
buscando, con su ayuda, mi propio camino dentro de Casa, y
creo que iba bien. Lento, pero bien.
En dos palabras: se han equivocado conmigo. Yo tengo una
vocación como un camión, y los directores se
han equivocado. Entraba dentro de lo posible, de la condición
pronta a la falibilidad del hombre, por muy colegialmente
que se organice. Como entra dentro de lo conveniente seguir
ese consejo-indicación en cualquier caso, y así
lo hago; sin excluir que me pueda equivocar al no plantar
defensa, pero con una alta probabilidad de estar haciendo
lo más conveniente dadas las circunstancias.
¿Cómo se lo diría? Entre lo que usted
nos dice en sus cartas (o en cualquier ocasión) sobre
la fidelidad y la situación en la que me acabo de encontrar,
hay un abismo. Siempre es difícil pasar de la idea
a la realidad, desde luego, y eso justifica cualquier diferencia
entre lo que uno piensa que es el espíritu fundacional
y lo que luego se vive. Tanto hablar y oír hablar de
libertad, y luego.... O de fidelidad, y luego se despacha
a alguien que quiere ser fiel de un plumazo. ¿Que no
quieren que sufra más y que lo hacen por mi bien y
por el de la Obra? Pues, estupendo. Para un racionalista como
yo, ser o dejar de ser de Casa no tenía nada que ver
con la felicidad, sino que era una cuestión de principios.
Un deber. Un honor. Una obligación gustosa y amorosamente
aceptada, aunque costase a veces y hubiera que ir a contrapelo.
He pasado malos ratos, he tenido mis dudas y perplejidades
a consecuencia de algunas cosas que me han dicho. Pero seguía
pensando que perseverar era una cuestión de principios.
Sin embargo, los directores tienen razón: esto sí
que tiene que ver con la felicidad. En este sentido, y dejando
de lado que, esencialmente, aquí lo que hay es lucha
por la santidad, el sufrimiento que observo desde hace años
-el coste humano, de vidas destrozadas, de gente medio esquizofrénica-
es una confirmación real, más allá de
cualquier teoría u opinión en contra, de que
la institución funciona de un modo que fuerza el modo
de ser de mucha gente (particularmente, de muchos Numerarios;
lo que sólo significa que es realmente difícil
reunir los requisitos para ser Numerario, y que habrá
que restringir la entrada a mucha más gente). El dolor,
el llanto, las depresiones y fijaciones y hasta la esquizofrenia
son, en cualquier caso, una prueba de que algo no funciona
como debiera. Y de que, por eso mismo, es mejor que algunos
nos vayamos; por nuestro bien, por supuesto. Claro, los que
llevan muchos años no se van a ir ahora, no compensa.
Pero los que somos más jóvenes aún podemos
rehacer nuestras vidas bajo otros esquemas. A lo mejor, ese
es el criterio: si el sufrimiento aparece antes de cierta
edad, se aconseja a uno que se vaya; si después, se
le deja hacer lo que sea con tal de que persevere. A ciertas
edades, ¿a dónde va a ir uno? Sin duda, esto
esconde mucha sabiduría.
Por eso (permítame esta digresión, personalizando),
J. es un "lujo" que se puede permitir la Obra. La
delegación no se puede permitir el lujo de dejar que
J. se vaya. Más que nada, porque si alguien dice: "en
el Opus vivís así o asá y sois unos rígidos
y tal", se le dice: "no, hombre, no: mira a J.,
que hace lo que le da la gana", y ya está. Es
como un lunarcito coqueto. Uno está bien y tiene gracia;
pero muchos sería un desastre, desde el punto de vista
estético y funcional. No digo que no me parezca prudente
y hasta sabia la postura. Y comprendo que no quieran más
lunares, y se me tenga por una verruga, que hay que extirpar.
Tratar a cada uno como es, tratarme a mí con mis peculiaridades:
una temporadita, sí, pero no hay que pasarse, porque
no se puede hacer lo mismo con todo el mundo. En este sentido,
me sorprendo en estos momentos de la paciencia que han tenido
los directores conmigo, y pienso que irme de Casa va a ser
para algunos un motivo de descanso. Menos mal que me he dado
cuenta de la indirecta, y no he organizado una defensa numantina
de mi vocación. Así es más fácil
para todos.
Respecto a los directores, le diré algo, aunque es
muy fácil decir que aquí no hacemos falta nadie,
y que mi idea de la Obra me la puedo guardar. Obviamente,
la "denominación de origen" no la tengo yo:
la tiene usted. Pero cuando se dice "el sabio que nos
enseñe, y el prudente, que nos gobierne", hay
que asegurarse de quiénes son esos "viri probati".
Porque, me parece, corremos el riesgo de confundir la prudencia
con seguir la ley o el criterio al pie de la letra, y gobernar
como si el tiempo no existiera, como si estuviéramos
todavía en no sé qué época negra
y confusa, en la que los hombres mayores llevan de la mano
a los menores de edad. En la que los hombres mayores piensan
que todos los demás somos menores de edad. Desde luego,
visto así, ¡ay de los pobres filósofos
y sus pobres razones! Ya me decía una persona muy mayor
en Casa, filósofo, que los filósofos de Casa
que eran santos es porque ya lo eran antes de ser de Casa.
No me lo creí, pero ahora me parece que tengo que darle
la razón. A lo mejor a usted le gustaría cambiar
a algunos directores y poner en su lugar gente más
joven, menos "prudente" y "sobrenatural"
y más "fresca" y "natural". Pero
sospecho que, aunque quisiera hacerlo, no podría, no
puede.
Si hay que echarle a algo la culpa de todo esto es a los
tiempos que nos ha tocado vivir. Le comprendo: parecen exigir
disposiciones extraordinarias, que a veces se vuelven contra
uno mismo y tienen "efectos perversos". Ya resulta
molesto que haya ciertos criterios con un fundamento más
que discutible, aun para aquellos que alcanzan a conocerlo.
Cierto que hay un lenguaje que habla por sí mismo;
pero hasta ese lenguaje cambia, para quien sabe estar atento
a lo que pasa en el mundo. Lo que no se puede tolerar es la
inflexibilidad, la rigurosidad enfermiza en la interpretación
y aplicación de las normas y criterios. La Iglesia
lamenta los tiempos de la Inquisición, y con toda razón;
la Obra lamentará en su día tanta falta de perspicacia.
Me molesté hace tres años en hacer una lista
con las interpretaciones de los criterios que me habían
dado a consecuencia de consultar algo o de decir que había
obrado de tal o cual manera. Más que nada, para aclararme
yo mismo. Si alguna vez tiene curiosidad por conocerla, no
dude en pedírmela, que se va a llevar una sorpresa:
la inteligencia del sentido de algunos criterios es nula,
incluso por parte de algunos directores "mayores".
Ya va siendo hora de comprender que la sociedad de hoy no
es la de hace veinte o treinta años. En muchas cosas
es la misma, sí, pero en muchas otras no se parece
a ella en absoluto. Y es más lo que diferencia que
lo común. Sobre todo, los que tenemos menos de treinta
años no entendemos muy bien de qué van los que
tienen más de esa edad. Esto es así en todos
los campos de la vida. Gobernar con un retraso de treinta
años en la percepción del entorno de operación,
¿qué empresa lo aguanta? ¿Congresos Generales
cada ocho años? ¡Cada cuatro! (es un decir: voy
a la idea).
Pedir obediencia a la tradición y fe en la autoridad,
ha de hacerse dentro del límite de lo razonable. No
más allá. Lo que el individualismo liberal imperante
nos ha enseñado desde pequeñitos es a cuestionar
toda tradición por principio, y si ésta da razón
de sí, se acepta, y si no, se rechaza. Pues, bien:
hay tradiciones, normas, disposiciones, leyes, indicaciones,
criterios, directrices y otros patrones formalizados en Casa
que no dan razón de sí, o no saben hacer inteligibles
sus razones a los que tienen menos de cierta edad, porque
-las cosas claras- muchas razones que se daban hace tan sólo
cinco años ya no valen hoy. Cualquier pedagogo lo sabe
perfectamente. Y en Casa, me temo que falla la pedagogía.
No basta la "del anuncio", confiarlo todo a la repetición.
Hoy día, no. Todo tiene que dar razón de sí,
en presente. No me puede pedir de buenas primeras "obediencia,
docilidad y espíritu de sacrificio". No es sensato.
Otro asunto, relacionado con el anterior: me parece que
el ambiente dentro de Casa está como enrarecido, como
con un aire irrespirable, a fuerza de tiquismiquis y puñetitas.
Yo vine al Opus Dei por algo grande, buscando experimentar
la libertad de los hijos de Dios. Y me he encontrado que se
andan con puñetitas y que son unos esclavos de la ley.
Si no quieren abrir la puerta, pues no lo hagan; pero cada
vez serán más los que se salgan por las ventanas.
Es mero instinto de supervivencia y profunda conciencia de
libertad. ¿Que mi experiencia es muy particular? Sí,
pero es suficiente. También lo suficientemente triste.
Es el escándalo de la defección de las masas,
que nos afecta más a los jóvenes. En esto tengo
que decir que estoy un poco roto por dentro (pero nada que
no se pueda arreglar con el paso del tiempo y un poco de cariño).
De mis amigos filósofos de Casa, ¿quiénes
quedan? J. Y se queda porque ya está loco, porque tanta
contradicción ha somatizado, y ya no va a arreglar
nada yéndose. No creo que haya más motivos.
Sobrenaturales, desde luego, no los busque. Con razón
no se habla con los directores más que lo imprescindible:
¿para qué más dolor? Mejor dicho: ¿para
qué más irritación con puñetitas?
A. también está como una regadera. Como una
regadera racionalista, pobre hombre, que todavía piensa
-como Tomás de Aquino, y como yo mismo- que la única
justificación definitiva ante Dios y la conciencia
es: "actué racionalmente". Distinto es el
caso de C., quien supongo le dará muchas alegrías.
Por el contrario, se me fueron, tanto como a usted, N., C.,
W., R., P., F., M.A., J., M.... O C., C., C., I., F.... Son
sólo los filósofos y filósofas que recuerdo
a bote pronto. Antes pensaba que la causa principal de muchas
defecciones era la falta de espíritu sobrenatural,
humildad, fe, esperanza y caridad, y que eso, y el cansancio
de la lucha, lo explicaban todo. ¡Qué poca vista
la mía!
No soy quién para juzgar. Cada uno tenía sus
motivos particulares, desde luego, y son muy distintos sin
duda los de don José (P.A.) y los de W. o F. Pero también
he hablado con algunos de ellos, y hay razones más
generales. Excepto a tres de ellos, a todos les he visto llorar.
Ver llorar a M. un año después de haberse ido
de Casa me ha dolido mucho. A ellas también, que me
las he encontrado llorando por los pasillos de la Facultad,
en un banco del parque, o en la biblioteca de la Universidad.
Y por haberme acercado e intentado consolarlas, he recibido
un "palo" por parte de los directores. Sí,
porque las Numerarias no son personas como las demás,
ni siquiera simples "personas del otro sexo", habiendo
un criterio muy claro respecto al trato entre las Secciones,
y ahí se acabó todo. Ya se sabe, no se puede
curar a la hemorroísa en sábado. Ni siquiera
mirarla: corazón de piedra, y a mirar al techo. Pero
vamos a dejar el tema, que no me gusta irritarme.
¿Que mi sentido común es atípico? ¿Lo
dicen por lo que pienso que es importante y lo que no? Admito
que me pueda faltar sentido práctico; pero tengo un
sentido humano y cristiano por encima de cualquier interpretación
legalista de la prudencia.
[...]
Yendo más al fondo, la institución se ha convertido,
al parecer, en un obstáculo entre Dios y yo. No me
sirve para encontrar a Cristo, que creo es de lo que se trataba.
Llevo varios años en los que el rostro amable de Cristo
no aparece por ninguna parte: sólo Cruz, una inmensa
cruz cuando voy a hacer la oración. Y para colmo resulta
que mis relaciones con Dios están mediadas por relaciones
jurídicas. Sus indicaciones sobre cómo hacer
la oración y otros guiones, a veces llegan tarde, cuando
el daño ya está irremediablemente hecho. Gracias
a Dios, se nota que las páginas del Editorial de "Crónica"
las escribe otra persona -con mucha más sensatez- desde
hace algún tiempo. Algunas de las anteriores eran un
prodigio de ortodoxia doctrinal..., y de alienación
espiritual y mental. Como la famosa del "Olvido de sí",
a la que te remitían cada dos por tres.
La Obra es muy joven, y está sufriendo, creo, una
crisis de crecimiento. No sé, pero le están
saliendo como granitos por todas partes, y su apariencia es
poco amable. La gente quiere ver una Obra guapa, alegre, natural,
viva, fresca... y no es eso lo que ven. Ven, como dice un
chiste de dinosaurios, un "diplodopus" (lo digo
sin pretender ofender). Mucha ortodoxia y todo eso, pero mucha
gente no es feliz. Lo veo yo, lo ve la gente con la que trato,
y me lo dicen. Sé que algunos de los que más
me quieren se van a llevar una alegría cuando sepan
que he dejado la Obra. No sé si tienen derecho a ello,
porque quizás me malinterpreten; pero les comprendo
perfectamente, porque en los últimos años no
han visto en mí una persona feliz y que vive la vida
con naturalidad. Y conste que he mejorado mucho. Claro, he
mejorado desde que tengo dispensa de vida en familia y no
estoy sometido a diatribas y discusiones domésticas
por nimiedades y puñetitas. Hacen bien los directores
en pensar que lo mejor que puedo hacer es quitarme de enmedio
del todo.
Pero, volviendo a lo anterior, me temo que, si se ha ganado
en Casa -que lo dudo- la batalla de la formación en
la fe y la moral, se ha perdido la de la formación
de la afectividad. Y ahora, algunos lo estamos pagando. Porque
si uno no ama con este corazón de carne -que nuestro
Padre quería que pusiéramos en todo, y no se
ha enseñado así, con tanto "¡Cuidado
con el corazón!" y tantas prevenciones llenas
de prejuicios y quién sabe qué negativas experiencias-,
no hay fuerzas ni motivos para cumplir la ley. Y acaba uno
harto, además, de que le digan que tiene razones pero
no tiene razón. Quizás yo sea un poco o un mucho
racionalista, pero además de corazón necesito
razones, y raras veces me las han dado. La comprensión,
ya se lo decía en otra carta de hace años, es
un "existenciario", como dice Heidegger: un modo
de estar en el mundo para algunos. Si no comprendes, no funcionas.
A no ser que uno sepa amar de veras, que me temo no es mi
caso. Te dicen: "esto es evidente". Y te lo crees,
porque es lo que te han enseñado desde pequeño.
Pero, de evidente, nada: nadie, aparte de nosotros, ve nada.
Porque nosotros no vemos: creemos. Y uno no puede aceptar
por fe la razón por la que cree todo lo demás.
Con esta base, el "ama y haz lo que quieras" de
San Agustín, ¡qué lejos queda!
De hecho, una de las mayores dificultades que tenía
para decidir irme de Casa es que no alcanzaba a tomar una
decisión "en conciencia". Porque ya no sabía
lo que era "decidir en conciencia". Si te dan la
ley y la interpretación de la ley, el criterio y el
reglamento, y nada menos que hasta la praxis, de modo que
el juicio prudencial o práctico no puede ni siquiera
ejercitarse -ya que se reduce a una mera aceptación
u obediencia "ad litteram" de la autoridad de la
ley y sus ministros- acabas con tantas mediaciones entre tú
y tu conciencia que ya no sabes ni siquiera qué es
"obrar en conciencia". Porque ésta ha sido
sustituida -como en el judaísmo- por la ley. No hay
lugar para la virtud ética, sobra el juicio práctico:
la razón práctica se ha asimilado a la teórica.
El caso es que ya no oía ni la voz de Dios, porque
la conciencia estaba embotada, aniquilada. "Littera occidit,
spiritus autem vivificat". Así no es raro que
en los últimos tiempos empezara a pensar seriamente
si no me estaba volviendo loco. Cuando le dije al Señor,
al poco de pitar, "Señor, antes loco que permitir
que me vaya de Casa", me doy cuenta ahora de que ya estaba
empezando a estar loco, porque nadie en su sano juicio debe
pedir tal cosa.
En fin, que, como usted también sabe, la Obra tendrá
que mejorar, y puede que se acabe pareciendo -o no- a lo que
es mi idea. Pero yo no puedo esperar, porque es previsible
que el cambio será lento y que muera antes de verlo.
Y no vale la pena, de verdad, no la vale, que siga irritado
el resto de mis días. Mientras la mayoría quiera
seguir viviendo así, pues que siga así. Si te
atreves a sugerir algo o a manifestar tu extrañeza
ante algo, te dicen: "tú reza, encomienda las
intenciones del Padre y estáte muy unido a los directores".
O como usted me indicaba: "obediencia, docilidad y espíritu
de sacrificio". La verdad, creo que ya está bien
de todo esto, y de que me digan: "violenti rapiunt!".
O sea, "hazte violencia". Me dicen: "en temas
de conciencia no podemos entrar, no vamos a violentar tu conciencia.
Tienes que violentarla tú". ¿Están
locos o qué? Esto ha sido la gota que colma el vaso.
Yo puedo violentar mi razón -que, a fin de cuentas,
es una pobre criaturita más-, por amor, es decir, porque
mi persona está detrás gobernando sus actos.
Pero si no consigo amar lo suficiente, o la persona no aparece
por ningún lado, violentar la razón es un suicidio.
Y me lo han pedido con estas mismas palabras. Gracias a un
nuevo esfuerzo de discernimiento, pude rendir la cabeza sin
caer en la locura o en la absoluta falta de referencias. Si
la moral tiene que ver con lo razonable, que me dejen de historias
de violentar la conciencia o la razón. Lo que no voy
a dejar que siga ocurriendo es que "mi" (el de la
Obra) sentido de la moral me impida hacer el bien que considero
razonable. El bien que en conciencia veo que debo hacer. La
moral farisaica es simplemente despreciable.
Me han dicho que es cuestión de dar un salto de vértigo
en el vacío, confiando en Dios. Oiga, no creo que Dios
se vaya a prestar una y otra vez a estos juegos de trapecio,
sólo porque a los directores les gusten tanto. Yo no
soy santa Teresa de Jesús ni san Juan de la Cruz. Hace
falta mucha santidad para tomar ciertas decisiones, y yo no
la tengo. Me parece que en los últimos años
están confundiendo el punto de partida con la meta,
y yo estoy todavía muy lejos de la meta. Pero si por
estar lejos de lo que se supone tengo que alcanzar en Casa,
la santidad, hay decisiones que no puedo tomar, y por eso
me tengo que ir, aquí falla algo. Hay cosas que no
se pueden pedir sin meditarlo mucho antes en la presencia
de Dios. Y se las están pidiendo a mucha gente con
demasiada frecuencia. Los simples y sencillos de corazón,
siguen adelante con el don de Dios; los que lo somos menos,
nos quedamos en el camino.
Supongo que (es lo que me dicen) siempre ha sido así,
y que ésta es la sabiduría ascética multisecular
de la Iglesia. Pero ni siquiera la Iglesia se atreve, por
mucho que la quiera para todos sus hijos, a exigir jurídicamente
la santidad. Y la Obra sí lo hace. Y con impaciencia
a veces. ¡Como si identificarse con el espíritu
y los modos ascéticos y apostólicos del Opus
Dei fuera cosa de un momento! Cada uno va al paso que puede,
y yo voy muy lento. Demasiado para mi impaciencia y la de
algunos directores, según parece. Seguramente, no vale
la pena seguir identificándose a base de cabezazos
contra el muro. Una vez más, casi estoy cierto de que
los directores tienen toda la razón aconsejándome
que me vaya, aunque ni ellos mismos sepan por qué,
porque le aseguro que se han equivocado. Tratándose
de un asunto práctico, habrá parte de acierto
y parte de desacierto. La vida es así.
Nada se ha perdido. Pero la lógica no la cojo: si
era un querer de Dios mi pertenencia a la Obra, y ahora resulta
ser contingente, entonces la Obra misma, que también
es un querer suyo, también será contingente.
Lo mejor, supongo, será no meter a Dios por medio en
estos asuntos. Por mi parte, volveré a ser un fiel
cristiano como cualquier otro, al margen de instituciones
eclesiásticas. Desde luego, no sé tanto como
usted qué es la Iglesia (a fin de cuentas, es un misterio,
y no lo voy a resolver leyendo a ningún eclesiólogo),
qué es el Opus Dei en cuanto "partecica"
de la Iglesia, o qué autoridad tiene el Prelado (y
sus directores) para disponer como dispone y lo que dispone
sobre la vida de sus miembros. Pero yo voy a volver al seno
de la Iglesia sin más mediaciones institucionales,
a reconciliarme con Dios y con el mundo. Le parecerá
llamativo que hable así. Es difícil expresar
lo que quiero decirle, pero supongo que me entiende.
Afortunadamente, después de años sin poder
hacerlo, he empezado a entenderme a mí mismo al margen
de mi pertenencia a la Obra, relativizando muchas cosas, entre
ellas el carácter absoluto de la vocación al
Opus Dei que se nos mete en Casa. Supongo que eso es lo que
me permite decir que obro en conciencia y no creo equivocarme.
No vale la pena absolutizar la vocación, como se nos
tiene acostumbrados a hacer. Cuando nuestro Padre decía
que si uno se iba hacía traición a Dios y a
todos, no sé a qué malvado traidor se refería.
Cuando decía que no daba ni una perra chica por los
que se iban, o que los había visto volver llorando,
no sé a quiénes se refería. Pero, en
cualquier caso, creo que mi caso y el de otros muchos no se
encuadra dentro de los anteriores. Sólo buscamos aire
limpio, respirar sin atosigamientos, sin que te pidan que
entregues ya lo que aún no estás en condiciones
de entregar. Yo me voy para salvar la razón y la conciencia.
¿Seré recuperable para la vida "normal"?
(Lo digo teniendo en cuenta que no sé por qué
rayos sigo pensando que tengo una vocación clarísima).
No piense que soy un impaciente por no esperar a los cambios
(que tampoco sé si llegarán). Yo me había
hecho mis razonamientos sobre el funcionamiento de las instituciones
(después de todo, mi campo de estudio desde hace dos
años es la Economía Política Constitucional
y el cambio institucional), y hasta cierto punto comprendo
por qué están las cosas como están, y
por qué no es prudente que cambien de la noche a la
mañana. Podría seguir, y ¡Dios sabe que
tentaciones tengo de hacerlo! Pero no quiero sufrir más,
y pienso que los directores, en el fondo, tienen toda la razón
al pedirme que me vaya. Es una pena que uno acabe viendo las
cosas así, teniendo miedo de Dios o confundiendo el
rostro amabilísimo de su Hijo con una pared de incomprensión
o con una cruz insoportable, o con un criterio que es una
verdadera piedra de escándalo. Pero a éstas
habíamos llegado. Y no vale la pena seguir dándose
contra el muro, habiendo tantos caminos para llegar al mismo
fin. Me lo están diciendo los directores desde hace
algún tiempo, y creo que ya es hora de hacerles caso.
No considero este tiempo algo perdido, ni renuncio a nada
de mi vida en Casa. Lo pasado, pasado está con mi consentimiento,
porque bien podría haberme ido antes, y no he querido.
Mucho he aprendido y mejorado, y mucho espero seguir aprendiendo
y mejorando. Muchas veces me he apoyado en la alegría
de la Administración, en la paz que da oír a
una Numeraria auxiliar reír. Creo que es lo que más
voy a echar de menos.
Permítame una última digresión, antes
de terminar. Todavía me río de cómo,
después de decir que el fin natural y el sobrenatural
no se distinguen realmente, me dicen en clase de teología
sacramentaria que los niños sin bautizar se van al
"limbo". ¿Van a explicar mejor las cosas,
o no? ¿Van a profundizar de una vez por todas los que
trabajan el tema en las relaciones entre lo natural y lo sobrenatural?
Sobre todo, los apuntes internos de filosofía son un
despropósito en muchos casos. Y si no tanto los apuntes,
sí las explicaciones. Hay que dejar de infundir supuestas
certezas, y enseñar a la gente a vivir con la incertidumbre,
con preguntas sin respuestas claras, con problemas, que eso
es lo que hay en la vida. Si no, estamos en el aire sobre
un globo de suficiencia, ("en Casa no pasa nada, y si
pasa ¿qué importa? Y si importa, ¿qué
pasa?") y al menor viento nos podemos desinflar.
Yo creo que ahí empezaron algunos problemas: cuando
empecé a aceptar por fe lo que se supone iba encaminado
a formar la razón. Y al noventa por ciento, como mínimo,
le pasa igual. Un par de conversaciones con gente que está
en el Centro de estudios me ha confirmado que se está
construyendo sobre el voluntarismo bienintencionado y el "fervor
de la primera caridad", no sobre el convencimiento racional
y la convicción responsable. Si esto sólo puede
seguir adelante sobre la conformación ideológica
(en el sentido mencionado de aceptar sin comprender) de mentes
juveniles, pues no le veo mucho futuro. Claro que Dios sabe
más, y la Obra seguirá con su gracia. Pero quizás
convendría poner menos obstáculos a su acción,
cambiar la pedagogía, escuchar más a los intelectuales
que disienten de lo que dicen las "vacas sagradas",
o yo qué sé.
No le envidio su responsabilidad ni sus decisiones en conciencia.
Precisamente por eso pido a diario como un descosido por su
persona e intenciones, seguro de que usted necesita esa ayuda
más que nadie en Casa, y por los directores. También
pido como un loco, desde el primer día que pité,
que el Señor me aumente la fe, la esperanza y la caridad.
Se ve que, por mi parte, sí que he puesto muchos obstáculos
a su acción. Si no consigo entender para creer, menos
voy a creer para entender. Si veo que nuestro inmovilismo
se parece al de los hombres con cuerpo de piedra de los chistes
de Mingote, y que los directores son directores desde que
terminan el Centro de estudios, y que nunca han sido más
que directores, pues comprenderá que ande un poco desesperanzado.
Mejor dicho, desanimado, que es algo más natural y
hasta más somático. Si me dicen que no puedo
curar a la hemorroísa en sábado ni dar de comer
al hambriento con el oro del templo, pues entonces ya no sé
qué es la caridad.
¿Que soy un presuntuoso por hablar como hablo? ¿Un
"tonto listo"? No creo. He dudado tanto de mí
mismo y mis criterios últimamente que ya no puedo dudar
más: alguna referencia necesito. ¿Frágil
y débil? Más que nadie. Esto me consuela de
que mi planteamiento es honrado. Sólo espero que el
Señor me trate como a san Pedro después de la
negación, y cruce su mirada con la mía. En cualquier
caso, yo no me voy triste. Me voy algo decepcionado o desencantado,
pero no triste, porque lo hecho por el Señor, hecho
está, y lo aprendido y mejorado, ahí queda:
¡que me quiten lo bailado!, que por aquí se dice.
Pero, por otra parte, me parece que las cosas en la Obra están
como están, y no soy yo quien tenga, no ya el deber,
sino la mera capacidad de desfacer más entuertos o
aguantar más puñetitas.
Una vez más, no quiero dar un tono excesivamente
sobrenatural al asunto, porque me parece que eso es precisamente
lo que sobra. Tanto buscar razones sobrenaturales, que al
final tengo razones, pero no tengo razón. Y que si
los directores se equivocan, yo no me equivoco obedeciendo.
Y todo eso, que no significa nada para mí.
Padre, no sigo con el rollo, que seguro que tiene otros
casos -alguno como el mío- sobre la mesa, y ya le he
quitado mucho más tiempo del que podría tener
derecho a pedirle. Además, me parece que llevo un rato
desvariando.
Quisiera terminar con palabras de agradecimiento hacia los
directores que me han tratado con tanto cariño, y a
los que no he sabido hacer caso cuando me sugirieron hace
ya un año y pico que me pensara lo de irme: había
confundido mi amor a la Obra con fanatismo por mi vocación.
Imperceptiblemente había pasado de lo uno a lo otro.
Hora es de poner las cosas en su justo sitio.
También quiero pedirle perdón por el tono
ligeramente desenfadado de la carta: o le escribo así,
o le lleno el papel de lágrimas. Y, como le decía
al principio, "neque ridere neque lugere sed intelligere".
Si yo soy como soy, y la Obra que históricamente hay
es la que hay, y los directores me aconsejan que me vayan,
pues me voy. A lo mejor es cierto que soy sencillamente incapaz
de seguir en ella, por mucho que la ame, que en esto no quiero
cederle a nadie ni un milímetro.
Ahora veo -porque antes no lo veía- que no vale la
pena seguir irritado, y que ya está bien de hablar
de lágrimas de purificación. El resentimiento
y el cinismo, dicen los psicólogos, son las últimas
manifestaciones de un cariño que se resiste a disolverse.
Pero, como demuestra la experiencia de tantas y tantos, hasta
el resentimiento se acaba pasando. Y a otra cosa, mariposa.
Lo cual no es frivolidad, sino puro sentido común (atípico,
por supuesto).
Con todo cariño, me despido de usted, pidiéndole
que me encomiende a la Virgen.
12 de diciembre de 1993
Fede
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