LA VOZ DE LOS
QUE DISIENTEN
Apuntes para san
Josemaría
Isabel de Armas
El papa Pablo VI, en septiembre de 1963, poco antes
de la segunda sesión conciliar, reconoció la necesidad del ejercicio de la
critica con estas sabias palabras: «Ella constituye una llamada a la vigilancia
y a la obediencia, una
invitación a la reforma, un estímulo para el perfeccionamiento. Tenemos que
aceptar con humildad la crítica que nos rodea, aceptarla con reflexión y
también con reconocimiento. Roma no necesita defenderse haciendo oídos sordos a
las insinuaciones salidas de voces bien intencionadas, sobre todo cuando se
trata de voces de amigos y hermanos».
«No les tengáis miedo, pues no hay nada encubierto
que no se haya de descubrir, ni oculto que no se haya de saber». (Mt 10, 26)
«La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en
el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más
íntimo de aquella [...]. La fidelidad a esta conciencia une a los cristianos
con los demás hombres para buscar la verdad y resolver con acierto los
numerosos problemas morales que se presentan al individuo y a la sociedad». (Gaudium et Spes 16)
Cuando finalicé el libro Ser
mujer en el Opus Dei, estaba convencida de que, para mí,
este asunto quedaba definitivamente cerrado. Sin embargo, tal convencimiento
duró poco, y ante el constante goteo de cartas, llamadas telefónicas y
encuentros con personas que deseaban seguir hablando del tema de la Obra, pensé
que, aparte de la correspondiente atención personalizada a los que a mí se
dirigían, tal vez sería bueno trabajar con todo el rico contenido que estaba
llegando a mis manos -vía correo, vía telefónica o vía entrevista-, con el fin
de ahondar más sobre todo aquello que los lectores -a los que por razones
obvias no cito con nombre y apellido- me iban aportando. De esta forma, no sólo
yo me beneficiaba de las opiniones ajenas, sino que a mi vez podía devolver a
cada uno la aportación enriquecida de todos. En primer lugar, mi tarea ha
consistido en ir agrupando por temas todas las comunicaciones escritas y
orales, ya que se podían establecer denominadores comunes. A continuación,
sobre este consistente temario, he hecho mis propias reflexiones personales: he
aquí el resultado.
Se trata de 43 apuntes que envío al propio
san Josemaría porque, de una u otra forma, a él
también le incumben todos estos trozos de vida: interrogantes, desconciertos,
dudas, desacuerdos, asombros y pasmos, que numerosos creyentes y descreídos,
que han conocido de cerca su Obra -y bastantes de ellos también personalmente a
él-, sienten o han sentido, padecen o han padecido.
Para mí, que no busco recetarios, este trabajo ha sido enriquecedor.
En mi afán de búsqueda, lo que más me ha entusiasmado ha sido encontrar
personas válidas: hoy me sirve esto de esta persona, y mañana eso otro de
aquella otra, pero el hecho de que una u otra con capacidad te ayude a ordenar
tus propios pensamientos, te descubra, de pronto, una vinculación de un aspecto de la
realidad con otro que no se te había ocurrido, a mí me parece muy importante,
es algo que busco casi todos los días.
Son apuntes para san Josemaría porque creo en la importancia de saber
escuchar al que disiente (los que disienten o discrepan no son desertores ni
soberbios). Los líderes verdaderamente grandes comprenden hasta qué punto es
necesario escuchar a las personas que se muestran en desacuerdo con ellos, y
por eso suelen rodearse de críticos constructivos; porque nadie está por encima
de toda crítica, y es legítimo cuestionar las actuaciones de personajes
influyentes en los muy distintos planos de la realidad.
No es éste un trabajo preciso y-riguroso; son fragmentos de
vida con toda su grandeza, y también con todos sus errores y limitaciones. No
son para nada historias académicas, secas como el polvo, con gran acopio de
datos y rigores filosóficos, sino fluidos relatos de vivencias personales, de
opiniones sobre esto o aquello, que cada uno ha visto o sentido muy de cerca.
En fin, tal como el propio lector podrá comprobar, su intención también está
muy lejos de la de Dan Brown en su multimillonario libro El código Da Vinci, a pesar de coincidir
con este escritor norteamericano en algunas críticas al Opus Dei: el libro de
Brown es una novela que acentúa elementos cabalísticos y ocultistas que rayan
lo fantasioso, mientras que este trabajo no es una novela ni está novelado,
sino que se basa exclusivamente en hechos reales, sin mezclarlos con nada de
ficción ni de afición al ocultismo; el libro de Brown tiene como trasfondo
ideológico un componente protestante anticatólico y, sobre todo, antipapista,
mientras que el presente volumen está escrito por una católica creyente.
Algunas de las observaciones de Dan Brown acerca del Opus son correctas, pero,
al estar enmarcadas en una narrativa tan fantasiosa, tan en clave de
«teología-ficción», pierden credibilidad ante un lector serio.
En la actualidad
abundan las novelas, y sus correspondientes adaptaciones cinematográficas, que
se apuntan al sensacionalismo -todo vale para llamar la atención- y a la
llamada «teología-ficción» para cuestionar la veracidad histórica del
cristianismo. No cabe duda de que pretenden aprovecharse comercialmente del
escándalo que suscitan en los creyentes, y a la vez enganchar con un público
carente de cultura religiosa pero todavía familiarizado con la imaginería
cristiana.
Estos apuntes no aspiran al sensacionalismo, ni a llamar la atención
por cualquier medio, ni desean sentar a nadie en el banquillo de los acusados,
ni desprestigiar ni fastidiar, y mucho menos inventar y escandalizar. Son un
intento de iluminar -aunque sea con luz tenue-, más que de desacreditar;
además, aunque de intento de desacreditación se trataran, soy consciente de que
mi impacto no pasaría de ser mayor que el de una chincheta en la piel de un
paquidermo.
NOTA: Cuando yo era numeraria de la Obra, entonces el Opus Dei era un
«Instituto Secular» de la Iglesia católica, y los vinculados a un Instituto
Secular nos denominábamos «socios/as», «asociados/as». Por eso, el lector
observará que a lo largo del presente libro todavía utilizo esta terminología,
pues estoy más acostumbrada a ella. Desde que el Opus Dei dejó de ser Instituto
Secular y, por decreto del papa Juan Pablo II, pasó a ser en el año 1982 una
«Prelatura Personal» -de momento, la única que hay en la Iglesia católica-, los
laicos vinculados a la «Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei» se denominan
«miembros» y no «socios», ya que los canonistas del Opus distinguen y
distancian la figura jurídica de la «Prelatura Personal» de las distintas
«Asociaciones de fieles» que hay en la Iglesia. De vez en cuando también
utilizo esta terminología («miembros» del Opus) más reciente.