El derecho a pensar y a opinar sobre el Opus Dei

 

Diálogo y libertad de expresión sobre el Opus Dei, para los de dentro y para los de fuera

 

EscriBa, 4 de agosto de 2006

 

 

Edito –a continuación- unos párrafos fundacionales, inéditos, redactados por José María Escrivá y extraídos de su carta Nunquam antehac, 30-IV-1946 y de otros documentos internos, algunos ya publicados en esta web y otros todavía no. Constituyen la base revelada sobre la que se asienta la estrategia del Opus Dei en los medios de comunicación y perfilan la prohibición inmoral de realizar cualquier crítica a la institución, ya proceda de dentro o de fuera de la Obra. Las palabras del fundador del Opus Dei las he resaltado en negrita y cursiva, mientras que el resto de citas que incluyo en este escrito aparecen en cursiva simple.

 

El concepto que la Obra tiene de sí misma

 

Con estas normas de actuación queridas por Dios y pertenecientes al patrimonio revelado del Opus Dei, no es posible ningún diálogo, ni puede considerarse ninguna disidencia como legítima, porque la humildad nos lleva (...) a reconocer y a amar la hermosura sobrenatural de la Obra, más luminosa que el levantarse de la aurora, bella como la luna, elegida como el sol, imponente como escuadrones en orden de batalla (Cant, VI, 9). “La Prelatura del Opus Dei es un instrumento de salvación positivamente querido por Dios en el seno de su Iglesia, y debe ser conocida y amada tal como es, con todo su esplendor divino, como una manifestación de la infinita misericordia del Señor; como un beneficio para la humanidad entera. Por eso queremos que el error o la ignorancia no puedan oscurecer su hermosura, queremos que la conozca y ame y se beneficie de su espíritu el mayor número posible de almas. (...) La humildad colectiva no tiene por misión moderar el amor; el amor sobrenatural a nuestra Madre Guapa, que tiene en Dios su origen y su término, no puede ser excesivo”  [1].

 

Este amor ciego e ilimitado a la Obra que nunca puede ser excesivo, y que se identifica con el amor a Dios, es el que lleva a percibir cualquier disidencia como un ataque gravísimo a Dios mismo. La Obra –según esto- es perfecta y merece todo el amor que el individuo pueda ofrecerle, sólo ella puede hablar de sí misma como si de una epifanía se tratara. El conocimiento (de la Obra) y el amor van de la mano: debe ser conocida y amada tal como es, únicamente el error o la ignorancia pueden ser capaces de que ella no despierte en el individuo el amor apasionado que merece. La Obra monopoliza a Dios ante sus miembros. 

 

Las personas que disienten no tienen, siquiera, la oportunidad de expresarse. No hay espacio en el Opus Dei para planteamientos ecuánimes y maduros, toda crítica es juzgada duramente y así debe ser según se explica de puertas adentro: “estas personas deben inspirarnos compasión: es muy triste vivir odiando sin motivo, oponerse al bien –sobre todo de modo consciente-, soportar los pesados yugos del error y del pecado” [2].

 

La licitud de criticar a la Iglesia

 

Es legítimo criticar a la Iglesia en aquellos aspectos históricos que se deriven de su ser como sociedad humana. Es preciso distinguir entre la santidad ontológica y la santidad moral de la Iglesia. La Iglesia es santa ontológicamente porque Cristo, su Fundador, es santo, el Espíritu de Cristo actúa y lleva a los hombres a Dios Padre. Esta santidad no puede aumentar ni disminuir, es constante. La santidad moral de la Iglesia depende de la santidad personal de sus miembros que deberían dar testimonio del amor de Dios allí donde se encuentren, pero no siempre es así y aquí es donde cabe la crítica legítima a la Iglesia.

 

Criticar, no cuestionando los aspectos de fondo sino las actuaciones históricas, es una obligación. Denunciar aquellos errores que, institucionalmente, la Iglesia puede cometer, como consecuencia de miserias y defectos de sus miembros, no debe interpretarse como una falta de amor hacia el Cuerpo Místico de Cristo sino como la inquietud por mejorar su componente humano. Realizar una crítica a la Iglesia no implica necesariamente una intención torcida en quien la realiza. La obligación de revisar y de mantener la capacidad de autocrítica en la Iglesia nos la ha recordado Benedicto XVI recientemente: “Se puede criticar mucho a la Iglesia. Lo sabemos, y el Señor mismo nos lo dijo:  es una red con peces buenos y malos, un campo con trigo y cizaña. El Papa Juan Pablo II, que nos mostró el verdadero rostro de la Iglesia en los numerosos beatos y santos que proclamó, también pidió perdón por el mal causado en el transcurso de la historia por las palabras o los actos de hombres de la Iglesia” [3].

 

Santa Catalina de Siena  -“que amó con obras y con la verdad a la Iglesia de Dios y al Romano Pontífice, [es a quien] se encomienda el apostolado de la opinión pública” [4] en el Opus Dei- es puesta como ejemplo de la valentía que tienen que tener los miembros de la Obra a la hora de hablar y de manifestar su desacuerdo incluso ante la Iglesia. “La gran murmuradora”, como gustaba de llamarla Escrivá, que se enfrentó al Papa y contribuyó decisivamente en la solución del Cisma de Occidente. La Iglesia puede cometer errores institucionales y es una obligación querer corregirlos cuando la conciencia los denuncie como tales. Incluso, Escrivá parecía jactarse de “conceder sin ceder con ánimo de recuperar” cuando la Iglesia no le concedía lo que deseaba, en la erección de la Obra como Prelatura -por ejemplo- y era necesario mantener un “forcejeo” con ella hasta que entendiese.

 

Criticar a la Obra

 

En cambio la Obra no admite la menor crítica sobre si misma. El espíritu que el fundador esculpió en sus hijos lleva implícito una identificación entre la (supuesta) santidad ontológica y moral de la Obra, la segunda es consecuencia de la primera y no puede ser de otro modo. El Opus Dei inculca a sus miembros que la Obra es santa del mismo modo que lo es la Iglesia porque ha sido fundada por Dios y es el espíritu de la Obra el que nos santifica.

 

“Carísimos: en mis conversaciones con vosotros repetidas veces he puesto de manifiesto que la empresa, que estamos llevando a cabo, no es una empresa humana, sino una gran empresa sobrenatural, que comenzó cumpliéndose en ella a la letra cuanto se necesita para que se la pueda llamar sin jactancia la Obra de Dios” [5].

 

Pero la Obra es, incluso, más santa que la propia Iglesia porque siempre conserva su santidad moral, por esto cualquier crítica sólo puede hacerse desde el desconocimiento, desde la mala fe, desde el resentimiento o fanatismo. Toda opinión contraria a la versión oficial es falsa” y “tendenciosa, la rectitud está en el actuar de los Directores, no así en quienes realizan alguna crítica.

 

“No nos ha de sorprender la aparición de algunas noticias falsas y tendenciosas. Es inevitable que haya murmuradores: los han sufrido y los sufrirán todas las personas y las entidades que, con rectitud de intención y deseo de eficacia, han trabajado por la Iglesia y por las almas. Esas falsas informaciones suelen ser fruto de falta de ideas claras, de ignorancia; o consecuencia quizá de manejos, hechos con poca o ninguna buena fe, por gentes apasionadas y fanáticas” [6].

 

Escrivá realiza aquí un ilícito proceso a las intenciones de aquellos que no compartan su visión del Opus Dei: consecuencia quizá de manejos, hechos con poca o ninguna buena fe, por gentes apasionadas y fanáticas. Da por sentado la presunción de culpabilidad para todo aquel que discrepe. Tiene la misma actitud injusta que condenará en 1961 en su homilía El respeto cristiano a la persona y a su libertad. “No debemos extrañarnos de que muchos, también gentes que se tienen por cristianas, se comporten de forma parecida: imaginan, antes que nada, el mal. Sin prueba alguna, lo presuponen; y no sólo lo piensan, sino que se atreven a expresarlo en un juicio aventurado, delante de la muchedumbre. (...) ¿De dónde nace esta apreciación injusta con los demás? Parece como si algunos tuvieran continuamente puestas unas anteorejas, que les alteran la vista. No estiman, por principio, que sea posible la rectitud o, al menos, la lucha constante por portarse bien. Reciben todo, como reza el antiguo adagio filosófico, según el recipiente: en su previa deformación” [7]. Claro, no es lo mismo hablar a los Directores del Opus Dei que a la gente de fuera de la Obra. El mensaje cambia radicalmente.

 

“¿Puede extrañarnos que el diablo revuelva todo lo que pueda para poner obstáculos a la labor apostólica, intentando engañar a la gente sobre la adorable figura de Jesucristo, sobre la Iglesia y sobre la Obra?” se pregunta el Prelado Echevarría [8]. La identificación del Opus Dei con la Iglesia es muy útil como estrategia para acallar cualquier crítica, como si cuestionar algún aspecto del Opus Dei supusiera cuestionar la santidad ontológica de la Iglesia. Como si criticar algún rasgo del Opus Dei implicara renegar de la fe en la Iglesia de Jesucristo, como si cualquier decisión de los directores fuera un absoluto moral. Esta errónea manera de discurrir lleva a identificar siempre, a quien expresa una opinión contraria a la Obra, con el diablo. Una simpleza desarmarte y escandalosa.

 

“Nunca hemos pretendido que todos nos quieran y nos tengan simpatía (...), ni tampoco que todos nos comprendan perfectamente, porque hay quien no ha recibido esta gracia; tenemos también el derecho de que se nos respete, de que no se propaguen mentiras, de que nos dejen trabajar por Cristo” [9].

 

Según esta cita de Escrivá, aquél que no ame (comprender implica amar) al Opus Dei será porque no ha recibido esta gracia. Da bastante miedo pensar que el fundador se refiera a algo similar a las Virtudes Teologales que son concedidas graciosamente (gratuitamente) por el Señor. La Obra de Dios viene a cumplir la Voluntad de Dios. Por tanto, tened una profunda convicción de que el cielo está empeñado en que se realice” [10] y no puede ser reprochada en nada, todo es incuestionable. Fue voluntad de Dios la fundación de la Obra y también que la fundara Escrivá. En ese axioma reside todo el prestigio de la Obra y se justifica la ausencia de autocrítica. La Obra tiene esta “carta fuerte” con la cual puede ganar cualquier partida y a cualquier “adversario” que quiera cuestionarle la arbitrariedad o moralidad de algún aspecto institucional. La Obra desoye las críticas porque está sentada en el trono de la legitimidad divina, por lo cual sabe que, mientras mantenga esa legitimidad, será invulnerable” [La Obra como revelación, EBE].

 

Cualquier católico puede criticar al Opus Dei

 

Es preciso entender que no es una verdad de fe que el Opus Dei haya sido fundado por Dios, ni –mucho menos- que su espíritu contenga el camino para lograr la Salvación. Aunque fuese cierto que la Obra se fundó a través de una Revelación Divina, se trataría de una revelación particular que no podría añadir nada a la Revelación de la Historia de la Salvación y que, desde luego, no puede contradecirla. Una revelación particular en la que yo, como católico, no estoy obligado a creer. Por tanto es muy legítimo que un católico –que no tiene motivo para creer en la divinidad de la Obra- haga críticas a esta institución incluso en cuestiones esenciales, fundacionales.

 

La Obra no tiene derecho a atribuirse una supuesta santidad ontológica que sólo pertenece a la Iglesia. La canonización de su fundador implica, únicamente, que Escrivá ha alcanzado la Eterna Bienaventuranza y la aprobación de la Obra por la Iglesia le otorga –ciertamente- autoridad moral, pero no la eleva a la dignidad ontológica de santa, ni mucho menos. No hay motivo para ese complejo de superioridad y esa soberbia colectiva que caracterizan al Opus Dei [El pecado de soberbia del Opus Dei, escriBa].

 

Es lícito que un miembro de la Obra realice críticas a la institución

 

Pero es que, también, cualquier miembro del Opus Dei, aunque crea firmemente en la santidad ontológica de la Obra (equiparándola en dignidad a la Iglesia), tiene igualmente el derecho y el deber de criticarla. La Obra no puede justificar de ningún modo que su supuesta santidad ontológica (para quien crea en ella) implique que todo en el Opus Dei es irreprochable porque –aun así- podría cometer errores institucionales como consecuencia de la falta de santidad de sus miembros (la santidad moral, como ocurre con la Iglesia). No me refiero a errores puntuales de personas concretas del Opus Dei en su vida privada, sino a vicios institucionales que todo miembro de la Obra tiene el derecho y el deber de denunciar. La Obra no tiene la potestad (ni siquiera la Iglesia la tiene) de negar a sus miembros la posibilidad de disentir, en conciencia y según el Magisterio de la Iglesia, en algún aspecto.

 

“Para lograr la unidad es preciso estar unidos a la cabeza: la unión con el Padre o con quien lo represente es imprescindible para que haya frutos de santidad. El sarmiento da fruto, si está unido a la vid. Un sarmiento que no esté unido a la vid, en lugar de ser cosa viva, es palo seco que sólo sirve para el fuego, o para arrear a las bestias, cuando más, y para que lo pisotee todo el mundo. Hijos míos, ¡muy unidos a la cepa!, pegadicos a nuestra cepa, que es Jesucristo, por la obediencia rendida a los Directores. Nuestros Directores, porque han recibido de Cristo esta misión, son para nosotros la vid, fuente de vida; son el Buen Pastor, que ama a sus ovejas y da la vida por ellas. Por eso, tiene que ser muy fuerte nuestro amor a la unidad de la Obra, de la que Dios hace depender tanta eficacia personal y apostólica” [11].

 

Estas afirmaciones y la cita de José María Escrivá no tienen ningún fundamento teológico y pugnan con el Magisterio de la Iglesia, entre otras cosas, por la equiparación que se hace de los Directores con los Sucesores de los Apóstoles. Además, se confunde intencionadamente el concepto de unidad con el de uniformidad. Unidad pasa a ser el eufemismo de lo que verdaderamente se exige: uniformidad. Para el Opus Dei no es compatible vivir la unidad y tener autonomía de pensamiento.

 

Pero, aunque un miembro del Opus Dei esté firmemente convencido de que la Gracia de Dios llega a través de los Directores y de que, en función de la obediencia que les rinda, estará más o menos cerca del Señor, tiene que ser consciente de que esto no es óbice para que puedan cometerse errores institucionales que la conciencia recta de cada individuo puede detectar y debe denunciar. El amor de un miembro hacia el Opus Dei no tiene por qué implicar la infalibilidad de la Obra en todas sus actuaciones, porque si no estaremos cayendo en el fanatismo. Por otro lado, además, en el Opus Dei no hay ningún sentido de la proporción. No hay correspondencia entre una posible disidencia y el castigo que se infringe a quien la realiza: toda crítica (por pequeña que sea) es condenada y perseguida del mismo modo.

 

Insistir, en lugar de dialogar

 

“Hay cosas muy claras, muy claras, que la gente no entiende porque algunas veces nosotros tenemos malas explicaderas; pero en otras ocasiones son ellos los que tienen malas entendederas, y se da el caso de que coincidan las dos cosas: malas explicaderas y malas entendederas.

Estamos diciendo siempre lo mismo, insistiendo en ideas que son clarísimas, pero cuando no las entienden, tenemos que repetirlas de cincuenta maneras, para que al fin, poco a poco, se vayan enterando. De cien personas, al principio cogen las cosas primero sólo tres; después, diez; al cabo de un tiempo, treinta. Hay algunos que no las entenderán nunca: sacan de nuestra conversación o de sus lecturas –en vieja frase castellana-, lo que el negro del sermón, porque no entendía la lengua: los pies fríos y la cabeza caliente.

Vosotros, hijas e hijos míos, al trabajar con las revistas, los periódicos, los libros, las películas, haced la proporción, calculando cuántas personas os van a entender. Y decidios a tener muchísima paciencia. Hay que repetir lo mismo, pero de modos diversos” [12].

 

La psicología del anuncio, en otra carta:

 

“Hay que repetir, repetir una y mil veces; a pesar de la buena voluntad y de tener la inteligencia clara, las ideas se nos olvidan y necesitamos un tiempo para ser asimiladas y pasar a la ejecución (...). hemos de repetir las mismas ideas, de cincuenta maneras distintas, con infinita paciencia”  [13].

 

Si algo no se entiende (si alguien está en desacuerdo) será por un defecto de forma, por el modo en que se ha explicado, explicaderas o por la falta de predisposición para entender, entendederas, pero nunca por un error de fondo. No voy a entrar a valorar la calidad literaria de la poco brillante a mi entender, analogía con el negro del sermón. Estas ideas clarísimas son inamovibles e incuestionables y si alguno no las entiende será porque está como el negro del sermón, porque no entendía la lengua: los pies fríos y la cabeza caliente. Hay que insistir –eso sí, con muchísima paciencia y de modos diversos- pero nunca dar la opción al diálogo porque en la Obra todo se considera dictado por Dios. No hay posibilidad de fallo sino que para el Opus Dei –en la práctica- la verdad de la Encarnación goza del mismo rango (es igual de verdadera) que cualquier indicación fundacional de Escrivá.

 

Represión

 

La conciencia recta, “el Sagrario del hombre” como la definió el Vaticano II [14], es anulada porque ningún miembro puede atreverse a juzgar negativamente alguna disposición del fundador o de los Directores. Es menester violentarse para aceptar (como aceptamos los cristianos el Misterio de la Encarnación, por ejemplo) todo lo que venga del Gobierno de la Obra. Si algún miembro no es capaz de entender (de darse cuenta de esto) será porque arrastra un problema personal ya que la Obra debe ser conocida y amada tal como es” [Los enfermos psíquicos del Opus Dei, Oráculo]. Se debe repetir sin dar espacio para la reflexión personal, para asimilar y pasar a la ejecución.

 

Cuando un miembro disiente debe ser drogado, silenciado o expulsado de la institución porque no es capaz de percibir y reconocer la verdad que se expresa a través del Gobierno de la Obra en sus Directores, debe ser vigilado estrechamente porque es víctima de una depravación interior que le hace no ver a Dios mismo en todos y cada uno de los modos del Opus Dei.

 

La estrategia informativa del Opus Dei

 

Si esto se hace con los miembros -que se supone que han recibido de Dios esta gracia para comprender perfectamente al Opus Dei- ¡que no se hará con las personas de fuera!

 

Es el mismo José María Escrivá quien determina el modo de proceder, desde su atalaya del carisma fundacional.

 

“Que se trate –haciendo amistad- a los periodistas más importantes, así como a las personalidades más representativas de la vida pública, cultural, etc., del país, para que se haga con esas personas una honda labor de San Gabriel, a la vez que les damos a conocer –loquimini veritatem, unusquisque cum proximo suo (Ephes. IV, 25)- la verdeara naturaleza de nuestra Obra, rectificando las posibles informaciones erróneas.

De esta manera, a todos se les enseñará a valorar, en lo humano y en lo sobrenatural, la importancia de su quehacer profesional y se les ayudará eficazmente a cumplir con los deberes propios de su oficio; no serán pocos los que recibirán la gracia de la vocación, y la mayor parte –también los que queden sólo como amigos- serán instrumentos valiosos que colaborarán en este eficaz apostolado de la opinión pública” [15].

 

Es menester utilizar la amistad para insistir en la verdadera naturaleza de nuestra Obra. Una verdad que debe imponerse a los de fuera amablemente pero sin fisuras, que no admite contraste, que no negocia ¡cómo si se tratara de una verdad de fe! Es el propio fundador quien dicta en nombre de Dios una estrategia informativa digna de cualquier sociedad secreta. Un modus operandi desarrollado en el Vademécum del apostolado de la opinión pública y cumplido a rajatabla. Es preciso imponer la propia versión de la Obra y silenciar toda opinión contraria, venga de donde venga. Incluso si la que no está de acuerdo con el Opus Dei es la misma Iglesia.

 

“Búsquense estos amigos entre personas rectas y de talento, que puedan, con sus ideas promover la gloria divina; de influencia, que por su familia, por su posición o por sus relaciones, tengan fuerza social (...); entre personas que tienen tiempo, cosa importante para muchos trabajos de apostolado; o que tienen el don de la palabra, que sepan hablar, explicar, entusiasmar (...); entre aquellos que ejercen profesiones, intelectuales o no, desde las cuales se influye habitualmente en gran número de personas”  [16].

 

“Queda claro, pues, que nuestras obras corporativas –las residencias universitarias, los centros culturales, las casas de retiros y convivencias, etc.- podrán y deberán organizar reuniones, ciclos de conferencias, convivencias de profesionales de estos medios de información, y cuantas actividades tiendan a orientar con sentido cristiano esta labor”  [17].

 

“Además, el carácter sobrenatural y el tono humano de esas actividades atraerá, como dije, a muchas personas, dispuestas a colaborar en las formas más diversas, dando así origen a una auténtica labor de San Rafael y de San Gabriel, para acercarles al espíritu de nuestra Obra y ayudarles a mejorar su vida interior” [18].

 

Lugar de encuentro y libertad

 

Nadie puede hablar, ni pensar, ni hacerse preguntas sobre el Opus Dei y –menos aún- crear un foro de encuentro donde dialogar. Directores del Opus Dei: ¡si existe Opuslibros es porque la Obra está cerrada a todo diálogo! Con esta web los propios miembros de la Obra debaten y cuestionan aspectos del Opus Dei junto con otras muchas personas, sin recurrir a la institución porque estar hartos de callar. Piensan al margen de la institución porque el Opus Dei no les permite pensar, no respeta su libertad y les trata como a niños y como a tontos. Y eso que –en palabras del fundador- en la Obra no caben ni los niños, ni los tontos.

 

Los miembros –cada día más, lo sé muy bien- piensan fuera de los límites de la Obra. La Obra no es ya la misma, esta web está transformando al Opus Dei de una manera profunda e irreversible. Las respuestas de la Obra ya no satisfacen y la excusa de que los directores saben más porque tienen más datos (aunque se trate de datos de conciencia) no son de recibo. Una persona puede tener infinitos datos y no saber calar el fondo del problema, no depende de eso y a los hechos me remito. Es cada vez más claro como los medios de formación (personal y colectiva) se reducen a una retahíla de consignas manoseadas y superficiales que hay que aceptar y ejecutar sin más. Esto es inadmisible para una persona adulta.

 

Cada uno entrega su confianza a quien quiere y la Obra ha perdido ya gran parte del prestigio y de la autoridad que tuvo ante sus miembros. La cerrilidad de la Obra es cada vez más clamorosa, tal vez no sea cierta esa profecía de José María Escrivá según la cual esas “falsedades” son “unas pocas pinceladas oscuras en el cuadro luminoso de la opinión pública sobre la Obra de Dios; así resaltarán más los tonos claros, espléndidos, de tantos testimonios de aprecio, de comprensión y de cariño, que es lógico que reciba una Obra que es de Dios, y que trabajará en todo el mundo para servir eficazmente a la santificación de todas las almas” [19].

 

Un fuerte abrazo!

 

EscriBa

 

NOTAS:



[1] Cuadernos 12: Apostolado de la opinión pública, pags 161-162.

[2] Cuadernos 12: Apostolado de la opinión pública, pag. 174.

[3] Discurso de S.S. Benedicto XVI, Colonia, 20 de agosto de 2005.

[4] Catecismo del Opus Dei, 2003, n.46.

[5] José María Escrivá, Instrucción , acerca del espíritu sobrenatural de la Obra de Dios, 19-III-1934, n. 1.

[6] José María Escrivá, carta Nunquam antehac, 30-IV-1946, n. 62.

[7] José María Escrivá, Es Cristo que pasa, n. 66.

[8] Javier Echevarría, carta del 26-6-2006.

[9] José María Escrivá, carta Nunquam antehac, 30-IV-1946, n. 27.

[10] José María Escrivá, Instrucción acerca del espíritu sobrenatural de la Obra de Dios,   19-III-1934, n. 47.

[11]  Cuadernos 3: Vivir en Cristo, pags. 57-58.

[12] José María Escrivá, carta Nunquam antehac, 30-IV-1946, n. 71.

[13] José María Escrivá, carta del 29-11-1957, n. 58.

[14] Constitución pastoral Gaudium et Spes, n. 16.

[15] José María Escrivá, carta Nunquam antehac, 30-IV-1946, n. 52.

[16] José María Escrivá, Instrucción para la obra de San Gabriel fechada en mayo de 1941, que comenzó a escribirse en mayo de 1935 y fue concluida en septiembre de 1950, n. 153.

[17] José María Escrivá, carta Nunquam antehac, 30-IV-1946, n. 53.

[18] Ibid. n. 67.

[19] Ibid. n. 30.

 

 

 

Arriba

Volver a Libros silenciados

Ir a la correspondencia del día

Ir a la página principal de la 'web clásica'

Ir a la 'nueva web'