¿YSI
HUBIESE SIDO SINCERO?
JOSGAR, 13 de abril de 2005
Conocí a la Obra el año 1975. Contaba yo 13
años y mi contacto fue a través de un amigo
que nos llevó a el resto de la cuadrilla a un centro
deportivo sito en Baracaldo, llamado EDE Txiki. EDE por Escuela
Deportiva Eretza y Txiki porque estaba enfocado a los más
pequeños. A nosotros. A mis amigos y a mí.
Estaba situado en los bajos de un edificio de viviendas sociales
y era solamente un gimnasio con algunos aparatos viejos, duchas
y unas pocas salitas, además de una más grande
para estudiar. Anexo estaba el EDE sin Txiki- para cuando
nos hiciésemos mayorcitos, que a mí me parecía
el colmo del lujo, con su gran sala de estar, diversas habitaciones,
sala de estudios, estudio de revelado fotográfico y
demás. Retrospectivamente comprendo que los locales
eran sencillos y hasta humildes, propios de la zona donde
se ubicaban. Margen izquierda del río Nervión
en Vizcaya. Población obrera casi en sus totalidad.
Me encantó el sitio y la gente que allí había.
Amigos de clase además de mi cuadrilla del barrio,
cuatro amigos inseparables. Inseparables hasta aquel día.
Nos dieron la más cordial bienvenida y enseguida nos
integramos en las actividades. El estudio a desgana, los partidos
de fútbol, salidas al monte, ejercicios con los aparatos...
15 minutillos de oración leyendo Camino, dirigidos
por Iñaki, una estupenda persona. Pasaron unos días
y entonces se armó la revolución, porque algunos
padres de mis amigos se enteraron de dónde íbamos
y salió el tema Opus Dei. El retraimiento fue prácticamente
general y la mayor parte de la chavalería dejó
de acudir. Yo, no. Yo seguí porque ya he dicho que
aquello me gustaba y porque mis padres habían tenido
algunos contactos con la Obra y no tenían mala opinión
de élla. De forma que prácticamente quedamos
de asiduos al Club dos de la cuadrilla. Y mi amigo del alma,
mi amigo de toda la vida, Edu, sin el que yo no sabía
hacer nada hasta entonces dejó de ir. Y yo simplemente
dejé de llamarle, de buscarle. Y él a mí.
Y aún hoy me pregunto por qué. Le eché
de menos. Deseaba que volviera para divertirnos juntos como
siempre habíamos hecho. Pero él no volvió.
Y se terminó la amistad. Sólo tenía 13
años, de acuerdo. No es para tanto. Naturalmente que
no. Pero sigo sin entenderlo.
Al poco tiempo los chicos mayores del EDE fueron al nuevo
Club Eretza, o Centro cultural Eretza, destino natural para
éllos, y los del Txiki ocupamos los abandonados locales.
Fue un sueño. El gimnasio para hacer la cabra a gusto
y el resto para estudiar L, tertulias, cenas frías,
queimadas, conferencias. Recuerdo una de Amorrortu, entonces
jugador del Athletic de Bilbao, que me dejó alucinado.
Hasta un autógrafo conseguí. Lo dicho, para
mí aquello era un sueño. Llegó el verano
y durante las vacaciones no hubo monitores durante unos días,
de modo que me entregaron las llaves y la responsabilidad
del centro. Yo abría, entrábamos y barra libre.
Luego me responsabilizaba de cerrar y hasta el
día siguiente.
Pasó el tiempo y un día nos dan la noticia:
Todos al Club. Es decir, al Eretza. Pues señor, que
no me atrajo la idea. A fin de cuentas éramos los jefes
allí, los mayores. Y ahora de nuevo a ser los últimos
de la fila. Pero nada que hacer. De hecho, el EDE se cerraba
una vez que el Club Eretza estaba plenamente funcional. Tardé
como dos o tres días en subir al Club, y una vez allí
lo que ví me gustó. No podía ser menos.
Eran como dos grandes pisos unidos y con portal independiente,
además de las lonjas correspondientes. Todo muy bien
puesto, todo nuevo. No había nada lujoso, pero estaba
muy bien. Lo de siempre, salas y más salas. Inmenso
salón para tertulias, gran sala de estudios, dos enormes
terrazas en las que con el tiempo llegamos a jugar a futbito
y...un oratorio. Yo nunca había vitso uno y me quedé
de piedra al ver una iglesia dentro de una casa. En el EDE
la religiosidad se había reducido a los mencionados
15 minutillos de oración, y la charla de vez en cuando
con Iñaki. No recuerdo ningún sacerdote, aunque
no puedo asegurarlo. Todo muy ligerito y llevadero.
Allí conocí al director nominal- del
club: Guillermo (Willy le llamaba todo el mundo). Un socio
agregado del Opus Dei, encuadernador de profesión.
Recordando ahora veo que los demás, digamos adultos
del centro, eran también trabajadores manuales, socios
agregados. Y regularmente, cada vez más a menudo, venían
unos señores jóvenes, altos y trajeados. Amables
pero algo distantes. Los verdaderos jefes del
club. Los numerarios.
Y empezó mi etapa como chico de San Rafael.
Y no fue una mala etapa, ni mucho menos. De hecho lo pasé
en grande. Empecé a ir todos los días al club,
porque había empezado a estudiar F.P. en el Instituto
Politécnico y necesitaba buen ambiente de estudio,
y en mi casa con cuatro hermanitos menores no había
forma. En el club sin embargo la sala de estudio era sagrada,
sólo superada por el oratorio. Además siempre
había alguien que me echaba una mano...con las matemáticas
principalmente. Los fines de semana no daba tiempo a a burrirse,
con salidas al monte, a la playa, convivencias, campeonatos
de futbito, cenas frías, tertulias, romerías
a la Virgen en Mayo. Y paralelamente se incrementaron un poco
las prácticas religiosas: media hora de oración
diaria, charla personal de carácter más profundo,
más personal, Círculo de San Rafael. Y confesión
semanal. Con un cura que llevaba sotana y nos confesaba sentados
en un sillón, cara a cara. Como los hombres, nos decían.
Y me gustaba, más que el confesionario. Mis antiguas
amistades se borraron lentamente y me integré por completo
con los chicos habituales del club. En definitiva y como ya
he dicho era un chico de San Rafael...feliz.
Y así hubiese seguido yo, que nada más necesitaba.
Pero en la vida igual que no hay marcha atrás, tampoco
se puede detener nada. Las cosas siguen por ley natural su
camino, y el mío era terminar en el Opus Dei. Me invitaron
a una convivencia de fin de semana, una más, y yo me
apunté entusiasmado. Se hacían en chalets, en
pleno campo, rodeados de pinos y naturaleza. Había
ido ya a algunas y me encantaban. Esta fue la mejor. Si hasta
teníamos piscina. Y había una chimbera (carabina
de perdigones) que en cuanto la ví me echaron chiribitas
los ojos. No cacé ningún pájaro, pero
me harte de pegar tiros. Me lo estaba pasando increíblemente
bien. Sólo me extrañaba la insistencia de Willy
por estar conmigo a solas, y hablar continuamente de entrega,
sacrificio, vocación, voluntad
de Dios y cosas así. Yo, la verdad, le decía
que sí, que claro, que por supuesto, y no me enteraba
de gran cosa. Supongo que por ese despiste mío no pasó
la cosa de ahí. Ya de vuelta a la vida normal no sé
cómo, no consigo recordar el proceso, pero el caso
es que un buen día me encontré ante la disyuntiva
de decir que sí o no. Me decían que aparentemente
yo tenía vocación, aunque eso era algo que nunca
se podía saber con certeza. Que tenía que dar
un sentido a mi vida y que el Señor esperaba mucho
de mí. Y me lo decían muchas veces. Yo no quería
compromisos, no quería cambiar mi vida. Era feliz ya
¿para que variar? Pero estaba claro que la situación
no podía seguir así. Por supuesto no me lo dijeron
jamás, pero yo entendí que o pitaba, o me iba.
Pedí tiempo para pensarlo. Ningún problema,
faltaría más. Y lo pensaba, y sabía en
mi fuero interno que al final diría que sí.
Pero no lo deseaba.
No recuerdo qué día pité. Sí
que había mucha gente en el club y que estaban todos
reunidos en tertulia. Todos menos Willy y y yo encerrados
en su despacho de dirección, hablando. No podían
haber elegido otra persona que más me pudiese influir.
Willy era un tipo estupendo, alegre, divertido, serio en ocasiones.
Se le veía auténtico. Y él me decía
que yo debía pedir la admisión. Me mandó
al oratorio, para pedir luz al Señor, y allí
estuve un buen rato, orando. Regresé al despacho y
le recordé algo que ya le había dicho anteriormente,
así como también al sacerdote:
- Oye, que a mí me gustan las chicas.
Se interesó por si había alguna en concreto.
No, ninguna. Es decir, todas. Me gustan en general. Y a mí,
me dijo. Pero Dios que te da la vocación te da también
la fuerza para poder seguirla, y la Obra pone los medios.
No me convenció del todo, pero dije que sí.
Willy se fue y me dejó solo.
-Cuando termines vienes a la tertulia. Me dijo.
Yo sabía que en la Obra había gente casada
y otra célibe, pero en ningún momento se me
ocurrió que pudiese optar por un tipo u otro de asociación
al Opus Dei. Simplemente hice lo que me dijo Willy. Tomé
la pluma, que las cartas al Padre se escriben a pluma, y solicité
mi admisión como socio agregado al Opus Dei, y ahí
se terminó mi inspiración. Algo más debí
añadir pero no recuerdo qué.
Y me reuní con el resto de la gente. Y todo fueron
abrazos, sonrisas, felicitaciones, y yo totalmente asombrado
viendo allí chicos del club que nunca sospeché
que fuesen de la Obra. Por cierto, recuerdo lo confuso que
quedé cuando dos me hablaron a la vez, uno de la Obra
y otro de Casa. Yo que desconocía el último
término llegué a la conclusión de que
alguna reforma se hacía en alguna vivienda. En fin...
Pues no, en fin no. Era el principio. El principio de casi
tres años de altibajos, de gozos y sombras, de sentirme
tremendamente bien y dispuesto a comerme el mundo y luego
deprimido y pensando que lo mejor era marcharme. Mi vida dentro
del Opus Dei fue una constante lucha por
a) ser sincero
b) ser puro
c) controlar la imaginación.
Siempre me ha costado mucho esfuerzo la sinceridad y ante
situaciones difíciles tengo la desagradable tendencia
a salir airoso mintiendo. No sé si es algo
adquirido o congénito, y lucho contra éllo.
Pero me cuesta mucho. Y en la Obra hay que ser salvajemente
sincero. He de decir que lo fui en muchas ocasiones, sonrojándome
hasta los calcetines y deseando se me tragase la tierra. Y
también que en otras tantas mentí descaradamente.
Siempre me he preguntado qué habría sido de
mi vida si siempre hubiese sido sincero. En fin, la mentira
no lleva a ningún lado y por supuesto se dieron cuenta.
No hubo broncas, ni una voz más alta que la otra. Se
me propuso adecuar el plan de vida a mis circunstancias y
decidimos de común acuerdo, mi director y yo, qué
normas cumplir y cuales no. Y así, poco a poco, pero
poco a poco, conseguí ir al ritmo acordado.
Lo que no conseguía, y tampoco le procupó mucho
a mi director, era aguantar con el cilicio las dos horitas
de rigor. El primer día me lo puse bien apretado. Tanto
que al sentarme pues claro, se apretó aún más
y creí que se me partía la pierna. Lo alfojé
y ya fue más soportable. Pero no me lo ponía
muy a menudo. Sobre este horrendo aparato corría la
broma de rigor, que los pinchos iban para adentro porque caso
contrario te cargas el pantalón. Y con el pantalón
había otro problema. Eran los años setenta y
la moda eran los vaqueros ajustados. Y por lo tanto el cilicio
de marras se notaba. Y a ver qué le decías a
un chico de San Rafael si lo veía. Y las disciplinas,
ni mirarlas. Probé una vez rezando la Salve y rápidamente
las archivé y nunca más.
Pureza. Jolín. He leído bastantes escritos
en esta web y no veo que se hable mucho de élla. Pues
para mí fue una tortura. Y no creo que estuviese hiper-hormonado.
Sólo era un chaval de 15 a 17 años con su cuerpo
naturalmente alterado. Me masturbaba. Y bastante. Luego era
la confesión con sincero propósito de enmienda
y a aguantar como se pueda. Mientras estaba en el club era
sencillo. El ambiente ayudaba. Pero fuera... Los quioscos
con sus revistas parecían cruzarse en mi camino. Ëpoca
de destape, en la televisión y en el cine. Bueno, al
cine no iba pero las carteleras ahí estaban. Y los
programas de la tele. Y las chicas en la calle, en la escuela,
en todos lados. Mi promedio de aguante era de una semana,
y total, como ya tocaba confesar de nuevo pues por pecar un
poquito... Y venga y dale. Ni el cura ni mi director se escandalizaron
tampoco nunca. Lo verían normal imagino. Eso sí,
se me llegó a decir que cuidadín, que el semen
lo que sale por ahí que me decían,
era puro nervio y podía terminar muy mal de seguir
por ese camino. Cosas...
La imaginación. La loca de la casa según Santa
Teresa, como acostumbraban a decirnos. Parece una tontería,
pero para mí otro caballo de batalla. Y siempre imaginando
lo mismo. Chicas, chicas y chicas. Me veía saliendo
con una, ayudando a otra, inventaba novelas en las que yo
era naturalmente el protagonista y siempre llegaba hasta el
beso. Y ahí me detenía No podía seguir.
Incluso para imaginar hace falta un conocimiento previo y
yo jamás de los jamases había salido con una
chica, mucho menos besado a ninguna. Incluso mis sueños
eróticos sueños de estar dormido- terminaban
siempre ahí con una sensación de frustración
por mi parte. Y cuando lo contaba la pregunta de rigor era
la de si la chica era algo concreto o no. Y no, claro. ¿cuándo
iba yo a tener tiempo de conocer a la concreta esa? Presencia
de Dios, era la solución. Jaculatorias y mortificaciones.
Naturalmente, pero en plena jaculatoria ya estaba yo imaginando
desatinos. Y bueno, de mi insinceridad me puedo sentir, y
me siento, culpable. De la falta de pureza también,
hasta cierto punto. Pero de imaginar no. Nunca. Yo ya avisé
antes de firmar que me gustaban las chicas. Ahora venían
las consecuencias..
Y así, mal que bien, discurrió mi vida dentro
del Opus Dei. Hubo como es natural cursos de retiro, uno en
las torres del Campus de la Universidad de Navarra. Hubo convivencias.
Buenos y malos momentos. Y hablando de retiros. Nunca pagué
ni una peseta por nada. Yo no disponía de dinero entonces,
y en mi casa entraba el sueldo de un obrero para siete personas,
de modo que ni me planteaba pedirles. La Obra me llevó
a todas partes sin pedirme nada. Eso sí, me dijeron
que me lo apuntaban y algún día, cuando pudiese,
ya lo abonaría. Ese día nunca llegó.
Incluso en los veranos nos conseguían trabajo a chicos
de Casa. Trabajos esporádicos y sin Seguridad Social,
naturalmente. Y el dinero ganado jamás me lo pidieron.
No es que yo les diese muchos gastos, pero es claro que conmigo,
materialmente, el Opus Dei no ganó ni un céntimo.
Pasaba el tiempo, y yo no hcía la Admisión.
No me veían preparado. Y tenían toda la razón.
Y cuanto más tiempo pasaba, menos ganas tenía
yo de que me admitiesen. Ya me planteaba dejarlo, y creo que
no lo hacía por comodidad. Mis amigos estaban allí
y mi forma de vida también. Fuera me vería solo.
Porque aunque nos decían que no teníamos que
instrumentalizar la amistad y que había que ser amigos
de nuestros amigos, de dentro y fuera de Casa, lo cierto es
que todo el tiempo estaba copado por el Opus Dei. Imposible
cultivar otras amistades porque eso requiere tiempo y actividades
comunes, y nada de eso era posible.
Finalmente me dijeron de hacer la Admisión. No lo
entendí porque yo cada día estaba peor y muy
desanimado. Supongo que fue pensando que supondría
un empujón. Me dieron una dirección en Bilbao
y que me presentase a cierta hora. Allí estuve e hice
la ceremonia. Ni siquiera la recuerdo. En mi mente sólo
estaba la idea de que aquello era falso y que tenía
que marcharme. Al salir me reafirmé en mi decisión.
Me iba. Estaba roto por dentro y me sentía un fracasado.
Y culpable. Porque el fracaso era responsabilidad mía.
Yo no fuí sincero, y ya me avisaron que era condición
inexcusable para perseverar. Tenía algo de prevención
ya que fuera de la Obra todo eran incógnitas y acechanzas.
Esperé al día de la charla y se lo dije a Willy,
que por entonces era de nuevo mi director. Recuerdo perfectamente
la sala donde estábamos y la mesita de centro, que
era una rueda de carro antigua adaptada. Y la recuerdo porque
yo no paraba de mirarla, y mirándola le dije
-Willy, me voy de casa
y a continuación le miré a los ojos. Pero él
no me miraba. Tenía la vista clavada en la mesa y los
ojos llenos de lágrimas. Todavía me emociono
al recordarlo. Me sentí terriblemente mal. Yo apreciaba,
y aprecio aún, a aquel hombre. Por cierto que creo
que ahora es sacerdote. Pero no sentí el impulso de
reconsiderarlo. Me dijo que ya lo imaginaba y que si lo había
pensado bien. Luego, que esperase unos días y mientras
tanto que procurase llevar una vida de normalidad dentro del
club. Por supuesto, asentí a todo. A lo que me hubiese
pedido hubiese dicho que sí. A todo menos a quedarme.
A los pocos días me llamó el sacerdote. ¡Horror!
De ninguna manera quería hablar con él. Tan
avergonzado estaba de marcharme que sólo deseaba que
nadie más se enterase, que nadie me hablase de éllo.
Además, en mi ingenuidad, pensé que Don Jesús
el cura- quizá me llamaba para confesar, y no
me apetecía. Porque vamos a ver, ¿era pecado
o no irse del Opus Dei? No lo tenía nada claro y ninguna
gana de profundizar. Él vió mi confusión
y por primera vez mi negativa a entrar en la salita y muy
tranquilo me dijo:
-Pasa, hombre. No te preocupes. Será sólo un
momento.
Y pasé. Me senté rígido y esperé.
Me miró unos instantes pensativo. Yo no aguanté
los nervios:
-D. Jesús, es que yo...
-Sí, lo sé. Me dijo. Willy me lo ha dicho.
Sólo quiero felicitarte y desearte lo mejor en el futuro.
Increíble, me felicitaba. Pues yo no estaba para jolgorios.
Y así se lo dije. Me contestó que le alegraba
que hubiese tomado al fin una decisión definitiva porque
mi situación no se podía prolongar, pero que
éllos no habían dado el paso porque seguían
considerando que yo tenía vocación. Que él
hubiese preferido que mi decisión me mantuviese dentro
de la Obra, pero que lo comprendía. Que no dejase de
ir a Misa, rezar, etc. Me dio la mano afectuosamente y salí.
Entonces para mí quedó claro que salir de la
Obra no era pecar y que había un camino fuera. Caso
contrario ¿a que me recomendaba el cura que siguiese
comportándome como un buen cristiano?
Tras unos pocos días Willy me dijo que se había
organizado un curso de retiro, que si me interesaba... Le
dije que no, gracias. Asintió con la cabeza. Poco después
me comunicó que había sido dado de baja en el
Opus Dei y aquél fue mi último día en
el club Eretza. Jamás he vuelto. Lo que no recuerdo
es haber escrito carta de petición de cese, aunque
es posible que lo hiciera. Mi mente era un torbellino aquellos
días.
MI adaptación a la vida fuera de la Obra tampoco fue
muy difícil. A fin de cuentas un agregado vive su vocación
en su entorno habitual con lo que la vuelta atrás es
más sencilla que para un numerario. Y además
con 17 años la capacidad de adaptación es grande.
Y este ha sido mi paso por el Opus Dei. Y no es una colección
de horrores como los que he leído en otros escritos.
Valoro positivamente mi experiencia, con sus luces y sus sombras,
y me es imposible criticar a la Obra, sus hombres y sus métodos
porque conmigo se portaron siempre bien. Incluso excelentemente.
De la formación allí recibida me han quedado
secuelas. Me gustan las oraciones en latín,
la Misa según prescribe la liturgia, sin añadidos
que casi nunca vienen al caso. Me gustan los curas con sotana.
Cuando veo clérigos de otras confesiones, cristianas
o no, todos con su hábito correspondiente siento vergüenza
ajena por los sacerdotes católicos que parecen avergonzados
de lo que son. Supongo que me convirtieron en un tradicionalista,
un conservador.
Me vienen a la mente más recuerdos de aquellos años.
Cosas que creía olvidadas para siempre y que vuelven
ahora, tras visitar esta web. Pero son solamente interesantes
para mí. Nada más por tanto.
Un saludo a todos los ex.
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