Gracias a Dios, ¡nos fuimos!
OPUS DEI: ¿un CAMINO a ninguna parte?

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Y EL SEPULCRO... VACÍO Y SIN BLANQUEAR
(Para la hija de 'Luchadora')

DIOGNETO, 18 de mayo de 2005

 

1.- Domingo de Ramos
2.- Días laborables de pasión
3.- El chantaje al espíritu: Anás y Caifás
4.- La resurrección y la vida

 

1. Domingo de Ramos

Hay barrancos bastante profundos, da vértigo mirar hacia abajo. Lo mejor es despeñarse; sí, esa es la forma más certera de medir un barranco. Lo malo es que nos descalabramos, que nos duele como palabras de suegra.

Pasan imágenes por nuestra mente, afloran recuerdos, no es fácil enterrar los recuerdos, la memoria es terca. Pero ¡que lejos estábamos nosotros del barranco aquel domingo de Ramos! Teníamos tanta palma a nuestro alrededor que nada veíamos ¡todo eran palmas! Y palmadas. Con tantas aclamaciones ni siquiera oíamos los golpes de las pezuñas de nuestro asno en el empedrado ¡yo ni siquiera sabía que iba a lomos de un borrico!

Pero allí estábamos, seguros de haber escogido el camino correcto y directo hacia el cielo, el único, el mejor, el más rentable. Era necesario. “Dios así lo quería”, eso nos dijeron. Quedábamos librados y exonerados de todo tipo de problemas, íbamos a ser muy felices, ¡hasta la eternidad! ¡Hace falta ser iluso para creer que los problemas se disuelven como azucarillos en el café! Ahora ya sabemos lo que tardan en desaparecer las piedras de hielo en un gin- tonic, de aquella, no.

Todo era bonito, gente maravillosa alrededor, amabilidad, vida espiritual, altas miras...

Atrás quedaba la podredumbre, lo mediocre y el joven rico, que no había querido subirse a nuestro asno. Todas las dudas eran disipadas ágilmente, con presteza, con naturalidad por los directores, con toda certeza, con gracia de estado, ¡mucha gracia!, alegremente. ¡Ole la grasia!

2. Días laborables de pasión

El problema de los domingos es lo poco que duran, los lunes no, los lunes son algo más largos, como lengua de portera. Y la mente humana sigue siendo un misterio, descansa poco, en todo indaga, por poco caso que le hagamos, por más que intenten adormecerla, drogarla, anularla, someterla. Algo hay, ya lo decía un poeta andaluz, que nos diferencia de los bueyes: “los bueyes doblan la frente, impotentemente mansa, ¡al golpe de los castigos, los leones la levantan!” Por eso empezaron los problemas, no se acomodaba el yugo a la cerviz, desviándose del surco ya trazado, “se ve que querías una cruz a tu gusto”, decían.

A la mirada de un rumiante le siguió una mirada con brillo, escrutadora, se escuchaba con atención algunos comentarios, comenzaste a mirar a tu alrededor y viste que no todo era santidad, levantaste con cuidado la cabeza. Algo cambió en los directores, sus sonrisas no eran tan francas, daba la impresión que querían doblegarte, quitarte tu forma de ser y de pensar. Veías que el mucho rezo poco cambia al necio. Ya no hay palmas y te han descabalgado de tu borrico, ahora pisas en el suelo, un suelo pedregoso y duro, muy duro. Llegan las primeras dudas; sumergirse en un pozo de piedad y rezos no nos oculta aquello que no queríamos ver, ni César tapándose con su túnica dejó de ver el rostro de Bruto.

Notaste que tu relación con Dios era caótica, esperpéntica y se te ocurrieron algunas soluciones: “solo necesito rezar más”, “recomenzar”, “tomar como modelo a los místicos”, “todo esto es solo tibieza”, “esto es solo una prueba, es algo pasajero”. Te preguntas si abandonar es huir de Dios, defraudar a Cristo, si deberías intentarlo una vez más, esperar al 19 de marzo, al retiro anual… al rosario de la aurora. Mientras tanto el cuerpo se queja, afloran las depresiones, tal vez el llanto.

Para enmarañarlo todo más, buscamos la justificación en bíblicas frases: “es la cruz de Cristo”, “cordero sacrificado”… Estas identificaciones y emulaciones son muy peligrosas porque, a través del engreimiento que nos vendieron, eluden nuestra propia realidad: sufro como el Nazareno, me inmolo en la cruz como Cristo ¡qué error no darse cuenta que eres solo un hijo de Dios, no El hijo de Dios!; sutil, pero enorme diferencia. ¡Que estúpido y ridículo resulta caer en esa exageración, creerse ser otro Cristo! En realidad fuimos como la burra de Balám, ¡lástima no habernos subido a un árbol, como Zaqueo!

3. El chantaje al espíritu: Anás y Caifás

Ya metidos en vía crucis y flagelaciones, no reparamos en el sucio chantaje espiritual al que fuimos forzados, esa falsa y artificiosa relación con el director espiritual que se valió de nuestra inquietud religiosa, de esos ideales juveniles, de la formación religiosa que teníamos desde niños, para dominarnos, controlarnos y someternos.

No pudiste acceder a ese reino donde Dios es el centro porque el centro de tu vida espiritual fueron las leyes y normas de tu director, por eso no pudiste dar con El, ni dar un sentido sano y correcto a tu vida. El dios que te ofrecieron y presentaron era solo un dios de obediencia, sumisión y acatamiento, oculto en una humareda de incienso, bien guardadito en un sagrario con vistas ¡un dios que vivía como un marqués! ¡como Dios! ¡Ay, que dios!

Directores que, con enfermizo celo apostólico, te llevaron por “su camino” e hicieron de tu vida un continuo calvario en lugar de mostrarte la alegría de sentirte amada por Dios, una alegría que ellas no experimentaron ni conocieron nunca. ¡Te dejaron hecha un Cristo! ¿lo ves? En eso no te mintieron.

Lástima que el marqués de lo ordinario no prestase atención a las más duras frases de aquel hijo de un carpintero que Mateo bien nos recuerda: “Cerrais a los demás la puerta del Reino de los Cielos, ¡vosotros no entrais y a los que quieren entrar no les dejais” Mt. 23.13 y también: “¡Ay de vosotros, maestros de la ley y fariseos hipócritas! Que recorreis mar y tierra para hacer un discípùlo y, cuando llegaq a serlo, lo haceis merecedor del fuego eterno, el doble peor que vosotros! Mt. 23.15. ¡Que curioso: maestros de la ley, listillos del derecho canónico; legos en teología moral… muy profanos!

Se dejó a un lado el desarrollo espiritual, profundo y religioso y se focalizó todo hacia la obediencia y las apariencias ¡Cuantas reglas estúpidas! Esa es la maravillosa familia que te adoptó. Nos vendieron la necesidad de un director espiritual y nos entregamos a un gurú experto en letanías y observancias y, cuando dejamos de admirarlo como a un Mesías, surgieron las infantiles amenazas: ya verás que mal te va a ir, fracasarás, irás directo al infierno, es el demonio quien te dicta esas ideas, etc... En esa desazón buscas a Dios desesperadamente pero siempre acude su intermediario, su broker, esa directora en la que ya no crees, que un día te alaba con cariño y al día siguiente te observa con mirada de raposa.

¿Cómo coño llegamos a abandonar nuestro propio juicio y fiarnos de semejantes charlatanes de feria? ¿Desde cuando quiso Dios que el ser humano renunciase a la libertad de hijo de Dios y, sometido a una obediencia absoluta a un chamán, se convirtiese en un títere, incapaz del acto volitivo, guiado por su propia razón, máxima expresión de la libertad que el mismo Dios nos dio?

Te golpearon y flagelaron con todo aquello que les confesaste, se valieron de tu franqueza para doblegarte y con”santa desvergüenza” respondieron a tus quejas con escogidas citas bíblicas. De forma astuta, escondieron su santa voluntad disfrazándola de la voluntad de Dios.

Es verdaderamente sucio y diabólico erigirse en portavoz del Espíritu Santo, el cretino que así procede no imagina ni por asomo lo arrogante de su postura al creerse otro verbo de Dios, un nuevo demiurgo. De esta forma, la desarbolada víctima queda obligada a hacer caso omiso a sus sentimientos y pensamientos, donde realmente incide el don de consejo del Espíritu Santo ¿Dónde queda la propia vida interior? Esos amiguetes de toda la vida del Espíritu Santo deberían recordar por qué se expulsó a Luzbel de los Cielos no vaya a ocurrir que la paloma que creen tener guardada en sus oratorios y atufada con tanto incienso resulte ser una serpiente.

Poco os han de valer vuestros rezos al Cristo cargado con su cruz

-si queréis convertir a los templos del Espíritu Santo en cubos de basura
-si ponéis el derecho canónico encima del amor
-si con “la palabra de Dios” acalláis las quejas de vuestros hermanos y hermanas
-si, cobardes, no os atrevéis a cambiar nada
-si calláis cuando veis tanta injusticia y maldad a vuestro alrededor
-si llamáis fracasados a vuestros hermanos que sufren
-si queréis seguir quitando a tanta gente un rinconcito en la Iglesia de Cristo

Y de poco servirá rezar por vosotros porque vuestra coraza de soberbia no os deja reconocer vuestros errores, porque habéis olvidado como pedir perdón y porque no sabéis que Dios es NUESTRO Padre, el ÚNICO y el de TODOS.

4. La resurrección y la vida

Morirse no es muy difícil, el problema es que no sabemos como, no tenemos experiencia, nos faltan formas, y claro, nos morimos de mala manera, como sin ganas. Es la muerte en nuestro proyecto de vida.

Al Cristo de la Buena Muerte no se le pide nada para la vida, se le pide para ese tránsito que es la muerte, una buena muerte salva una mala vida y hasta una vida buena y una buena vida; y muchos pasos son la vida y un solo paso es la muerte. Es el Cristo del Jueves Santo, ese Cristo, que aún muerto, sabe como ayudarnos, tendernos una mano y señalarnos el camino para volver a la vida y también a Él, si se quiere. Tras ese descalabro en nuestra vida, Él, con su actitud, nos marca una ruta, el camino de la vida; es un Cristo para náufragos, el Cristo de los fracasados, de los que no saben hacia donde ir, de los desertores de tanto chantaje, de los despreciados, los imperfectos, los lesionados, los excluidos…Y es que somos muchos y no somos tan mala gente, precisamente porque ese Cristo está con nosotros, ese Cristo que mencionaba y cantaba en una saeta un compañero mío aquella noche malagueña: “Ha ingresao en la Legión un Cristo crucificao, ya nadie podrá decir que en el Tercio solo está la gente de mal vivir”

Es necesario aceptar esa muerte, el fracaso de nuestro proyecto de vida, ese fracaso es una realidad inexorable y de nada sirve intentar taparlo, eludirlo o intentar esquivarlo. Pero ese fracaso no es el final, esa muerte no es el final. Esto nos lleva un tiempo, a veces largo, pero no hay otro camino y no te creas que vas a resucitar en 3 días. Hay que bajar al fondo de nuestra propia derrota, al fondo de ese barranco, esta vez somos nosotros los vencidos, a veces se pierde. Es aquí donde hace falta una buena dosis de humildad, sin ella no es posible ninguna resurrección tras esa “muerte” en nuestra vida.

En esa aventura de vuelta a la vida no va a haber testigos; es curioso pero en la Resurrección de Jesús tampoco hay ningún testigo, ninguno. Eso nos va a pasar a nosotros, la única huella que tenemos que dejar es un sepulcro vacío, en esta singladura vamos solos, bueno, solos no, no es malo pedirle al que nunca nos abandona la certeza de que nos mira, su confianza, que nos dé la orden de levantarnos. Además, en ese sepulcro vacío, han de quedar en un charco de cieno todos nuestros sentimientos de culpabilidad, el remordimiento del pasado, el miedo a no tener futuro, nuestro orgullo y barnices de dignidad, el recuerdo de aquella noche en que todo se rompió, esa mala noche que tuvimos que pasar.

Aceptar un pasado implica dejar de buscar disculpas y culpas, así nos será más fácil caer en las manos de Dios, aceptando nuestra suerte. Hay que dejar de mirarse en el espejo, de mirar nuestro rostro cansado y nuestras cicatrices.

En esta ocasión, y esto es tremendo, nos presentamos ante Jesús con las manos vacías, sin nada que ofrecer, ni juventud ni ganas, posiblemente sin ilusión

Vengo con tres heridas:
la del amor,
la de la muerte,
la de la vida.
Con tres heridas vengo:
la de la vida,
la de la muerte,
la del amor.

Pero no olvidemos que nuestro fracaso ha matado esa persona vieja, con su autosuficiencia, que vivía de ilusiones y siguió falsos caminos pensando así cumplir con la voluntad de Dios. Una vez anulados por el fracaso estamos en disposición de llegar a ser nosotros mismos.

Ahora si podemos sentir fácilmente la mano seca de ese Cristo que nos quiere como somos, esa mano está cerca de nosotros y podemos cantar con San Agustín: “Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva…¡tarde te amé! Tu estabas dentro de mí y yo fuera… y por fuera te buscaba” Nuestra creatividad, antes embotada con tanta norma, escupe nuevas ideas, nuevos proyectos, nuevas iniciativas; sentimos ahora otro gran don de Dios: la imaginación, que ayuda a alumbrar nuevas ilusiones, a conocer otros mundos, a vivir en el mundo. La mano yerta y fría de ese Cristo nos trasmite nuevas sensaciones: vemos que nuestra creatividad e imaginación nos pueden dar la opción de diseñar, esculpir, moldear y pintar nuestra vida como si fuera nuestra propia y original obra de arte, una obra nuestra, Opus nostrum, Opus tuus ¡o como carajo se diga!

En este nuevo camino somos más reflexivos, más cautos, aparece una nueva vida interior, más sosegada y profunda, vemos a otras personas bajo otra perspectiva, sin ganas de juzgar; va desapareciendo ese afán de crítica y surge el interés por conocer y disfrutar lo positivo que tienen los demás, de forma más indulgente y tranquila, y si bailamos soleares y cantamos bulerías, es para olvidar las penas que pasamos en la vía…

Déjame ya Señor coger tu mano.
Dolido aún, riendo voy contigo.
El dolor de mi noche no fue en vano:
Encontré un buen padre y un amigo.

Y mis dudas y culpas y fracaso
ahogadas en aquel charco de cieno.
Lo pasado, Señor, fue un mal paso
Cuando te oigo decir: “eres muy bueno,
eres muy bueno, eres muy bueno…”

Diogneto

El que esto ha escrito, por peor esclavitud ha pasado, bajo bota de amo mucho más cruel, exigente y despiadado y, sin embargo, aún camina, poco a poco, pero camina

 

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