NO
HAY QUE TENER MIEDO A IRSE DEL OPUS DEI
Por S.S., recibido el 13-7-2003
Del mismo modo que la limosna puede equivocarse de pobre
pero si está dada con un corazón limpio no se
equivoca de Dios, así sucede cuando un día descubrimos
que equivocamos en la decisíón de entregar toda
nuestra vida, entera, por amor, a una institución que
los años te hacen ver que te has vuelto gente pequeña,
burguesa, acomodada, sin ideales...porque cuando colocas por
encima de todo la tranquilidad de tu vida, inmediatamente,
renuncias por completo a una vida guiada por las ideas. Es
hora de volver a empezar,de abrir las ventanas y dejar que
entre el airecillo de la libertad. No hay que tener miedo.
Es cierto, además, como escribió ayer una amiga
(y se repite en bastantes testimonios) que el escándalo
de comprobar los efectos devastadores en la psique de numerarios/as,
agregados/as es como para salir corriendo y no parar hasta
el miércoles de la semana que viene. Y acostumbrarse
a vivir entre esos "efectos colaterales" de unas
exigencias sin sentido. Y es que el opus, su fundador, parece
que deseaba abarcar todos los modos de la ascética
de todas las congregaciones, desde las dureza del Císter,
a las devociones franciscanas, Trinitarias, pasando por las
pinceladas jesuíticas... y montó un plan que
si alguien intenta llevarlo por el libro acaba zumbado, lo
quiera o no. A Monseñor nadie le tenía que enseñar
nada. ¿Qué las monjas usan cilicio, disciplinas
y duermen en un jergón?, pues nosotros también.
¿Qué los monjes no salen a fiestas y bodas,
ni a visitar su familia?, ¡pues, hala, nosotros también.
¿Qué los Trinitarios se rezan el Quicumque y
tienen el trisagio angélico?, pues, venga, nosotros
más... nosotros con Tres Exposiciones del Santísimo
a las cuatro de la tarde con incienso y salve incluida, para
que no se diga. ¿Que las Esclavas de Jesús tienen
una devoción a la Eucaristía especial?, ¡bah!,nosotros
nos marcamos una exposición los jueves, otra los sábados,
nueve en el novenario, otras por días especiales, y
lo que haga falta, que en amor a la eucaristía no me
gana nadie...
Yo creo que escrivá tenía unos yuyus de padre
y señor mío (por algo vivía en su casa
un psiquiatra que al fallecer monseñor se fue a otro
centro). Por ejemplo, cuando le dio, menos mal que no salió
la idea, porque los numerarios fueran con una capa al oratorio
a hacer las normas (la capa la tenía ya diseñada
con escudico y todo) recordando a las órdenes medievales
los monjes soldados (¡qué miedo!). O cuando se
le ocurrió, imagino que en alguna tertulia de fiesta
A, de esas que comenzabas el aperitivo con dos cubatas, seguías
la comida con vino y champán y terminabas en la tertulia
con dos copas de coñac, se le ocurrió, digo,
que se pondrían poner sillones y sofás en los
oratorios porque con el Señor se tenía que estar
cómodo (!!!). O cuando le preguntaron cual era el mejor
oratorio y rápido abrió una ventana y señalando
la calle dijo "¡Éste!". Buen golpe
de efecto, pero luego si no te veían hacer la oración
en el oratorio te caía una corrección fraterna
de chúpate esa... Buenoooo, si decías en la
charla que como el mejor oratorio es la calle hacías
la oración dando vueltas por el paseo de la Castellana.
Los yuyus de Escrivá debían de ser espectaculares.
Recuerdo que cuando falleció nos venían a contar
a las tertulias de la tarde y de la noche anécdotas
de su vida gente de los mayores, los que vivieron con él.
Tenía gracia porque la mayoría de las anécdotas
eran sobre broncas, paquetes, riñas y numeritos que
les montaba cada protagonista. Debía de ser un cascarrabias
de aúpa. Cuando Pilar Urbano comenta la portada del
libro el hombre de Villatevere -es Escrivá posando
para un cuadro-, dice que le saca muy bien la fuerza interior
a través de su mirada... a mi, la verdad, me parece
que tiene una cara de que le va a coger el pincel al artista
y se lo va a hacer comer con patatas... ¡vaya miradita!.
Total que un día salió un aviso (avisos se
dan, más o menos, unos cinco mil millones a la semana)
de que no era bueno hablar de nustro santo fundador siempre
como alguien que corregía y bla,la, bla... y se paso
a lo contrario (porque, todo hay que decirlo, es más
divertido escuchar anécdotas fuertes): aquello era
como leer Crónica durante una hora.
Por cierto (está lloviendo y tengo tiempo este sábado),
lo de Crónica también se las trae; con eso de
que dijo Chema que no podía ser un paño de lágrimas
(comparándolas a otras revistas del sector eclesiástico,-¡qué
manía con comparar!) se convirtió en una cosa
más dulce, ñoña y simplona que la cantaba
eso de "Dominique, nique, nique..." Todos los artículos
eran iguales: "fuimos con Luis, Armando, otro Luis, Felipe,
otro Armando, Oscar y otro Luis a hacer una visita de pobres;
cuando llegamos el pobre no estaba, pero Luis, no el primer
Luis, ni el otro Luis, sino el otro, dijo "¡no
importa, siempre hay que poner buena cara!". Y, hala,
todos tan contentos comiendo en silencio en el retiro mensual
(más en silencio que los cartujos) pensando que el
tal Luis -no el primero, ni el otro, sino el "otro"-
era un perfecto armario.
La sección "favores de nuestro padre" era
absolutamente psicotrópica. Los milagros caían
como granos de arroz en una boda; había de todo, desde
el que da gracias porque su hijo nació el mismo día
que murió escrivá, aunque diez años después,
hasta -lo conocí yo- el que agradecen los padres que
saliera vivo su hijo de un accidente... vivo, pero con unas
secuelas cerebrales importantes (¿no hubiera sido mejor
milagro evitar el accidente?).
Ahora hay más favores: favores de don álvaro,
de montse, de isidoro... incluso conocí la movilizacón
en varias ciudades en las que viví de la promoción
a la santidad de gente de la obra fallecida después
del 26 de junio del 75. Una auténtica lucha tribal
por elevar a los altares a Marianico (me lo invento), o a
Jordi (también me lo invento), o a Arantzatzu (éste
me lo invento más)... se ímprimían estampas
de estrangis, se buscaban favores a nivel local, se presionaba
a la delegación para que se mojaran, y así los
deje. ¡Lástima! porque yo, la verdad, iba camino
de tener, por lo menos por lo menos, una estampa con foto
y aureola.
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