Santificación
de San Josemaría
JR Varela
El original en http://usuarios.lycos.es/jrvarela/PORESOSMUNDOroma.htm
El día seis de octubre de dos mil dos, a las diez
de la mañana y ante cientos de miles de creyentes y,
por lo menos, un agnóstico, el Papa Juan Pablo II canonizaba
a Josemaría Escrivá de Balaguer.
Monseñor Escrivá conocido por sus discípulos
de Opus Dei como Nuestro Padre ascendía
de Beato a Santo en esta multitudinaria y solemne celebración
pontificia.
A pesar de mi agnosticismo radical, profeso una cierta curiosidad
no exenta del debido respeto por las creencias religiosas
vividas con coherencia personal, en este aspecto el Opus Dei
es quizás, a mi modo de ver, una de las comunidades
católicas que debido a su principio de santificarse
a través del trabajo no vive acomodada en la
ambigüedad de conciliar su ortodoxia católica
con las modas políticas, sociales y mundanas a las
que históricamente nos tienen acostumbrados los católicos.
Aunque es perceptible que esa misma ortodoxia fomenta en no
pocos miembros de la Obra un marcado sectarismo que les impide
abrirse al mundo para santificarse en su seno
optando por el falso dogmatismo de creer que fuera de su círculo
nadie puede ofrecerles otras vivencias positivas para su desarrollo
como personas amantes de Dios y les ayude en su camino de
santificación.
Quizás por vivir en el País Vasco donde la
Iglesia Católica oficial ha abandonado su ecumenismo
situándose confortablemente en una descarada alianza
con el poder temporal, haya despertado la Obra mi curiosidad
no exenta de una pequeña dosis de morbo, descubriendo
con cierto pesar que en el seno del Opus también comienzan
a florecer minoritariamente esas mismas desviaciones egoístas
que les alejan inexorablemente de su fundamental principio
teológico de santificarse a través del
trabajo optando algunos de sus miembros por alinearse
al lado de la mal disimulada xenofobia y la mal matizada justificación
de la violencia, engrosando esa larga lista de políticos
que anteponen sus aspiraciones nacionalistas decimonónicas,
al ecumenismo y universalidad atemporal del mensaje de Cristo
recogido en la doctrina de la Iglesia Romana.
A principios del verano me comunican algunos amigos del Opus
Dei la fecha de la canonización, les confieso mi interés
en participar a su lado en la efemérides y me aceptan
con agrado. Me inscribo a una excursión que partiendo
desde San Sebastián peregrinará a Roma.
El día tres de octubre muy de mañana partimos
en un autobús unas sesenta personas, en su mayoría
mujeres, sólo viajamos seis hombres y todos ellos acompañados
de sus respectivos cónyuges. Entre las mujeres se encuentran
numerarias, supernumerarias, cooperadoras y madres de alumnos
de centros de enseñanza de la Obra, un buena muestra
humana para poder observar el comportamiento en la vida cotidiana
de los discípulos de monseñor Escrivá.
El hecho de viajar encerrados durantes largas jornadas en
un autobús, provocará por la falta de espacio
e intimidad, que afloren las verdaderas personalidades de
todos nosotros, nuestras virtudes y nuestras miserias, una
oportunidad irrepetible para poder conocer y analizar los
verdaderos cimientos de su fe y el comportamiento real de
estas personas que aspiran a santificar su vida en lo cotidiano.
El viaje está enfocado exclusivamente a la participación
en la ceremonia religiosa, concediendo muy poco margen al
disfrute turístico o cultural de las ciudades donde
nos hospedaremos y nos lo dejan muy claro desde el principio.
Nos entregan una hoja con instrucciones sobre equipajes, utensilios
y comidas que nos aconsejan llevar con nosotros, además
nos entregan un juego de libros, planos e instrucciones que
ellos denominan con el anglicismo kit y que nos
ofrece, por si nos quedara alguna duda, la razón última
y única de nuestro viaje, somos peregrinos hacia Roma
para participar en la canonización de San Josemaría.
Nada más ponerse en marcha el autobús la coordinadora
del viaje nos invita a rezar un Padrenuestro y efectúa
varias invocaciones de San Rafael y San Cristóbal,
ángel guardián de nuestros destinos personales
y patrono de los viajeros respectivamente. Mientras efectúan
los rezos aparentemente la participación piadosa es
seguida por todos los peregrinos excepto yo, que me mantengo
en un respetuosos silencio, y una niña de seis años
que viaja con sus padres.
La primera impresión de las personas con las que viajo,
que iré marizando paulatinamente a lo largo del viaje,
es de gente amable, educada y alegre, unidas en una misma
empresa que se prolongará durante los próximos
seis días.
El viaje es largo y cansado, esas primeras horas las aprovechamos
para las presentaciones y los primeros contactos entre nosotros.
Nos detenemos en las cercanías de la ciudad francesa
de Toulouse, en un área de servicios de la autopista,
cada cual portamos nuestras comidas y ya se perfilan los primeros
grupos que se van formando. De un modo casi natural yo me
junto a un pequeño grupo muy heterogéneo, formado
por un matrimonio joven, recién casados, ambos profesores
en centros de enseñanza del Opus Dei, una joven numeraria
también profesora, que viaja acompañada de una
amiga madre de una alumna, otra madre de alumna, mi esposa
y yo. Este grupo permaneceremos unidos hasta el retorno de
nuevo a San Sebastián y serán las personas con
las que más conviviré en estos seis largos días
y de las que mantengo un agradable recuerdo, pues todas ellas
me mostraron en infinidad de detalles, confianza y amistad
sincera.
Por la tarde para amenizar el viaje nos gratifican con un
video comercial, otro video institucional de la Obra y el
rezo del rosario. Me llama la atención el desigual
comportamiento de los peregrinos en esos momentos, guardan
un respetuoso silencio durante la proyección del video
institucional y los rezos, que no es seguido con el mismo
respeto durante la proyección comercial. Esa exigencia
de silencio absoluto durante las oraciones y proyecciones
de videos religiosos y el consentimiento implícito
de no respetar con la misma escrupulosidad la audición
del resto de las películas, nos llevará con
el paso de los días a actitudes de franca mala educación,
ofreciéndonos una muestra de algunas de las lagunas
en sus principios en algunos de los miembros de la excursión.
Arribamos a Niza cuando el manto de la noche cubría
la ciudad, casi sin tiempo acudimos juntos la mayoría
de los peregrinos a cenar a un restaurante con el que estaba
concertada la cena, llegamos tarde y nos está esperando
el encargado a las puertas del local, esta será la
primera vez que convivimos casi la totalidad en torno a una
mesa, aún se mantiene la protocolaria convivencia de
grupo unido.
Durante la cena emergen en medio de una conversación
sobre adopciones, los prejuicios subyacentes en muchas mentes
de este entorno similares a las que se dan en la vida cotidiana,
hubo quien llegó a aseverar que los niños adoptados
siempre arrastran consecuencias negativas que tarde o temprano
brotan en su vida de adultos, sólo les faltó
afirmar que eran la justa consecuencia a los pecados de sus
progenitores. Me sorprendió que nadie se preguntaran
si sus opiniones podrían herir la sensibilidad de alguno
de los presentes, daban por hecho que allí, en un ambiente
tan cristiano, no había ningún padre o hijo
adoptivo, cuando en realidad sí los había y
se mordieron la lengua para no provocar una polémica
que pusiera en evidencia su hipocresía cuando se les
llena la boca de palabras como caridad, comprensión
cristiana o santificación. También es justo
decirlo hubo personas prudentes que trataron de encauzar la
conversación hacia posiciones más realistas
exentas de esos desafortunados prejuicios.
La organización había acordado desde San Sebastián
con una Iglesia de Niza que nos oficiara una misa y se nos
comunica que aquellos que deseen acudir quedan citados a las
ocho de la mañana en la puerta del hotel para asistir
juntos a la ceremonia religiosa, algunos se retrasan y la
iglesia se encuentra algo más lejos de lo previsto,
llegan de nuevo tarde y se encuentran al sacerdote esperándoles
en la puerta del templo con los feligreses en su interior
aguardando el comienzo de los oficios. El sacerdote les da
la bienvenida y en un acto de ecumenismo celebra parte de
las lecturas de la misa en español.
Creo que soy yo el único que no ha acudido a la ceremonia
religiosa, deduzco que todos los demás peregrinos son
fieles observantes de la costumbre de la Obra de escuchar
diariamente la santa misa. Más adelante me daré
cuenta que no es así, que una parte del grupo participa
en estos primeros momentos en todos los actos religiosos más
por apariencia que por vocación. Tras el retorno al
hotel nos desayunamos todos juntos y provocamos el primer
retraso en el horario previsto, retrasos que por unas causas
u otras serán continuos y provocaran un desencuentro
permanente con los conductores del autobús y algunas
desafortunadas discusiones.
Comenzamos la jornada de autobús con el rezo del padrenuestro.
Durante el viaje hacemos algunos altos en el camino que nos
sirven para reponer fuerzas, liberando tensiones, en cada
parada el retraso va aumentando paulatinamente, siempre hay
alguien que por alguna razón justificada o no, llega
tarde. La tensión entre conductores y organización
va creciendo y a media tarde se nos comunica que peligra nuestra
estancia en Florencia, al final se decide en contra de la
opinión de los conductores que cenemos sobre la marcha
en el autobús y aprovechemos el tiempo destinado a
cenar para pasear por Florencia en una parada breve de hora
y media, tiempo que solo nos propiciará un breve paseo
por sus calles más céntricas. Con resignación
aceptamos la mayoría el cambio de planes, pues en el
programa del viaje la estancia en Florencia era más
dilatada, con tiempo suficiente para visitar algún
museo o pasear más relajadamente por la ciudad.
Y es aquí en Florencia donde asoma de un modo más
nítido el egoísmo particular, los intereses
personales y el primer desencuentro claro entre los peregrinos.
Dos personas quizás perdidas o quizás haciendo
caso omiso al horario establecido se retrasan haciéndonos
esperar al resto casi una hora. Al parecer estas mismas personas
ya han tenido algún enfrentamiento con algunos compañeros
de viaje en el seno del autobús que ha pasado desapercibido
para la mayoría, sin que nadie haya mediado ni puesto
remedio para cortar de raíz los abusos y las faltas
de respeto al resto de los peregrinos. Se desatan los comentarios
mal intencionados, las críticas en voz baja y una cierta
agresividad tiñe de silencios el resto de la jornada.
La organizadora del viaje nos da un toque de aviso, advirtiéndonos
que en adelante quien se retrase perderá el autobús
y se tendrá que apañar por sus propios medios.
Amenaza que no se llevará a efecto a pesar de los continuos
retrasos que provocaran por distintas razones parte de los
viajeros.
Por otro lado los conductores están enojados por haber
utilizado el autobús para cenar y, según ellos,
haberlo manchado con desperdicios de comida, privándoles
a ellos de poder cenar tranquilos sentados en torno a una
mesa, añadiéndose a esta situación el
tener que seguir el viaje apresuradamente, pues debemos llegar
al hotel que tenemos reservado en un pueblecito cercado a
Roma antes de las diez de la noche, el resto del viaje lo
haremos sin paradas ni descansos, aguantándonos nuestras
necesidades.
Durante el trayecto se reza el rosario diario entre misterios
gozosos, dolorosos y gloriosos, con absoluto y respetuoso
silencio de quienes no participamos, respeto que no es recíproco
por algunos pocos, cuando el acto no es religioso.
El tercer día está programado que tengamos
el día libre en Roma, idea que, al parecer, ha sido
compartida por cientos de miles de peregrinos que colapsan
con autobuses y vehículos particulares la circulación
por las calles romanas y que provoca un cierto malestar en
los ciudadanos romanos según pude apreciar en varios
comentarios que oí en diferentes lugares de la ciudad.
La idea de los organizadores es madrugar para poder acudir
a la basílica de San Apolinare donde a las once de
la mañana el arzobispo de Pamplona ofrecerá
una misa a los peregrinos navarros, no llegamos a tiempo y
por teléfono se nos comunica que media hora antes de
comenzar la santa misa la iglesia está abarrotada de
fieles, el tiempo se nos echa encima y la densa circulación
nos impide acercarnos al centro de Roma, deciden apearnos
en las cercanías de la estación Termini para
que quienes deseen acudir a oír la santa misa puedan
dirigirse a la cercana basílica de Santa María
la Mayor donde a las doce se oficiara una ceremonia. Nos desperdigamos
y cada cual toma apresuradamente el rumbo que le place, yo
continuo con el pequeño grupo que hemos formado y nos
dirigimos caminando hacia la basílica. Llegamos con
el tiempo justo, mientras unos oyen misa, otros admiramos
la belleza de la iglesia que fue sede de la primera basílica
mariana edificada por el papa Liberio en el paleocristianismo,
allá por el siglo IV; aunque ya poco le queda de aquella
época por sus sucesivas reformas, destacando actualmente
en su exterior la fachada del siglo XVIII y su campanario
románico, el más alto de Roma; dentro podremos
admirar la doble fila de columnas monolíticas, el pavimento
comatesco y su arco del triunfo central. Ya no soy el único
que no sigue los oficios religiosos, cuatro mujeres me acompañan
en mi excursión por los interiores de la iglesia mientras
el resto oye misa.
Tras finalizar la misa el pequeño grupo nos dirigimos
a la basílica de San Pedro Encadenado deseamos admirar
el Moisés de Michel Angelo. Paseo baldío, la
iglesia esta cerrada y la escultura en restauración.
Desde allí comenzamos un peregrinar por las plazas
más populares de Roma, Trevi, España, Panteón,
Navona, Venecia, desde allí al Capitolio y las ruinas
del foro, el circo, Templo de Vesta y Boca de la Verita, para
retornar al anochecer al Coliseo donde nos aguardará
el autobús para volver al Hotel. Mis compañeros
de grupo no conocen Roma y sin proponérmelo me convierto
en su guía particular. Es en estos paseos y en los
momentos compartidos en torno a la mesa entre conversaciones
jocosas y ratos de intimidad donde más nos vamos conociendo
los miembros de este espontáneo grupo que hemos formado.
Mi debilidad es conocer en profundidad las costumbres de la
alegre muchacha numeraria. Me llevo una agradable sorpresa,
no se parece en nada a la idea preconcebida que tenía
yo de una numeraria del Opus Dei, es una mujer vitalista,
abierta, destila una fina ironía que me encanta y desde
luego muy alejada de la imagen de mojigata que esperaba encontrar
en ella. Me narra como descubrió su vocación,
el susto que dio a sus padres cuando les comunicó su
intención de unirse al Opus Dei y la reacción
sabia de su progenitor cuando comprendió la madurez
de su decisión de unirse a la Obra, la conversación
que ambos en franca confianza tuvieron y un sinfín
de detalles que me emocionaron.
Hemos vivido una jornada en una Roma invadida por cientos
de miles de peregrinos llegados desde todos los confines del
mundo, son numerosos los españoles y desde luego, son
los que más se perciben por su bullicio y gritería,
miles de jóvenes cantan y bailan por la calles de Roma
al ritmo de España. Roma es una fiesta, jamás
me hubiera imaginado que el Opus Dei movilizara tal cantidad
de jóvenes, son decenas de miles de chavales que invaden
toda la ciudad, sus plazas, sus calles, sus bares, toda Roma
habla español con marcado acento juvenil. En mis años
de militancia política, de manifestaciones y jornadas
festivas del partido, jamás había visto tal
cantidad de jóvenes reunidos al abrigo de una creencia,
es una multitud alegre y sana que se desparrama por cada rincón
de esta antigua ciudad tiñéndola de vida y júbilo
cristiano.
Una jornada agotadora pateando Roma, todos llegamos puntuales
y agotados a la cita de retorno. El autobús parte hacia
el hotel minutos antes de lo anunciado con todos los peregrinos
abordo.
Llega el domingo, el día señalado para la canonización,
madrugamos, la idea es partir hacia Roma a la siete de la
mañana para llegar con tiempo suficiente para entrar
en la plaza de San Pedro sin agobios y ocupar el lugar que
tenemos señalado. Se vislumbran rostros alegres, nerviosismo,
hasta tal punto que debo recordarle a una de las numerarias
de mi autobús que han olvidado rezar el padrenuestro
matutino. Me invita con cierta ironía a que sea yo
quien dirija el rezo, amablemente declino la invitación.
La organización es perfecta, a cada uno de nosotros
nos proporcionan una entrada donde viene señalado el
punto de acceso y el área donde debemos situarnos.
Un nutrido grupo de jóvenes elegantemente ataviados
se encarga del orden, miles, decenas, cientos de miles de
personas de todas las razas y culturas desembocan en la plaza,
casi todos portan una silla plegable y una radio para seguir
cómodamente la celebración litúrgica.
Yo me pasé de listo y tuve que seguir la ceremonia
sentado en el frío suelo de adoquines y oír
la radio con uno de los auriculares que mi amiga numeraria
me cedió.
Al llegar la eucaristía cientos de sacerdotes vestidos
de blanco se despliegan por los pasillos para dar la comunión
a miles y miles de personas, mostrándome que mi prejuciosa
opinión de que el catolicismo estaba caduco, es una
idea viva con cientos de miles de devotos seguidores. Al finalizar
la ceremonia el Papa se traslada en su vehículo descapotable
por los pasillos para saludar a los peregrinos y es aclamado
fervientemente por la multitud.
En ese momento soy consciente de la diferencia que existe
entre la devoción y admiración, entre devoción
religiosa y la admiración laica. Devoción hacia
el Papa Santo que provoca entre los fieles y la admiración
que yo siento por el hombre, por este hombre clave en la historia
de este último siglo. En esta sociedad mediática
donde la estética de la juventud y la agresividad competitiva
se imponen como un valor de triunfadores, este anciano enfermo
desafía esos vacíos valores de moda, mostrando
al mundo que a pesar de su achacoso estado de salud, sus temblorosos
gestos son el lenguaje poético de la fe que defiende,
enseñándonos que la sabiduría siempre
fue patrimonio de la experiencia, que su cuerpo delicado alberga
una mente envidiable, una personalidad forjada durante años
bajo la represión de los dos mayores totalitarismos
que ha conocido en último siglo, el nazismo y el comunismo.
Este viejo enfermo es la personificación de la libertad,
de la humildad y la universalidad de la especie humana. Es
el más grande líder de la historia de la humanidad
y lo afirmo con total convencimiento, el hombre que mayores
movilizaciones humanas ha provocado en cada uno de sus innumerables
viajes, el más reconocido y respetado de cuantos seres
pueblan actualmente el orbe, un ser singular que la historia
se encargará de ubicarlo en el lugar que le corresponde.
Acabada la ceremonia, desaparecieron sin explicación
alguna los jóvenes uniformados del servicio del orden,
los carabinieris se desentienden y el cosmos se trasforma
en caos, afloran los egoísmos, las prisas, las avalanchas
y empujones, la pérdida de la compostura de unos pocos,
las gentes caprichosas que se les antoja entrar en la plaza
cuando todos quieren salir, los grupos que se detienen a esperarse
para juntarse o charlar atorando los pasillos de salida, los
mareos por claustrofobias, los inválidos en silla de
ruedas que los egoístas les impiden circular para salir
ellos antes. Una situación deplorable que desmerece
el acto bullicioso y alegre de la canonización.
Durante la tarde decidimos ir a visitar la iglesia donde
descansan los restos de nuevo santo, otra multitud se agolpa
en la cercanías del templo, mis compañeros se
deciden a entrar a visitar la tumba yo opto por sentarme en
la acera y esperarles observando el ir y venir de los miles
de personas que allí llegan. Nuevamente soy consciente
que aunque iguales a los ojos de Dios, no somos iguales a
los ojos de los dignatarios de esa iglesia de San Eugenio
a Valle Giulia, mientras miles de personas hacen cola para
entrar, unos pocos favorecidos son introducidos en el templo
por otra puerta sin tener que esperar, contradiciendo con
este gesto las palabras de Cristo, aquí los primeros
son los elegidos y los últimos, la mayoría,
siguen siendo los últimos.
De vuelta en el autobús hacia el hotel, comentamos
el desafortunado episodio de la clausura del acto, el caos
reinante en la salida por falta de organización y del
servicio de orden, la numeraría encargada de nuestro
viaje nos muestra inconscientemente la cara negativa del Opus
Dei, la falta de autocrítica, niega lo obvio, que haya
habido caos en la salida, afirma que ella tenía buena
disposición, dejando entrever que nosotros no la teníamos
y que si hemos sufrido avalanchas ha sido por nuestra culpa,
trata de justificar el caos culpándonos a nosotros,
a todos los peregrinos, incluidos obviamente, cientos de sacerdotes,
de numerarios y supernumerarios de la Obra que se vieron envueltos
en el desorden reinante a pesar de la muestra de entereza
que la mayoría de los peregrinos mostraron en todo
momento y que impidió que el desalojo de la plaza pudiera
haberse convertido en una dramática tragedia.
Esa noche para celebrar la canonización la supervisora
del viaje nos invita después de cenar a tomar una copa
de cava italiano, nos tomamos varias, cantamos, reímos
y en medio de la fiesta una de las peregrinas que no pertenece
a la Obra propone que hagamos una colecta para gratificar
a los chóferes por su trabajo, nos lanza un discurso
demagógico sobre que si somos católicos, apostólicos
y romanos no podemos permitir la injusticia y bla, bla, bla.
La mayoría se desentiende del tema, hay alguna opinión
en contra y se pospone para el día siguiente. A las
numerarias y supernumerarias no les sentó bien el discurso
de barata apología católica, pero no le dijeron
nada, aunque después lo comentaron con algunas personas.
El lunes volvimos a Roma, en tráfico era mucho más
denso que el domingo, el madrugón aún mayor,
la ceremonia de acción de gracias comenzaba a las diez
y nosotros teníamos que estar en nuestro lugar en la
Plaza de San Pedro no más tarde de las ocho y media,
el autobús aparca en las cercanías, al lado
del Parco Gianicolense. Una de las mujeres de mi grupo excusa
su asistencia al acto, el día anterior en la salida
de la Plaza había sufrido un ataque de claustrofobia
y aún le temblaba el cuerpo al pensar en las avalanchas.
Decido no dejarla sola y yo la acompaño. Nos acercamos
a la entrada más alejada de la Plaza, la avenida della
Conciliacione donde están ubicados varios comercios
de artículos religiosos, mientras ella entraba en uno
de ellos para comprar unos rosarios que le había pedido
la catequista de su hija, yo me entretengo viendo el trasiego
de gentes entrando y saliendo de San Pedro. Un grupo de caribinieris
vigila la entrada, parece que la fiesta no va con ellos, charlan,
fuman relajados y muy de vez en cuando se molestan en abrir
alguna mochila o algún bolso para cumplir con el guión
de su presencia, vigilando que nadie entre con armas a la
Plaza. Observo el enfado de muchos padres que acompañan
a sus hijos con maletas escolares, imagino que dentro de la
zona acotada hay algún colegio. Hubiera sido sencillo,
si alguien lo hubiera intentado, el entrar en la plaza con
algún arma para atentar contra el Papa.
Comprados los rosarios mi compañera vuelve a salir
en mi busca y le propongo pasear por el Trastevere, acepta
y nos vamos a disfrutar de la tranquilidad de ese popular
barrio, semidesierto en una mañana de lunes laborable.
Me cuenta, igual que en los paseos de días anteriores
lo han hecho otras compañeras de viaje, el porqué
de su presencia allí. Poco tiene que ver su existencia
con el significado que tienen en la Obra de la santificación.
Al mediodía regresamos a la zona de salida del grupo,
los esperamos tomándonos un vermú en una terraza
cercana. Comienzan a desfilar los peregrinos en busca de sus
autobuses y nosotros decidimos ir hacia el lugar donde está
aparcado el nuestro y esperar allí al resto del grupo.
Íbamos a salir rumbo a España a las dos de la
tarde, pero como ya era habitual, dos señoras mayores
se pierden en el corto recorrido de algo mas de un kilómetro
que separa la plaza de San Pedro del autobús. Por teléfono
las localizan, pero continúan extraviadas, acuden a
la policía y las lleva equivocadamente hasta otro aparcamiento
de autobuses, al final otras dos mujeres salen en su búsqueda
y con muchísimo retraso emprendemos el viaje de regreso
a España.
Estaba programada una visita a Pisa, llegamos con el día
anochecido, sin luz para poder ver el Duomo con su torre inclinada,
con el tiempo justo nos comemos un pizza y partimos hacia
Varigotti. Llegamos pasada la medianoche.
En el transcurso del viaje los videos que visionamos eran
propiedad de los peregrinos, me dio la sensación que
no se fiaban de las películas que pudiera tener la
empresa de transportes, en esta jornada una de las señoras
ofrece un video de aventuras que podría calificarse
de infantil, el titulo La máscara de hierro
al comienzo hay una escena en que en una conversación
entre un mosquetero y un sacerdote se nombra la palabra tetas
en ese momento, como lanzada por un resorte se levanta una
supernumeraria dirigiéndose hacia la supervisora del
viaje, habla entre susurros con ella y sospechamos, como se
confirmó más tarde, que había ido a quejarse
de la inmoralidad de la película. Me escandaliza esa
intolerancia vestida de falsa moral, pero por prudencia mantengo
el silencio. Con agrado observo que el resto de las numerarias
se lo toman a guasa, no le dan ningún valor a su queja
y podemos seguir viendo la película.
A la mañana siguiente tienen previsto acudir a misa
antes de la partida, la iglesia está lejos y proponen
ir en varios taxis. Una vez más el egoísmo humano
se impone y cuando después de madrugar algunas mujeres
bajan a la puerta del hotel, se encuentran solas, la demás
se han organizado por su cuenta sin contar con el resto y
ya tienen los taxis apalabrados, alguna desiste de ir a misa
enojada por su exclusión, otras tratan de ir caminando
y volverán una hora después sin haber hallado
la iglesia, la joven numeraria, cuando el resto se ha rendido
a la imposibilidad de ir a misa, más espabilada que
es resto, se las apaña para procurarse un taxi y aunque
rezagada parte sola hacia la iglesia.
Cuando yo bajo de la habitación, pensando que sería
el único que no había acudido a la misa, me
encuentro que medio autobús, cansado ya de tanta ceremonia
religiosa, había optado por no ir a misa.
Obviamente comenzamos el viaje con retraso. Retraso que aumentará
en el descanso de la comida, antes de partir deciden hacer
una foto todos juntos en un jardín, en algún
momento a una de la señoras se le caen la gafas y no
se entera hasta subir al autobús, nos bajamos un grupo
a buscar las gafas y no aparecieron, ya rendidos ante la evidencia
decidimos retornar al autobús, una de las señoras
se empeñó en echar un último vistazo
y allí, en el mismo lugar donde todos habíamos
buscado, aparecieron las gafas. De vuelta en el autobús
una numeraria comentó que en vista de que no aparecían
las gafas, invocó con una oración a la Virgen
de los Ojos y que justo terminó la invocación
las gafas aparecieron.
Proseguimos el camino con un nuevo retraso y con el cansancio
acumulado de seis días sin descanso, nos pusieron una
película en el video y mientras la mayoría la
visionábamos un grupo de tres mujeres, todas ellas
ajenas a la Obra, a voz en grito charlaban sobre moda y ropa,
cuando el tema se les agotó siguieron charlando sobre
la prensa del corazón y los homosexuales, algunos tímidamente
les pidieron silencio, ellas con total falta de respeto siguieron
en su conversación molestando al resto de los viajeros
sin que nadie de la organización les llamaran la atención.
Una de ellas, la más vociferante es profesora en un
colegio de la Obra, me pregunto si será cierto que
es esos centro educativos que tienen fama de seleccionar buenos
profesionales abundaran los profesores con tan poco sentido
del respeto al prójimo.
En contraste, tras una breve parada pusieron un video de
dibujos animados sobre la vida de San Josemaría, todos
guardaron silencio sepulcral y pensé que ocurriría
si yo en esos momentos me comportara como lo habían
hecho esas personas durante la proyección de la película
comercial, charlando a gritos con algún otro viajero
que esté ubicado lejos del lugar donde yo me encuentro,
yo como agnóstico no trato de santificar mi vida, sólo
intento avanzar hacia la inalcanzable perfección cívica
personal y consecuente con mis principios laicos de respeto
al prójimo, guardé silencio.
Tras la finalización del video, ya entrada la noche,
casi todos dormían, aproveché esos momentos
para hacer un repaso de mis impresiones sobre el grupo de
personas que viajábamos en aquel autobús, me
di cuenta que en este grupo de simpatizantes del Opus Dei
es un grupo heterogéneo, de personas normales que no
se distinguen a simple vista de cualquier otro grupo humano,
igual que ocurre en toda agrupación humana, los discretos
suelen ser lo más íntegros e interesantes, aquellos
que mucho callan suelen ser los que más tienen que
decir y los que mucho hablan muy poco nos dicen.
Medité sobre las sonrisas, esas sonrisas que siempre
llevan dibujadas en sus rostros las mujeres del Opus y que
tanto me llaman la atención, sonrisas que siempre me
han recordado un poema que leí de Araceli Asturiano:
SONRISA
Cuando aún no es tiempo de sonrisas y tú
sonríes
amiga mía,
la sospecha estornuda de repente
cetrina, espesa
y mal oliente.
Ya te lo dije: <<soy rara>>
y reconozco que es dulce tu sonrisa,
pero sobretodo es exacta
demasiado temprana, demasiado perfecta
la misma siempre, siempre,
como si la capturaras de la silla cada mañana
como una prenda más, como un adorno más
y te la dibujaras sobre los labios
escogiendo en el espejo la mejor mueca
el mejor gesto
y cuando me mira tan quieta
esperando
como atorada entre tus dientes
no puedo dejar de sentir una cierta picazón
en la nariz
y vuelve a estornudar entonces la sospecha
y se cuelga de mi bigote
cetrina, espesa
y mal oliente.
Qué sórdido mirarme, lo sé
como sé también que será inútil
sonarme
que nunca llevo pañuelo
ni cleenex, ni sonrisa de repuesto
y, no creas,
que a veces la busco
pero es inútil siempre, siempre.
Ya te lo dije: <<Nunca llevo repuestos>>
y es mejor resignarse
al desagrado
al desafecto
Claudio pues
de tu sonrisa.
Hoy debo confesar que entre esas sonrisa de fingida pose,
descubrí en algunas de aquellas personas sonrisas sinceras,
sonrisas que rezumaban serenidad, alegría interior,
franqueza. Fui consciente entonces de que entre aquellas personas
se encontraban algunas que con pocas palabras me había
mostrado amor, ese amor que supongo nace de esa búsqueda
de su santificación en lo cotidiano y otras, pocas,
que con muchas palabras, desafortunadamente, también
me habían mostrado mucho, lo mucho que les falta para
comprender cual es el camino de la santificación.
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