EL
RESPALDO MORAL DE LA IGLESIA
A LA "OBRA COMO REVELACIÓN"
E.B.E., 27 de febrero de 2005
Querido R.,
qué interesante lo que planteas. Al menos a mí
me ayuda lo que dices y me lleva a pensar, a continuar el
análisis un paso más hacia delante, aunque te
adelanto que a veces da vértigo pensar ciertas cosas.
Es en esos momentos en los cuales uno prefiere dar el «salto
de la fe» y olvidarse de la razón. Pero, al hacerlo,
ciertamente es conveniente saber hacia dónde uno está
saltando y no moverse por la desesperación sino la
esperanza.
Con respecto al respaldo moral de la Iglesia, te digo que
me parece- no es tan fácil «desligarla»,
pues hay sobrada evidencia. No me refiero a lo que la Obra
decía de sí misma respecto al respaldo de la
Iglesia, pues eso no tendría ninguna implicancia para
con la Iglesia misma. Pienso en todo el apoyo, en los hechos,
que la Iglesia ha llevado a cabo, especialmente durante este
último papado...
El respaldo que puede dar la Iglesia es moral únicamente,
pues su esencia es netamente moral. Es cierto, también
se puede hablar de la Iglesia como un «factor de poder»
con influencias políticas, pero el valor fundamental
de la Iglesia para los que tenemos fe, claro- es moral,
el resto no tiene la menor importancia en comparación
(aunque sí probablemente para el análisis de
la Historia, ahí sí).
La verdad es que la erección jurídica no es
precisamente el respaldo moral más fuerte. Es un respaldo
moral, aunque se trate de una «forma jurídica»,
pues la Iglesia está dando su «aprobación»
y pensar que sólo es «jurídica»
sería una forma un poco forzada de salvar a la Iglesia
de un aprieto, pues de por sí la Iglesia no es una
«instancia jurídica» cuya función
principal es dar el «visto legal bueno». La Iglesia
es una «instancia moral» por encima de todo y
toda aprobación jurídica esta por debajo de
la aprobación moral, es decir no puede darse aprobación
jurídica si no le antecede una aprobación moral,
aunque sea implícita al menos. Esto es contundente,
no hay excusa posible.
Pero el verdadero respaldo moral comienza cuando da un paso
más y declara la beatificación y canonización
del fundador, Escrivá. No es un título decorativo,
es algo muy serio. No es un «marquesado», es mucho
más.
En medio de la gran controversia que su figura causó,
la Iglesia no dudó en hacerlo santo tan rápidamente,
10 años entre beatificación y canonización.
Ese es un respaldo público y moral fortísimo
para con «su obra».
El fundador dijo las cosas de modo dogmático, como
quien hablaba en nombre de Dios, como quien transmitía
algo revelado. Y por esa (única, diría yo) razón
nosotros le creímos, porque hablaba con la autoridad
de la Fe. Y a continuación, la Iglesia lo hace santo.
El respaldo moral me parece patente.
Dicho de otra forma, ¿podrá la Iglesia «criticar»
o «cuestionar» o «intervenir» la obra
de un fundador que ha canonizado recientemente? ¿No
sería un tanto incoherente? Si lo hubiera presentado
como «mártir» de su propia institución
que lo traicionó, tal vez sí. Pero no es el
caso. Todo lo contrario.
Es más, pienso que ahora más que nunca la
Iglesia está «obligada» moralmente a reconocer
la doctrina de quien ella misma considera ser santo, porque
se trata de una «revelación», no de unas
ideas o doctrinas «personales» (siguiendo la «versión
oficial», claro). Ya me explicaré párrafos
más abajo.
Hay un tema fundamental: Escrivá no fue declarado
santo «quinientos años después de su muerte».
Con su canonización, Escrivá ganó la
carrera de «velocidad en 100 metros», es decir,
para la Iglesia hubo muy pocas dudas o ninguna de su santidad.
Por supuesto, el proceso habrá llevado su tiempo
en horas-hombre, pero el tema no es el trabajo burocrático
sino la certeza moral, la cual no necesita demasiados papeles
para obtenerla, sobre todo cuando el juicio al que llega es
tan rápido y concluyente.
Tomando un caso permanentemente citado, a mí no me
sorprendería la canonización veloz de la Madre
Teresa de Calcuta, pues es pública su figura moral.
No parece difícil llegar en poco tiempo a un juicio
unánime respecto de su dignidad moral. Es más,
la evidencia a su favor es tan grande que sería muy
conveniente escuchar a las «voces disidentes»,
pues si es santa no hay nada que temer.
En cambio, en el caso de Escrivá sucedió todo
lo contrario: su canonización fue «una carrera
contra el tiempo», la evidencia de su santidad no estaba
clara «para todos» y las voces disidentes fueron
acalladas de manera «eficaz». ¿No es acaso
un gran contraste? Una vez declarada la «santidad»
no hay revisión posible, tal vez por eso «el
apuro».
***
Como planteaba unos párrafos antes, yo propondría
dar un paso más y avanzar hacia delante. Doblar la
apuesta.
No solamente creo que la Iglesia no dejó de darle
un respaldo moral a la Obra, creo que le va a dar más
aún, y no «menos», si la Iglesia quiere
ser coherente con lo que hasta ahora ha planteado, aparentemente.
Pensemos lo siguiente: ¿hoy qué otra «meta»
tiene «pendiente» la Obra? Ninguna. Ya consiguió
lo que «necesitaba»: la legitimidad jurídica
y la canonización de su fundador. Ya está todo
el respaldo moral que necesitaba de la Iglesia. El resto ahora
son aspiraciones «horizontales», de «expansiones
apostólicas» en todos los sentidos. Ya no tiene
que subir más «escalones». No hay un respaldo
moral mayor que la Iglesia le pueda otorgar o que la Obra
busque como una nueva «intención especial».
Aunque en verdad sí, hay un último escalón:
que la Iglesia decrete el carácter «revelado»
de la Obra.
Tal vez no sea necesario «el dogma de primera instancia»
sino suficiente con una serie de aprobaciones «en escalera»
hasta llegar a la declaración formal, quién
sabe.
Y si la Iglesia es consecuente, deberá decretar ese
carácter revelado. ¿Si declaró santo
al «vidente», cómo no declarar santa su
«visión»?
Esto es lo verdaderamente grave de la canonización,
sus consecuencias, el compromiso en el cual queda la Fe.
Alguno podría objetar rápidamente que Fátima
nunca fue declarada «un dogma» o que Guadalupe
no es tampoco «objeto de Fe» declarado por la
Iglesia, y sin embargo sus videntes (los pastorcitos y Juan
Diego) han sido santos o beatos. Pero, reducida la cuestión
al absurdo, ¿qué habría sucedido si las
apariciones de Fátima hubieran «dañado
la vista» de muchos de sus testigos oculares secundarios?
(o sea, no los pastorcitos) o si siguiendo con el absurdo-
la imagen de Guadalupe hubiera causado alucinaciones en muchos
de sus devotos hasta alejarlos de la fe? Es evidente que primero
se tendrían que haber sorteado esas «dificultades»
antes de iniciar los procesos canónicos respectivos.
Pues en la Obra sucedieron demasiadas cosas «absurdas»
que han sido pasadas por alto, esa es la controversia. Por
eso es necesario para los cristianos en general- que
la Iglesia defina categóricamente «de qué
se trata eso», pues la Obra ha causado demasiados «daños
colaterales» como para seguir pensando que «el
fin principal sigue siendo santo». Y no sirve que ahora
la Obra «pida perdón» y siga para adelante
como si nada. Lo importante no es que la Obra rectifique nada:
lo importante es volver al punto de partida y definir qué
pasó «ese día», porque ahí
está el origen de todo.
Pero vayamos a un ejemplo aún más adecuado.
¿Hubiera sido declarado santo Juan el Bautista si
Aquél que anunció hubiera resultado ser un farsante?
¿Tendría sentido decir que la santidad de Juan
el Bautista no tiene relación necesaria con el carácter
divino de lo que venía a Revelar? ¿Quién
podría engañarse, pensando que Juan el Bautista
fue santo porque comía langostas y miel mientras hacía
penitencia en el desierto «aunque también predicó
la divinidad de una persona que resultó ser un embustero»?
La «misión» fue central a su santidad,
en el caso del Bautista. Escrivá planteó de
la misma forma su jugada en el tablero. En estos casos, particularmente,
no se puede desligar «la santidad» de «la
misión».
Sé que la comparación no es fácil de
considerar, puede resultar «indigesta» en algunos
casos, pero si queremos ser coherentes, creo que necesitamos
plantearnos estas cosas a fondo, sin miedo «al abismo»
de la Fe, pues el avanzar en la verdad debería darnos
más confianza y no más temor.
El fundador vino con una revelación de Dios en sus
manos, con un mensaje que Dios «le hizo ver» directamente,
según sus propias palabras. Verdaderamente, es lo de
menos si Dios habla a través de Juan el Bautista o
Escrivá, la Palabra de Dios tiene el mismo valor.
Lo que no queda claro es si Dios le «reveló
algo» a Escrivá.
Lo que no queda claro es cómo Juan el Bautista podría
ser declarado santo si antes no quedara claro que Aquél
que anunció realmente era el Profeta enviado por Dios.
Invertir los términos es complicado, reduce bastante
las opciones «a futuro».
Sería una contradicción más que importante
«obviar» ese paso, el declarar «el origen
divino» de la Obra. La Iglesia está obligada
a ello, simplemente porque ya dio el primer paso, declaró
santo «al precursor» de la Obra. El asunto cae
de maduro
Puede tardar un par de siglos en hacer formal la declaración,
pues la urgencia si no la plantea la Obra- hoy la Iglesia
no la tiene (por ahora no creo que la Obra haga nada, pues
con la aprobación tácita le es suficiente
y llevar la apuesta al siguiente nivel, a mí me parece,
además de preocupante, de una temeridad desconocida,
pero puede pasar).
Digamos (explícitamente) que al fundador lo hicieron
santo por «ser quien es», por su misión
y su trayectoria, por «ser fundador» y serlo «del
Opus Dei». Creo que esto está claro. Veo difícil
que su santidad se deba a «su vida ordinaria»
y que toda la cuestión de la Obra haya sido un tema
de «segundísimo segundo» plano en la consideración
y análisis de su santidad.
Plantearlo así podría ser el modo de desvincular
la canonización del fundador respecto de la Obra misma.
Pero es evidente que la canonización es una pieza fundamental,
entre otras cosas, para contribuir al «engrandecimiento»
de la Obra; tiene sentido en ese contexto. Su canonización
«aislada» o fuera del contexto de la Obra no tiene
«significado», al menos para la institución,
que fue la más interesada en promover este proceso
canónico.
***
Sé que lo que digo puede poner los pelos de punta a
más de uno, pero si vamos a ser coherentes, si vamos
a pensar que la Obra es de Dios, entonces «apretemos
el acelerador» y seamos coherentes hasta el final, si
estamos tan seguros que es de Dios, entonces no hay por qué
temer, no habrá sorpresas ni decepciones con las cuales
nos podamos encontrar.
Bueno, ya hubo una importante, por eso todos los que estamos
aquí en esa web nos encontramos reunidos.
Con una vez, a mí me basta. Ahora prefiero ser «prudente»
y no estar «tan seguro». Es más, prefiero
poner a prueba, exigir a fondo a esas «nuevas seguridades»
que van surgiendo como «pruebas de santidad» y
no apoyarme en un respaldo del cual yo tenga que cuidar más
de él que él de mí.
Pero esto lo hago porque existen demasiados signos de evidencia
de que la Obra no es precisamente un «maná caído
del cielo». De lo contrario, se trataría de una
pura actitud temeraria, como la del que pretende «discutirle
a Dios», eso no tendría sentido y sería
una actitud bastante inmadura.
***
Querido R, pienso que no solamente la Iglesia le dio un
respaldo moral considerablemente importante, sino que le va
a dar un respaldo moral mayor aún. Si la Iglesia es
coherente, terminará declarando la divinidad de la
Obra. De lo contrario, tendrá que declarar heréticas
las doctrinas del fundador, lo cual lo veo complicado, pues
no logro congeniar la figura del «santo-hereje».
Y esto es así porque la figura del fundador fue la
de una persona que planteó su doctrina a fondo, sin
tonos de grises. Y no fuimos pocos los que nos la creímos
a fondo también. Es hora, entonces, de hacer un profundísimo
análisis de todo lo sucedido, más a fondo aún
que entonces, si fuera posible.
No tiene sentido decir que el fundador «frenó
mucho antes» de colisionar con la ortodoxia, cuando
tenemos «fotos del accidente» y cada uno puede
ser testigo de lo que vio y oyó desde distintos ángulos.
Algunos dirán que no fue tan grave, otros dirán
que dejó a varios rumbo al hospital o en peor estado,
pero en definitiva lo que no puede entenderse es que, «al
otro día», fuera nombrado «campeón
de Formula Uno», así nomás. Al menos,
que primero quede claro qué sucedió en «esa
esquina», donde tantos hemos sido los que «concurrimos»
y nuestras vidas quedaron transformadas luego de «esa
tarde». ¿No es lógico pedir un poco más
de lógica?
¿Pero, no es acaso un problema que se agrega a otro
problema? ¿No es mejor mantener a la Iglesia «apartada»
de «la Obra como problema»? Entiendo perfectamente
que este tipo de «examen de conciencia» puede
provocar inquietud más que promover serenidad. ¿Pero
cuánto tiempo podemos mantener tranquila nuestra conciencia
con una paz tan quebrantable, tan vulnerable?
Sin duda es traumático plantearse la posibilidad
de que la Iglesia haya tenido algo que ver con la Obra, uno
preferiría que fuera «un cuerpo extraño»
externo a la Iglesia. Pero no lo es, y veo que el asunto no
se puede dilatar por mucho tiempo: es duro pero lo mejor es
enfrentarlo en la medida de nuestras posibilidades. No creo
que sea «un callejón sin salida», aunque
su apariencia se parece bastante a ello. Ahí es donde
tal vez necesitamos «el salto de la Fe», pero
en dirección hacia la Iglesia, no hacia la Obra. Lejos
de conmover los cimientos de la Fe, creo que el pensar estas
cosas a fondo debe llevarnos a una Fe más sólida,
una Fe que no teme enfrentarse con la verdad y que menos aún
necesita simulacros de certezas.
Además, si planteo la necesidad de un análisis
de esta forma, es porque el fundador mismo planteó
«su obra» a la manera evangélica: «conmigo
o contra mi», «dentro de la Obra» o «al
abismo», sin escalas. ¿Puede acaso pensar alguien
que es «exagerado» llevar el tema de la Obra hasta
sus últimas «consecuencias»? Yo realmente
creo que es necesario, porque es la forma de «resolver»
la Obra como tema que ronda nuestra conciencia. Ir a fondo.
El único modo de que la «farsa de la Obra»
no termine en «farsa de nosotros mismos» es plantearnos
en profundidad la revisión de ese pasado en común,
llevando la Fe hasta las últimas consecuencias. ¿Si
no, para qué nos entregamos un día, hace tiempo
atrás? ¿Para «actuar» durante una
temporada y luego vivir de «rentas», creyendo
que «el intento ya lo hicimos» y ahora estamos
exceptuados de ser coherentes con la Fe?
Pero no estoy seguro de cuántos realmente querrán
llegar a fondo, a saber la verdad que la Obra no quiere confesar.
Hay muchos intereses creados y entrelazados detrás
de la Obra, por lo cual no es simplemente una cuestión
de «razonar» y resuelto el asunto.
Esto último me recuerda para terminar- a un
pasaje de «Los Hechos de los Apóstoles»
(19, 24 y ss):
«Cierto platero, llamado Demetrio, que labraba en
plata templetes de Artemisa y proporcionaba no pocas ganancias
a los artífices, reunió a éstos y también
a los obreros de este ramo y les dijo: «compañeros,
vosotros sabéis que a esta industria debemos el bienestar;
pero estáis viendo y oyendo decir que no solamente
en Efeso, sino en casi toda el Asia, ese Pablo persuade y
aparta a mucha gente, diciendo que no son dioses los que se
fabrican con las manos. Y esto no solamente trae el peligro
de que nuestra profesión caiga en descrédito,
sino también de que el templo de la gran diosa Artemisa
sea tenido en nada y venga a ser despojada de su grandeza
aquella a quien adora toda el Asia y toda la tierra.»
Así sucede con la Obra: hay muchos intereses mezclados
y al resolver el «problema teológico» también
se verán afectados esos intereses, lo cual complica
bastante el esclarecimiento de qué es y qué
quiere la Opus Dei.
Arriba
Volver
a Tus escritos
Ir
a la página principal
|