LOS
'REMEDIOS' DE LA OBRA
FLAVIA, 13 de julio de 2004
Leyendo algunos de los textos publicados últimamente
en la WEB, me topé con una frase de pura cepa opus
que me impresionó de inmediato, tal vez porque la escuché
demasiado, a saber: "hay que dejarse ayudar, no te dejás
ayudar"... etc. Y no pude evitar enlazar en mi mente
esta frase, con algunas cosas que me vienen circulando en
la sesera últimamente: cómo en la Obra los caminos
de solución de las crisis y malestares que en determinados
momentos comienzan a vivir algunos miembros de esa institución,
cierran con el tema de "dejarse ayudar" o no.
Es un círculo hermético, en el cual el problema
y la ayuda son parte de la misma lógica, pero lo más
complicado es que la mediación subjetiva, la persona
concreta que está mal, debe simplemente "dejar",
o peor, "dejarse". Y cada "ayuda" es un
paso más que en momentos de crisis o dificultades manifiestas,
lleva a quienes están en "crisis" a la indignidad,
al abismo, al infantilismo, a la insensibilidad.
También es cierto que lo que se considera necesario
para salir de las crisis y dificultades, es a priori determinado,
la ayuda "prevista" por la Obra: rendir el juicio,
ser más y más sincera en la charla, a veces
sin tener ya qué decir, sin que en general el problema
sea lo que uno dice, sino ese borramiento de sí que
se da en el ponerse a disposición de otro, o del Otro
llamado "espíritu del Opus Dei". Entonces,
los que normalmente son medios de crecimiento espiritual en
la vida cristiana, terminan siendo una ciénaga, en
la que uno se hunde con cada movimiento.
Me ha pasado y me pasa, que a la hora de confesarme, o de
charlar algún tema que me afecta en lo personal con
un sacerdote o con alguien del estilo, me veo en dos actitudes,
o la de una "sinceridad salvaje" que no me es requerida,
ni es necesaria, o, la de una reserva desconfiada, ante la
posible invasión a mi interioridad.
También me ha sucedido que el recurso a la oración
para dejar los problemas en manos de Dios, termina a veces
"sospechado" en mi interior, de ser una maniobra
evasiva, un derivado de costumbres o "criterios"
adquiridos.
Me he preguntado estos años, y actualmente me pregunto,
qué significa, en clave cristiana real, no opus, el
abandono de sí, el desprendimiento de sí, y,
me parece que tal abandono y tal desprendimiento, se caracterizan
por una gran libertad, es decir, que no se puede abandonar
o no podemos desprendernos sino de aquello que hemos asumido,
que hemos tomado en su plena dimensión. Tampoco podemos
degradar la confianza en Dios, como si Dios fuera una placebo
para nuestros problemas, en todo caso, la oración nos
hace más lúcidos o nos fortalece el corazón,
pero no nos hace huir de la realidad.
Entonces, el problema con los "remedios" de la
Obra, para épocas de crisis y no tanto, no es que no
se hayan preconizado antes en otras instituciones eclesiales,
previamente al Concilio (hoy parecen haber resurgido estas
ideas, desgraciadamente), el tema es que en la Obra esas prácticas
cierran y se cierran sobre la institución, y uno termina
"amando" sus barrotes, o viviendo en los espacios
que dejan los barrotes, o bien enloqueciendo. Quiero decir,
que toda ayuda, toda solución en la Obra es interior,
no sólo por las "recetas internas", sino
por la vida clausa en sus aspectos fundamentales, que vive
un miembro del Opus Dei.
Así, y tomando en cuenta lo que decía Escrivá
al respecto, quienes hemos salido, en ultima ratio, realmente
"sobrábamos", éramos un defecto de
la institución, una falla, que no podía ser,
y que no puede ser. De ahí la imposibilidad de reconocer
nuestra existencia moral, no sólo material, para el
Opus Dei, de ahí la cólera que suele suscitar
la existencia de esta página en algunos miembros actuales
de la Obra que la visitan.
En medio de todas estas cuestiones, me parece también
un problema el que se califique a los testimonios de algunos
ex miembros, como "amargos", o "resentidos".
En todo caso, la pregunta es: ¿hay una "forma",
o debería haberla, una suerte de "criterio de
expresión para ex" que se derive de algún
vademecum, y que habría que observar (por fuera de
los de la urbanidad)?.
Entiendo que los modos en que las personas se expresan no
sólo deben leerse desde sus estados de ánimo
o peculiaridades de carácter, también resultan
indiciarias de los aspectos de la personalidad o la afectividad,
o la racionalidad, que son vulnerados cuando se acciona o
se reprimen ciertos resortes de la condición humana.
Tomando en cuenta, además, que nuestra reunión
cibernética es algo singular, no hay espacios por el
estilo, porque la Obra no es algo simple, ni fácil:
en todo caso, nuestras experiencias plantean un primer desafío,
la posibilidad de hablar, uno segundo, la posibilidad de comprender,
uno tercero, la de ayudar, acompañar y consolar, siempre,
la de curar y curarnos.
Volviendo a lo que antes decía, cuando una persona
se entrega a Dios, cuando se abandona en su misterio, se embarca
en una libertad mayor que plenifica la propia: ese tipo de
entregas es solamente posible cuando el polo de la tensión
en la entrega es algo no sólo mayor, también
inefable, que no se puede manejar o manipular. Cuando las
"entregas" se hacen en función de realidades
que no se corresponden a la proporción debida a la
condición humana, en tanto somos "capaces de Dios",
entonces, ahí sí, resultamos mutilados, alienados,
mecanizados.
Entiendo que uno de los elementos más negativos del
Opus Dei es la sistemática desviación de lo
que está instituido para un fin, dirigiéndolo
hacia otro, llevándolo hacia una espacio de significaciones
que luego hace muy difícil poner las cosas en su lugar.
"Dejarse ayudar", es en la Obra simplemente "dejarse",
y la concreción de la "ayuda" es otro paso
más en la consolidación de una pertenencia alienante,
o un paso hacia el descarte, sea al interior de la institución,
o finalmente, en la salida.
Digamos que esta mecánica me recuerda a la lógica
de la "sanidad social", que expulsa a lo enfermo
por la vigencia e intensificación de su lógica
interna. También me recuerda, más gratamente,
una observación que hace J.L. Borges en un ensayo sobre
el infierno: comenta que los infiernos antiguos y medievales
(el del Dante, paradigmáticamente), son lugares en
los que ocurren cosas espantosas, en cambio, los infiernos
"modernos", (menciona al "Vathek", de
W. Beckford, una obra notable), son "lugares espantosos".
El horror, lo siniestro, lo que vuelve en la ambiguedad de
las emociones, en los sueños, en esas "sorpresas"
de nuestra subjetividad, es la ausencia de "distancia",
la ocurrencia de cosas espantosas es determinable y puede
detenerse, en cambio, un lugar espantoso es un lugar total
(esa es la sustancia del espanto), a no ser que nos saltemos
su lógica, con costos diversos, sea por el acto de
salir, sea cuando ya hemos salido e iniciamos la tarea de
"reconstrucción".
En fin, "dejarse ayudar" es en el contexto del
Opus Dei, una frase que me parece siniestra, porque me recuerda,
no sólo en la memoria, qué significa haber sido
miembro de una institución total, qué significa
que el predicado que mejor les cabe, es el de querer ser "los
dueños" de todo lo que tocan, patéticamente
dueños, hasta tener que "comprarse" un nombre.
San Agustín dice algo muy claro y muy bello, en el
Prólogo de su Exposición de la Primera Carta
de San Juan:
"en ella se recomienda la caridad, muy dulce para todos
aquellos que tienen sano el paladar del corazón, para
gustar el pan de Dios".
Lo más gustoso al corazón es la caridad, y
por ella podemos apreciar "el pan de Dios", por
ella también, entiendo yo, podemos recobrar el gusto
estragado, y volver a sentir, en fin, a experimentar la gracia,
de la vida, de la libertad que habita en la verdad íntegra
de esa vida nuestra.
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