REFLEJARSE
EN LOS TESTIMONIOS AJENOS
Enviado por Frida -Italia- el 19 de octubre
de 2003
He dejado la obra hace quince años con un sufrimiento
indescriptible. Por eso, los testimonios que he leído
me han conmovido e impresionado.
Contrariamente a hace unos años, creo que el cambio
de ideas, entre personas traumatizadas -quién más,
quién menos- de la misma experiencia, puede ayudar
mucho. Por ejemplo yo estuve convencida de que la dificultad
de dejar la obra fue un problema sólo mío...
O al menos, eso es lo que quisieron hacerme creer: "era
yo, la que no me sentía libre dentro". "Si
hubieras querido -me dijeron después- podrías
hacer hecho tu maleta y marcharte. ¿Qué te lo
habría impedido?" ¡Bonita pregunta!
He vivido todas las cosas que Halma
tan bien ha descrito en su libro: ¡los sentimientos
de culpa, el aislamiento, el sentirme un pez fuera del agua...
¡por no hablar de la sexualidad!
Todavía no he leído el testimonio de alguien
que haya vuelto (o quizá se me ha pasado por alto),
como me ha sucedido a mí, volver a una familia dónde
los padres todavía son de la obra y todas las amistades
familiares gravitan alrededor de aquel mundo: en este caso
el trauma es doble, lo garantizo.
Al principio callé todas las cosas que habían
sucedido, como una mujer maltratada cubre al marido violento
para no hacerles daño a los hijos que quieren y estiman
al propio padre. Me sentía culpable y hablé
como si fuera una extraña, lo que viví en la
Obra y de cómo me había ido (en un cuartel hubieran
sido más cariñosos).
Con el tiempo los sentimientos de culpa dejaron sitio a una
gran rabia; también respecto a las personas a las que
quería. Mis padres me vieron volver a casa devastada
en alma y en cuerpo. Mi familia de origen o "de sangre"
(¡qué feas expresiones!) me acogió con
gran cariño pero la complicidad y la solidaridad por
cuánto he vivido he tenido que buscarle en otro lugar.
Sé que la comparación es desproporcionada y
fuerte pero es como si un de un campo de concentración
hubiera vuelto a una casa donde son todos un poco "revisionistas".
Queda la herida de no haber sido entendida ni defendida como
esperaba.
Este reflejarme en los testimonios ajenos ha sido doloroso
pero útil. Me he dicho: ¡entonces no fui sólo
yo...! Hay una objetividad indiscutida en esta experiencia
de haber salido de la Obra.
No me interesa dar mi vida para combatir el Opus Dei, ni
creo sea este el objetivo de la web, si no, no hubiera escrito.
Quiero mirar hacia adelante, como he intentado a hacer en
estos años pero sin renegar o minimizar mi dolor. Ha
dicho bien, en efecto, quién ha escrito que perdonar
no quiere decir callar: es una observación que me ha
hecho reflexionar.
Para llegar a perdonar se necesita primero tenerse respeto
a uno mismo y a su historia y, por lo tanto sentirse libres
de contarla a quien se quiera. No es cosa fácil porque
siempre queda dentro (hablo de mí, obviamente) una
especie de sutil miedo a hablar: no entiendo el por qué.
Y me gustaría saber si también si a los demás
les sucede lo mismo.
No temo represalias porque nadie puede quitarme nada: lo
que tengo ha sido fruto de mi fatiga y la generosidad de los
míos. Pero es por un pudor personal que solicito firmar
con un seudónimo: Frida.
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