PSIQUIATRAS
PARA PERSEVERAR
MINERVA, 26 de junio de 2005
Reiteradamente se trata en esta Web, y en distintos medios
de comunicación, sobre el problema de las enfermedades
mentales de los miembros de la Obra y sobre los psiquiatras
del Opus Dei que los atienden. De los veintitrés años
que estuve en la Prelatura, los trece últimos los pasé
enferma de depresión. Para ahorrarme el dolor de su
recuerdo preferiría no hablar sobre este tema, ni rememorar
la época y circunstancias en las que se desarrolló
mi enfermedad, mas considero que debo vencer mi rechazo y
escribirlo porque puede ayudar a alguien que ahora esté
pasando por algo parecido a lo mío. De todo lo que
voy a hablar a continuación tengo nombres y demás
datos que lo corroboran, pero prefiero no citar ni a las personas
ni los lugares que las pondrían evidencia porque quiero
que el árbol no tape al bosque: que se le achaquen
a esos sujetos, a título individual, algo que puede
ser frecuente en la Obra.
Me hice agregada del Opus Dei a los 19 en un centro de chicas
jóvenes en donde permanecí los primeros diez
años. Durante esa época fui una muchacha vital,
alegre, llena de entusiasmo, con la risa pegada a la cara...
y lo fomentaba el ambiente de juventud de aquel centro que
continuamente me mantenía ocupada. Aunque no todo el
monte fue orégano y pasé por temporadas en las
que pensaba que aquello no era lo mío; por ejemplo,
cada 19 de marzo, en el que tenía que renovar un año
más en la Obra, yo me resistía e iba precedido
de un tremendo darme la lata para que lo hiciera, pero a pesar
de todo guardo gratos recuerdos de aquel entonces en donde,
por lo menos, no sentí nada de soledad.
El tiempo pasó, las directoras debieron especular
que a mis 29 años ya era hora de trasladarme a un centro
de mayores y lo hicieron de la noche a la mañana. Para
mí fue como entrar en otra dimensión. La casa
nueva está situada en una zona noble de Madrid, de
techos altos, oscura, sin un ápice de la algarabía
del lugar que acababa de dejar y las numerarias que lo habitaban
y las agregadas... Bueno, para que os hagáis una idea
de la edad y circunstancias de esas mujeres os relato el comentario
que le hice a la directora cuando terminó de enseñármelo,
le dije: Oye, y de entre todas las de este centro ¿hay
alguna que sea joven o que no esté enferma?.
Y aquel cambio de centro fue mi encuentro con la soledad
de la Obra y su indiferencia hacia mí. Antes llenaba
los fines de semanas con excursiones u otros planes apostólicos,
ahora, con mis amigas y compañeras casadas y atendiendo
a sus familias, me tenía que conformar con estar sola
en la casa de mis padres y, como mucho, yendo a dar un paseo
con mi madre o a merendar con una vecina. Durante el resto
de la semana todo el contacto con mi familia de
la Obra consistía en ir una tarde al centro en donde,
sin pausa alguna, asistía al circulo semanal, hacía
la charla (dirección espiritual), el movimiento económico
(en donde se le entrega a la secretaria el sueldo mensual
y sacas lo necesario para tus gastos) y me confesaba.
Para llenar el vacío que sentía me volqué
en el trabajo, al que aumenté tanto el tiempo como
la intensidad de mi dedicación.
En algo menos de un año ya era otra persona: seria,
circunspecta, mordaz en los comentarios y sobre todo una mujer
muy triste. Las directoras me debieron ver mal y acortaron
la fecha de mi revisión médica anual (todos
los de la Obra han de pasarla cada año con un facultativo
del Opus Dei) y en un principio fui tratada por él
con ansiolíticos para mandarme a los pocos meses a
una psiquiatra que es supernumeraria, quien me diagnóstico
depresión bipolar. En los trece años que fui
su paciente ha empleado conmigo todo el arsenal farmacológico
posible. Entre otros efectos, sus tratamientos me han provocado
un hipotiroidismo permanente causado por el litio (del que
me he de medicar de por vida); alucinaciones que comenzaron
con una nueva medicación y cesaron al quitarla, mareos;
dormir durante largos periodos de tiempo, que en una ocasión
llegó a tres días seguidos; permanecer ingresada
un mes en una clínica psiquiátrica y un largo
etcétera que el lector puede imaginar.
Desde el comienzo de esa tristeza y pérdida de ganas
de vivir me fue asaltando la idea de que mis males se podrían
solucionar dejando la Obra, pero varios condicionantes me
imposibilitaron hacerlo:
1 La absoluta confianza que tenía depositada
en las directoras, quienes me afirmaban que lo mío
era seguir en el Opus Dei, que fuera de él sería
una desdichada, que tenía que dejar de pensar en mí
y ofrecer con alegría mi enfermedad (es del todo imposible
que un depresivo pueda ofrecer con alegría
su mal, ya que entonces no sería depresivo), etc.
2 Porque en la depresión me era muy costoso
(casi imposible) tomar decisiones.
3 Porque me impedían oír otras opiniones
(ir a médicos objetivos, no ligados a la Obra) o valorarlas
cuando me las daban (por ejemplo, mis padres, con quienes
vivía, me dejaban caer que fuera de la Obra estaría
mejor), ya que entonces las directoras me contaban que esos
consejos eran humanos, no sobrenaturales, las tentaciones
de las que el Demonio se vale al usar a nuestras familias
como obstáculo en nuestra vocación.
Poco a poco, se me fue haciendo imposible seguir el plan
de vida de la Obra: me dormía en la oración,
por mi trabajo no podía ir a misa por la tarde y por
la mañana no había quien me pudiera sacar de
la cama media hora antes de lo necesario, y así ocurrió
con el resto de las normas que, por otra parte, cada vez me
producía más ansiedad hacerlas, por lo que al
cabo de unos años tan sólo iba a misa los domingos
y me confesaba semanalmente.
A los veinte años de estar en Obra y a los diez de
ser la paciente de esa psiquiatra, su tratamiento continuado
hizo sus efectos y, aunque no bien, por lo menos estaba estabilizada:
trabajaba doce horas al día, iba el miércoles
al centro (tal y como indiqué antes) y el resto del
tiempo me lo pasaba durmiendo (los días de diario llegaba
a casa, cenaba y me acostaba hasta la mañana siguiente;
de viernes por la noche a lunes por la mañana lo empleaba
en estar en la cama, salvando el tiempo imprescindible para
las necesidades biológicas, ir a misa, y dar un paseo
con mi madre). A partir de entonces la idea de dejar la Obra
fue creciendo en mí y las directoras siguieron en sus
trece de que lo mío era morir en el Opus Dei.
Hago un inciso. Si alguien se encuentra en un estado en el
que su corazón le grita que debe dejar la Obra, por
experiencia personal puedo decirle que lo primero que debe
hacer es considerar que sus directores no son sus amigos sino
unos fanáticos del Opus Dei, que permitirán
y ayudarán a que se muera dentro hecho jirones antes
de dejarle abandonar la Obra. Y lo segundo, y como consecuencia
de lo anterior, es que la primera obligación de esa
persona ante si misma y ante Dios (porque Él si que
te ama, tanto a ti como a tu salud) es la de ocultar a los
de la Obra sus pensamientos y pesquisas para dejar el Opus
Dei hasta que llegue el momento en el que se tengan los recursos
necesarios para poderse ir.
Como antes conté, a los diez años de enfermedad
y tres antes de dejar la Obra, me encontraba estabilizada
y cada vez con más ganas de marcharme del Opus Dei,
lo que les repetía a la directora y al sacerdote asignado,
quienes a su vez reiteraban su postura de que me mantuviera
dentro. Al cabo de un año de ese tira y afloja (las
directoras eran quienes tiraban, a mi me correspondía
tan sólo aflojar) me comenta la psiquiatra que me convenía
recibir una terapia de electroshock, sin explicarme muy bien
el porqué. Vuelvo a repetir que yo me encontraba bastante
bien pero, como siempre, me dejé llevar y me aplicaron
seis sesiones. Por la mañana de seis días seguidos,
antes de trabajar, fui a la clínica en donde me dormían
para aplicarme después el electroshock.
Tiempo después leí que el electroshock es una
práctica casi en desuso, que se utiliza fundamentalmente
para romper circuitos cerebrales viciosos. Por ejemplo, alguien
tiene la obsesión de suicidarse y la corriente eléctrica
que se aplica con el electroshock rompe las conexiones neuronales
que la mantienen, permitiendo así que el paciente olvide
esa tendencia. Pues bien, cuando me lo aplicaron, mi única
obsesión era la de dejar el Opus Dei.
Tras recibir ese tratamiento no encontré mejoría
alguna. pero si una consecuencia muy molesta: perdí
la memoria de periodos y circunstancias de mi vida que desde
entonces tan sólo puedo recuperar, con esfuerzo, si
alguien me los recuerda. Y yo me pregunto: ¿Cuánto
será lo realmente olvidado que desconozco porque no
me lo recuerda nadie? ¿Cuántas cosas habré
olvidado con imposibilidad de recuperarlas porque tan sólo
las conocía yo?
Si se tiene una muela infectada, los calmantes, antibióticos
contra la inflamación, etc., tan sólo son parches
para mejorar temporalmente el estado de salud, pero lo único
que realmente puede curarlo es hacer desaparecer la caries
que produce el mal. De la misma manera, la Obra era la causa
que provocaba mi depresión y todos los tratamientos
que me aplicaron durante trece años fueron composturas
ineficaces para la mejoría definitiva, que tan sólo
se produjo cuando estabilicé mi vida fuera del Opus
Dei.
Creo que lo que me daba una cierta estabilidad con respecto
a la depresión era precisamente el deseo cada vez mayor
de irme de la Obra. Pienso que al enfrentarme a la verdadera
razón de mi mal y al poner los medios de que disponía
para dejarlo fue lo que precisamente me inyectó vitalidad.
El caso es que mis ganas de dimitir en la Obra aumentaron
durante el año siguiente a la aplicación del
electroshock, pero continuaba careciendo de los recursos interiores
necesarios para llevarlo a cabo. Según la imagen de
futuro que vaticinaban mis directoras era muy dura la vida
que me esperaba fuera del Opus Dei: sin familia, con cuarenta
y dos años, con una gran enfermedad, con padres muy
mayores, sin amistades y, por si fuera poco, jugándome
la salvación eterna por decirle a Dios que no en un
don tan valiosísimo como es la gracia de la vocación
a la Obra.
Pero, ¡hete aquí!, que hace poco más
de un año (mayo de 2004), por casualidad descubro esta
web. Leo con admiración como no soy la única
persona a la que le ocurren estas cosas, sigo a Carmen
Charo en su testimonio y cómo tan sólo
mejora cuando deja el Opus Dei, me empapo de los correos diarios,
de los documentos que figuran en Tus
escritos... e, ¡ilusa de mí!, lo
cuento en la charla de la semana siguiente. Me contestan que
debo dejar de acceder a esta web, pero para entonces ya se
me habían abierto lo caminos divinos de la tierra
y sigo entrando en ella; lo cuento de nuevo, me contestan
que si continúo leyéndola he de hablar con un
sacerdote de la Delegación y, por la cara que puso
quien llevaba mi charla, le pregunté si lo que estaba
haciendo era algo muy grave y me respondió que sí.
Pero ya era imposible pararme, así que ni fui a ver
a ese sacerdote ni volví más al centro. Escribí
a los orejas expresándoles mi deseo de contactar con
alguien que me pudiera ayudar y tuve encuentros con algunos
exmiembros. Ya me hallaba con la fuerza necesaria para dejar
el Opus Dei. Saqué el propósito de no volver
a pisar un centro de la Obra, por lo que quedé una
tarde en una cafetería con la agregada que llevaba
mi dirección espiritual y le entregué la carta
de dimisión al Opus Dei.
Cambié de psiquiatra (por supuesto no del Opus Dei)
y después de varias consultas me dio la buena noticia
de que no padecía depresión bipolar, sino que
mi estado depresivo se debía al ánimo triste
normal de cualquier persona, que se desborda hacia la enfermedad
cuando se halla sometida a una gran soledad y al intenso estrés
de carecer de esperanza para salir de ella, por lo que la
desaparición de las circunstancias que lo provocan
(en mi caso dejar la Obra) llevaría de nuevo a la salud.
Y, en efecto, así ha ocurrido.
A mediados de agosto conocí a quien ahora es mi marido
(nos casamos unos meses después), a final de ese mes
me llamaron de delegación contándome que el
Padre no me daba la dispensa en espera de que me lo pensara
mejor y les respondí que como tardaran mucho en dármela
corrían el riesgo de que contrajera matrimonio sin
estar dispensada, y cinco semanas más tarde, por fin,
fui eximida de pertenecer al Opus Dei.
Junto a la Obra también se fue de mi vida la depresión
de la que llevo más de un año sin presentar
ningún síntoma, a pesar de que el nuevo psiquiatra
me ha retirado, poco a poco, gran parte de la medicación
(ya que no puedo abandonarla de golpe por el efecto rebote
que me provocaría tras haberla estado tomando durante
tantos años), siendo su idea la de acabar suprimiéndomela
del todo.
Y aquí finaliza mi testimonio, que se corresponde
con este presente en el que lo termino.
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