PROCESO
Y PROFESIONALIDAD
Sobre la falta de rigor en la causa de beatificación
de Escrivá de Balaguer
Del libro "La
fabricación de los santos"
Autor: Kenneth L. Woodward
Mientras la creación de santos se consideró
un asunto del derecho canónico y de sus juristas, gozó
de cierta fama de profesionalidad, por muy exagerada que fuese.
Una profesión es un gremio que exige, a quienes se
admiten a su ejercicio, unas ciertas pautas relativas a conocimientos,
competencia y conducta. Pero, desde la reforma de 1983 (y
sospecho que desde mucho antes), resulta evidente que no existen
unas pautas profesionales claras y rigurosas para quienes
dirigen la Congregación para la Causa de los Santos
ni -lo cual es más importante- para quienes cumplen
funciones de relatores, de postuladores y, sobre todo, de
asesores teológicos.
Como sucede también en otros departamentos de la Santa
Sede, el jefe de la congregación es nombrado por criterios
políticos. A su retiro en 1989, por ejemplo, al cardenal
Palazzini lo sustituyó el también cardenal Angelo
Felici, un hombre que no posee ninguna competencia particular
-y absolutamente ninguna experiencia- en la creación
de santos. A los relatores se les exige, como hemos visto,
cierta calificación teológica y lingüística,
pero no se requiere un doctorado en historia, disciplina que
se diría necesaria para apreciar los documentos y testimonios
históricos. Se prefiere la especialización en
teología espiritual, aunque no todos los relatores
y asesores pueden preciarse de ser particularmente competentes
en teología de la vida espiritual ni se ha encontrado
a suficientes hombres que cumplan los requisitos lingüísticos
necesarios. Por tanto, la congregación se ve obligada
en ocasiones a recurrir a especialistas externos, que carecen
de experiencia en la preparación y el enjuiciamiento
de las causas.
La verdad es que la congregación elige a los mejores
hombres que puede conseguir. A diferencia del cuerpo diplomático
del Vaticano, la congregación no tiene ninguna escuela
profesional para la formación de hacedores de santos,
aunque ofrece un "studium": una serie de lecciones
para los colaboradores y funcionarios de los tribunales diocesanos.
En su mayoría, los hacedores de santos son hombres
inteligentes que, al igual que muchos administradores universitarios,
obtienen el doctorado y, después, se especializan,
por circunstancias a menudo fortuitas, en un ámbito
al que no habían previsto dedicarse. La competencia
en la creación de santos es, pues, algo que se aprende
sobre la marcha, y sus mejores practicantes son producto de
larga experiencia y duro trabajo.
Nada de eso debería sorprendemos; a fin de cuentas,
las grandes empresas están llenas de ingenieros convertidos
en vendedores, vendedores convertidos en funcionarios administrativos
y ejecutivos de alto nivel que de jóvenes estudiaban
literatura comparativa; pero, a diferencia de una empresa
bien administrada, el Vaticano no siempre recompensa la competencia
con las responsabilidades correspondientes y, además,
en estos años de escasez de vocaciones al sacerdocio,
las congregaciones del Vaticano tienen que apañárselas
con los talentos que están a su alcance; y no hay mucha
competencia, según descubrí, para el cargo de
relator de la congregación ni para el de postulador
general de las órdenes religiosas más importantes.
Lo cual no quiere decir que los hombres que trabajan en la
congregación o colaboran con ella sean de segunda fila.
Igual que otros órganos de la Santa Sede, la congregación
depende de un surtido bastante variado de talentos, en gran
parte mediocres y, en algunos caso, bastante elevados. El
problema es, en mi opinión, que todos esos hombres
trabajan dentro de un sistema que es deficiente en lo relativo
a los controles y los mecanismos de equilibrio que cabe esperar
de una profesión; un sistema que deja un margen excesivo
a opiniones, presiones y caprichos subjetivos.
El mayor defecto es que todos los que están involucrados
directamente en una causa tienen motivos para desear su éxito.
Esto vale particularmente para el postulador, que trabaja
para el promotor de la causa, y vale para el colaborador (o
colaboradores), que es invariablemente alguien ya convencido
de la santidad del candidato. De hecho, la mayoría
de los colaboradores, como Elizabeth Strub, que escribió
la "informatio" sobre Comelia Connely, se reclutan
de las mismas órdenes religiosas que patrocinan las
causas o, si no, .de la diócesis que se beneficiará
de la canonización, como Joseph Martino, de Filadelfia
que preparó la "positio" de Katharine Drexel.
En el caso del cardenal Newman, el autor de la "positio",
el padre Vincent Blehl, es un estudioso que ha dedicado la
mayor parte de su vida adulta a editar los escritos del candidato,
enseñar sus pensamientos y promover su causa. En la
práctica, parece que sólo los ya convencidos
están dispuestos a realizar el trabajo requerido para
producir el texto clave en que se basa el juicio de santidad.
Pero un proceso genuinamente profesional exigiría que
esas importantes tareas fuesen asignadas a personas competentes
que no tuvieran ningún interés personal ni profesional
en el resultado de la causa.
Otro defecto flagrante es que la congregación carece
de un procedimiento que asegure que las "positiones"
sean juzgadas por un equipo, desinteresado, de asesores teológicos.
Los jueces del Tribunal de Rota, que entiende de anulaciones
de matrimonios y otros asuntos legales, se eligen por rotación
y por orden cronológico; pero, en la Congregación
para la Causa de los Santos, es el promotor de la fe quien
elige a los asesores teológicos de cada causa. Ello
obedece, según me dijeron, a razones prácticas:
la congregación prefiere a los asesores que conozcan
la lengua y la cultura del candidato, y en todo caso, debe
elegir entre aquellos que, en un momento dado, estén
disponibles para ocuparse de la causa. Pero, como hemos visto
en el caso del papa Pío IX, la congregación
pasó por alto al único asesor, de los que tenía
en la lista, que era biógrafo del candidato y experto
en su vida -el padre Giacomo Martina-; presuntamente, porque
se sabía de él que no acababa de creer en la
santidad del candidato. En ese caso, de todos modos, el promotor
de la fe podría haber actuado de una manera más
profesional si hubiera elegido a una comisión que incluyera
en proporción equilibrada a los más notorios
partidarios y adversarios de un candidato tan controvertido.
El hecho de que no lo hiciera puede haber sido efectivamente
uno de los motivos de por qué Juan Pablo II creó
otro comité paraque lo asesorara acerca de la conveniencia
o no de poner en práctica el veredicto favorable de
los teólogos.
Sean cuales sean las razones prácticas por las que
se asigna la redacción de la "positio" a
los proponentes de la causa y se deja la elección de
los jueces a discreción del promotor de la fe, la ausencia
de unos procedimientos profesionales expone el sistema a las
acusaciones de manipulación.
Imagínense, por ejemplo, una causa en la que el papa
y gran parte de la jerarquía católica del mundo
entero estén notoriamente a favor de la canonización
del candidato; imagínense también que el candidato
sea el. fundador de una nueva organización religiosa,
cuya lista de afiliados se mantiene en secreto, pero sus miembros
están decididos a revalorizar la organización
mediante la canonización de su fundador; imagínense,
además, que varios funcionarios de alto rango de la
congregación simpaticen abiertamente con la organización
y con la causa del fundador. Pueden suponer, entonces, a qué
presiones se hallará sometido el relator de la causa,
de quien se espera que sea impermeable a influencias externas
e independiente en su juicio. Sin un sistema de selección
desinteresada de los jueces, ¿qué garantía
tiene la Iglesia de que una causa así sea procesada
con estricta imparcialidad, de que los asesores teológicos
sean elegidos con estricta imparcialidad; y, sobre todo, si
se tiene en cuenta que los nombres de los jueces y sus votos
se mantienen en secreto hasta mucho después de dictarse
la sentencia?
Tales pensamientos acuden a la mente, de un modo inevitable,
cuando observamos los asombrosos progresos de la causa de
José María Escrivá de Balaguer, fundador
del Opus Dei. Escrivá murió el 26 de junio de
1975. Para los miembros del Opus Dei, una organización
mundial de sacerdotes y laicos, Escrivá es "El
Padre", cuyo libro de 999 máximas espirituales,
"Camino", ilumina el sendero que conduce a la perfección
espiritual y a la "cristianización" del mundo
secular. Mucho antes de su muerte, El Padre era considerado
un santo dentro del Opus Dei, un líder guiado por Dios
y cuya visión personal de la vocación cristiana
ofrece un camino seguro a la salvación a quienes se
someten a la disciplina del movimiento. Juan Pablo II es un
admirador devoto de Escrivá: en 1984, dijo en una reunión
internacional del Opus Dei que "tal vez en esta fórmula
[el "trabajo de Dios" para la cristianización
de la sociedad] esté la realidad teológica,
la esencia, la naturaleza misma de la vocación de la
época en que vivimos y en que habéis recibido
la llamada del Señor".
Para los críticos, en cambio, Escrivá era un
hombre bastante vanidoso, que toleraba de buen grado el culto
que se rendía a su persona (en sus escritos, su título
elegido de "El Padre" resulta a veces difícil
de distinguir, en el contexto, del "Padre" invocado
por Jesucristo), y el líder de un movimiento casi sectario
en el seno de la Iglesia, cuyos miembros se parecen a los
mormones por su afición a los ritos privados, las sociedades
secretas, la preocupación meticulosa por el vestir
correcto, los modales recatados, y ante todo, por su convicción
inquebrantable de que ellos y sólo ellos han hallado
la forma que el catolicismo debe adoptar en su lucha implacable
contra el mundo, la carne y el demonio.
Dado que el Opus Dei no publica los nombres de sus miembros
ni está fácilmente dispuesto a identificar sus
operaciones seculares, sus adversarios lo han acusado de constituir
una quinta columna conservadora en la Iglesia y en la sociedad.
Puesto que el Opus Dei es una prelatura personal, sus agentes
reciben sus directivas de su superior en Roma; en ese sentido,
funcionan independientemente de los obispos locales. En España
y en varios países latinoamericanos, es considerado
una fuerza poderosa en la política, la educación,
los negocios y el periodismo. Sea verdad o no -pues no es
fácil conseguir información objetiva sobre la
organización-, algunos ex miembros han atestiguado
la naturaleza casi sectaria de su experiencia con el movimiento,
especialmente la tendencia a separar en ciertas situaciones
a los miembros más jóvenes de sus familias naturales
si los padres son hostiles al Opus Dei. Lo que preocupa a
los padres -y no deja de ser comprensible- es la insistencia
en que los miembros reciban su dirección espiritual,
incluida la confesión de los pecados, exclusivamente
de los sacerdotes del movimiento. Visto que muchos hombres
y mujeres jóvenes, incluso con veinte o treinta años,
son a menudo inseguros y psicológicamente inmaduros,
algunos padres se sienten preocupados por los efectos que
la organización pueda tener en sus hijos; sobre todo,
al tratarse de jóvenes adultos que hacen votos de castidad
perpetua y conviven en "familias" del Opus Dei,
mientras continúan dedicándose a ocupaciones
seglares.
A su vez, la organización niega constituir una sociedad
secreta o perseguir otra finalidad que la perfección
espiritual de sus miembros. El Opus Dei atribuye a su fundador
el descubrimiento de que la santidad es para todos, no sólo
para el clero y los religiosos, aunque en realidad esa idea
"revolucionaria" no tiene nada de novedoso. Sin
embargo, la organización ha reclutado de manera agresiva
a muchos católicos seglares con estudios superiores
Y ambiciones profesionales, inculcándoles -como hacían
tradicionalmente los colegios y las universidades de los jesuitas-
la idea de que un buen abogado u hombre de negocios sirve
tanto a Dios como un clérigo. El Opus Dei afirma contar
con setenta y seis mil afiliados laicos y mil trescientos
sacerdotes en el mundo entero; y, tal como sus miembros la
describen ahora, la organización es poco más
que una asociación disciplinada y ultraortodoxa de
católicos romanos que viven, de forma muy parecida
a los terciarios de las órdenes religiosas tradicionales,
una vida casi monástica en el mundo mientras continúan
con sus carreras seglares.
Lo que efectivamente distingue a los miembros del Opus Dei
de otros católicos piadosos es la devoción a
Escrivá y a sus escritos. En ese aspecto, se parecen
a los jesuitas, que reciben su formación espiritual
de los "Ejercicios espirituales" de su fundador,
Ignacio de Loyola. Ignacio es un santo canonizado, y vista
la decisión de Escrivá de iluminar el camino
de santidad para los miembros del Opus Dei, resulta comprensible
que hagan cuanto puedan para que su vida y obra sean revalorizadas
mediante una declaración de santidad. Pero, a juzgar
solamente por sus escritos, Escrivá era un espíritu
nada excepcional, de escasa originalidad y de ideas a menudo
banales; personalmente inspirativo quizá, pero falto
de descubrimientos originales. La colección de sus
999 sentencias apodícticas revela una notable dosis
de intolerancia, desconfianza ante la sexualidad humana y
torpeza en la expresión; a lo más, un "Poor
Richard" católico sin los ocasionales rasgos de
ingenio de Benjamin Franklin:
15. No dejes tu trabajo para mañana.
22. Sé recio. -Sé viril. -Sé hombre.
-y después... sé ángel.
28. El matrimonio es para la clase de tropa y no para el
estado mayor de Cristo. -Así, mientras comer es una
exigencia para cada individuo, engendrar es exigencia sólo
para la especie, pudiendo desentenderse las personas singulares.
¿Ansia de hijos?.. Hijos, muchos hijos, y un rastro
imborrable de luz dejaremos si sacrificamos el egoísmo
de la carne.
61. Cuando un seglar se elige en maestro de moral Se equivoca
frecuentemente: los seglares sólo pueden ser discípulos.
132. No tengas la cobardía de ser "valiente":
¡huye!
180. Donde no hay mortificación no hay virtud.
573. Gracias, Dios mío, por el amor al Papa que
has puesto en mi corazón.
625. Tu obediencia no merece ese nombre si no estás
decidido a echar por tierra tu labor personal más
floreciente, cuando quien puede lo disponga así.
814. ¡Un pequeño acto, hecho por Amor, cuánto
vale!
Los santos, por supuesto, no necesitan ser elocuentes; pero
quien ofrece su dirección a otros debería mostrar
cierta agudeza de percepción espiritual y un nivel
discernible de profundidad. Sólo hay que comparar lo
que escribió Escrivá con, digamos, las columnas
de Dorothy Day para "The Catholic Worker", los escritos
de Romano Guardini sobre el espíritu del catolicismo
o los ensayos de Simone Weil sobre la búsqueda de Dios,
para percatarse de que los dones de aquél, sean cuales
sean, no incluyen un conocimiento profundo del alma ni de
la época en que vivimos.
Existen, pues, suficientes interrogantes acerca del Opus
Dei y de su fundador para justificar la tradición de
los hacedores de santos de proceder despacio con las causas
controvertidas. Y, sin embargo, el 9 de abril de 1990, sólo
quince años después de su muerte, Escrivá
fue declarado heroicamente virtuoso por Juan Pablo II. Además,
el postulador, el padre Flavio Capucci, miembro del Opus Dei,
tiene tres milagros de intercesión muy prometedores
sobre los que ha estado trabajando. Con un poco de suerte,
Escrivá ganará la palma a Teresa de Lisieux,
cuya canonización a los veintitrés años
de su muerte sigue siendo el récord moderno. ¿Por
qué tanta prisa?
Cuando hablé en 1987 por primera vez con el padre
Eszer, el relator de la causa, no insinuó en ningún
momento que la "positio" sobre la virtud heroica
de Escrivá estuviese casi acabada; pero, después
de que éste fuera declarado venerable, Eszer habló
con menos reserva. En primer lugar, la solicitud formal de
abrir la causa la presentó en la fecha más temprana
posible, a los cinco años de la muerte, el cardenal
Ugo Poletti, vicario de Roma. En segundo lugar, el apoyo a
la causa incluía cartas de sesenta y nueve cardenales,
doscientos cuarenta y un arzobispos, novecientos ochenta y
siete obispos -casi un tercio del espiscopado católico-,
más cuarenta y un superiores de órdenes y congregaciones
religiosas. No se sabe cuántos de ellos son además
miembros del Opus Dei. En todo caso, la organización
afirma contar con el apoyo de decenas de miles de personas
en el mundo entero, de modo que cabía esperar una verdadera
avalancha de peticiones en favor de la causa de Escrivá.
Y en tercer lugar, los dirigentes del Opus Dei estaban preparados
para el proceso. Puesto que ellos consideraban a su fundador
un santo desde hacía mucho tiempo, habían reunido
ya hasta el último trozo de papel escrito sobre él.
En total, los documentos y testimonios sumaban veinte mil
páginas.
-La mayor parte de mi trabajo consistió en suprimir
las repeticiones -me dijo Eszer-. No podemos darles a leer
a los asesores teológicos toda una biblioteca.
El resultado fue que la "positio" definitiva tenía
seis mil páginas.
-¿Cómo ha podido acabar usted tanto trabajo
en tan poco tiempo? -pregunté.
-No tuve mucho que hacer. La "positio" la escribió
el postulador, que tenía a cuatro profesores universitarios
del Opus Dei trabajando para él.
-Creía que las "positiones" se escribían
bajo la dirección del relator.
-Bueno, yo llevaba el control, pero ellos lo hicieron todo.
Yo veía solamente al postulador, nunca a los otros.
Esa gente del Opus Dei es muy diligente y muy discreta.
-Entonces, ¿usted revisó la "positio"?
-No, yo sólo eliminé los testimonios redundantes.
Resulta que las declaraciones de los testigos fueron recogidas
en dos procesos, uno de los cuales se celebró en Madrid
y el otro en Roma. En total, los tribunales escucharon a noventa
y dos testigos; cuarenta y cuatro de ellos eran laicos. Eszer
ignoraba cuántos pertenecían al Opus Dei y tampoco
estaba en condiciones de indicar, según él,
cuántos declararon en contra de la causa, si es que
alguno lo hizo.
-Seguramente -apunté-, visto el carácter sumamente
controvertido del hombre y de su movimiento, debió
de haber adversarios.
-Las únicas críticas al Opus Dei que he leído
-repuso Eszer venían de antiguos miembros, de gente
que lo dejó.
Con eso daba a entender que esas personas no le parecían
unos testigos dignos de crédito.
-Bueno, entonces -insistí-, ¿alguno de los
jueces dio un voto negativo?
-Eso no se lo puedo decir -contestó Eszer, indicando
que no quería.
Algún día, el público llegará
a conocer la "positio" de Escrivá y quizá
también los votos de los jueces; hasta entonces, nadie
sabrá en qué grado los aspectos dudosos del
hombre y de su obra se airearon como es debido. Puede que
Escrivá haya sido verdaderamente el gran santo que
el Opus Dei afirma que fue, pero la rapidez y la facilidad
irrestricta con que su caso fue tratado por la congregación
plantea muchos interrogantes acerca del proceso mismo; en
lo que se refiere al rigor, la imparcialidad, la profesionalidad
y la libertad de presiones eclesiásticas y política
espiritual.
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