POR
QUÉ ME HE IDO DEL OPUS DEI
J. L., ex numerario brasileño,
35 años en la Obra 16-9-2003
(Nota previa: esta página es para los amigos/as de
quienes me siento deudor de explicaciones. Me refiero aquí
sobre todo a los numerarios de la sección masculina
del Opus Dei (la sección femenina es bastante análoga)
y al Opus Dei de Brasil.
Mail que envié a amigos y conocidos el 16-09-03
Queridos(as) amigos(as),
Muchas personas me han preguntado por qué me fui del
Opus Dei (después de tantos años...), siendo
algo tan bueno y queriendo yo continuar trabajando por la
Iglesia. De hecho el Opus Dei es bueno para muchos que se
acercan a él. Y eso hace que los que pertenecen al
grupo de los qué son ayudados por la Obra no entiendan
lo que sucede en casos como el mío. Para muchos otros
(sobre todo numerarios), la vida dentro del Opus Dei acaba
siendo insostenible.
La pena es que todo eso se podría haber evitado. Hay
muchos miembros dentro del Opus Dei que piensan exactamente
así, pero no se van aunque encuentren esas graves disfunciones
del gobierno de la Obra en Brasil, porque creen que se van
a solucionar en el futuro... Yo también pensaba así,
sólo que en mi caso (como en el de tantos otros...),
las mínimas condiciones para continuar esperando ese
día no me fueron ofrecidas.
¡Algunos conocidos hasta me preguntan se sigo siendo
católico! Sí. Amo a la Iglesia y al Opus Dei
en los escritos del Fundador. De formas diversas animé
a muchos a que amaran la maravillosa doctrina de amor, grandeza,
libertad, etc., que hay en esos textos. Pero lo que sucede
es que eso es sólo lo que se presenta cuando alguien
se aproxima a la formación de la Obra, y, efectivamente
cuando se intenta llevar realmente a la práctica, después
de esa fase inicial, todo eso no pasa de ser una propaganda
engañosa, en la medida en que, para muchos numerarios,
el Opus Dei en Brasil, ha sido lo contrario a los escritos
del Fundador. El día en que sean puestos en práctica
supondrán la revolución con que San Josemaría
nos hizo soñar.
Ha pasado mucho tiempo desde mi primera comunicación
hacia vosotros y el propósito de hacer esta nota aclarativa
se fue quedando cada vez más en segundo plano frente
a las innumerables ocupaciones de mi trabajo y del cuidado
de mis familiares. He decidido hacer ese comunicado ahora,
porque, desgraciadamente, me llegan noticias de que mi silencio
viene sutilmente utilizado para presentar una versión
distorsionada de los hechos.
Un sucedido a modo de ejemplo: el otro día, mi amigo
X me contó que un director nacional del Opus Dei en
Brasil le dijo que "Jean está haciendo mucho daño
a cierta persona". Al oir esto, inmediatamente telefoneé
a la Comisión Regional del Opus Dei en Brasil y pregunté
a ese director: "R, está aquí X diciendo
que usted me acusó de estar haciendo mucho daño
a cierta persona. Me gustaría que me dijera quién
es esa persona y qué mal le estoy haciendo". La
respuesta del otro lado fue: "Ahhhn..., no recuerdo quién
sería..."(!!).
En el Opus Dei siempre se dice que de las personas que se
alejan nunca se comenta nada para no exponerlas a sentirse
avergonzadas (lo usual, en esos casos, es "discretamente"
decir alguna respuesta estereotipada: reza por él...,
la soberbia..., problemas mentales o de conducta...). Pero,
el hecho es que, en muchos casos, si se conociera la verdad,
quienes más se sentirían avergonzados serían
los directores de la propia institución. Y, como todo
el mundo sabe, insinuaciones sutiles y reticentes pueden ser
mucho más devastadoras que la calumnia directa.
Un fuerte y agradecido abrazo
J.
El porqué de esta nota
El día 4 de julio de 2003, entregué mi carta
de dimisión del Opus Dei. No fue una decisión
fácil, sobre todo cuando se tiene en cuenta que fueron
35 años como miembro numerario de la Obra.
La condición de "ex" es siempre incómoda:
en todo caso, los que me conocen saben que soy contrario al
resentimiento. Si escribo esta nota es para ofrecer una aclaración
a la que mis amigos tienen derecho.
Una persona entra para el Opus Dei (y yo no soy una excepción)
convencido de que tiene una vocación divina para ello:
el sacerdote de la Obra que atiende la dirección espiritual
(conversación semanal con el sacerdote, en la cuál
este orienta la vida espiritual del dirigido...) del muchacho
que frecuenta el centro (casas del Opus Dei) se encarga de
decirle (de parte de Dios) que ciertamente él está
llamado a ser numerario de la Obra: esto es reforzado por
los numerarios amigos del "vocacionado" y, si todo
sucede normalmente, la persona acaba escribiendo una carta
pidiendo la admisión a la Obra.
Al entrar en la Obra, la persona conoce de modo relativamente
genérico la realidad de la Obra y los compromisos que
asume como numerario: entrega total a Dios que se concreta en:
renuncia al matrimonio, disponibilidad total para los apostolados
de la Obra, compromiso de entregar íntegramente sus ingresos
económicos a la Obra etc. Estas renuncias son aceptadas
con normalidad porque la realidad que le es mostrada es una
realidad que entusiasma a un alma joven y generosa: la Obra
es de Dios y él se está entregando a Dios; la
Obra se aparece a los candidatos a la vocación como,
digamos así, "una vertiente seria de la Iglesia":
gente preparada, culta, alegre y decididamente comprometida
con Dios (en contraste con la falta de compromiso de muchos
católicos, con la mediocridad de tantos católicos).
Y con una propuesta fascinante: santificar la vida cotidiana,
el trabajo profesional, ser santos en medio del mundo, con una
total libertad y espontaneidad apostólicas.
Esa idea genérica y difusa confronta con la realidad
concreta. Se produce un desajuste desconcertante cuando la
"voluntad de Dios" va siendo comunicada concretamente
-bien colectiva, bien individualmente- a cada uno, por los
directores.
(Un ejemplo simple: la mayoría de los numerarios debe
santificarse en su trabajo profesional externo (o si son estudiantes,
con el estudio), lugar donde deben hacer su apostolado. Ahí
aparecen conflictos: al mismo tiempo que el Opus Dei, para atraer
vocaciones, apela a la libertad personal como valor fundamental
(y hay textos bellísimos de San Josemaría Escrivá,
el fundador, al respeto); en la práctica, comienzan a
aparecer innumerables restricciones y prescripciones que apuntan
en el sentido opuesto: miedo y falta de libertad).
Los directores de la Obra tienen mucho miedo a Internet,
a la televisión, a los libros, a los viajes de estudios
y NO creen que la libertad de los miembros les permita hacer
buen uso de esas y otras formas de estar en el mundo, para
santificarlo.
Del mismo modo, ver televisión en un centro de la
Obra (la TV está cerrada con llave por el director)
se permite, cuando mucho, al Informativo Nacional, a partidos
de fútbol importantes y a una película de vídeo
al mes (debidamente "editado" por los censores autorizados).
No se puede leer ninguna publicación (libro, periódico,
revista etc.) sin el previo permiso de la censura interna.
Etc.
Internet se ve como una amenaza: nunca se hace alusión
en las charlas ni se hace la más mínima mención
a las innumerables
declaraciones del Papa sobre las maravillosas posibilidades
de evangelización de ese medio, sino solamente
se habla del miedo: miedo de la pornografia, a la homosexualidad,
y por cierto, pero (de forma no abiertamente manifestada)
miedo a la información que puede ser localizada o encontrada
libremente, sin que los directores tengan un control sobre
ella, así que tiene que estar condicionada a pasar
por un filtro. Cosa posible en los años pre-Internet,
pero actualmente impracticable.
Esos y otros aspectos (que constituyen la negación
o la perversión del propio espíritu del Opus
Dei que se nos cuenta al ingresar) se hacen poco a poco inexplicables
para las nuevas vocaciones. La "tentación"
de pensar y encontrar que "eso es un absurdo" es
sofocada por la constante reiteración de que la Obra
es de Dios y que el juicio de los directores representa la
Voluntad de Dios. A todo esto se uno la imposibilidad de exteriorizarlo
(y a medida que pasa el tiempo, incluso de articular) la menor
crítica a la actuación/interpretación
de los directores y tendremos el marco en el que se inserta
mi carta de dimisión que transcribo a continuación
(escrita en portugués y con pequeños comentarios
adicionales entre corchetes).
Carta al Prelado (4-7-03)
Querido Padre,
Le escribo, con inmenso dolor, para comunicar que se ha vuelto
imposible para mí permanecer en el Opus Dei y por lo
tanto, pido la dispensa de los compromisos que asumí.
Soy J., pedí la admisión a la Obra como Numerario
hace muchos años. De un modo progresivo a lo largo
de los años, el gobierno de la Obra en Brasil me parece
que se ha convertido en una perversión del auténtico
espíritu de nuestro santo Fundador. Y lo peor es que
parece que los medios previstos para corregir esto no funcionan
aquí. Por ejemplo, hace un par de semanas prohibieron
el vocal de San Miguel (y a otros directores de la comisión
regional) atenderme e incluso, oírme [la exclusión
de cualquier crítica entre los miembros tiene por finalidad
la posibilidad de que cualquier miembro pueda dirigirse a
los directores en cualquier momento; posibilidad que me fue
negada]. Lo que yo buscaba era simplemente exponer las dudas
que tenía sobre mi camino en la Obra. Uno de los directores
de la comisión regional comunicó al Pe. L.,
mi hermano, que me dijera que yo no sería atendido
por los directores de la comisión.
Por otro lado, los hechos son muy claros: hay en Brasil muchísimos
Numerarios que dejan la Obra (tengo la impresión que
son cerca de cinco los que van por cada uno que se queda!)
muchas veces no por culpa de esos que van, sino porque el
ambiente interno se les volvió irrespirable: yo mismo
he sufrido una serie de incomprensiones brutales, semejantes
a las qué sufrieron centenares de hermanos míos,
numerarios de Brasil, que no tuvieron otra elección
que la de escribir al Padre cartas como esta.
Hay en Brasil demasiados Numerarios que se vuelven enfermos
psíquicos y en algunos casos -yo lo sé bien-
esas enfermedades se podrían haber evitado: las veces
que yo mismo -en vano- intenté advertir los directores
de la Comisión, sólo fueron un motivo de sufrimento
para mí.
Debido a la falta de libertad que se nos es impuesta en Brasil,
la presencia de la Obra en el apostolado universitario y cultural
es hoy prácticamente nula y los miembros de la Obra
aquí no pueden tener iniciativas: por eso en Brasil
no hay ni universidades de la Obra ni colegios, ni catedráticos
(yo he sido el único Numerario catedrático).
Lo que los directores nos permiten hacer (y de un modo absurdo
y clerical nos lo imponen) son cosas como vender libros de
la Editorial Cuadrante o el Boletín Interprensa, iniciativas
meramente profesionales de este o de aquel director, pero
que se hacen pasar por obligación vocacional en Brasil.
Son tantas las limitaciones indebidas impuestas por el gobierno
de la Obra aquí, que hay entre nosotros -y esto, como
todo el resto, yo lo digo en la presencia de Dios- demasiados
Numerarios tristes, que viven sin ilusión [sin entusiasmo,
sin chispa] su vocación, que se volvió para
ellos una rutina burocrática, sin la auténtica
libertad, proclamada por Nuestro Padre, y que tanto nos fascinó
a todos.
En estos últimos años he podido verificar que
hay innumerables casos muy dolorosos de personas que dejan
la Obra o enferma por culpa de los directores de la Obra en
Brasil. Un gobierno tan exquisito que anteayer ocurrió
un caso particularmente gravísimo: un numerario que
lleva cerca de 20 años en la Obra (y que además
de eso -precisamente por la insensibilidad de los directores-
está a un paso de aquellos problemas psíquicos
de que hablé antes) fue sorprendido con su exclusión
del centro en que vivía bajo acusaciones vagas y descabelladas:
ni siquiera escucharon al interesado y simplemente le ordenaron
que se fuera a un apartamento, a partir del momento exacto
de la infame acusación. Hoy, tres días después,
me informó él que le van a pedir disculpas...
[este caso, de una brutalidad increíble está
teniendo una evolución tenebrosa y, de momento, no
puedo aún dar nombres].
No sé cómo le son contadas o relatadas estas
cosas que me parecen desvíos de nuestro espíritu.
En todo caso, son ya centenares los que dejaron su vocación
de numerarios y, en muchos casos -soy testigo-, se trata simplemente
de injusticias y de una mentalidad insensible del gobierno
de la Obra en este país. Sea cómo sea, con los
datos que tengo -y son muchos- considero que no puedo continuar
en la Obra.
Pide su bendición
J.
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